Iruña y Maradona

La visita del papa Benedicto XVI a Valencia ha coincidido de pleno con los fastos de la final del Mundial de Alemania y con el fin de semana sanferminero. Puestos a comparar acontecimientos, muchos pensarán que la relación es demasiado forzada; que nada tiene que ver la familia como Dios manda con las promiscuas relaciones que se acostumbran durante el fin de semana en la vieja Iruña. Por otra parte, el Mundial con el triunfo de Italia en el juicio final de los penaltis supone la resolución de un conflicto planetario que se resolvió dentro de unos cauces deportivos. Y es que nos encontramos en medio de tres tendencias que definen buena parte de lo que es el mundo en el que vivimos. Por un lado, los poderes de toda la vida se resisten a desaparecer en su regresión mundial. El Papa nos hablaba de los valores de la familia como base de nuestra sociedad y, paralelamente, en Pamplona se convivía en una de las mayores manifestaciones de fraternidad que se producen en el mundo. Para unos, la decadencia está en la libertad para que de mutuo acuerdo la gente pueda poner fin a un contrato o respetarlo hasta las últimas consecuencias. Pamplona sirve de escenario para uno de los acontecimientos mundiales y en Valencia se improvisa un escenario mediático desde el que hablar al mundo. Vivimos en un mundo que ha evolucionado tanto en los últimos 50 años que da vértigo pensarlo. Lo que nos espera a partir de ahora tiene mucho que ver con lo que ha pasado este fin de semana. Mientras en un punto la gente rendía culto en libertad a un tipo de fraternidad mundial dentro de la frívola seriedad de las fiestas, en otro se habla de fraternidad y se reclama el papel de la familia. Por si fuera poco Dios, es decir Maradona, tocaba con su dedo a los jugadores de Italia.

El Chupinazo


En Navarra está la costumbre de comenzar las fiestas con el disparo de un cohete. Un acto que en sí mismo supone la explicación más clara o el resumen conciso de la suma de estallidos personales y la fugacidad de esos derroches de fuerza y alegría que son la fiestas patronales. Para captar esta energía del Chupinazo por televisión hay que abstraerse y descender hasta los participantes. Ponerse en su lugar, afinar todos los sentidos para sentir la plenitud personal que la gente escenifica a las doce en punto. La alegría de estar vivo y dispuesto a la juerga, un momento mágico irrepetible para el que espera de estas fiestas lo más parecido a la felicidad. La plaza del Ayuntamiento repleta de gente que soporta la presión hasta la asfixia desoyendo todas las alertas de seguridad que pueda enviar el cuerpo. Estamos ante una estampa televisiva por excelencia. Todo un clásico que cada 6 de julio recorre el planeta a través de la señal televisiva. La vieja Iruña queda recogida desde todos los ángulos, se convierte en un escenario a la altura de las miles de expectativas creadas. Han sido esas ganas de vivir a tope las fiestas las que las han hecho famosas mundialmente. Pero no sólo la ciudad se transforma. La gente tiene asumido que en los Sanfermines se cambia como los mejores actores pueden hacerlo. Que hay toda una forma de ser que se adopta para los nueve días de fiesta. Una personalidad sanferminera y otra para el resto del año. A vista de pájaro o a pie de adoquín, para San Fermín el visitante no necesita de mucha información. Como los de Pamplona de toda la vida, el forastero sabe enseguida que la gracia y el desenfreno que ve por todas partes se improvisan y se van cogiendo conforme se adentra sin complejos en la fiesta.

El listo del fútbol


Había que separarse un poco de la estrepitosa eliminación para hablar de ella con más propiedad. El acontecimiento televisivo por excelencia podría haber sido algo histórico para nuestra selección, sobre todo una vez vista la baja calidad de los equipos en liza. Una oportunidad que se ha desaprovechado a la primera de cambio, pero no pasa nada. Que el fútbol está lleno de contradicciones lo saben todos, claro, menos los que se dedican precisamente a él que se hacen los longuis . Porque, ¿había alguna razón objetiva para que alguien llame a Luis Aragonés el Sabio de Hortaleza ? Pues no, a no ser que ese alguien fuera profeta y supiera con años de antelación que lograría su renovación en la peor clasificación del equipo. Hay gente que ya le ha cambiado el mote: ahora le llaman El listo de Alemania . Su renovación es un misterio que se escapa a las leyes básicas del sentido común, pero que tiene mucho que ver con los argumentos televisivos que caracterizan buena parte de la televisión que soportamos. El caso es que este tipo cetrino, malhumorado y tocado de chandal permanentemente que tenemos por seleccionador, se ha convertido en todo un personaje popular. Vamos, que da igual que sepa o no de fútbol, que lleve a los mejores jugadores y otras tonterías técnicas. Aquí lo que importa es que todo el mundo lo conoce. Si algo ha demostrado en los últimos años la selección es que buena parte de la plantilla se diseña con ciertos contenidos de marketing según los cuales tienen que estar, no los mejores jugadores, sino los más conocidos. Ahora que Luis Aragonés había despertado el lado cómico al estilo Club de la comedia y su popularidad superaba ampliamente a Manolo, el del bombo, no era cuestión de darle la patada. ¿O es que a Los Morancos y a Marianico, el corto, por poner dos ejemplos, no les han dado nuevas oportunidades?

Me bajo del Tour

La frase: Ni son todos los que están, ni están todos los que son, parece directamente indicada para el tema del doping en el ciclismo. Tras la Operación Puerto y todo ese escándalo no está claro el apoyo que va a recibir el Tour este año. Si la gente va a ocultar la carrera a los niños, si le van a poner un rombo o si el público en las carreteras se va a dar la espalda para no apoyar un deporte practicado por drogadictos. Tal avalancha de informaciones contradictorias sobre la trama está socavando su credibilidad. No queda claro si nos encontramos ante el escándalo más ruin del siglo o el difícil hachazo que hubo que dar para salvar el resto del cuerpo. La realidad en este caso supera cualquier tipo de ficción que se quisiera realizar. Héroes caídos de pronto en desgracia, superclases que han acabado en muñecos rotos enganchados y enmarañados en las redes de las reglas del juego. Ahora los han apartado de un plumazo y uno cuando los ve marcharse no sabe muy bien si tomarlos como víctimas o verdugos de su propio destino. Estaban llamados a realizar grandes gestas y, en un abrir y cerrar de ojos, les dicen que no cuentan con ellos. Los abandonan en el arcén como a esos perros de los que la gente se deshace cuando les estorban en casa. Veo la cara de estos ciclistas y no es difícil ponerse en su lugar. De pronto el mundo se ha movido bajo sus pies. Las reglas de juego tramposas, esas que nunca debieron establecerse, cambian y se quedan fuera de juego. Esta primera criba que se ha realizado en el Tour de Francia emana hipocresía a raudales. Ya puestos, y como aquí nadie sabe del todo si son todos los que están o si están todos los que son, que alguien pare este Tour que empezó ayer. Si durante años los análisis no fueron capaces de encontrar nada, quién se cree ahora que sólo unos pocos son los culpables. Que lo paren en tv, que yo me bajo.