El debate de la Unión o de … ¿la desunión?

La pasada semana se celebraba en Estrasburgo, en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, el debate sobre el Estado de la Unión. Correspondió al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, trazar en su discurso el marco de situación en que nos hallamos y la estrategia para afrontar los principales a los que se enfrenta la Europa unida. Intervención de altura, a la altura de las circunstancias de este veteranísimo político con el que, más allá de diferencias de planteamiento ideológico, realizó una radiografía exacta de los malos que padece nuestra convaleciente Unión. Enfrentados al espejo de nuestra identidad de tierra de asilo, el discurso vino en pleno drama de miles de hombre, mujeres y niños que huyen de su segura muerte en la guerra de Siria. La Europa de los derechos y libertades políticas, la cuna de la sagrada defensa de los refugiados, mostraba en Hungría el peor rostro de la insolidaridad, cerrando fronteras a seres humanos desprotegidos.

Juncker clamó por ellos con rotundidad:”Si fueran ustedes, con sus hijos en brazos, los que vieran cómo el mundo se deshace, no habría muro que no fueran a subir, no habría mar que no fueran a atravesar o frontera que cruzar para huir de la guerra o del Estado Islámico. Debemos acoger a los refugiados en la UE“. Un esfuerzo de generosidad que apenas representará el 0,11% de la población europea. ¡Qué Europa pretendemos ser si no somos capaces de aceptar tan nimio sacrificio? Juncker hablaba con la legitimidad y el respaldo que le da ser el primer presidente de la Comisión elegido por el Parlamento que todos hemos votado. Investido de ese nuevo aura nos recordó que “los europeos no podemos olvidar lo importante que es el derecho al asilo, uno de los valores más importantes que existen. A pesar de nuestra fragilidad, de nuestra propia percepción de debilidad, hoy es Europa la que buscan como lugar para el refugio y el exilio. Europa es, con mucho, el lugar más estable y rico del mundo. Los que critican la construcción europea, la UE, deben admitir que es un lugar de paz y prosperidad. Tenemos los medios para acoger a los que huyen de la guerra y la opresión”.

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Hablaba el presidente con la sensibilidad que la crisis humanitaria requiere, no con el cálculo del político de Estado metido en su pequeño bunker creyendo que puede aislarse del mundo envuelto en sus alambradas. Anunció la cifra de 120.000 nuevos refugiados repartidos entre los Estado de la UE, más los 40.000 que esperan desde mayo en Grecia e Italia su reubicación urgente. A la vez anunció la puesta en marcha de un fondo fiduciario de emergencia para cooperación en África de 1.800 millones de euros. Cargaba así toda la prueba y responsabilidad sobre los Estados para poner fin al drama en las fronteras y no acabar con el sueño del tratado de Schengen, volviendo a establecer controles fronterizos intracomunitarios.

Pero Juncker también habló de nuestra otra gran crisis, la interna, la del euro que ha tenido su más dura expresión en Grecia. No la dio por finiquitada, como nadie con dos dedos de frente puede darla por acabada. Y estableció correctamente los anhelos que debe tener la UE cifrados en el nivel más próximo posible al pleno empleo como objetivo último de recuperación. Para ello volvió a confiar en su plan Juncker de inversión de 310.000 millones de euros, al más claro estilo keynesiano. Pero como si estuviera ya de vuelta de todo, dijo más, habló de la necesidad de un salario mínimo interporfesional igual en todos los Estados de la UE para acabar con el dumping social que produce la desigualdad laboral en el espacio común. En esa misma línea de profundizar en las estructuras de una política económica de la UE, se refirió a la necesidad de la armonización fiscal, reclamando una Hacienda y un Tesoro común en la zona euro. De igual forma que una sola voz ante organizaciones como el FMI o el Banco Mundial.

Nadie puede decir que lo que sucede en Europa es culpa de sus instituciones de la Unión, ni de la Comisión que habló claro de las prioridades por boca de su presidente, ni del Parlamento, que salvo las minorías muy minoritarias de ultraderecha, populares, socialdemócratas, liberales y radicales de izquierdas aplaudieron buena parte del discurso de Juncker. Ahora todos sabemos que son los gobiernos de los Estados los que entorpecen y dificultan la puesta en marcha de políticas europeas, los que cada día ponen trabas a la construcción europea. Pero no seamos hipócritas, esos gobiernos no han caído del cielo, son fruto de las legítimas decisiones de alemanes, holandeses, letones, españoles, portugueses… en las urnas. Esa esquizofrenia europea que nos lleva a votar gobiernos que traicionan la lealtad europeísta que nadie niega en sus discursos formales. Queremos ser una cosa y la contraria, sin hacer un esfuerzo o sacrificio común, sin compartir responsabilidades. Seguimos siendo el niño mal criado que no quiere reconocer la realidad de las dificultades.

