Los teléfonos que echaban humo de tanto votar a los ganadores en el último día de Fama, ¡a bailar! y arranca Operación Triunfo con toda esa parafernalia de Jesús Vázquez y sus coqueteos con la exageración. Algunos estudios dicen que se detecta en las audiencias cierto cansancio. Vamos, que los espectadores estamos bastante de vuelta de estas presentaciones y que ya no marcan las diferencias como hace unos años. Bueno, para muchos estos programas son como los días de malestar que uno tiene que padecer antes de superar la gripe. Claro, que si sólo hubiera que superar esto… Resulta que la imaginación está tan agotada que les ha dado por fichar frikis (hace poco hablábamos del fichaje de Colate por Sardá), y ahora nos presentan a Paquirrín como el nuevo monologuista de La Sexta. Demuestran que su concepto de hacer televisión es algo parecido a un casting para personajes famosillos con enchufe o, directamente, espacios creados para famosetes que se dejan maltratar.
Pero para maltrato, el que le quieren llevar a los espectadores de ETB fuera de Euskadi con el tema de la TDT. Resulta que la nueva tecnología de la señal digital va a resultar el arma perfecta para la censura. Ni las mentes más cerradas hubieran imaginado que este aparato de futuro podía traer unas fronteras tan medievales a nuestros salones. Una cosa es acortar o agrandar el mapa del tiempo y otra arrebatarle la audiencia y los mercados a unas cadenas por razones de legislación de las nuevas tecnologías. Porque si la evolución tecnológica va por este camino, acabaremos convirtiendo la tele en un medio de comunicación de barrio y, si me apuran, de portal de vecinos que comparten antena. No sé: hay algo tramposo en esto de la TDT que sueña a chollo tecnológico. A tijera ideológica.
TIENE su mérito el papelón de poli bueno, poli malo que interpretan Adela González e Iñaki López en Pásalo. A veces da la impresión de que la tensión que tienen que soportar de los propios tertulianos es más fuerte de lo que se ve desde el sofá. Ayer, sin ir más lejos, iban de blanco una y de negro el otro. Vamos, como el ying y el yang pero en versión presentadores. Un blanco y negro nuclear que permite intuir, tarde sí y tarde también, por dónde debería ir la libertad de expresión. Primero, porque la variada actualidad forma parte de su propuesta y, segundo, porque no se escabullen de los temas más candentes. Esto ya lo había dicho alguna vez antes pero no me importa repetirme. Por más que pasa el tiempo no veo en otras cadenas tal abanico de opiniones. Eso sí, todas dan por válidas las tertulias donde se habla de Carla Bruni. Las imágenes que ayer sacaron en los informativos estaban diseñadas más para el cotilleo de salón que para los telediarios. Ya me dirán qué pinta un cámara haciéndole una panorámica vertical a la Bruni desde el tocado del pelo hasta los taconcitos mientras las 21 salvas y sonando de fondo La Marsellesa . Por no hablar de los planos de detalle que perseguían sus joyas o el bordado del escote. Esta mujer ha conseguido en poco tiempo que haya una licencia general para atacarla a fuerza de morbo y cotilleo. Es la nueva Lady Di. Que los telediarios entren a saco en estos métodos del marujeo indica el bajo concepto que tienen de sí mismos y de su responsabilidad. Nos aguardan todavía muchas imágenes oficiales de Carla que irán acrecentando el personaje de esta mujer hasta convertirla en uno de los mitos televisivos de la década. Eso sí, esperemos que su evolución no sobrepase los límites como ocurriera con la princesa inglesa. Hay historias que nunca deberían repetirse, por mucho que vendan en televisión.
