Le mandé un poema a un amigo:
El viento me acariciaba la cara. Me hacía cosquillas la lluvia en las orejas. Caminé y caminé, y llegué a un descampado. Me tumbé cerca de un charco y fundido en el barro me sentí la persona más dichosa del planeta tierra.
Y mi amigo contestó:
Eso es lo que yo vengo haciendo siempre. Gracias.
Y entonces me di cuenta de que lo quescribía
no hablaba tanto de mí como
de los demás.
Ayúdame
con la mudanza.
Ayúdame a trasladarme.
Ayúdame a trasladarme a no sé dónde.
Me dijo mi amigo. Y se largó con los brazos colgando.