Sopa de Simpson

Ahí siguen a la hora de comer. Repitiendo por enésima vez cada capítulo y siendo corroborados de lunes a viernes por la audiencia. Los Simpson han conseguido convivir con nosotros, forman parte de nuestra familia. Como los balbuceos de los bebés o las cosas del abuelo, uno asimila el capítulo sabiendo toda la acción y buena parte de los diálogos. Comenzó en 1991 siendo una serie de dibujos animados para progres que se ponía a las tantas por la creencia de que esos diálogos mordaces y los mensajes de holgazanería podrían dañar la salud mental de los más pequeños. El tiempo pasa y, quince años después, los Simpson son competitivos. Le pueden a Arguiñano, superan los informativos locales y las noticias generales de Hilario Pino y las dos chicas de Cuatro. Da igual que cada capítulo se haya pasado una media de 20 emisiones, uno se pregunta si lo que tienen los Simpson es una calidad excepcional, con un trasfondo superior a la de los mismísimos libros sagrados, o se trata más bien del estado de ánimo de los espectadores ante la oferta televisiva. Una cosa es que en navidades repongan Mujercitas y en Semana Santa nunca falteBen Hur y otra que en un mes veas repetida hasta tres veces la historia de Homer evitando con su trasero una explosión nuclear en la central de Springfield. Cuando hace unos años se murió el actor de doblaje de la voz de Homer, todos creíamos que llegaba el final de la serie. Las nuevas voces consiguieron que amáramos más las ya desaparecidas, componiendo un espectáculo definitivamente irrepetible. Por más que desde América lleguen nuevas entregas dobladas con nuevas voces, no alcanzan el nivel de los originarios. Cada semana, cuando los viejos Simpson aparecen muy arriba en los índices de audiencia me asalta la pregunta. ¿Habrán venido para quedarse siempre entre nosotros? Encantado de sus repeticiones.

Chutes en la siesta


DESPUÉS de tanta tecnología digital, después de gastarnos una pasta en satélites, va y resulta que, para ver el Mundial, hay que invertir en antenas. Vaya despropósito. Durante años vendiéndonos la idea de que en poco tiempo habría un apagón analógico tras el cual todo el que quisiera ver la tele tendría que depender de la tecnología digital, y vienen los de La Sexta a pedirnos un último esfuerzo. Pon una antena por lo que más quieras, aunque sólo sea para este verano. Lo que también ha perdido enteros es la competición de la bicicleta. Recuerden apenas hace una década. Por estas fechas primaverales la audiencia marcaba hitos históricos. Hubo un tiempo en el que todo el mundo hablaba de ciclismo. Fue tal el éxito de aquellos años de Perico Delgado, Lejarreta, Olano y, sobre todo, de Miguel Induráin, que este deporte se convirtió en un serio competidor de los partidos de fútbol. Uno siente algo de nostalgia cuando estos días asiste al hermoso espectáculo del ciclismo en el Giro de Italia que todas las tardes nos acerca ETB. Una mezcla de tristeza por el devenir de un deporte que siempre tuvo algo de sagrado por estas tierras y que hoy va dando tumbos. Atrapado entre desalmados que saben qué precio tiene este espectáculo. Sátrapas que juegan sin miramientos con la salud de sus corredores. Dicen que en las investigaciones va a salir mucha gente conocida. También dicen que no aparecerán los nombres de todos los implicados. El fraude sigue. Sería injusto que se ocultara que hay otros deportes de elite basados también en sustancias o sistemas de manipulación de la sangre. Por nosotros los espectadores que no se dopen. A esta hora de la siesta que es cuando mejor se vive el ciclismo por televisión, no tiene sentido meterse nada. El público está medio dormido y no se da cuenta a qué velocidad suben el Mortirolo.

