Esto va en serio

HAY datos que indican que el verano se acaba; que llega lo serio. Por un lado ya está aquí la octava temporada de Cuéntame cómo pasó, que este jueves nos ofreció una castaña, en forma de comentarios, que vistos ahora parecen más batallas de la abuela que otra cosa. Por allí desfilaron periodistas, actrices para hablarnos del destape y de la mujer en aquellos años, cuando en realidad lo que queríamos era ver si le había crecido el bigote a Carlitos o si don Pablo ya se ha hecho de algún sindicato. Tendremos que esperar a la próxima semana. Los que también piensan en la nuevo temporada son los de Telecinco, que están preparando un programa que sustituya, por fin, al fulminado Aquí hay tomate . Los encargados de hacerlo son los mismos de Está pasando, que detrás de esas historias se les nota mucha mala leche.

Pero el indicador definitivo del final del veranos es el comienzo de la Liga. Ya saben: ese momento en el que el fútbol da su anual golpe de Estado y se adueña de todos los contenidos televisivos. La sección de deportes se apodera de los informativos, pero ahora no ya para contar medallitas, sino para hablar del póquer de estrellas al que esta gente vuelve todas las temporadas y que les suele dar buen resultado.

Indicativos de que llega el otoño televisivo son las entrevistas políticas con las que nos van a abrasar esta semana.

Y mientras unos se emocionan sólo con pensar que hoy podrán ver a su equipo favorito, otros, como Maldonado, recogen sus cosas en una bolsa y se largan de la tele al hogar del jubilado. Allá podrá fardar de haber tenido en vilo a millones de espectadores. Con esa habilidad para hablar y mirar de reojo los cromas y los mapas seguro que es todo un experto al mus o al tute. En cualquier estación y durante años, Maldonado fue el hombre del tiempo. Ahí es nada.

Documentos de oro

Más que la espectacular fiesta de cierre, el partido de baloncesto, en el que hasta el final no se dilucidó el oro, fue para muchos el auténtico remate de las olimpiadas. El enfrentamiento reunió al 70% de la gente, que decidió darse un madrugón que le asegurase ser testigo del milagro. Porque estaba claro que si Gasol y compañía ganaban el partido, el resultado audiovisual sería lo más parecido a la primicia del año. Los que no madrugamos nos perdimos la emoción pero, lástima, no el milagro. Y siguiendo con los porcentajes: si algo descubren los datos de audiencia es que los documentales tienen un tirón entre los espectadores más alto de lo que su escasa programación revela. La fórmula secreta: que hable de temas cercanos, que esté narrado de manera ágil, clara y concisa como para que vaya barriendo el polvo que el tiempo y las prisas dejan sobre la memoria o el conocimiento y, finalmente, que aporte información novedosa. Es por eso que, cuando se cumplen estos requisitos (y algunos otros que me guardo, que esto de las columnas no da para clases magistrales), es cuando el espectador se queda clavado en su asiento; se olvida de que en el mando a distancia hay otros canales y llega al final con la sensación de haber aprendido algo importante. Eso es lo que ocurrió con Aquella Aste Nagusia de ETB 2, el documental creado al hilo del 25º aniversario de las inundaciones de 1983, y que ayer se completó con el de Ana Urrutia, realizado en 2003. Con el género documental, las cadenas demuestran que son conscientes de su repercusión pública; ayudan a la recuperación y divulgación de aspectos históricos y de repercusión social y, por si todo esto fuera poco, que ya se sabe que no lo es, además cuentan con el respaldo mayoritario de la audiencia.

Grabar la muerte

NO sé si recuerdan el drama de Omaira Sánchez, una niña de trece años que murió tras lenta agonía, atrapada en las ruinas del pueblo colombiano de Armero, que había sido destruido por el volcán Nevado Ruiz. Una avalancha volcánica de agua y lodo que desbordó el cauce del río Lagunilla, a 250 kilómetros al oeste de Bogotá, y produjo 26.000 muertos. En aquel infierno los cámaras de televisión se toparon con Omaira atrapada en un agujero lleno de agua del que no fue posible sacarla. Los cámaras hablaban con ella mientras la grababan. Después de 72 horas la niña murió y los periodistas que hablaron con ella quedaron profundamente marcados. Veinticinco años después un juez ha prohibido la exhibición de las imágenes del accidente de Barajas. Supongo que lo habrá hecho con buen criterio, aunque la medida es lo más parecido a ponerle puertas al campo. El accidente del avión de Spanair ha demostrado que hoy en día, con las posibilidades de grabación que ofrecen los teléfonos móviles, la gente siente que lleva un reportero dentro. Se ha despertado la conciencia de que uno puede hacer el agosto grabando allá donde va. Toparte con una accidente es, vamos, como si te tocara la lotería. Hay tantas grabaciones del accidente pululando por ahí que resulta muy difícil de explicar si lo que condujo a la gente hasta el lugar fue la ayuda o la simple curiosidad de poder tomar unas imágenes que lo conviertan a uno en periodista mediático. Una cosa es la información y otra muy distinta que todos los ciudadanos del planeta se sientan en la obligación de grabar al moribundo antes de preguntarle si necesita ayuda. He pensado en la niña Omaira porque finalmente murió mientras se despedía de un avión que sobrevolaba la zona.

