Niños, al loro

El abuelo lo dijo a la hora de la cena: «Levanto mi copa de manera especial por la gran ilusión que me produce la muy feliz noticia del próximo nacimiento del segundo hijo de mi hijo». En cualquier familia moderna lo encerrarían al abuelo en una residencia, pero, va y resulta que el abuelo era Borbón y en esas familias se les perdonan estas manías. En vez de: «La Leti está preñá», que diría cualquier mortal (incluido, claro está, Sabina) pues se lanzan a esas proclamas aprovechando que hay confianza con el presidente de Portugal. El tema embarazo ha estallado y, por lo visto, nadie se había enterado. Tanto analista tío listo rizando el rizo de la sucesión y llega el embarazo pillando a estos cotillas profesionales en fuera de juego total.
Uno se pregunta: ¿Por qué la llaman televisión cuando quieren decir manicomio o puticlú donde se practica la perversión de menores? En efecto, se ha presentado el más indecente de los programas de la historia de la televisión. De nuevo se utiliza la figura de los niños para que los enchufados habituales hagan un bolo o se ganen una pasta. Ocurre con Ankawa donde, a las mil de la noche, unos niños muy repipis leen las preguntas que les preparan los guionistas. Ahora ponen en marcha El primero de la clase , otra de niños también por la noche. Una invitación a que los peques y sus custodios rompan la norma de que la televisión a partir de las diez de la noche entra dentro de lo prohibido. Lo de TVE y los niños comienza a ser preocupante. Al parecer no se les ocurre ningún otro recurso para captar la atención de su audiencia que sacando a deshoras a esos adultos haciéndose los simpáticos con las criaturas. Ponen en práctica aquella frase bíblica: «Dejad que los niños se acerquen a mí». Desde los tiempos del barco de Chanquete no se había visto nada tan inquietante.

Con dos audífonos

A VECES este oficio parece que se basa en desear el mal ajeno. Vamos, que no se coman una rosca esos programas y series de los que se habla de manera reiterada y negativa. La crítica busca la excelencia y, en ocasiones, se comete el error de dejar sin mencionar aquellos programas que cumplen con creces las expectativas que un programa de televisión debería levantar y cumplir. Uno critica formatos por anticuados o inapropiados, critica temáticas por dañinas y sin sentido y se hace con la voluntad de que, al otro lado, alguien tome nota y rectifique o modifique los errores. Pero ocurre que, en ocasiones, el que se equivoca es el crítico, porque si no, no se explica que alguno de los programas más criticados sean los que mayor éxito cosechan a todos los niveles. Uno de estos programas que levantan esas pasiones contrapuestas de amor odio, insulto y fascinación es OT . Ya no cosecha la expectación que el público le brindó en las primeras ediciones, pero ha conseguido que sus casting se conviertan en fenómenos socioculturales de primera magnitud. La gente quiere ser uno de los elegidos. A los casting se presentan todo tipo de gente: los que no saben cantar pero les da igual y nadie se atreve a decírselo, imitadores de Bustamante, clones de Bisbal, adolescentes con voz Rosa… todo un espectáculo cuyos propietarios no dudan en explotar. Este año el rizo lo ha rizado Encarnación, una joven andaluza sorda. Alucinados se quedaron los de la productora Gestmusic, encargada de las pruebas, cuando vieron que, antes de cantar, se colocaba unos audífonos. La perla en bruto estaba allí con dos… audífonos. Unos dicen que fue seleccionada de puro morbo, otros que mira Beethoven lo que hizo y estaba más sordo que una tapia. En el fondo, detrás de cada espectador hay un crítico. Así que hoy mejor me callo. ¿Se atreverá alguien a echarla de la academia?

Ana y ‘Goenkale’

