Regalo
fundas de IPhone siete.
Las
personas
que me quieran
sabrán valorar el esfuerzo
que me supone desprenderme
de todas esas fundas
de mierda.
Regalo
fundas de IPhone siete.
Las
personas
que me quieran
sabrán valorar el esfuerzo
que me supone desprenderme
de todas esas fundas
de mierda.
Somos
seres celebrativos.
Somos seres de flamenquito y tinto de
verano.
Queremos caminar y chupar helados.
Queremos gustar y degustar.
Acabamos de probar el nuevo helado
de pistacho.
¡Qué rico!
¡Tiene trozos de pistacho!
Cuando
por fin maté
la mosca que hacía
más de media hora me
había estado molestando,
me senté y respiré tranquilo.
Y seguí haciendo lo que
me ocupaba en ese
momento.
Pues resulta que la mosca seguía revoloteando y molestando.
Pues resulta que no había sido una sola mosca todo el rato.
¡Habían sido dos!
Ahora que te lo cuento me
invade un conflicto
de no sé qué
tipo.
Por fin
lo he conseguido.
Por fin he conseguido hacer todo lo que quería.
Puedo vivir sin objetivos, disfrutar de una vida insulsa.
Me rompo sin quererlo y me fundo con el suelo que piso.
Mi cerebro es de papel celofán y mi corazón
un globo que se desinfla
en la nevera.
Eres
muy yo
en ese aspecto.
Maduro y gracioso.
Un caballo desbocado a la fuga.
Bastante friolero cuando tienes que serlo.
Un sinvergüenza con mucha sinvergüencería.
Eres muy yo cuando miro al ser humano.
Ves brazos y manos.
Ves rostros plagados de ojos y bocas.
Ves culos feos y culos bonitos.
Culos grandes y culos
castillo.
Todos los culos son culos y todos los rostros
se parecen, y un buen día
desaparecen.
Algunos se mantienen.
Como el castillo
de Tiebas.
Le mandé un poema a un amigo:
El viento me acariciaba la cara. Me hacía cosquillas la lluvia en las orejas. Caminé y caminé, y llegué a un descampado. Me tumbé cerca de un charco y fundido en el barro me sentí la persona más dichosa del planeta tierra.
Y mi amigo contestó:
Eso es lo que yo vengo haciendo siempre. Gracias.
Y entonces me di cuenta de que lo quescribía
no hablaba tanto de mí como
de los demás.
Ayúdame
con la mudanza.
Ayúdame a trasladarme.
Ayúdame a trasladarme a no sé dónde.
Me dijo mi amigo. Y se largó con los brazos colgando.
Tus
llamadas de socorro
se han convertido en el
marcapáginas
de
los demás.
No
te sientes
especialmente feo.
No te hace caso ni el joyero
jotero.
Te gustaría poder como un pájaro,
construirte
un nido en las alturas,
y poder ver la vida desde arriba,
y comer palomitas
y banderillas.
Los
viejos del futuro
ya no se miran a hurtadillas
en los espejos.
Lo hacen sin disimulo, con desparpajo.
Deambulan por la calle sin rumbo.
Pinchan sus venas hinchables
con punzones oxidados.
Y se desinflan.
Encontré una seta
venenosa en un bosque y me la zampé.
Y cuando me desplomé intoxicado entre los árboles,
a excepción de unos pocos pájaros,
no había allí nadie para verlo
y llevarme a un hospital.
Te lo cuento muerto y flotando en el espacio.
Porque como tú y yo sabemos, cuando nos morimos,
todos acabamos flotando
en el espacio.
No es tan malo flotar.
Lo verdaderamente infernal es acabar flotando
lejos de las personas que quisimos en vida,
por toda la eternidad.
Todas las mañanas besos de madera,
caricias de corcho, abrazos
de plástico quemado.
Todas las mañanas cariño seco de primera calidad.
Intentando arrancar su coche
su coche parecía que
le decía:
¡No me toques!
¡No me toques los cojones!
Entonces lo abandonó todo y caminó a la deriva.
Y le cayó encima una tormenta
eterna y sagrada.
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El viento le acariciaba la cara.
Le hacía cosquillas la lluvia en las orejas.
Caminó y caminó y llegó a un descampado.
Se tumbó cerca de un charco y fundido
en el barro se sintió la persona
más feliz del planeta
tierra.