‘CQC’ y el patíbulo

El final de CQC estaba cantado. Estuvo bien mientras duró el control agobiante del PP en la mayor parte de las televisiones. Aquellos chicos de negro que imitaban a Tarantino suponían un chorro de libertad que, la verdad, se agradecía. Unas veces porque ponían sus emblemáticas gafas negras a algún gerifalte inaccesible y, sobre todo, cuando cazaban tal cual era la prepotencia de los gobernantes de aquella derecha. El reportaje gamberro fue un descubrimiento eficaz. Capaz de sacar a la luz lo que los gabinetes de prensa del gobierno conseguían tapar. Daba igual que fuera el Prestige que la reunión de las Azores. Pero las últimas temporadas el programa no había conseguido alcanzar nunca ese grado de humor con el que intentaban la denuncia, ni la simpática rebeldía. Eso no puede mantenerse porque nace de la sorpresa, y después de tantos años pocos puntos de vista novedosos quedaban por explotar.

Lo que está claro que sigue siendo un filón es el cine. Que se lo pregunten a ETB 2 con el pleno que hizo el domingo con la enésima reposición del filme Los doce del patíbulo . En plena resaca navideña ese título fue capaz de concitar más atención que cualquier momento álgido del GH . El cine clásico es uno de los grandes desconocidos de las nuevas generaciones de espectadores. Es posible que autores típicamente televisivos como lo fueron Chaplin y Hitchcock jamás alcancen hoy el tirón televisivo que tuvieron, pero existe todo un listado poco explotado de películas de las décadas de los 70 y 80 que están esperando su reestreno para triunfar y divertir de nuevo. Eso sí: hay que buscar ese día clave en el que los cortes publicitarios puedan compensarse. Programar sin cortes El cazador o, si me apuran, algo de brillantina de Grease , puede ser todo un descubrimiento.

¿El tamborilero?

No hace mucho se quejaba José Luis Moreno del daño que podemos hacer los periodistas que escribimos de televisión desde una columna. Venía a decir que era muy sencillo despreciar su trabajo sin miramientos. No pueden ser más injustas esas palabras, sobre todo viniendo de alguien que ha trabajado a destajo, sí, pero también ha marcado los ritmos, ha decidido quién es protagonista y por consiguiente, el nivel de nuestra televisión. Ahora resulta que en la Navidad de 2008 la televisión pública nos regala un especial Raphael como el no va más. Y claro, algunos pensamos que ya está bien. Que ya les vale con los tópicos de pandereta. Que su propuesta de país es tan radicalmente casposa que sólo nos faltaba a quienes hablamos de la tele que miráramos para otro lado como si el invento no fuera con nosotros. Hay tantos argumentos que demostrarían el clientelismo que ha caracterizado la historia de su televisión que ahora sólo faltaría escribirlos en un libro. No hace falta más que ver los anuncios de perfumes protagonizados por Carmen Sevilla y Rosario Flores para darse cuenta de por dónde van los tiros. Su marketing es interesado y la tele que nos proponen no es más que una pesadilla protagonizada siempre por la misma cuadrilla de amigos. Luego se nos acusa de que podemos ser despiadados en nuestras críticas, pero ahora que se acaba el año y no nos ha tocado la lotería, podemos añadir que, para crueldad, la suya. Encender la tele por Navidad es como entrar en la máquina del tiempo que nos retrotrae al franquismo, que es cuando se puso en marcha. Vale, de acuerdo, es cierto que estoy cabreado. No me ha tocado la lotería y no podré darme el gusto de destrozar la tele cuando, en plena Nochebuena, regrese el fantasma del tiempo con, horror, el Tamborilero .