LA actualidad impone que en esta columna hablemos del estreno de Ellas y el sexo débil, pero va a ser que no. Que después de haberlo dicho todo sobre la bajeza moral y el mínimo nivel intelectual que representan todos los programas y series en los que aparece Ana Obregón, me planto. Que sea el silencio del público y el sentido común de los espectadores los que lleven a este engendro al lugar que le corresponda, siguiendo las pautas necesarias para el reciclaje, la depuración y la incineración en los basureros. Si uno mira minuciosamente la cartelera, encontrará rarezas que han adquirido la categoría de milagro. Metrópolis es una de ellas. Programa cultural y, en muchas de sus ediciones, alternativo, que tiene la friolera de ochocientas entregas, y eso que buena parte de su vida ha sido semanal y, como esos bombones que anuncia la Preysler, se dejan de hacer en verano. Metrópolis es una apuesta que habla de todo tipo de lenguajes artísticos. Es un programa rompedor por la naturaleza de los artistas que presenta y por el atrevimiento de los contenidos. Cerca de 20 años siendo referencia. Una pequeña brújula televisiva con la que guiarse entre el escurridizo y cambiante mundo de las vanguardias. Pero, volviendo a las series de ficción, mañana comienza en ETB 1 la nueva temporada de Goenkale, y ya suma 13 cosechas. Los problemas de Arralde forman parte de la cultura colectiva y los integrantes de la familia Lasa han trascendido al nivel sicológico de nuestros vecinos. Goenkale no se refugia en el recurrente efecto de la ficción sin pretensiones. En una sociedad que conocemos de sobra, habla de la vida y no renuncia a dar el repaso que se merecen nuestras habituales manías, mezquindades y males de ombligo. Tiene un toque sincero, nada frecuente en la televisión de nuestros días, que se agradece.

Al baile de Franco

La millonaria iraní Anousha Ansari se gasta 25 millones en viajar por el espacio. Un capricho con el que se podría solucionar la vida de miles de personas, pero… ésa es otra historia. Quizás sus nietos puedan presumir ante sus amigos de que su abuela tenía mucha marcha y que fue la primera en subirse a un cohete y dar vueltas por el espacio. Estamos seguramente ante una inmoralidad, pero de alguna manera es algo personal: Anousha se gasta su pasta como le viene en gana. Lo peor es que TVE se la gaste en pagar a los amigos de Bertín Osborne (apellido que el Word cambia misteriosamente por Soborne), por hacerles carantoñas a los animalillos acojonados que llevan a los platós de televisión. Pero lo peor llegó con la nueva edición de ¡Mira quién baila! Por darle el capricho exhibicionista a la mismísima nieta de Franco de bailarnos el mambo en la tele del abuelito. Como si la sociedad española no hubiera hecho suficiente por su patrimonio, resulta que viene a ritmo de rumba y cobra el impuesto revolucionario. La inmoralidad, o la irracionalidad, en el ente se les escapa a borbotones. Cuando salga la siguiente cifra del déficit de RTVE los contribuyentes deberían levantarle el dedo a Hacienda, o hacer un asterisco especial para que, a este medio, no se destinase ni un céntimo. Hay cosas que no cambian. Bueno, las princesas iraníes, o lo que sean ahora, sí, que ahora les da por exiliarse por el espacio pero, en este corral, los Franco siguen cobrando una pasta por mover un poco los michelines a ritmo de foxtrot americano. No sé si estamos ante alguna nueva variante de venganza, un corte de mangas póstumo y cachondo del dictador desde el otro mundo o una lección histórica de primer orden. Alguna lumbrera de TVE nos quiere decir que, en realidad, la culpa de aquellos cuarenta años de dictadura fue del chachachá.

Tócala otra vez

Si me preguntan a quién elegiría para presentar el programa retrospectivo de TVE que hablará de su historia y recuperará sus imágenes, prometo que hubiera adivinado su nombre entre un millón. Hubiera dicho que el candidato es Jesús Hermida. ¿Por qué? Pues porque aquí el negocio este de la televisión siempre lo manejan entre los mismos y, cómo no, lo presentan Matías Prats, que ahora no puede porque anda hasta arriba con bancos, Liga de campeones y telediarios y Jesús Hermida, que está jubilado. ¡Ay Hermida! Aquel tipo afectado lleno de tics y de silencios fue uno de los grandes. Estos programas tienden a vender la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y si analizamos la casquería y los tarados que pululan por nuestras televisiones, desde luego que se siente cierta nostalgia de Hermida, Luis Amestoy o Rodríguez de la Fuente. Aquellos maravillosos años en los que quieren convertir el aniversario podrán tener la fuerza de la exclusividad, pero representan también las televisiones que nunca se permitieron, las culturas a las que jamás se les dio una oportunidad. RTVE fue el gran instrumento que consiguió la mayor unificación cultural hasta el punto de conseguir, de norte a sur, que el país entero cantara el La,la,la en Eurovisión y fuera sumando los puntos que hicieron ganarlo a Massiel. Estos jueves otoñales, después de Cuéntame cómo pasó, viene Hermida con La imagen de tu vida a tocárnosla otra vez Sam. La fibra, digo. Nos hablará de un país trayendo a nuestra memoria esas imágenes antiguas con la que muchos no nos sentimos identificamos. Cuando veo a este viejo presentador hablar con su característica pasión de aquellos años, tengo la sensación de que este programa lo he visto cientos de veces y de que, mientras RTVE se quita de encima a miles de prejubilados, ahora, para las bodas de oro, llaman a un jubilado. Paradojas.

