VEO el arranque de los juegos paralímpicos y siento como que, en realidad, estamos ante los verdaderos, los juegos olímpicos con mayúsculas. Si alguien sabe de superación es precisamente quien ha visto mutilado su cuerpo o aquel al que una enfermedad haya hecho que no cuente con todos sus sentidos. Sin embargo, hay algo que no termino de entender mientras salen las distintas delegaciones y es que, entre los comentaristas, se repita la obsesión por las medallas también en los juegos paralímpicos. Un espectáculo bochornoso sólo comparable a la nefasta preocupación de la gente del fútbol porque su selección no consiguiera títulos hasta, claro, la pasada Eurocopa que se quedaron campeones. Está bien que TVE se ocupe de esta competición. Que nos informen sobre las virtudes y dificultades añadidas de estos deportistas pero, por favor, que los comentarios se alejen del triunfalismo facilón porque alguien haya conseguido una medalla. Para empezar porque esta vara de medir es ilógica: no tiene en cuenta a todos las personas paralíticas, irresponsable: hay desproporción entre unos y otros y, ya puestos a comenzar con la i, injusta porque en esta competición nadie premia o castiga las barreras con las que cada país castiga a sus minusválidos. Comienzan los segundos juegos olímpicos en China. Es posible que no consigan el tirón mediático que los otros . Puede que sirvan para premiar a todos esos hombre y mujeres cuyas limitaciones no los invalidaron para la vida. En estos juegos la televisión también debe reflejar la responsabilidad de la sociedad para con todos los ciudadanos minusválidos. Espero que esta pereza universal no les haya privado a muchos inválidos a presenciar los verdaderos Juegos Olímpicos. Todo el mundo debería saber qué países lideran la competición de poner barreras a sus paralimpicos de la vida real.
Autor: Javier Arizaleta
Reinas espantadas
SE dice que quien no aparece en televisión es que no es nada, vamos, que vivir vivimos pero que la vida de quienes no asomamos por la caja tonta no vale nada. También es cierto que la mayoría lo tenemos asumido y sólo unos pocos se rompen la cara por hacerlo. Pero salir en la tele tiene una finalidad muy clara. Uno aparece o bien para que le paguen por ello o para promocionar, y luego vender, algo. Javier Sardá publicó al principio del verano un libro que apenas tuvo una promoción televisiva a la altura de una estrella del medio. El caso es que pasado el estío el tipo anda ahora soportando las bromas y experimentos de El hormiguero de Pablo Motos para hacer como Umbral: hablar de su libro. Y ya sabemos que uno de los atractivos de este programa son esos locos experimentos en los que lo mismo hacen explosiones por reacciones químicas que provocan una avalancha de porexpan que, como ocurrió el otro día, casi mata a Motos y Marron, los protagonistas. Lo que sí parece que ha provocado una avalancha ha sido la vuelta de Mª Teresa Campos a las mañanas de tv. Un regreso triunfal para el que contó con el mismísimo Zapatero y que la encumbró hasta el liderato. Posición que luego ha ido perdiendo, como era de esperar. La fórmula Campos tuvo su momento y parece que sus diferentes reediciones ya no alcanzan el tirón de entonces. La mañana sigue siendo un horario maltratado en el que, con mucha frecuencia, se dan cita la pereza imaginativa con el insulto a la audiencia. Se apuesta por hacer programas para jubilados sin pretensiones y lo que están consiguiendo es, afortunadamente, mandarlos a hacer otras actividades más constructivas que recordarles sus problemas de salud y los chismorreos. Las reinas de la mañana están trabajando a conciencia en la bonita tarea de que sus súbditos consigan la república pero fuera de casa.
Quiero ser artista
El casting de la nueva edición de Factor X en Cuatro lleva pintas de durar más que el mismo concurso. Para empezar, y como no podía ser de otra manera, ayer el que se vendió fue el jurado. Aquel trío formado por Jorge Flo, Eva Perales y Miki Puig que fue cobrando protagonismo hasta el punto de que cualquiera de ellos se merecía más el premio que la ganadora, una tal María, de la que hoy nadie se acuerda. Y eso a pesar de que, según decían, le había correspondido una carrera musical. Recibir una carrera musical como premio tiene que ser la bomba. Vamos que ni sacar las oposiciones, ni que te toque la bonoloto. Porque ¿qué mejor oficio para esta vida tan corta que el de ser cantante sin la presión de tener que vender discos? Claro que lo mejor de la presentación del concurso fue la frase que repitieron los tres miembros de jurado: «Yo no me presentaría a este concurso» coincidían. Pues más vale, porque seguro que lo ganan y ya me dirán qué hacer toda la vida con esos talentos musicales. Claro que esto de ver la evolución de los cantantes da mucho juego: los de Canal Sur también preparan su segunda edición de su Operación Triunfo de la copla. Se ve que entre las frustraciones inconfesables de los espectadores está la de ser artista que cantaba Conchita Velasco, la actriz y cantante, que se lució en el regreso de Herederos recitando en tono dictatorial y amargado la frase del capítulo: » a esta familia no la separa ni Dios». Pero dejemos a los cantantes y hablemos de los videntes guionistas de Hospital, que para su primer capítulo habían escrito un accidente de aviación. Era tal el parecido con el de Barajas que han decidido no emitirlo. Ya ven, en TV hay gente que permite que la realidad les estropee un gran capítulo. Como dice el anuncio de los cuerdos de Radio La Colifata: el ser humano es extraordinario.