Como dijo Juncker nos falta más Unión y nos falta más Europa. Estamos en el momento que debemos demostrar al mundo nuestra capacidad de estar unidos, de ser honestos y de ser solidarios. Lo decía en días difíciles para Europa, como lo son para él que acaba de perder a su madre y su padre está gravemente enfermo hospitalizado. Uno de los políticos más pragmáticos que ha conocido la Europa contemporánea, una auténtico profesional de la política comunitaria, tiró de sentimiento y de pasión en su discurso, de lo que más adolece la tecnocracia de Bruselas. Para recordarnos que si queremos seguir siendo europeos, no podemos olvidar la piedra angular de nuestro sentido de ser, la libertad sin fronteras.

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Cuentos chinos

La serpiente informativa de verano de este año ha venido en forma de crisis bursátil china. Paradojas de la globalización que transmite temores a los mercados internacionales desde un parqué bursátil de una economía planificada comunista. Este mundo de contradicciones que convierte en segunda economía mundial a China, el capitalismo colectivizado que mientras trata de sacar de la pobreza a miles de millones de chinos, hace archimillonarios a cientos de millones de ellos. Sabido es que el dinero es lo más cobarde que pisa la tierra, probablemente por la necesidad de dar espíritu de conservación a un material tan perecedero como convencional, pues, las tumbas de los faraones atestiguan lo inútil de enterrarse rodeado de oro. Sin embargo, la realidad atestigua que el pánico es consustancial a los movimientos compulsivos de compra venta de valores. De ahí,  que convenga analizar con sosiego lo que en torno a la economía china está sucediendo. Y mi principal inspirador en esta materia es el colega periodista argentino afincado en Miami, Andrés Oppenheimer, autor hace unos años del libro “Cuentos chinos”, verdadero compendio de antecedentes de lo que acontece en el Lejano Oriente – por cierto recomiendo también su último libro “Crear o morir”, sobre las claves de la innovación -.

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Cuando uno quiere saber la verdadera trascendencia de un problema económico, yo siempre recomiendo preguntarse sobre la estructura económica en la que se mueve. China hoy se ha convertido en un elemento de enorme complejidad tanto por su estructura económica, como por lo que representa en la estructura económica mundial.  Convertida en la gran fábrica de producción de bienes de consumo mundial, la exportación es el gran mantra chino, dado que su capacidad productiva es inversamente proporcional a la capacidad de compra de su población.  El gigante chino, pues, necesita niveles de crecimiento sostenidos por encima de 2% en los países de la OCDE para mantener su maquinaria de producción exportadora al tono que precisa su PIB para tratar de sacar a los chinos de los actuales 7.500 dólares anuales (el nivel de renta de Botsuana). Pensar que China puede en la actualidad y a medio plazo cubrir sus déficits exportadores con consumo interno es absolutamente irreal. Por tanto, para China es básico que EE.UU. y la Unión Europea salgan definitivamente de la recesión y generen mayores demandas de productos de consumo.

De fondo, China tiene un problema mayor estructural, su enorme déficit energético, que le obliga a depender del precio del petróleo y a generar en su suelo centrales nucleares, una tras otra a toda velocidad, con el riesgo que comporta para la seguridad. Para la industria china, la aportación de las renovables es insignificante y resulta impensable que como ha logrado  EE.UU. el fracking, la eólica o la solar generen cuotas de energía significativas en China. A ello se añade el problema del impacto de la industria china en el planeta como principal agente contaminante mundial. Sus sistemas de producción, como sucede también en el ámbito de los derechos laborales, distan mucho de los empleados en el mundo desarrollado – basta con tomar nota de los últimos accidentes en sus plantas químicas, saldados con cientos de víctimas -. El desafío de sostenibilidad universal que representa el cambio climático es inabordable con los métodos y ritmos de producción chinos, no solo por ellos mismos, si no por el efecto contagio que produce en el resto de países emergentes. A China no le queda otro remedio que asumir los patrones de comportamiento de EE.UU. y de la UE, si quiere ser un jugador de primera en el contexto mundial, pero hoy por hoy eso supondría un coste en desaceleración de su economía impagable.

