Documentos de oro

Más que la espectacular fiesta de cierre, el partido de baloncesto, en el que hasta el final no se dilucidó el oro, fue para muchos el auténtico remate de las olimpiadas. El enfrentamiento reunió al 70% de la gente, que decidió darse un madrugón que le asegurase ser testigo del milagro. Porque estaba claro que si Gasol y compañía ganaban el partido, el resultado audiovisual sería lo más parecido a la primicia del año. Los que no madrugamos nos perdimos la emoción pero, lástima, no el milagro. Y siguiendo con los porcentajes: si algo descubren los datos de audiencia es que los documentales tienen un tirón entre los espectadores más alto de lo que su escasa programación revela. La fórmula secreta: que hable de temas cercanos, que esté narrado de manera ágil, clara y concisa como para que vaya barriendo el polvo que el tiempo y las prisas dejan sobre la memoria o el conocimiento y, finalmente, que aporte información novedosa. Es por eso que, cuando se cumplen estos requisitos (y algunos otros que me guardo, que esto de las columnas no da para clases magistrales), es cuando el espectador se queda clavado en su asiento; se olvida de que en el mando a distancia hay otros canales y llega al final con la sensación de haber aprendido algo importante. Eso es lo que ocurrió con Aquella Aste Nagusia de ETB 2, el documental creado al hilo del 25º aniversario de las inundaciones de 1983, y que ayer se completó con el de Ana Urrutia, realizado en 2003. Con el género documental, las cadenas demuestran que son conscientes de su repercusión pública; ayudan a la recuperación y divulgación de aspectos históricos y de repercusión social y, por si todo esto fuera poco, que ya se sabe que no lo es, además cuentan con el respaldo mayoritario de la audiencia.

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