Hay programas que no dejan margen al espectador. Requieren tal atención que ni le dejan a uno respirar. Fama ¡a bailar! es uno de ellos. Quedan apenas cinco días para la final y ayer eligieron la primera de las parejas para la final, que, por cierto, todavía no se conoce el número de parejas con la que contará. Han aprendido en este concurso que es mejor llegar hasta el final con el mayor número de concursantes. Montan un tinglado basado en la personalidad diferente de los que participan para que nos vayamos mandando sms . Ayer Lola, que es como la señorita Rotenmeier del programa pero con escote, minifalda y brazos musculados, nos dio un anticipo del espectáculo coreográfico que están preparando para la final. Les advertía a los chicos , que así les llaman a todas horas, de que debían ir preparándose porque seguramente en el momento de salir ante 9.000 personas se emocionarían y debían seguir bailando. De este programa me gustan varias cosas; la profesionalidad y la pasión que ponen los profesores es una de ellas. Me choca el horario de sobremesa, en el que auguro cientos de miles de jubilados echando la siesta o mirando de reojo las piruetas y las curvas, los fuetés y las camisetas mojadas. En fin, hay una frase que ayer le dijo Rafa a Erik antes de ser llevado a un cameo en Málaga con Los Vivancos: «Veo mucha camiseta y poco cuerpo». Era su consejo para cuando le tocara actuar: «Te vas a encontrar con mucho músculo y bailarines depilados». En efecto: Erik fue y bailó en camiseta de tirantes junto con otros bailarines que entre todos tenían menos pelos que la pantalla de la televisión. Hay más cosas que me gustan del concurso, pero es tal la presión que desprenden que todos los días acabo cambiando de canal. No sé. Temo que entre tanto músculo se acabe arruinando mi afición por la danza.
La frase «vamos a publicidad y en unos momentos regresamos» parece que en el futuro desaparecerá de TVE y puede que, siguiendo su estela, de otras televisiones públicas. Lo cierto es que cuando se despiden a publicidad se produce una incertidumbre que a veces causa pavor y nos obliga a huir pitando de ese canal. El comentarista deportivo de Cuatro Manolo Lama bromea con su compañero Manu Carreño y le llama mentiroso cuando éste dice que van a volver en un par de minutos, cuando la realidad es que son 5 ó 6. A uno que ha visto anuncios en la televisión pública de toda la vida, esto de que se la quiten le desconcierta. Hemos crecido con frases como «somos los Conguitos» o el «qué bien, hoy comemos con Isabel» a sabiendas de que aquel trámite era necesario para que la tele nos saliera gratis. Pero también es cierto que con lo fácil que tienen esta gente cuadrar la cuentas con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, la decisión de que la tele la pague el ciudadano y no el consumidor de Nocilla viene a ser, para ellos, básicamente lo mismo. Sin embargo, hay que romper una lanza en favor de la publicidad televisiva. Esos pequeños spot son el resumen de la sociedad que nos rodea. Hagan la prueba y saquen sus grabaciones antiguas, qué se yo: los clásicos de Garci o alguno de los Tour de Induráin. Verán cómo los anuncios que quedaron allí grabados aportan gran cantidad de recuerdos. El gran problema de la publicidad en televisión es más cuestión de cantidad. Las privadas se pueden frotar las manos con la decisión de que las públicas no lleven, pero lo que de ninguna manera deben hacer es traducir esta decisión en más minutos de publicidad para el espectador. Vamos que, por muy privadas que sean, una película de dos horas no pueden alargarla una más rompiendo todos los ritmos con los que había sido creada.
DICEN los carniceros que del cerdo se aprovecha todo. Que lo que no entra en salazón, se mete en embutido y con los restos se hacen platos con enjundia como esas manitas, las vísceras y el no va más: la cabeza. Así le ocurre también a Buenafuente, que no sólo hace un programa si no que además se va de turné con el Terrat llenando teatros y polideportivos con sus monólogos, hace un vídeo de su estancia en la ciudad y luego vuelve al plató para grabar su programa diario. Un crack sin duda. Ahora riza el rizo y no conforme con todo ello publica un libro en el que habla de los personajes que han acudido a su programa. Se titula Buenafuente en el aire, lo curioso es que además las fotografías también las ha hecho él. Por lo que debería haberle añadido por mar y tierra. Es que no deja nada para los demás el tío. Ya lo estoy viendo: en nada las críticas de sus programas también las hará él.
