RARO DE LA OSTIA

Hoy tocaba lavar la ropa.

Cuando estaba tendiendo he observado
que sin abrochar, mis camisas
ocupaban mucho espacio
en
el tendal.

Entonces he decidido abrochar una por una todas mis camisas.

Ha sido raro.
Ha sido como si abrochara mis camisas
en el cuerpo de otra
persona.

Ese cuerpo, esa otra persona… ¿Quién era?
¿Amaba yo a ese otro cuerpo?
Si no lo amaba, entonces… ¿Por qué abrochaba su camisa?

¿Era esa otra persona yo mismo delante de mí?

Nunca lo sabré.
Sólo sé que ha sido raro de la ostia.

UN CHARCO DE PONZOÑA DE PUEBLO

Pienso.

Vivir en una ciudad
que reúna más de un millón de habitantes
no es lo mismo que vivir en un pueblo que reúna
menos de doscientos mil
habitantes.

La mente cambia, fluctúa, se retuerce
en la ciudad y no tanto
en el pueblo.

En el pueblo empiezas y acabas, pero
permanecer en el pueblo
te diluye
como se diluye una gota de ponzoña en un charco de ponzoña.

Digo.

Prefiero ser un charco de ponzoña en la ciudad
que ser una gota de ponzoña
en un charco de ponzoña
en el pueblo.

Y acto seguido me convierto en un charco de ponzoña de pueblo.

CAMARERO

Camarero:
No me reflejo en los radiadores.

Camarero:
Mi vida es difusa.
A trompicones me caigo y me levanto.
A trompicones camino y me caigo de nuevo.

Camarero:
Me voy a comer esa naranja como se la comería un mono.
A mordiscos y tirando la piel hecha trizas al suelo.
O mejor salgo a la calle a observar cómo
caga ese pastor alemán.

Mira.
Observa.
No digas nada.
Observa.
Mira.

Camarero:
Su mierda es del tamaño de
una zanahoria
grande.