Sherlock House

Una de las ventajas para los que ejercen la crítica televisiva son esos programas de zapping que te seleccionan momentos televisivos con premio. Fue así como se pudo ver el corte de tijera de Josema Yuste al vestido de su compañera presentadora Nani Gaitán, hasta convertirlo en una minifalda, o el resbalón monumental de Francis Montesinos en el pasarela Cibeles que casi lo manda al hospital. Y, hablando de urgencias, hay algo de masoquismo detrás del éxito de las series de médicas. No queda claro si es por el morbo que despiertan o porque, ante la representación de la enfermedad, los espectadores nos encontramos indefensos, víctimas de un espectáculo, ante el que ni podemos ni queremos apartar la mirada. Suponen la mutación del género detectivesco a otros campos. Si antes fue el periodismo, los abogados, los vigilantes de las playas y los mafiosos, ahora está de moda que los que ejerzan la profesión de Sherlock Holmes sean los médicos. Urgencias fue la pionera y después llegó CSI . Gracias a una brigada de investigación científica, la medicina forense se mete en camisa de once varas. Pero el atrevimiento, desde el punto de vista del guión, viene con el doctor House (los martes en Cuatro), un galeno cojo y malhumorado que explota el personaje según las circunstancias. Sus compañeros actúan con verdaderos doctores Watson. Un negro a quien maltrata «aunque no por cuestiones raciales porque ayer eras igual de negro», una treintañera por la que siente mitad amor mitad pasión y un joven que, de momento, no le contradice. Médicos que van en busca de pruebas a la casa de los enfermos como lo hacía el detective Colombo. La originalidad inicial se agota capítulo a capítulo. Entretiene y tiene cuerda: los casos parecen sacados de las contraindicaciones de los prospectos farmacológicos. Toda una mina.

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