Adiós, buitres


Si la hubiera tenido la hubiera decorchado. Digo la botella de cava. Después de 200 programas en cuatro años de emisión va y me doy de bruces con el último de Salsa rosa . A eso se le llama tener suerte o, como yo, el dedo inquieto que no para de darle a las teclas en cuanto se ponen pesados o anuncios repetidos. El caso es que allí estaba Santi Acosta, el presentador, moderador; ese mismo que parece que nunca hubiera roto un plato, despidiendo, para siempre, esa bazofia televisiva que tanto daño ha hecho al periodismo en este país. Porque digan lo que quieran, los que allí descuartizaban a sus víctimas arrancándoles mayormente el corazón, pero sin despreciar nunca cualquiera de sus vísceras, era periodismo carroña, el mismo que pueden practicar a su manera los buitres en sus comederos pero en un plató de televisión. Lo sorprendente de este programa es que sus víctimas iban hasta allí para ser desollados. Vamos, que en realidad aquel desmembramiento en vivo se hacía con la conformidad del entrevistado. La novedad de asistir a aquellas torturas consentidas era un espectáculo que nunca se había vivido en la cajatonta . Desde entonces los programadores se pusieron manos a la obra y Salsa rosa sólo fue el aperitivo de lo que luego se convertiría en todo un género. Pues les despido sin cava, con un trago de vino de la bota de cuero, pero con mucha alegría. En mi inocencia pienso que quizás su salida deje paso a un género periodístico que nos documente sobre otros problemas más graves que asuelan de, sur a sur, esta planeta. Vamos, que se puede vivir sin saber qué tal les va a los chorizos marbellíes y a susPretty Woman de peineta y michelines. Salsa rosa se va, pero la semilla que ha dejado es tan dañina que, muy posiblemente, nos haga pensar que fue lo mejor que se hizo en este género.

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