Verle la cara

En esa manera recurrente en que la tele utiliza al cine como apuesta segura, TVE programó la película La sombra de la libélula para la noche del martes. Allí el actor principal, Kevin Costner, que interpretaba al jefe de urgencias de un hospital, decía: «la gran mayoría de los accidentados lo último que ven en su vida es la cara del médico de guardia». La frase da miedo de sólo imaginarla. Pero ayer pudimos comprobar, al estrellarse el avión de Spanair, que la realidad supera en ocasiones a la ficción. La gran mayoría de ocupantes del avión no tuvieron ni la oportunidad de verle la cara a los médicos de urgencias porque se los tragó una gigantesca bola de fuego. El destino nos entregó una de esas loterías en forma de tragedias que aguardan camufladas en un pliegue de la normalidad de una tarde de verano. La de ayer en Barajas coincidió con los informativos y fue tan cerca que muchas cadenas emitían imágenes que ellos mismos grabaron desde los edificios donde se encuentran. La intrigante columna de humo que se veía a lo lejos en realidad era un infierno de fuego de proporciones impredecibles, pero que ya se anunciaba como incompatible con la vida. En pocos minutos millones de personas llegamos a imaginar que podíamos haber sido un pasajero más del avión de Spanair que partía de Madrid con destino a Gran Canaria. Las cadenas hicieron un gran despliegue hasta convertir la tarde en una de esas jornadas en las que la información y el directo valen su peso en oro. Poco a poco los espectadores fuimos volviendo despacio a la rutina de nuestras vacaciones o al estrés del trabajo. El escalofrío pegado al cuerpo, pensando en esas personas a las que el destino ni siquiera les dio la miserable oportunidad de verle la cara al médico de urgencias.

Qué pintan éstos

Hay obsesiones inconfesables que uno no termina de atreverse a contar a cualquiera. Qué sé yo: cantar rancheras en el coche a pleno pulmón o ver los programas de teletienda a las tres de la madrugada, por poner dos ejemplos. Pero viendo la afición que la Familia Real tiene por el deporte, esas rarezas se convierten en nada. Allá los tenemos a todos, entregados a un papel de aficionados que no sé yo quién les confiere. Se van a China, supongo que con su séquito y sus protocolos monárquicos. Cuando los veo por televisión, la verdad es que siento un poco de envidia. Tiene que ser la bomba ir de la final de 100 metros a la final de Rafa Nadal, y de allí bajar a los vestuarios de las chicas de hockey, por poner otro ejemplo, que ya puestos podían ser las de voleibol si se hubieran clasificado. Pero no, la realidad es que el verano nos tiene aquí atrapados. Unos de vacaciones pero con la conciencia intranquila por esto de la crisis y, otros, trabajando y viviendo la misma rutina: Arguiñano, Los Simpson , el Teleberri y una cabezada mientras hablan los de Pásalo .

Pero luego te acuerdas de los Juegos. De vez en cuando le das al mando en busca de las emociones fuertes que producen la competición y el hambre de medallas. Y de nuevo allá los tienes, la Familia Real, de aficionados incansables: unas veces dando apoyo moral a los perdedores, dejándoles llorar en su real hombro y, otras, cosechando los efluvios que destila el triunfo.

No me puedo imaginar cómo hubiera sido este mes de agosto sin los Juegos. Supongo que hubiéramos visto menos televisión y punto. Pero tengo para mí que esta apropiación que hace la Monarquía del éxito de los deportistas no les aporta buena imagen. Más bien parecen como eso convidados que se cuelan en las bodas y que luego en las fotos dan mucho el cante. Y éstos, ¿qué pintaba aquí éstos?