Esto va en serio
HAY datos que indican que el verano se acaba; que llega lo serio. Por un lado ya está aquí la octava temporada de Cuéntame cómo pasó, que este jueves nos ofreció una castaña, en forma de comentarios, que vistos ahora parecen más batallas de la abuela que otra cosa. Por allí desfilaron periodistas, actrices para hablarnos del destape y de la mujer en aquellos años, cuando en realidad lo que queríamos era ver si le había crecido el bigote a Carlitos o si don Pablo ya se ha hecho de algún sindicato. Tendremos que esperar a la próxima semana. Los que también piensan en la nuevo temporada son los de Telecinco, que están preparando un programa que sustituya, por fin, al fulminado Aquí hay tomate . Los encargados de hacerlo son los mismos de Está pasando, que detrás de esas historias se les nota mucha mala leche.
Pero el indicador definitivo del final del veranos es el comienzo de la Liga. Ya saben: ese momento en el que el fútbol da su anual golpe de Estado y se adueña de todos los contenidos televisivos. La sección de deportes se apodera de los informativos, pero ahora no ya para contar medallitas, sino para hablar del póquer de estrellas al que esta gente vuelve todas las temporadas y que les suele dar buen resultado.
Indicativos de que llega el otoño televisivo son las entrevistas políticas con las que nos van a abrasar esta semana.
Y mientras unos se emocionan sólo con pensar que hoy podrán ver a su equipo favorito, otros, como Maldonado, recogen sus cosas en una bolsa y se largan de la tele al hogar del jubilado. Allá podrá fardar de haber tenido en vilo a millones de espectadores. Con esa habilidad para hablar y mirar de reojo los cromas y los mapas seguro que es todo un experto al mus o al tute. En cualquier estación y durante años, Maldonado fue el hombre del tiempo. Ahí es nada.
Documentos de oro
Más que la espectacular fiesta de cierre, el partido de baloncesto, en el que hasta el final no se dilucidó el oro, fue para muchos el auténtico remate de las olimpiadas. El enfrentamiento reunió al 70% de la gente, que decidió darse un madrugón que le asegurase ser testigo del milagro. Porque estaba claro que si Gasol y compañía ganaban el partido, el resultado audiovisual sería lo más parecido a la primicia del año. Los que no madrugamos nos perdimos la emoción pero, lástima, no el milagro. Y siguiendo con los porcentajes: si algo descubren los datos de audiencia es que los documentales tienen un tirón entre los espectadores más alto de lo que su escasa programación revela. La fórmula secreta: que hable de temas cercanos, que esté narrado de manera ágil, clara y concisa como para que vaya barriendo el polvo que el tiempo y las prisas dejan sobre la memoria o el conocimiento y, finalmente, que aporte información novedosa. Es por eso que, cuando se cumplen estos requisitos (y algunos otros que me guardo, que esto de las columnas no da para clases magistrales), es cuando el espectador se queda clavado en su asiento; se olvida de que en el mando a distancia hay otros canales y llega al final con la sensación de haber aprendido algo importante. Eso es lo que ocurrió con Aquella Aste Nagusia de ETB 2, el documental creado al hilo del 25º aniversario de las inundaciones de 1983, y que ayer se completó con el de Ana Urrutia, realizado en 2003. Con el género documental, las cadenas demuestran que son conscientes de su repercusión pública; ayudan a la recuperación y divulgación de aspectos históricos y de repercusión social y, por si todo esto fuera poco, que ya se sabe que no lo es, además cuentan con el respaldo mayoritario de la audiencia.