En gran medida, esta guerra de modelos que se está librando entre las tres grandes economías mundiales (EE.UU., UE y China), tiene su centro en la batalla monetaria. Las actuaciones de Mario Draghi al frente del BCE y las medidas de Unión Bancaria adoptadas a lo largo de la crisis por la Unión, han configurado un nuevo orden monetario mundial, donde el dólar y el euro, cercanos ya a una paridad cero, se intercambian el papel de moneda refugio o de moneda idónea para la exportación, según los vaivenes del mercado cambiario. Sin embargo, el yuan se comporta en este contexto como una moneda inexistente, y China pese a sus controles y disciplina económica marcada desde el Partido Comunista, vive en la imposibilidad de hacer efectiva una política cambiaria y monetaria efectiva. En fin, su dependencia de la capacidad de venta de sus productos fuera, su déficit crónico energético y la inexistencia de una moneda de referencia, convierten a China en un gigante con pies de barro, que a fuerza de tratar de caminar por el lodo, arrastra ya sus rodillas por el fango.

Esta situación que tanto Washington como Bruselas creen tener controlada, no está libre de riesgos de considerable gravedad. La principal es la reacción que las autoridades chinas tengan ante la vuelta de tuerca de controles de exportación a sus productos que los grandes mercados les impongan. Como telón de fondo nada más y nada menos que la negociación del Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y la UE que puede significar ante terceros el mayor bunker de productos y de patentes del mundo. Ambas áreas pueden mostrarse al mundo autosuficientes lo que significaría la ruina para China. En este panorama hasta la fecha los mandatarios chinos han optado por aplicar grandes dosis de pragmatismo y paciencia, sabedores de sus debilidades. Sin embargo, dados como son a la aplicación de políticas keynesianas como conversos desde el comunismo al capitalismo internacionalizado, podrían copiar el modelo estadounidense de gasto desmedido militar y de desproporcionadas tasas de déficit público. Si los chinos deciden dar a la máquina de hacer dinero sin pensar en las consecuencias globales de su decisión podrían estar abocándonos a todos a un desastre en cadena. De ello de momento, también nos libra que su inflación parece estar razonablemente controlada.

Deberíamos, pues, ser todos más conscientes de lo que nos jugamos en esta guerra de posiciones con China. No asumir que su papel en la economía mundial es ya y será determinante es no querer entender el mundo en que nos movemos. Pero también conviene salir de la ensoñación a que a muchos ha sometido el gigante por su dimensión y exponer claramente los cuentos chinos que han sido más fruto de intereses exteriores que de los propios mandatarios chinos, de natural herméticos, pero que nunca han alardeado en exceso de sus fortalezas. Si no son conscientes de la necesidad imperiosa que tiene de aportar investigación e innovación a sus productos, generando más patentes y desarrollando centros de enseñanza de vanguardia, China no saldrá de su laberinto exportador del segmento bajo de bienes de consumo. Toca negociar el nuevo estatus de China en la economía global, tenemos que sentarnos con los dirigentes chinos y hacerles ver que nadie pretende frenar su legítimo crecimiento y el progreso de una población que merece vivir, como todas las personas, en los estándares de bienestar occidentales. Y eso tiene mucho que ver con la colaboración mutua, pero también con los cambios que necesariamente deben producirse en China, empezando por la democratización y el respecto pleno de los derechos humanos, la transparencia de sus procesos económicos y regulatorios o las normas de seguridad en el trabajo. Dejémonos, por tanto, de cuentos chinos y bajemos todos a la realidad de este mundo global que nos obliga a la economía colaborativa más que a la meramente competitiva.

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Los salarios son la clave o de otra manera de hacer las cosas

En materia de política económica demasiadas veces nos hemos dejado llevar por el determinismo de la ortodoxia vigente. La manera en que tenemos de afrontar las crisis  tiene mucho que ver con la doctrina dominante en el momento o con la que los mercados decidan primar en cada caso. Pero no deberíamos olvidar que la política económica, primero es política, es decir, el arte de establecer prioridades que siempre deberían basarse en el interés general. De la misma forma que resulta obvio que las teorías económicas de cómo afrontar los problemas no son científicamente puras, ni infalibles, sino aproximaciones más o menos acertadas a una predicción de lo que puede suceder si se actúa de una u otra manera. Y digo todo esto, porque si analizamos el escenario económico mundial provocado por la globalización desde la caída de Lehman Brothers, el 13 de septiembre de 2008, pistoletazo de salida a la crisis que aun vivimos, veremos que desde políticas económicas diversas se han alcanzado resultados bien distintos. A eso dedico este post.