Impactos fatales

Las imágenes del rescate de los tripulantes de la embarcación Movistar que estaba de regata por aguas internacionales, pese a su fuerza, chocan frontalmente con esas otras de los cayucos remontados hasta las costas canarias. Evidentemente, la realidad también retrata estos dos mundos. El digamos occidental, que es una apuesta técnica y monetaria por la aventura, y el salto sin red que supone el viaje al primer mundo. Dos realidades paralelas pero que tienden a no mezclarse. Porque tiene algo de injusta la supervivencia, por ejemplo, de los concursantes de la isla de Telecinco frente a la de esos niños famélicos de Zambia que se cuelan, de vez en cuando, en algún documental o a través de los anuncios de alguna ONG. La pelea se está convirtiendo en un género en sí mismo. Un producto capaz de tener autonomía propia. La protagonizada el otro día en Salsa Rosa por Bienvenda Pérez y Bárbara Rey es un aperitivo de lo que nos espera. Hay todo un ejército de conocidos dispuestos a recuperar su fama poniéndose a parir delante de la cámara. Y de las peleas verbales ya se sabe, hay un momento en el que uno puede pasar a las manos. ¿Recuerdan aquel programa que recogía Crónicas Marcianas en el que un hombre era pegado al mismo tiempo por su mujer y su amante? A este paso lo tendremos en nuestra programación en poco tiempo. Aquel famosillo que lleve un tiempo en el dique seco no tiene más que buscarse un par, otro púgil televisivo al que le vaya la marcha y, hala, a insultar. Nuestra televisión padece las mismas irreconciliables enfermedades que la sociedad. Ayer, sin ir más lejos, Lorenzo Milá espetaba a bocajarro el juicio por el caso de una mujer que ahogó a sus dos hijos y luego intentó suicidarse. Hay noticias que son verdaderos disparos. Impactos de los que desconocemos el efecto cuando llegan a los oídos de nuestros niños.

Europesadillas

Alas en mi espalda. Así de confusa es la traducción de la canción ganadora del último festival de Eurovisión. Cuatro horas de retransmisión precedidas de dos largos programas clasificatorios. Lo del sábado con el festival de Eurovisión fue puro cuento de terror. Como aquel relato de Oscar Wilde en el que envejecía el personaje del cuadro en vez del protagonista. El sábado nació el monstruo y, dentro de su fealdad, resultó ser lo más bello de un certamen envejecido por el tiempo y por su inutilidad. Ganaron unos chicos fineses algo traviesos y con afición al heavy metal que, pese a no ser conocidos en muchos sitios, y no me extraña, tienen su pastelito de fama asegurada en su Finlandia natal. Con la originalidad que nos caracteriza, que nadie descarte el próximo año a una de estas flamencas con toda su cohorte de palmeros y taconeadores, que se pasee con su taxi por el escenario El Fary o que acuda Luis Aragonés después del desastre anunciado en el que se puede convertir su selección de niños guapos o rubios. Si para ganar Eurovisión hay que dar miedo, que se preparen, porque aquí material tenemos en abundancia. Nos falta sentido escénico, eso sí, pero tampoco losheavys fineses es que anduvieran sobrados, más bien es que llegaron en el momento justo. De las cuarenta y tantas canciones seleccionadas, la más conocida vía Internet era ésta, así que tampoco es extraña su victoria. Unos hablan del factor sorpresa, otros del efecto vestuario y, los refinados, del in crescendo final en el que al cantante le crecían alas de mariposa. Los escépticos sospechamos que fue la mala leche del público la que se impuso. Vale. Votamos. Nos dejamos una pasta pero que, el próximo año, desaparezca este espectro fantasmal de Eurovisión. Que esta puñalada trapera sea el fin, no sea que la pantalla, un año de éstos, nos muestre nuestra cara desfigurada.

Calienta pantallas

EL éxito en la televisión no siempre llega a las primeras de cambio. En ocasiones hay que ir introduciendo una serie de modificaciones a la idea original que puede que consigan reactivarla. El reality Supervivientes de Telecinco, por ejemplo, no comenzó muy potente. Estaban tan preocupados que estudiaron la posibilidad de cambiar de día la emisión. El simple exhibicionismo y la intimidad vulnerada no pueden con el Doctor House de Cuatro ni con los peliculones de Antena 3. Al parecer, han pedido más madera a los concursantes. Vamos, que tienen que mover ficha y provocar escenas más calientes; provocar momentos más conflictivos o los mandan para casa antes de tiempo como pasó con aquel despropósito de La cocina de mi vida. Otro que ha cambiado es El loco de la colina. El maestro maneja como nadie los trucos de la entrevista pero su realización estaba fuera de lugar. La selección de planos era como un homenaje a las pinturas negras de Goya. Primeros planos largos que intentaban atrapar lo más íntimo, más que el gesto el mohín, hasta el olor corporal de los entrevistados parecían querer tomar aquellos planos. Pero desde hace unos cuantos programas compruebo que Jesús Quintero ha cambiado de realizador. Sus entrevistas son menos agobiantes, por sus planos televisivos corre más el aire. Ha perdido un poco de intimidad pero, a cambio, se puede ver y respirar. El espectador no tiene aquella sensación de viajar en un coche cama o un ascensor. Ahora, con más luz, la cámara se acerca y se aleja. Los entrevistados se saben fotografiados y, en la mayor parte de los casos, hasta coquetean con la cámara. Ponen su perfil preferido, entornan los ojos como si quisieran camelar al espectador y las hay que mueven las pestañas al público como si quisieran hacernos cosquillas en la cara. Una gozada.

