El periodismo cruel


Es contradictorio ver a Anne Igartiburu huyendo de los periodistas apostados en su casa con el fin de conseguir unas declaraciones o una instantánea. Ocurrió el otro día y los encargados de sacarla fueron, claro está, losdel Tomate en Telecinco, que ya sabemos que no se caracterizan precisamente por perdonarle la vida a nadie. Pero detrás de todo este negocio controlado y dirigido se esconde la duda de quién se convierte en juez para dictaminar qué personajes son susceptibles de aparecer como personajes del corazón y cuáles no. Igartiburu es víctima y podría producirse la paradoja de que tuviera que comentar esas imágenes en las que ella misma esquiva la presencia de sus compañeros de profesión. Le ocurre lo mismo a Gonzalo Miró, que su misión en el espacio del programa de Cuatro es pasar tibiamente sobre algunos acontecimientos como si los programas estuvieran obligados por contrato a incluir información rosa para salir a parrilla. Es tal el tirón de alguno de estos programas y tal el número de horas que sus presentadores y comentaristas pasan delante de las cámaras que, con frecuencia, se convierten en personajes más populares que los que sacan a colación en sus programas. Esta cohorte de maricotillas parece haberle dado un corte de mangas al periodismo rimbombante, vanos que se pasan el Hola y el Semana por la entrepierna. Se soltaron la melena y ya, totalmente desatados, disparan a dar desde sus tribunas televisivas. Dice el refrán que a todos nos llega nuestro San Martín. Estos comentaristas de la víscera ajena tienen muchos boletos para que en el futuro su vida íntima acabe a la vista en los programas de televisión. No voy a decir que se lo merezcan porque la ley del talión en este caso sería dar más ideas. Pero hay que decirles, por si no se han dado cuenta, que su crueldad ante las cámaras da un poco de miedo.

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