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A tal efecto, conviene realizar un paralelismo de lo sucedido en Estados Unidos, en Japón y en España, como fiel reflejo esta última de la política de austeridad impuesta por la Comisión Europea al dictado de Alemania. Empecemos, pues, por las tasas de crecimiento tanto del país como per cápita. En Estados Unidos en el periodo 2008-2015 el PIB pasó de tasas negativas del -0,6% en 2008 y -2,8% en 2009 a crecimientos positivos superiores al 2% desde 2010 y el pasado año del 2,4%. Por su parte, el PIB per cápita pasó de los 32.900€ en 2008 a los 41.100€ en 2014, es decir, un incremento de casi 20 puntos. Por su parte, Japón ha tenido continuos altibajos en su PIB sin lograr una estabilidad efectiva de su crecimiento, concluyendo el periodo el pasado año con un decrecimiento del 0,1% y pasando su PIB per cápita de 25.700€ a 27.247€, un incremento del 5,6%. En España, hemos pasado de decrecer en 2009 un -3,6% a crecer el pasado año un 1,4% y tener una previsión para este año que supera el 2,5%. Nuestro PIB per cápita, sin embargo, decreció de los 24.274€ a los 22.780€, un 6,1%. Es claro que los crecimientos país no han sido homogéneos según los casos y que fueron los ciudadanos norteamericanos los mejor parados en este ratio.

Pero para acercarnos de manera más certera a la realidad de los bolsillos domésticos, conviene que veamos lo que ha sucedido en igual periodo con la evolución de los salarios. En EE.UU., el salario medio anual pasó de 28.785€ a 37.693€, un incremento del poder adquisitivo del 24%. Mientras que el SMI – Salario Mínimo Interprofesional – creció de 689€ a 1.035€, un incremento del 44%. En Japón, el salario medio creció de 31.669€ a 34.794€, un 8%, mientras que el SMI pasaba de 726 € a 1.148 €, un +37%. Y, por último, en España el salario medio se incrementó de 23.252€ a 26.162€, un 12% y el SMI de 700€ a 757€, un +8%. Creo que las cifras cantas por si solas sin necesidad de especiales comentarios, más si tenemos en cuenta que la inflación en los tres países se mantuvo muy estable en valores entre el 1% y el -1%. Los estadounidenses han mejorado su situación relativa de poder adquisitivo, en menor medida los nipones y los españoles hemos retrocedido claramente.

Dado que la política aplicada en España de radical moderación salarial se fundamentó en la necesidad de crear empleo, veamos lo que en el periodo analizado ha sucedido con la tasa de paro en los tres países. En EE.UU., la tasa de desempleo pasó del 10% en 2009 a los actuales 5,5% de 2015, tan solo un 0,5% superior a la que registraba antes de iniciarse la crisis. En Japón, se alcanzó la máxima cuota con el 5% en 2009 y actualmente se sitúa en 3,4%. Mientras en España, con anterioridad a la crisis, en el tercer trimestre de 2008 la tasa era del 11,33%, se alcanzó la cuota máxima en el primer trimestre de 2013 con el 26,94% y, en el segundo trimestre del 2015 nos encontramos con una tasa del 22,5%. Si pretendíamos dar lecciones de creación de empleo a base de congelar salarios, me temo que la política económica aplicada en España, tanto por los últimos gobiernos de Rodríguez Zapatero, como por los de Mariano Rajoy, pasarán a la historia de la Economía.
Todo este mareo de cifras pretende ilustrar el debate de cómo se alienta de mejor manera la recuperación económica en el actual ciclo. De lo que adolece la economía mundial no es de ratios de crecimiento, ni siquiera, de capacidad para crear empleo, es anterior el problema y reside en el empobrecimiento de los salarios y con ello de las rentas medias de los ciudadanos de los países que tiran del consumo mundial. La administración Obama lo entendió tras casi una década de pérdida de poder adquisitivo de sus ciudadanos y emprendió una política expansiva cuyos frutos están a la vista. En Japón, con una economía estancada en el mismo periodo, el Gobierno de Shinzo Abe, su Abenonomicscon sus “tres flechas”: estímulo fiscal masivo, flexibilización monetaria masiva y reformas estructurales que impulsen la competitividad, ha logrado salir del estancamiento, cuyos efectos también la han notado las familias niponas. Por contra, en España el resultado de la política económica oficialista basada en los ajustes, la austeridad y la congelación salarial, de la Comisión Europea, elBanco Central Europeo, bajo las directrices de la Canciller Merkel, nos han granjeado una senda de empobrecimiento de la clase media, para reducir el número de parados a base de contratos en el límite del Salario Mínimo Interprofesional que abocan a sus firmantes a la mínima supervivencia, sin capacidad de consumo.