Sofá y mando

SI el año pasado el programa revelación fue Vaya semanita, este año ha tomado el relevo Eva Hache. El humor sigue siendo uno de los elementos fundamentales en esas últimas horas del día. Más o menos, a eso de las diez de la noche, se produce la explosión: Vaya semanita en ETB, Aquí no hay quien viva en Antena 3, El Guiñol en Cuatro, Camera Café o Los Serrano en Telecinco, El intermedio en la Sexta. Las risas en la programación televisiva se guardan para la noche, no se sabe si por el bien de la audiencia o, a mala leche, para birlárselas a los niños. Claro que 200.000 de éstos pasan de todo y se quedan hasta las tantas como si la prohibición no fuera con ellos y a sus padres tampoco les importa mucho. La noche es para el humor como las bicicletas para el verano. Al otro lado de la pantalla, en los hogares, las escenas de humor se repiten a diario. Porque, ¿quién es el encargado de apretar el botón correspondiente imponiendo su criterio al resto de los habitantes de la casa? En este punto, allá cada cual con sus decisiones. La lógica indica que existe un acuerdo, que finalmente se pone la cadena del consenso. Pero en realidad nada más lejos de esto. Apretar el botón de tu elección en muchas ocasiones representa todo un golpe de estado, una prueba de fuerza y salirte y, para salirte con la tuya, es necesario dosis altas de astucia. Todas las noches se producen peleas en las que se emplean todo tipo de malas artes para colarse de rondón en un sofá ya ocupado o estirar las piernas si uno llega el primero. La refriega se convierte en algo tan rutinario que, poco a poco, se va llegando a un acuerdo de mínimos. Un poco de humor, un rato de informativos, algo del partido de fútbol. Descartada la tiranía se produce en cada salón un sinfín de combates en losque se compite por hacerse con un buen asiento y lograr el mando.

Sin Mundial

Se cumplen los cincuenta años de TVE. Cuentan que al principio la gente que se hacía con un televisor recibía la visita de todo el bloque para ver las telenovelas, las corridas de toros y el partido de fútbol. Nos encontramos a menos de un mes para que dé comienzo el Mundial de Alemania. Desde La Sexta aseguran que se podrá ver en un 80% del territorio y este inquietante porcentaje no nos asegura nada. ¿Qué pasaría si ese 20% restante concentra al 80% de los espectadores? Está claro que la televisión es un medio proclive al desafío, a resolver los problemas con improvisación. Queda tan poco tiempo y es tal la ignorancia a que está sometido el personal, que uno no tiene claro si lo que pretenden es que cambiemos la afición por el fútbol por el automovilismo. El seleccionador mayor del reino, Luis Aragonés, leyó ayer lunes la convocatoria de la selección nacional de fútbol. Una relación que responde a criterios mediáticos más que a futbolísticos. Desde los medios de comunicación de Madrid se echaba de menos a Guti, Baraja y Morientes. Supongo que porque el rubio de bote que usan algunos daba bastante juego en los anuncios. En los últimos años la selección de fútbol está perdiendo todo el tirón televisivo que en su momento tuvo. Es como si funcionara con otros criterios extradeportivos más relacionados con el marketing que con el fútbol. Faltan veintitantos días para el Mundial. Mientras unos se preguntan si llegarán a tiempo con el tema ese de las antenas para poder verlo, otros aficionados están buscando equipo. De la misma manera que hay gente que en el partido del Barcelona llevará la camiseta del Arsenal, para el Mundial de Alemania hay ya muchos que se están aprendiendo por si acaso la alineación de Serbia y hablando con el pariente de Vitoria, que él sí que ve La Sexta.

