Presos por el éxito

COMIENZA la enésima edición de Gran hermano con los mismos ingredientes simplones que siempre lo han caracterizado, pero con esa fuerza que lo convierte en líder de audiencia a pesar de los pesares y de la opinión de la mayoría. Hoy se le ofrece de nuevo la enésima oportunidad a Mercedes Milá de mantenerse en el estrellato de los periodistas y comunicadores. Todo gracias a un programa cuya única pretensión es la de espiar los asuntos íntimos de unos ciudadanos que han decidido dejar de serlo durante el tiempo que dure el programa. Paralelamente, los presos de El coro de la cárcel ensayan en el Dueso para la actuación final. Cantan y cantan convencidos de que han encontrado una razón para la normalidad. Lo hacen con pasión porque, de pronto, han descubierto que su entrega puede llevarlos, incluso, fuera de esa prisión con vistas al mar donde han perdido buena parte de su vida. Vaya paradoja. Mientras unos se dejan encerrar para conseguir unos días de gloria, otros, quizás ajenos a su propio éxito, cantan y hablan de la vida como terapia y como fórmula para escapar de su prisión. La Señorita Rotenmeier Milá irá ordenando que ingresen en la casa prisión de Guadalix de la Sierra para que, de esta forma, comience el juego exhibicionista, macabro y sadomasoquista. Concursantes afortunados a la vez que prisioneros, observados permanentemente por millones de personas a cualquier hora del día. Quizás ellos sientan la sensación de alegría por haber sido elegidos. Nada más lejos. Comenzará entonces una nueva patraña televisiva en la que se homenajea con mucho atrevimiento e ignorando la pérdida de varios derechos humanos. No todo vale en el espectáculo. Esta prisión llamada Gran hermano no es algo para sentirse orgullosos, por mucho éxito que tenga, es una auténtica vergüenza.

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