Reyes de la charca

LAS guerras intestinas y las ambiciones personales de poder fueron los motivos del declive del imperio Romano de Occidente. En la tele está ocurriendo lo mismo. Cadenas como TVE que lo tuvieron todo a favor para permanecer en lo más alto cayeron hasta producirse la circunstancia de que las privadas las superaran a pesar de los privilegios que supone el no tener que rendir cuentas por los números rojos. Pero miren por dónde, ahora a las que les está llegando su San Martín es a las privadas. Telecinco venía de encadenar varios ejercicios como líder indiscutible. Su acierto en la compra de series de tirón como CSI, la apuesta por los reality shows como fórmula estrella y la inacabable explotación del cotilleo hicieron que esta cadena se instalase en la cumbre sin que sus rivales lograran hacerle sombra. Pero de un tiempo a esta parte todo ha cambiado. Los programas del corazón que tanto rédito le dieron han sido suspendido o no alcanzan los resultados de antes. Ahora las guerras intestinas entre los que antes dirigían las naves dan como resultado que hayan perdido el liderato y vayan cayendo en barrena. Para ejemplo está la dimisión de Javier Sardá del proyecto que junto con la productora Gestmusic iba a estrenar en primavera para Telecinco. Se suspende por el mal rollo entre Vasile y los cuñadísimos de Sardá, que son los que antes cortaban el bacalao. Por si esto fuera poco, Risto Mejide, el jurado borde de OT que saliera dando un portazo, ha sido vuelto a fichar para la causa sólo para darle en las narices a alguno. Las puñaladas traperas y la traición prometen novedades en Telecinco. Está claro que quien vive de los lodos del morbo acaba pringado hasta las cachas. Y en Telecinco durante años han sido los reyes de la charca ponzoñosa en que han convertido a la televisión.

O sea, te lo juro

Uno de los diálogos de uno de los protagonistas lo describió como «un Guantánamo para pijos». Ésa es la definición de Castigo, o sea tío, esa serie con la marca de El internado que ha creado Antena 3 para recuperar el espacio perdido. Está claro que lo que hoy es noticia truculenta mañana se nos presenta como serie de televisión. Los guionistas aguardan armados de lápiz y papel que les llegue su inspiración en los telediarios repletos de noticias escabrosas. Entre la ganga de muertes violentas apareció como un diamante la referencia de aquel centro de Cataluña en el que varios padres descerebrados, desalmados y desesperados encerraban a sus caras criaturas. Mirándolo por el lado positivo, el éxito de esta serie ha servido para desbancar la cómoda distancia de varios cuerpos de audiencia que GH llevaba al resto. Y tenía que ser Antena 3, que se está especializando en series de ficción donde los pijos las pasan putas en centros privados donde padres con el corazón como un témpano de hielo se desentienden de ellos.

Y hablando de pijos, no sé yo el colegio elegido por los Aznar para sus hijos. Me temo que después de la indemnización que les tiene que pagar Telecinco (240.000 euros, eso es lotería de Navidad y lo demás, burbujas de cava barato) yo que las criaturas Aznar no me quedaría tranquilo. Lo mismo ahora que Obama cierra Guantánamo para los talibanes lo habilitan como colegio privado para que los pijos europeos aprendan inglés con marcado acento tejano, mientras les practican la asfixia con bolsas de jerséis Lacoste. Vamos, la última vanguardia educativa implantada por la derecha ahora que parece que hasta los más radicales valencianos asumen que, o sea, Educación para la Ciudadanía, nothing, de nothing, o sea, ni idea, nada que ver, te lo juro por José Mª y, o sea, por Ana Botella.

Vaya con los niños

¿Cuándo se acabará la crisis, papá? Eso es lo que me pasa por ver los informativos con mi pequeña de nueve años. Uno tiene que responder con el aplomo con el que lo hacen esos tertulianos capaces de responder con rotundidad, lo mismo se hable de macroeconomía, derecho o magia congoleña. Pero no, a uno le entran las dudas y su respuesta se convierte en un «espero que enseguida, cariño». A estas alturas la sensación que queda es que en el mundo no existe otras prioridades que no sean la maldita palabra que nos asusta y que está convirtiendo la tele y la sociedad en resultados económicos. Desde luego, estas Navidades se van a vivir bajo los negros nubarrones de ese futuro que amenaza en cada informativo con ahogarnos a fuerza de echarnos miles de datos negativos. Quizás sea necesario proteger a los pequeños de manera efectiva contra todo ese torrente de valores volátiles e incertidumbre con el que se dirigen hacia nosotros. Los niños, incluida aquella niña a la que se dirigía Rajoy en su desesperado intento por robar la cartera de la sensiblería al personal, se están comenzando a asustar. Son testigos que se comienzan a plantear si de verdad los mayores sabremos controlar todo el juego de equilibrios necesario para mantener el planeta. Claro que si los niños se empañan en hacer preguntas de difícil respuesta uno puede hacer como los guionistas en Cuéntame, que sacan y esconden a la niña pequeña de los Alcántara como si fuera un comodín. Y ahora que lo piens, esa niña que casi nadie sabe cómo se llama se parece mucho a aquélla a la que con aquel confuso brillo de ojos se dirigió Rajoy en víspera electoral, nadie sabe qué pinta en toda esta historia. No dejen a los niños solos frente al televisor. Luego hacen preguntas para las que ni Dios, ni Zapatero, tienen respuesta.