Si ven la carita de acojonados que ponen los bailarines de Fama ¡A bailar! cuando los Rotenmeier de sus profesores les dicen si los nominan seguro que se echan a llorar. No se entiende en estos días ese papel de borde que comienzan a tener todos los profesores de estas academias televisivas. Es como si dieran por hecho que la pedagogía vende más si se adoptan los papeles que interpreten aquella frase de «la letra con la sangre entra». Y hablando de sangre, los de Antena 3 sí que se han dado prisa en hincarle el diente al personaje del delincuente más buscado de los últimos tiempos. Soy el solitario es un ejemplo de reflejos, de que hay mucha televisión que hacer a nada que se eche un vistazo a la realidad. Claro que estas producciones se les nota la factura. No tienen la calidad que se debería exigir a un drama televisivo. De alguna manera se les podría perdonar porque nuestras productoras no están preparadas para hacer un trabajo con unos medios con los que en otros países ni se lo plantearían. Lo que sabe bien de esta iniciativa es, precisamente, el atrevimiento que en televisión, a veces, es más importante que la calidad de la factura.
Hoy jueves es el día en el que algunos noctámbulos nos dejamos horas de sueño viendo Días de cine . Desde hace un mes ya no aparece la figura del conocido por su papel de presentador mosqueado el irrepetible Antonio Gasset; el que durante una década fue la imagen de referencia para buena parte de los cinéfilos. Se ha ido pero el formato del programa sigue intacto. En ocasiones uno tiene la impresión de que se trata de una broma y de que va a volver a aparecer para hacer un corte de publicidad de aquellos que, lo mismo te intentaba atrapar para que no apagaras le tele que directamente te mandaba a la cama con la frase «total, para lo que hay que ver».
Hay semanas que uno siente que poco se puede hacer a fuerza de señalar y subrayar aspectos que harían de la televisión algo, digamos más humano además de práctico. Hay semanas que se siente que a uno le quedan pequeños triunfos. Vamos, que ningún programador va a aparecer diciendo: «Debido a las críticas recibidas y pese a la audiencia millonaria, tenemos que informar que desaparece El diario de Patricia «. Menudo triunfo, ¿no? Pero nada. Todas las semanas ahí aparece en Antena 3 antes del informativo ese engendro de dramas personales y reencuentros. Claro que antes del telediario en TVE está ese otro informativo titulado Gente, cuya presentadora tiene la extraña habilidad de ponerle ojitos a todos los crímenes que la jornada nos ha deparado. Un poco antes de este informativo del terror, aparecen los pizpiretos reporteros de España Directo. Siempre que los veo están probando un plato que algún restaurador tiene que crear en un falso directo. Y llega el momento de probarlo y siempre están buenísimos. Me frustra un poco tanto buen rollo. Siempre espero que el presentador se sincere en directo y diga que lo que e acaba de probar es una mierda. Pero no es eso lo que se lleva en este tipo de reportajes. Es el momento del entrevistado que sabe que tiene una publicidad inesperada y que la ha de aprovechar. Confieso que si yo tuviera que probar esos callos a la madrileña, o ese botillo de León duraría muy poco. Acabaría vomitando en directo. Pero estos periodistas son muy profesionales o tienen poco gusto o son unos tripasinfondo a los que todo les viene bien. Dicen que muy rico cuando lo noticioso sería que dijeran «métete estos caracoles donde te quepan. Están asquerosos». Pero eso no pasa más que en los realities y es posible que de ahí les venga el éxito. Y quizás por esa sinceridad me guste un poco El conquistador del fin del mundo.
EN la televisión de hoy conviven dos maneras de ver el mundo. Están los educados, que saben que su mejor recurso es el de ir por la vida haciéndole la pelota a quienes les toca presentar, y están los bordes, cuyas armas son las contrarias, recuperar la información más hiriente y torpedear constantemente la imagen de quien entrevistan. A ese juego se prestan por ejemplo en el programa ¿Dónde estás corazón?, curioso título para esa cuadrilla de presentadores que, en lugar de músculo cardiaco, tienen un témpano de hielo. El programa arranca como quien no quiere la cosa a eso de las diez de la noche y si alguien se atreve a finalizarlo se acostará en los confines de la madrugada, allá por las tres del sábado. El último personaje que acudió a dejarse despellejar por esta banda de desocupados fue el nadador-espectáculo David Meca. Al tío le hicieron una mierda de investigación que supuestamente demostraba que, en vez de batir récords, lo que hace es montarse en la barca en cuanto se hace de noche y saltar de nuevo justo cuando va a llegar a su objetivo. Como siempre en estos programas no queda claro el papel que juegan los invitados. Si son burdamente engañados cuando confiadamente creían que les iban a hacer un homenaje y reciben todo tipo de puñaladas traperas. Podría ser que la estrategia de quien acude a estas torturas públicas sea de la opinión de que lo bueno e importante siempre es que hablen de uno, da igual que digan que eres un héroe que el mayor de los villanos. Curiosamente, a pesar de verse encerrados en supuestas trampas, ninguno de los invitados abandona el plató, porque lo tienen cogido por los huevos del contrato y no hay manera de irse sin que lo desplumen. En fin, la teletortura también existe. Por lo menos la salvan del horario infantil, que no es lo de menos.