Grabar la muerte
NO sé si recuerdan el drama de Omaira Sánchez, una niña de trece años que murió tras lenta agonía, atrapada en las ruinas del pueblo colombiano de Armero, que había sido destruido por el volcán Nevado Ruiz. Una avalancha volcánica de agua y lodo que desbordó el cauce del río Lagunilla, a 250 kilómetros al oeste de Bogotá, y produjo 26.000 muertos. En aquel infierno los cámaras de televisión se toparon con Omaira atrapada en un agujero lleno de agua del que no fue posible sacarla. Los cámaras hablaban con ella mientras la grababan. Después de 72 horas la niña murió y los periodistas que hablaron con ella quedaron profundamente marcados. Veinticinco años después un juez ha prohibido la exhibición de las imágenes del accidente de Barajas. Supongo que lo habrá hecho con buen criterio, aunque la medida es lo más parecido a ponerle puertas al campo. El accidente del avión de Spanair ha demostrado que hoy en día, con las posibilidades de grabación que ofrecen los teléfonos móviles, la gente siente que lleva un reportero dentro. Se ha despertado la conciencia de que uno puede hacer el agosto grabando allá donde va. Toparte con una accidente es, vamos, como si te tocara la lotería. Hay tantas grabaciones del accidente pululando por ahí que resulta muy difícil de explicar si lo que condujo a la gente hasta el lugar fue la ayuda o la simple curiosidad de poder tomar unas imágenes que lo conviertan a uno en periodista mediático. Una cosa es la información y otra muy distinta que todos los ciudadanos del planeta se sientan en la obligación de grabar al moribundo antes de preguntarle si necesita ayuda. He pensado en la niña Omaira porque finalmente murió mientras se despedía de un avión que sobrevolaba la zona.
Verle la cara
En esa manera recurrente en que la tele utiliza al cine como apuesta segura, TVE programó la película La sombra de la libélula para la noche del martes. Allí el actor principal, Kevin Costner, que interpretaba al jefe de urgencias de un hospital, decía: «la gran mayoría de los accidentados lo último que ven en su vida es la cara del médico de guardia». La frase da miedo de sólo imaginarla. Pero ayer pudimos comprobar, al estrellarse el avión de Spanair, que la realidad supera en ocasiones a la ficción. La gran mayoría de ocupantes del avión no tuvieron ni la oportunidad de verle la cara a los médicos de urgencias porque se los tragó una gigantesca bola de fuego. El destino nos entregó una de esas loterías en forma de tragedias que aguardan camufladas en un pliegue de la normalidad de una tarde de verano. La de ayer en Barajas coincidió con los informativos y fue tan cerca que muchas cadenas emitían imágenes que ellos mismos grabaron desde los edificios donde se encuentran. La intrigante columna de humo que se veía a lo lejos en realidad era un infierno de fuego de proporciones impredecibles, pero que ya se anunciaba como incompatible con la vida. En pocos minutos millones de personas llegamos a imaginar que podíamos haber sido un pasajero más del avión de Spanair que partía de Madrid con destino a Gran Canaria. Las cadenas hicieron un gran despliegue hasta convertir la tarde en una de esas jornadas en las que la información y el directo valen su peso en oro. Poco a poco los espectadores fuimos volviendo despacio a la rutina de nuestras vacaciones o al estrés del trabajo. El escalofrío pegado al cuerpo, pensando en esas personas a las que el destino ni siquiera les dio la miserable oportunidad de verle la cara al médico de urgencias.
Qué pintan éstos
Hay obsesiones inconfesables que uno no termina de atreverse a contar a cualquiera. Qué sé yo: cantar rancheras en el coche a pleno pulmón o ver los programas de teletienda a las tres de la madrugada, por poner dos ejemplos. Pero viendo la afición que la Familia Real tiene por el deporte, esas rarezas se convierten en nada. Allá los tenemos a todos, entregados a un papel de aficionados que no sé yo quién les confiere. Se van a China, supongo que con su séquito y sus protocolos monárquicos. Cuando los veo por televisión, la verdad es que siento un poco de envidia. Tiene que ser la bomba ir de la final de 100 metros a la final de Rafa Nadal, y de allí bajar a los vestuarios de las chicas de hockey, por poner otro ejemplo, que ya puestos podían ser las de voleibol si se hubieran clasificado. Pero no, la realidad es que el verano nos tiene aquí atrapados. Unos de vacaciones pero con la conciencia intranquila por esto de la crisis y, otros, trabajando y viviendo la misma rutina: Arguiñano, Los Simpson , el Teleberri y una cabezada mientras hablan los de Pásalo .
