Estoy sentado
en un banco de una plaza
de un barrio de Barcelona,
en frente de un parque infantil de madera,
sentado como un viejo que da de comer a las palomas,
como un viejo que regala caramelos a los niños.
Estoy más cerca de ser ese viejo que de mi infancia.
Recuerdo mi infancia y los columpios de hierro.
La barca, el caballito, los botes, el tobogán,
el tren y los balancines.
Y un cartel pintado a mano que rezaba:
PARQUE INFANTIL PARA MENORES DE CATORCE AÑOS
Me recuerdo jugando con mis amigos y recuerdo a los abusones
fumando pitillos, aplastando lagartijas y ligando
con las chicas.
Por entonces yo lanzaba moco líquido por la nariz,
comía pipas de girasol con cáscara
y chupaba pegamento
de barra.