Yo tenía un centro de yoga.
Yo tenía un culico
perfecto.
Mis glúteos eran dos
circunferencias
perfectas.
Me gustaba la cachimba
y lo mezclaba todo
con queso.
Un buen día, un cuervo que movía
la rama de un árbol con su peso
(plumas incluidas)
me dijo:
No puedo hablar, no tengo voz,
pero la verdad, no tengo
mucho que decir.
Y así quedó la cosa.
Y mi centro de yoga cerró.
Y mis glúteos se transformaron en una
Big New York Crispy.