Pero luego te acuerdas de los Juegos. De vez en cuando le das al mando en busca de las emociones fuertes que producen la competición y el hambre de medallas. Y de nuevo allá los tienes, la Familia Real, de aficionados incansables: unas veces dando apoyo moral a los perdedores, dejándoles llorar en su real hombro y, otras, cosechando los efluvios que destila el triunfo.
No me puedo imaginar cómo hubiera sido este mes de agosto sin los Juegos. Supongo que hubiéramos visto menos televisión y punto. Pero tengo para mí que esta apropiación que hace la Monarquía del éxito de los deportistas no les aporta buena imagen. Más bien parecen como eso convidados que se cuelan en las bodas y que luego en las fotos dan mucho el cante. Y éstos, ¿qué pintaba aquí éstos?
Pegarle al sake
Ha recibido tantas broncas la ciclista Maribel Moreno, tanta gente la ha juzgado en público que, hasta cierto punto, siento la necesidad de romper una lanza en su favor. Ya sé que su dopaje es un asunto feo, y más que feo, estúpido. Pero en los Juegos Olímpicos la gloria la tienen ahí, casi la rozan con los dedos y, como en muchos otros ámbitos de la sociedad, siempre hay gente dispuesta a conseguirla a costa de lo que sea. Pero también habrá que decir que es una víctima de este tinglado; que lo mismo convierte a los deportistas en dioses que en juguetes rotos como es el caso de Maribel. Una persona joven que en este momento necesita más apoyo que las fáciles alabanzas a Phelps.
Y si juzgamos los programas que se están haciendo como el de Pasando Olímpicamente y el de ETB 1 Ni hao Txina , hay que admitir que los Juegos Olímpicos tienen su lado cómico. Ayer el presentador de TVE le salió un chiste mientras se supone que informaba. ¿Recuerdan aquel grito en directo que le pillaron de Matías Prats (¿Pero esto qué es?) cuando echaba la bronca a su equipo por las numerosas interrupciones en el mundial de fútbol en Francia? Ayer el presentador para dar la noticia del bronce de Benjamin Boukpeti de Togo forzó la frase hasta convertirla en ¿Pero es togo qué es? En fin, son los efectos de no tener nada nuevo que decir y repetir los contenidos una y otra vez y, quién sabe, si de darle al sake, bebida de arroz fermentado que los chinos llevan 9.000 años produciendo. Estos Juegos no dan para mucho. Sin proponérselo, uno puede ver cuatro veces el partido de Baloncesto de España contra China y, alguna de sus canastas se repiten más de una 30 veces a lo largo del día. Los comentaristas encargados de largar todo el día puede que no le den a la EPO pero, ay dios si les hicieran un control por sorpresa.
Zeus proveerá
Decía ayer Arguiñano, mientras nos enseñaba los trucos de una sopa rusa que, además de zanahorias y remolachas, su peculiaridad estaba en que el toque definitivo se lo daba el yogur natural, decía, repito, que lo importante es que los problemas tengan solución. Le doy toda la razón, ya que lo malo de los problemas es que uno no pueda hacer nada por solucionarlos. Eso le ha pasado a su compañero de cadena Christian Gálvez, el nuevo rey Midas de Telecinco, que vuelve con Pasapalabra a su horario habitual en la tarde de la cadena, tras el cantado fracaso de ¡Allá tú! Y es que en televisión éste es el mejor remedio: si algo no funciona se lo cortan, como dice la Biblia que hay que hacer con los miembros que inducen al pecado. Y pecado, pero entretenido, es Ven a cenar conmigo . Concurso en el que se practica el viejo placer de poner a parir la mano que te da de comer. Va de lunes a viernes y ésa es la pega: como te descuides un día te pierdes las razones que llevarán a los concursantes a elegir ganador.
Pero después del peñazo de la inauguración de las Olimpiadas, he de reconocer que el beso entre la medalla de bronce y georgiana Nino Salukvadze y la rusa y medalla de plata Natalia Paderina me impresionó. El beso fraternal que ponía en evidencia la sinrazón de los dirigentes de sus países que se lanzaban al fango de la guerra como si tal cosa. Siempre se ha dicho que durante las Olimpiadas se respetaba la paz. Una mentira piadosa como otra cualquiera porque lo que de verdad ha ocurrido es que, en tiempo de guerra, ni tan siquiera se han permitido las Olimpiadas. Puestos a dirimir el tema con pistolas, deberían dejarles que se lo jueguen a Nino y a Natalia -su especialidad es el tiro con pistola de aire- al tiro más certero, pero sobre una diana. Y Zeus proveerá, porque la OTAN, en estos días olímpicos, dicen que se llama a andana.