Buenos y malos

HAY algo en Esta casa es una ruina que produce un rechazo similar a la declaración electoral de la Conferencia Episcopal. Una desvergüenza que va a lo esencial de las personas, en una zona tenebrosa e imprecisa del ser humano que tiene que ver con la intimidad y el orgullo. Esa celebración exagerada delante de las cámaras por haber sido los elegidos para que les arreglen su choza es hiriente por más reconfortante que quieran venderlo. Saben que pasando el apuro inicial de las cámaras se convertirán en seres doblemente envidiados. Por un lado, la fortuna de tener gratis una casa arreglada y por convertirse, de la noche a la mañana, en los más populares del pueblo. Esa alegría exagerada como en su momento lo tuvo el coche en el Un, dos, tres tiene un punto de patetismo que degrada a quien lo protagoniza y a quien se deja arrastrar por esa aparente alegría. Muchos verán en el programa de Antena 3 una suerte de misericordia feliz para la familia, pero existe también otra parte de la audiencia que lo ve con el mosqueo de quien quiere ser testigo de hasta dónde serán capaces de llegar. Cuando entran en el interior y van enfocando las carencias de la casa en cuestión, parte de los espectadores sentimos como si grabaran nuestras propias miserias. Dicen que en el mundo están los buenos y los malos. Los que tiran la piedra «vaya cocina asquerosa» y esconden la mano «María va a tener la cocina de sus sueños» y luego estamos los malos que acabamos poniéndonos como locos sólo porque su piedra nos da siempre en la cabeza. Lo que les pasa a los buenos en la tele y en cualquier parte es que en el fondo son unos incomprendidos: te arreglan la casa a cambio de que les enseñes la pilila de tu intimidad o los buenos con sotana que afirman en rueda de prensa que hay que votar con total libertad a la P con la P. Y claro, los malos siempre protestamos.

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