Hacerse el orejas

ESTA semana comenzó con el aniversario de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York y, por lo tanto, se revivieron momentos tremendos que medio mundo pudo ver en directo. La tragedia, servida en toda su crudeza. Poco a poco uno se iba dando cuenta de que la maldad se puede ir inventando y que aquel horror había sido diseñado y ejecutado conformando una perfección macabra. Las imágenes forman parte de nuestro acervo cultural y podemos verlas sin mayores sofocos como si formaran parte de un filme. De hecho, muchos de los niños que las han visto no tienen la posibilidad de saber si es pura ficción o no. Después de muchos años, el otro día la tele nos trajo una entrevista a un líder del Partido Popular sometiéndose a las preguntas de Iñaki Gabilondo en Cuatro, un medio nacido precisamente una vez que el PSOE asumiera el poder. No es que se echen en falta las entrevistas a los políticos porque son los verdaderos especialistas en escabullirse de la pregunta y hacer de la contestación una suerte de discurso de aquellos intereses que quieren subrayar. Más que una entrevista asistimos a un mano a mano. Por un lado, estaba la pericia de Iñaki Gabilondo para que Rajoy se saliera del discurso que traía preparado y, por otro, la capacidad del -es posible que ésta no sea la mejor expresión para nombrarlo- líder de la oposición. El combate fue duro. Gabilondo se atrevió a cruzar la línea de la pregunta objetiva para meterse en la ciénaga de las opiniones. Rajoy salió ileso a fuerza de no responder a una sola cuestión que se le planteara. Después de ver la entrevista es lógico que cualquiera piense que el ejercicio de la política a este nivel tiene más que ver con el discurso de un loro fonambulista. Es el juego de no responder a lo que se pregunta. Echar balones fuera; hacerse el orejas y soltar, como sea, el discurso que a uno le han preparado.

Noticias y cloacas

SI durante unos años hubo cierta unanimidad en que Mª Teresa Campos era la reina del periodismo televisivo, está claro que ahora la que corta y pincha es Ana Rosa Quintana. Aquella chica capaz de mandar plagiar con su nombre lo que hiciera falta, ahora se ha convertido en la referencia periodística. Triunfa en su plató salón donde el cotilleo juguetea con la información internacional. Nadie en el mundo había conseguido ponerse en contacto con los familiares de Natascha, la niña secuestrada y escapada. Pero aquí viene el poderío. Ana Rosa que manda a Austria a sus colaboradores y nos traen en exclusiva una entrevista con el padre de la criatura. Ríanse ustedes de la prensa rosa. En estos momentos si alguien está haciendo algo de periodismo de investigación resulta que es ese periodismo denostado por acercarse al lado frívolo de la sociedad. Ahora los periodistas que funcionan son los que saben comprar porque ellos fueron los primeros en venderse. Uno puede esperar que un periodista traiga una exclusiva pero si no se viste de negro y regala unas gafas al final no tiene gracia. El periodismo televisivo se ha convertido en una doble pirueta para osados saltimbanquis que al final regalan gafas negras a los ministros y jefes de Estado, o de charlatanes de plató capaces de cruzar todas las alcantarillas del mundo sin que les venga una sola arcada. Periodistas que no han pasado por una facultad pero que tienen la facultad de alcanzar lo que se proponen y de paso pasarse la facultad por donde les viene en gana. Ha comenzado el curso televisivo y en el horizonte inmediato vemos que la figura decadente y cursi de Ana Rosa Quintana toma la delantera. Mientras los aprendices de Gran Hermano se exhiben con entusiasmo sabedores de que ese es el precio para ingresar en el reino de la televisión.

