Iruña y Maradona

La visita del papa Benedicto XVI a Valencia ha coincidido de pleno con los fastos de la final del Mundial de Alemania y con el fin de semana sanferminero. Puestos a comparar acontecimientos, muchos pensarán que la relación es demasiado forzada; que nada tiene que ver la familia como Dios manda con las promiscuas relaciones que se acostumbran durante el fin de semana en la vieja Iruña. Por otra parte, el Mundial con el triunfo de Italia en el juicio final de los penaltis supone la resolución de un conflicto planetario que se resolvió dentro de unos cauces deportivos. Y es que nos encontramos en medio de tres tendencias que definen buena parte de lo que es el mundo en el que vivimos. Por un lado, los poderes de toda la vida se resisten a desaparecer en su regresión mundial. El Papa nos hablaba de los valores de la familia como base de nuestra sociedad y, paralelamente, en Pamplona se convivía en una de las mayores manifestaciones de fraternidad que se producen en el mundo. Para unos, la decadencia está en la libertad para que de mutuo acuerdo la gente pueda poner fin a un contrato o respetarlo hasta las últimas consecuencias. Pamplona sirve de escenario para uno de los acontecimientos mundiales y en Valencia se improvisa un escenario mediático desde el que hablar al mundo. Vivimos en un mundo que ha evolucionado tanto en los últimos 50 años que da vértigo pensarlo. Lo que nos espera a partir de ahora tiene mucho que ver con lo que ha pasado este fin de semana. Mientras en un punto la gente rendía culto en libertad a un tipo de fraternidad mundial dentro de la frívola seriedad de las fiestas, en otro se habla de fraternidad y se reclama el papel de la familia. Por si fuera poco Dios, es decir Maradona, tocaba con su dedo a los jugadores de Italia.

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