Guadalix me mata

Me sorprende todavía la especialización de los concursantes deGran hermano. Resulta que toda aquella monserga de estudio sociológico no era más que una simple invención. Un divertimento. Como en su momento lo fueron las peleas de gladiadores y los leones comiéndose cristianos. No sé el tiempo que llevan encerrados en la casa esa de Guadalix de la Sierra. Desconozco si el encierro les invalidará para una posterior vida normal o padecerán traumas y depresiones de por vida. Está llegando el momento final y los concursantes han desarrollado un verdadero instinto para actuar y engañar al público, su juez principal, suponiendo que este juego de descerebrados y ociosos tenga algo más que no sea pura manipulación. Piensan qué movimientos tienen que hacer y a cuáles les obliga el movimiento de sus adversarios. Puestos a idealizar, hasta se podría comparar con el ajedrez. Todo estaría justificado si fuera un simple juego, pero luego vemos que nada más lejos. Edición tras edición, se comprueba que los que triunfan son los concursantes que no saben de escrúpulos. Esos que engañan, venden exclusivas, montan bodas, o cambian a conveniencia su sexualidad. No hay una razón basada en buenos valores que aporte esta universidad aparentemente improvisada de Guadalix de la Sierra. Cada año, sin embargo, ingresan nuevos depredadores, buscadores de la fama rápida y vividores del chisme y el cotilleo. Ya no se preocupan de camuflarlos entre el gentío de los casting. Aunque este año decidieran retirarlo de la programación, tardaremos muchos años hasta que su rastro desaparezca de la televisión. Esa generación de comunicadores que se inició vendiéndose ante las cámaras no valoran su intimidad. Díganme una razón para que respeten la del resto del mundo.