Pegarle al sake

Ha recibido tantas broncas la ciclista Maribel Moreno, tanta gente la ha juzgado en público que, hasta cierto punto, siento la necesidad de romper una lanza en su favor. Ya sé que su dopaje es un asunto feo, y más que feo, estúpido. Pero en los Juegos Olímpicos la gloria la tienen ahí, casi la rozan con los dedos y, como en muchos otros ámbitos de la sociedad, siempre hay gente dispuesta a conseguirla a costa de lo que sea. Pero también habrá que decir que es una víctima de este tinglado; que lo mismo convierte a los deportistas en dioses que en juguetes rotos como es el caso de Maribel. Una persona joven que en este momento necesita más apoyo que las fáciles alabanzas a Phelps.

Y si juzgamos los programas que se están haciendo como el de Pasando Olímpicamente y el de ETB 1 Ni hao Txina , hay que admitir que los Juegos Olímpicos tienen su lado cómico. Ayer el presentador de TVE le salió un chiste mientras se supone que informaba. ¿Recuerdan aquel grito en directo que le pillaron de Matías Prats (¿Pero esto qué es?) cuando echaba la bronca a su equipo por las numerosas interrupciones en el mundial de fútbol en Francia? Ayer el presentador para dar la noticia del bronce de Benjamin Boukpeti de Togo forzó la frase hasta convertirla en ¿Pero es togo qué es? En fin, son los efectos de no tener nada nuevo que decir y repetir los contenidos una y otra vez y, quién sabe, si de darle al sake, bebida de arroz fermentado que los chinos llevan 9.000 años produciendo. Estos Juegos no dan para mucho. Sin proponérselo, uno puede ver cuatro veces el partido de Baloncesto de España contra China y, alguna de sus canastas se repiten más de una 30 veces a lo largo del día. Los comentaristas encargados de largar todo el día puede que no le den a la EPO pero, ay dios si les hicieran un control por sorpresa.

Zeus proveerá

Decía ayer Arguiñano, mientras nos enseñaba los trucos de una sopa rusa que, además de zanahorias y remolachas, su peculiaridad estaba en que el toque definitivo se lo daba el yogur natural, decía, repito, que lo importante es que los problemas tengan solución. Le doy toda la razón, ya que lo malo de los problemas es que uno no pueda hacer nada por solucionarlos. Eso le ha pasado a su compañero de cadena Christian Gálvez, el nuevo rey Midas de Telecinco, que vuelve con Pasapalabra a su horario habitual en la tarde de la cadena, tras el cantado fracaso de ¡Allá tú! Y es que en televisión éste es el mejor remedio: si algo no funciona se lo cortan, como dice la Biblia que hay que hacer con los miembros que inducen al pecado. Y pecado, pero entretenido, es Ven a cenar conmigo . Concurso en el que se practica el viejo placer de poner a parir la mano que te da de comer. Va de lunes a viernes y ésa es la pega: como te descuides un día te pierdes las razones que llevarán a los concursantes a elegir ganador.

Pero después del peñazo de la inauguración de las Olimpiadas, he de reconocer que el beso entre la medalla de bronce y georgiana Nino Salukvadze y la rusa y medalla de plata Natalia Paderina me impresionó. El beso fraternal que ponía en evidencia la sinrazón de los dirigentes de sus países que se lanzaban al fango de la guerra como si tal cosa. Siempre se ha dicho que durante las Olimpiadas se respetaba la paz. Una mentira piadosa como otra cualquiera porque lo que de verdad ha ocurrido es que, en tiempo de guerra, ni tan siquiera se han permitido las Olimpiadas. Puestos a dirimir el tema con pistolas, deberían dejarles que se lo jueguen a Nino y a Natalia -su especialidad es el tiro con pistola de aire- al tiro más certero, pero sobre una diana. Y Zeus proveerá, porque la OTAN, en estos días olímpicos, dicen que se llama a andana.