Sí, dígame

¿RECUERDAN aquellos programas de vídeos que normalmente vienen de EEUU y que contienen persecuciones de la Policía, atracos a supermercados o escenas de sexo en la playa? Muchas de ellas han sido grabadas por las Fuerzas de Seguridad. Centinelas que portan una cámara de vídeo en una mano y una placa de autoridad en la otra. Buena parte de ese material es confidencial y parece que a nadie le importa cómo, por qué y en qué momento perdió su privacidad para ser producto de espectáculo en un medio de comunicación público. Esta reflexión viene a cuento ahora que el diario USA Today (de nuevo la prensa al servicio de los ciudadanos) destapara el tema de las escuchas indiscriminadas en las conversaciones telefónicas privadas que ha practicado su propio Gobierno. Esta mezquina planificación debería ser la gota que colma el vaso. Que un presidente como Bush defienda su legalidad es un síntoma clarísimo de que esa sociedad corre un serio peligro. Todo indica que la democracia que todavía les queda tiene sus días contados. No estaría yo muy tranquilo, si fuera habitante de este país, de que no vendieran esa información. Si todavía podemos ver esas imágenes en las que coches patrulla persiguen por autopistas y ciudades a algún delincuente, si se venden las imágenes de ciudadanos que conducen borrachos y luego son carne de escarnio público, ¿qué confianza se puede tener en la Agencia de Seguridad Nacional, que miente? Primero niega las escuchas y luego alega que es por el bien de los ciudadanos. Seguramente el valor de todo ese material confidencial de conversaciones privadas, domésticas o de negocios tenga ya un precio. Habría que saber si, junto con las escuchas, también hay imágenes, porque quizás estemos ante el gran negocio televisivo de la década. Quizás todavía el granreality esté por llegar.

¡Vaya mimbres!

HAY una norma no escrita, pero que funciona en nuestra televisión, que otorga todo el protagonismo a los que en un momento fueron conocidos por una circunstancia u otra. Esa misma ley por la que ahora a Fernando Alonso lo visten de bárbaro, le ponen a bailar claqué y lo que haga falta. Pasó lo mismo con los presentadores de informativos. Personajes superfamosos puesto que, día a día, pasan más de una hora delante de millones de personas y que, ahora, venden su credibilidad hasta el punto de que no sabes si cuando te venden una cuenta naranja te están dando una primicia. Luego existen también los personajes con tirón. Aquí el ejemplo más significativo es Anne Igartiburu vendiendo parcelas o adosados o lo que sea ese batiburrillo que venden en Oropesa. Al parecer, la clave está en alargar el tirón del famoso hasta las últimas consecuencias. Los sollozos de Belén Esteban, a Rosa de OT cuya voz prodigiosa ahora resulta que no vale un pimiento y la tienen todo el día ensayando pasos acrobáticos en Mira quien baila. Eso por no hablar de Fernando Romay, un tipo grande donde los haya que lleva décadas intentando triunfar en el mundo de la televisión. Luego están los participantes en concursos como Gran Hermano. Un pequeño trampolín que permite a los concursantes formar parte durante un tiempo limitado de tertulias del corazón. Su mayor mérito es sentarse en una de esas sillas y vender lo que haga falta para seguir sentado en ella. Personajes siniestros como Kiko y Aida, especialmente preparados para sacar los trapos sucios y hacer bazofia televisiva con ellos. Puro equilibrismo el de unos y otros. Unos venden su credibilidad, a otros les basta con hacer su papel y estos últimos que saben que, o muerden, o se van a la calle. Con estos mimbres, claro, tenemos la tv que nos merecemos.

Chivatos en la red

Son estas series que primero se estrenan en EEUU y por aquí hay gente que ya las ha pillado. Si te descuidas, te soplan el final, a través de los canales digitales accediendo directamente a la cadena que los emite dentro de este negocio desleal que es la piratería a través de Internet. Ocurrió hace poco con la nueva temporada del doctor House: la gente iba anticipando las tramas y, claro, no es lo mismo. Buena parte del encanto de la serie reside precisamente en ver cómo House hostiga a sus colegas, cómo estos se devanan los sesos, cómo van descartando esas infinitas combinaciones de síntomas rarísimos hasta descubrir que, milagro, lo que los produce era una que tenía instalada en el cerebro o que la enfermedad fatal era, en realidad, una simple infección de hemorroides. Los nuevos medios de comunicación, y en especial la información que se cuelga en Internet, hacen que las fronteras que antes existían ahora hayan desaparecido totalmente. De alguna manera, el atractivo que mantiene en vilo al espectador no puede ser la sorpresa inesperada de una muerte o una boda, porque eso hoy corre por la red como la pólvora. El éxito de las nuevas series reside en ir haciendo más interesante todo el proceso de la creación de los personajes. Desde Ally Mcbeal esta idea ha ido creciendo y haciéndose más sofisticada hasta llegar a la maestría de CSI, en la que, cada capítulo, es toda una joya de la nueva ingeniería del guión. No basta con crear un personaje y que el espectador lo ame. Hace falta que cada semana se le ponga en aquellas situaciones que lo conviertan en víctima y verdugo de su propio destino. Ocurre lo mismo con el magnífico póquer de Mujeres desesperadas, en el que cada capítulo es como una partida en la que, el espectador, nunca sabe a qué carta quedarse. Eso engancha mejor que una sorpresa y nadie te la destroza vía Internet.