No es la primera vez,
no es la primera vez que me dices
yo no creo en la religión.
Me lo dijiste cuando meabas
encima de una piedra plana en aquella
vendimia nocturna que organizaron tus vecinos.
Me lo dijiste bastante serio.
Yo no creo en la religión.
¿Y ahora yo cómo me quedo?
Te contesté.
Entonces pusiste cara de tonto, una cara de tonto
que iluminaba la luna, y tu sombra dormida,
y entonces agitaste tu cola
diminuta.
Mencanta esa cabecita que gira
sobre tus hombros,
me dijiste.
Tespero en la zumería,
te contesté.