LA imagen se acerca o se aleja a golpe de objetivo. Es el zoom , una palabra que no ha encontrado sinónimo. En la televisión que se hacía allá por la década de los setenta, el zoom fue una herramienta que causaba sensación en los jóvenes y mareaba a los mayores. Una de esas marcas de identidad generacional que señalaba claramente la modernidad. Luego a Lazarov y a los realizadores se les fue tanto la olla que el zoom pasó a estar mal considerado. La historia de la tele tiene en los documentales la utilización más destacada. Algunos recordarán todavía aquellos bestiales acercamientos en el Hombre y la Tierra en los que un polluelo de águila perdicera era captado con total nitidez desde algún escondite a 1 kilómetro de distancia. Hoy los zoom se utilizan sobre todo en deportes. Los espectadores vemos con total nitidez las faltas y lo que es peor: el escupitajo que los futbolistas no pueden reprimir apenas hacen un par de contragolpes y regresan a su posición al trote y pensativos. Afortunadamente el zoom en el deporte también sirve para escudriñar entre las miles de oportunidades que ofrece el público. Esos inefables niños comiéndose un bocata o el beso robado a esa pareja de tortolitos que pasa del espectáculo y que, seguramente, preferiría estar en otro sitio. Hasta en la pelota el zoom sirve de reclamo. Mientras los jugadores descansan los cámaras otean los graderíos en busca de su presa preferida: los rostros femeninos. Ocurrió en ETB 1 en el partido de la frustrada remontada de Begino a Urberuaga. El plano arrancaba desde un esplendoroso escote y cuando llega al final resulta que estaba escondida en la última fila como el nido del águila perdicera se encontraba camuflado en la espesura del bosque. Está claro que para ser cámara uno tiene que estar dotado de un gran zoom y, por supuesto, tener una vista de pájaro.
Esta semana han aparecido noticias en las que el cine y la televisión han recibido un golpe de realidad. Por un lado a la cineasta Ángeles González-Sinde, realizadora, guionista y actual presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, la nombran ministra de Cultura justo cuando estrena su película Mentiras y gordas . La legislación audiovisual es una de las grandes asignaturas pendientes de la democracia. La gran parte de los creadores afirman que no existe cobertura para la creación audiovisual y que este tema tampoco se puede dejar únicamente a la iniciativa privada. La competencia tanto en cine como en televisión se enfrenta a industrias bien estructuradas, como ocurre en Inglaterra o Alemania y otras muy protegidas como en Francia. Luego está el gran emperador americano, capaz de poner películas en el cine más recóndito del planeta y vender sus series de televisión a todos las televisiones del mundo, siempre y cuando puedan permitírselo, claro. Quizás por eso me llama la atención la segunda interferencia que mencionaba arriba. Resulta que Obama ha fichado al médico hindú llamado Lawrence Kutner que está interpretado por Kal Penn, que en la presente temporada hace como de segundo de House. Pues eso, le han apañado nada más y nada menos que un suicidio al personaje Kutner para que el actor Penn abandone la serie sin que la gente se haga más preguntas. Cambiar los decorados de House para ocupar el ala oeste de la Casa Blanca. Si siempre se ha dicho que en televisión la realidad supera ampliamente la ficción, ahora con estas interferencias, podremos añadir que, mira por dónde y esto es nuevo, la ficción puede ser una gran trampolín para alcanzar el poder.
Hay gente a la que uno se lo perdona casi todo. Y si no que se lo digan a House, cuyo prestigio sigue creciendo a pesar de sus 100 capítulos ejecutando el difícil equilibrio entre tío borde y sus aciertos magistrales. House se puede permitir insultar, herir, menospreciar, mentir, cosas que al resto del universo le están prohibidas. De hecho, buena parte de la tensión que destila la serie viene por la cantidad y calidad de las putadas que es capaz de infligir a sus amigos, compañeros y pacientes. Otros personajes algo más entrañables como Berto no han corrido la misma suerte. Lo que iba a ser el programa de su consolidación como solista se ha convertido en un regreso a la casa del padre Buenafuente. Lo bueno es que hasta son capaces de sacar chispas de humor de la mismísima decepción. Es lo que tiene que la gente los vincule a un programa, es como esos árboles que no crecen por la sombra que les hacen sus antecesores. Y es que la televisión tiene algo de naturaleza salvaje, esa idea darwiniana de selección natural de las especies parece escrita para la programación televisiva y sus habitantes. Hay especímenes bonachones que tienen su gracia pero que no resisten la presión y desaparecen sin dejar rastro y otros que aguantan todas las inclemencias. Les pondré el ejemplo de Cristina García Ramos. Sustituyó a Balbín en La Clave , que era un programa de debates tan erudito que con la presentación del currículum de cada participante la chica se pegaba media hora. Luego pasó directamente a Corazón, Corazón el fin de semana, donde ha aguantado una década, hasta que en TVE decidieron jubilar a los cincuentones. Ahora no se resiste a desaparecer. Según parece va a presentar un programa documental en el que se buscan tíos que tengan micropenes de 8 centímetros en erección y se lo dejen grabar. ¡Toma evolución!