Humo y realidad

LA casualidad también hace televisión, y si no que se lo pregunten a los de La Sexta. Esperaban con resignación en la plaza de Castilla de Madrid la llegada del autobús de la selección de baloncesto. El retraso estaba poniendo en peligro la retransmisión ya que el comentarista ya estaba repitiendo por enésima vez las mismas tonterías triunfalistas que se dicen en estos casos. Pero, milagro, allá mismo con apenas girar la cámara descubrieron el gigantesco incendio de un rascacielos en construcción. Ya ven: la realidad tiene argumentos importantes. La entrevista a Natascha Kampusch, por ejemplo, se ha convertido en el fenómeno televisivo del año pero, a diferencia de otros similares, éste era real. Estaba basado en la realidad y, en este caso, superaba con creces cualquier tipo de ficción. El documento despertaba morbo, curiosidad, admiración y multitud de sensaciones, pero era un reportaje que reflejaba la realidad. Y digo esto porque de un tiempo a esta parte, los entrevistados con algún tirón televisivo vienen más por haber forzado la realidad y son, en general, personajes de ficción. La entrevista a Natascha es un documento informativo cuyo valor está precisamente en el testimonio vital. Una historia tan terrible se merece toda la atención del mundo y consigue sin proponérselo capitalizar el interés general. Exactamente lo contrario que esos testimonios diarios que ofrecen los triunfitos y los autoprisioneros de Gran Hermano cuando visitan el llamado confesionario. Estamos ante dos formas de espectáculo y de entender la tv. Mientras una cuenta con la fuerza y los argumentos que le ofrece la dura vida, la otra se recrea en la pura mentira. Ya ven la tele se hace con materiales de verdad, con puro humo y, de vez en cuando, se aparece la Virgen en forma de incendio.

Presos por el éxito

COMIENZA la enésima edición de Gran hermano con los mismos ingredientes simplones que siempre lo han caracterizado, pero con esa fuerza que lo convierte en líder de audiencia a pesar de los pesares y de la opinión de la mayoría. Hoy se le ofrece de nuevo la enésima oportunidad a Mercedes Milá de mantenerse en el estrellato de los periodistas y comunicadores. Todo gracias a un programa cuya única pretensión es la de espiar los asuntos íntimos de unos ciudadanos que han decidido dejar de serlo durante el tiempo que dure el programa. Paralelamente, los presos de El coro de la cárcel ensayan en el Dueso para la actuación final. Cantan y cantan convencidos de que han encontrado una razón para la normalidad. Lo hacen con pasión porque, de pronto, han descubierto que su entrega puede llevarlos, incluso, fuera de esa prisión con vistas al mar donde han perdido buena parte de su vida. Vaya paradoja. Mientras unos se dejan encerrar para conseguir unos días de gloria, otros, quizás ajenos a su propio éxito, cantan y hablan de la vida como terapia y como fórmula para escapar de su prisión. La Señorita Rotenmeier Milá irá ordenando que ingresen en la casa prisión de Guadalix de la Sierra para que, de esta forma, comience el juego exhibicionista, macabro y sadomasoquista. Concursantes afortunados a la vez que prisioneros, observados permanentemente por millones de personas a cualquier hora del día. Quizás ellos sientan la sensación de alegría por haber sido elegidos. Nada más lejos. Comenzará entonces una nueva patraña televisiva en la que se homenajea con mucho atrevimiento e ignorando la pérdida de varios derechos humanos. No todo vale en el espectáculo. Esta prisión llamada Gran hermano no es algo para sentirse orgullosos, por mucho éxito que tenga, es una auténtica vergüenza.

La tele y la tarjeta

MES a mes crece y ya se detecta en la calle. Me refiero a esa tendencia que no cesa desde hace mucho tiempo por la que los únicos índices de audiencia que suben son los de las canales temáticos. Todo ese universo especializado en el que, previo pago, puedes encontrar la televisión de tus sueños o de tus manías personales. Unos porque les va, qué se yo, la caza y se pasan todo el día viendo reportajes de perdices, la persecución del corzo en la sierra de Gredos y esos especiales en los que te explican con todo lujo de detalles cómo se desmonta un rifle y cosas así. Otros se pasan el día viendo el canal de la nieve y las estaciones de esquí, otros prefieren el golf y, en cuanto pueden, conectan con su canal para ver a sus figuras darle a las pelotas, que acaban en el agujero como atraídas por un imán. La tv de pago está bien si tienes la suerte de poder pagarla. De comprar sus productos como quien visita el supermercado: una película para el viernes por la noche, más otra para que los niños pasen la mañana del sábado más el partido de fútbol para el sábado son veinte euros. Pero no hace tanto que, en este país, uno se conformaba con la oferta de la televisión en abierto. Una especie de servicio público cuyo único canon era el de soportar, como se podía, una buena ración de anuncios. Ahora el público quiere servicios exclusivos; formar parte de grupos diferenciados y toda esa monserga de lo VIP. Estamos asistiendo al declive de la televisión para todos y vamos hacia otra que cambia según el color de la tarjeta de crédito. Antes la programación era la misma para todos y ahora que hay mayor competencia, resulta que lo novedoso es la etiqueta con el precio. La tv lleva camino de convertirse en unos grandes almacenes de intangibles. Entras, eliges y pagas. Ahora lo que falta es que añadan esa coletilla: si no te gusta te devolvemos el dinero.