Aquello de que «cuando una mariposa mueve sus alas en Asia podría estar provocando un huracán en América» en televisión ocurre al revés. El huracán que supone la huelga de guionistas en América no termina de provocar catástrofes en el resto del mundo. Europa depende de la oferta audiovisual de América pero todavía nos llevan una temporada de adelanto y aquí nadie termina de verle las orejas al lobo. Pero no nos engañemos. No hay más que echar un vistazo a los éxitos televisivos para ver que en su mayoría vienen de ese lado del Atlántico. Las principales novedades tienen su origen en una industria que, aunque poco y mal, apuesta por sus guionistas. La huelga de los inventores de historias, de frases, de diálogos es un tema emocionante a nada que le analicemos sus posibilidades. ¿Se imaginan que la serie Friends tuviera que volver al lenguaje del cine mudo y que House transcurriera efectivamente sin más conflicto emocional que el planteado por las imágenes o que CSI sumergiera todo el suspense en el silencio o que la voracidad de los diálogos de Mujeres desesperadas se redujera al estilismo de sus trajes? ¡Menudo desastre! Pero ojo: podría ser la solución a esos programas basados en el cotilleo, en el hablar por hablar. Lo malo es que no sería el final para esos pelmas que siempre están largando mal de la gente tipo María Patiño, Jaime Peñafiel o Lidia Lozano, por poner sólo tres ejemplos. Gentes que no necesitan guionistas porque su incontinencia les basta para hacer 20 horas de TV en directo. De momento, el huracán de la huelga de guionistas en América ha provocado una suave brisa en nuestra televisión. Es posible que alguien se esté frotando las manos. Si las producciones americanas no llegan por aquí ya habrá gente diseñando una programación que ocupe 12 horas de fútbol y otras doce de chismorreos.
Algunos despiden el año como pueden, es decir, un viajecito al Caribe; alquilando una cabaña en lo más recóndito de la montaña donde no se atisbe ninguna luz, a no ser que sea la de la chimenea o la de las estrellas. Los que no podemos hacer eso, nos solemos juntar a cenar y a eso de las doce nos da por encender la tele, más que nada para seguir explicando a las nuevas generaciones que antes de las campanadas vienen los cuartos. En fin, hay un grupo que también enciende la tele con la inconfesable necesidad de asomarse a los escotes de Anne Igartiburu y por fin verle algo. Pero no hay manera. Enseguida enfocaron hacia la torre iluminada buscando el espectáculo imposible: la alegría detrás del juez, reloj no marques las horas. Bueno pues ya hemos cambiado de año. TVE sigue ganando por goleada como cadena favorita para pasar el año, y eso le viene bien al flamante concierto de Año Nuevo, que se ha convertido en un clásico a fuerza de que los músicos ese día se disfracen un poco y hagan bromas (este año se vistieron de aficionados al fútbol, ya que la Eurocopa se celebrará en Austria y Suiza). Entre los distinguidos espectadores japoneses que pagaron a doblón el dar las palmadas a la Marcha Radetzky se podía ver todavía a algún aborigen, y es que la globalización tiene estas cosas. Te inventas un concierto, le das publicidad y luego no hay manera de encontrar entradas.
ME sigue sorprendiendo el favoritismo que practican en TVE. Unos tipos francamente espléndidos a la hora de regalar lo que no es suyo. Un día se la prestan a Miguel Bosé para que venda su disco y monte un sarao de cuatro horas en prime time con sus amigos. Otro día, y a poder ser siempre en Navidad, se la dejan con todo el cariño a Raphael para que nos amenice la Nochebuena. Ya me gustaría a mí saber quién califica la música de Miguel Bosé como de interés público para darle ese tratamiento, o quién entiende que El Tamborilero tenga una revisión obligada por estas fechas además, claro está, de otras cuatro horas de espectáculo con la actuación del Cantante como nos ofreció de propina el pasado 24. Se habla mucho de la manipulación política y del control que ejercen los partidos, pero ¿quién vigila y controla los pelotazos publicitarios dentro de la programación? Cientos de grupos de música suspirando por una pequeña aparición en televisión que les dé vidilla y a lo sumo consiguen una pequeña referencia en algún programa marginal, de ésos que se emiten a partir de las 2 de la madrugada. Pero llegan estos ejecutivos y nos ponen todo el brutal sistema de telecomunicación del Ente público al servicio de un cantante y, si me apuran, al servicio de su casa de discos. Puede que eso no sea corrupción. Que a Bosé y Raphael, a fuerza de sacarlos y repetirlos, los hayan convertido en estrellas imprescindibles del miserable show business que llevan practicando desde hace cincuenta años. Alguien debería explicárnoslo, ya que al parecer en el Congreso lo único que controlan son los minutos que le dedican a Zapatero para ver luego cuántos hay que darle a Rajoy. Está claro que una vez que tienen atado y bien atado el tema político, lo demás se la trae al pairo.