
He perdido un tornillo y encontrado una margarita.
Las sombras de los árboles parecen dragones.
Y he visto un fantasma en mi balcón.
Y ese fantasma era yo.

El autor de la tarta de cumpleaños, un africano
blanco adicto al porno, soplaba las velas
con fuerza.
Todos los que lo vieron le dijeron:
Violencia es tu despiste, tu dejadez.
No eres tú quien debe soplar esa tarta.
Tú eres el repostero, tu tarta es un encargo.
Pero el autor de la tarta no hacía ni caso.
Soplaba las velas y llenaba
la tarta de babas.

Me da pena
esa paloma cu-culina
que canta en la
plaza.
Se ha quedado solita.
Desde que se despierta
hasta que se acuesta
emitiendo
su
cucu-lí-lí-cu-lí-lí.
Cambia de lugar en las alturas,
prueba en otros tejados,
en otros balcones,
pero nada.
No aparece paloma coja en el horizonte.
Emite su cucu-lí-lí-cu-lí-lí
y su
cucu-lí-lí-cu-lí-lí
se lo lleva el viento.
La primavera toca su fin.
Se puede sentir el calor del verano.
Por eso cu-culina decide plantarse
en el suelo y servir de
almuerzo a los
gatos.
¡Ciao cu-culina!
Mañana sólo cantará
el gallo.

Lo más natural en él,
las imágenes que no le dejaban dormir
y que poco a poco le iban volviendo
loco,
eran un montón de billetes del Monopoly
arrastrados por el
viento.
Cuando se levantaba de la cama
escuchaba todo el rato
el ruido de un montón de monedas de plástico
golpeando el techo.
Guardaba una lagartija de oro falso
en la despensa.
Y en su tazón de leche hundía
baratijas
en vez de cereales.
No le importaba el dinero de verdad,
el que huele a un montón
de manos.
Sólo le importaba un collar de perlas negras
hecho con migas de pan.
Sólo le importaba
el dinero dentro de su cabeza,
el dinero que no tenía,
el dinero de los
demás.