El Chupinazo


En Navarra está la costumbre de comenzar las fiestas con el disparo de un cohete. Un acto que en sí mismo supone la explicación más clara o el resumen conciso de la suma de estallidos personales y la fugacidad de esos derroches de fuerza y alegría que son la fiestas patronales. Para captar esta energía del Chupinazo por televisión hay que abstraerse y descender hasta los participantes. Ponerse en su lugar, afinar todos los sentidos para sentir la plenitud personal que la gente escenifica a las doce en punto. La alegría de estar vivo y dispuesto a la juerga, un momento mágico irrepetible para el que espera de estas fiestas lo más parecido a la felicidad. La plaza del Ayuntamiento repleta de gente que soporta la presión hasta la asfixia desoyendo todas las alertas de seguridad que pueda enviar el cuerpo. Estamos ante una estampa televisiva por excelencia. Todo un clásico que cada 6 de julio recorre el planeta a través de la señal televisiva. La vieja Iruña queda recogida desde todos los ángulos, se convierte en un escenario a la altura de las miles de expectativas creadas. Han sido esas ganas de vivir a tope las fiestas las que las han hecho famosas mundialmente. Pero no sólo la ciudad se transforma. La gente tiene asumido que en los Sanfermines se cambia como los mejores actores pueden hacerlo. Que hay toda una forma de ser que se adopta para los nueve días de fiesta. Una personalidad sanferminera y otra para el resto del año. A vista de pájaro o a pie de adoquín, para San Fermín el visitante no necesita de mucha información. Como los de Pamplona de toda la vida, el forastero sabe enseguida que la gracia y el desenfreno que ve por todas partes se improvisan y se van cogiendo conforme se adentra sin complejos en la fiesta.

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