Peñazo olímpico

Las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos recuerdan a aquellas películas que ponían por Semana Santa en televisión que duraban toda la tarde. Un espectáculo monumental y todo lo que quieran, pero que no lo aguanta nadie, salvo algún meapilas y, en el caso de las Olimpiadas, los turistas que hayan ido de vacaciones, los periodistas de Madrid que los retransmiten, los mandamases del mundo y, claro, los deportistas que protagonizan el desfile. Porque a las Olimpiadas unos van a competir, otros a vivir la experiencia de su vida, otros a vivir como príncipes, y luego están los que hacen la pelota, como el presidente del COI, Jacques Rogge, quien pronunció frases tan incongruentes como «Queda la puerta abierta sobre el futuro», para acabar gritando una frase entre histórica y exagerada de «¡Bravo, Pekín!». El caso es que la llamada delegación española esta vez consideró que el príncipe Felipe está demasiado madurito. Al parecer, de momento, dejaron a sus hijas como candidatas por la competición de patinete, que de todo son capaces, con tal de ofrecerle un golpe de imagen a la monarquía, y le correspondió a David Cal ser el abanderado. El piragüista tiene también el récord de conseguir un par de medallas en los Juegos Olímpicos y seguir en el anonimato. Y es que, en este país, el triunfo y el fracaso corren vidas paralelas. A falta de la Fórmula 1 y las motocicletas, que no les dejan participar, y ya que la selección de fútbol y Raúl no consiguieron clasificarse, pues se han oído voces pidiendo que, por lo menos, que menos que el de la bandera fuera Nadal, que ya puestos, por lo menos, es del Madrid. Ha comenzado el recuento de medallas en las olimpiadas chinas y, hasta que no incluyan la pelota dentro de ellas, yo también paso olímpicamente. Bueno, por lo menos hasta que llegue el atletismo y la final de 1.500.

Echar el cierre

ESTOS días de agosto hay estudiosos en las universidades de verano que hablan del futuro de la televisión. Divagan sobre la escasa calidad de los contenidos como si hubiera alguna posibilidad de que se realizaran otros programas alternativos. Lo hemos dicho alguna vez: tenemos la tele que nos merecemos. Ésa que premió el exhibicionismo de una concursante a la que le va la marcha. Gente que no se puede permitir tener escrúpulos porque saben que entonces no durarían ni segundos en cualquier programa. Pero a lo que íbamos: en esos cursos de verano se comienza a hablar de la repercusión que puede tener la crisis (concepto que estos días también parece haberse cogido vacaciones). Unos insisten en que el medio televisivo no se ve afectado en tiempos de recesión. Pero lo que está claro es que con la introducción de los canales de pago esto ha cambiado. Antes uno podría estar en el paro y ahí estaba la caja tonta a su alcance, sin grandes posibilidades de ocio, sí, pero fiel, y lo que es mejor, gratis, completamente gratis. Ahora llevamos ya unos años de plataformas y de pagos con tarjeta. Al parecer, el parón en este tipo de mercado está siendo fuerte. Tanto es así que podría hacer replantearse el negocio a determinados grupos. Si un consumidor reduce a la mitad su consumo es cuestión tiempo que comiencen a echar el cierre los canales temáticos y todos aquellos en los que uno tenga que soltar la pasta. Si la cultura es la que se resiente en una sociedad embrutecida por el sector audiovisual, ahora se cambian las tornas. Antes, la obsesión estaba en tener canales y más canales, ahora con la crisis, es cuestión de tiempo que los usuarios vayamos cerrando esas pequeñas fugas que sufre nuestra economía por tener esa red de canales que casi nunca vemos.

A la aventura

A veces uno está aburrido en el cuarto de estar mientras ve la tele y siente la curiosidad por conocer y darse una vuelta por el más allá. Es decir, nos vamos a la aventura con el mando a distancia por los confines de la TDT confiando en que nos encontraremos con programas que nos aporten novedad o que nos ofrezcan cosas nuevas. Pero un rato después de comenzar el paseo, uno se da cuenta de que la mayor parte de los programas que ahora se han creado para la TDT son simple basurilla residual. Canales que se pasan todo el día rellenando crucigramas y ofreciendo premios ficticios o directamente fraudes similares al tocomocho televisivo. Pero lo que uno se puede encontrar también es la reposición de series que tienen más de una década. Qué se yo: Médico de familia, Hostal Royal Manzanares. Ya ven que la apuesta que hacen las cadenas por esta nueva tecnología no es precisamente puntera. Más bien se diría que pocos creen que el apagón digital vaya a cambiar las cosas. Y cambiar lo que se dice cambiar es lo que ha hecho Pepe Sancho; que primero era un franquista irredento en la serie Cuéntame y ahora decía que dejaba la serie porque veía que a su personaje, ya saben Don Pablo, no le veía muchas posibilidades en los tiempos democráticos. Al parecer, ha reconsiderado su postura y dice que va a seguir una temporada más. Lo que no sé es de donde se ha sacado que su personaje ya no puede evolucionar. Si nos atenemos a los años de transición a la democracia los que dejaron el franquismo para abrazar la democracia fueron legión. Si algún personaje tiene sentido en esa serie son los que representan a aquellos que en la dictadura fueron más franquistas que Franco y luego, pues eso, si te he visto no me acuerdo. Vamos, que todos tuvimos un Don Pablo como vecino del quinto.