Cuando lanzo una botella contra el cubo siempre miro el cubo,
y ya sé que no tengo que mirar el cubo, pero lo hago,
no lo puedo evitar.
Quiero un cristal en el ojo, un diminuto cristal en el ojo,
quiero tener la libertad de desear lo que
me apetezca y no lo que se supone
que tengo que desear.
Esta misiva no es mía, es de tito Fíodor,
una misiva que impregna mi cerebro
desde que la entendí a golpe
de flexo y armario.