Si no somos capaces de poner el foco en la recuperación salarial, no vamos a ser capaces de recuperar nuestra sociedad. No se trata tanto de crear empleos a cualquier precio, como de recuperar los salarios medios de nuestros trabajadores. No es cierto que el factor salarial sea la clave de la competitividad, salvo que asumamos que nuestras empresas y nuestra economía se mueve en los parámetros de subdesarrollo. Conceptos como la innovación y la internacionalización de los mercados, tienen mucho más que ver en la capacidad de venta de nuestros productos que el coste de la mano de obra. Eso si queremos que la base de nuestra estructura económica lo sea la industria, el único sector con capacidad real de crear riqueza sostenible y equitativa. Aunque algunos se empeñen en tirar la toalla y cambiar el trabajo de la construcción por el del turismo y convertir la península ibérica en el bar de tapas de los europeos laborioso e industriales del norte, en sus días de ocio. Si el sector servicios ocupa todo, seremos los sirvientes de otros, pero que nadie sueñe con salarios dignos cuando se es a lo sumo el mayordomo de los señoritos.

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Algunas verdades griegas

Conocer el desenlace final de la tragedia griega solo está al alcance de su autor. De ahí que pretender predecir a dónde nos llevará la convocatoria del referéndum del próximo domingo 5 de julio en Grecia, se me presume cuanto menos osado, algo bastante alejado de mis múltiples defectos. Pero sí creo que las declaraciones apocalípticas que estos días escuchamos por parte de unos y de otros, con visiones tan antagónicas como maniqueas, conviene sosegar el debate poniendo encima de la mesa una serie de verdades poco cuestionables sobre el pasado, presente y futuro cierto de Grecia y su transitar por la zona euro.

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Por tanto, con un carácter atípico de lo que suelen ser mis pesados posts, aquí os dejo algunos datos y hechos que por simples pueden arrojar algo de luz sobre el laberinto griego:

  • Los Gobiernos del resto de Estados de la eurozona y, por extensión, de la Unión Europea, que no comparten aprobar una quita o restructuración de la deuda griega, son tan democráticos y legítimos como el gobierno deSyriza y representan a más de 500 millones de ciudadanos, frente a los 11 millones que pueblan el territorio heleno.
  • Grecia solicitó voluntariamente su ingreso en el euro y fue firmado por su tan legítimo gobierno de entonces como el de ahora y ratificado por el Parlamento de Atenas. Similar trámite se siguió con el Tratado de Lisboa que rige actualmente la relación de los Estados miembros de la UE. En este sentido, nadie ha obligado antidemocráticamente a nada a Grecia.
  • La deuda de Grecia asciende a 550.000 millones de euros, lo que supone una deuda per cápita de 50.000 euros, es decir, cada griego debe esa cantidad a los distintos acreedores de su país. Eso en un país donde la renta per cápita media al año se sitúa actualmente en los 25.000 euros. Es decir, la deuda griega todo el mundo sabe que es impagable, lo que no quiere significa que pueda ser condonada.
  • Los acreedores actuales son por este orden, 141.100 millones al Fondo Europeo de Rescate, 27.000 millones al BCE, 25.000 millones al FMI. También hay créditos bilaterales (52.800 millones), bonos (67.500 millones), letras del tesoro (15.000 millones) y otras vías de financiación (13.000 millones). Por tanto, Grecia fundamentalmente debe al resto de los ciudadanos europeos, no ya a sus bancos, ni al FMI.
  • Una quita de deuda sobre un Estado de la zona euro recaería directamente sobre el conjunto de la moneda y su posición en los mercados internacionales, haciéndole perder de forma automática credibilidad y valor.
  • El problema de la economía griega no es su deuda, con ser gravísimo, sino su incapacidad estructural y sistémica de crecer y crear empleo. Solo por poner un ejemplo, en 2011 el porcentaje de pensionistas se elevó a 25.3 por ciento y el sistema de pensiones griego ha tenido problemas para financiarse, estimándose que cada año requiere de 450 millones de euros más al año para cubrir sus obligaciones.
  • Los principales promotores de la deuda griega fueron los bancos alemanes y su gobierno federal que concedieron cuantiosos préstamos a una economía y unas autoridades poco solventes y sin el control y fiscalización necesarios. Uno de esos auditores de las cuentas griegas fue nada menos que el actual presidente del BCE, Mario Draghi, en su anterior cargo de máximo responsable de Goldman Sachs en Europa.
  • La caída del Gobierno Papandreu mediante una intervención externa de la canciller Merkel, acabo con el programa de reformas no austericidas y concluyó con la imposición de Lukas Papadimos como primer ministro, un tecnócrata a la medida de las políticas de ajuste de la troika. Entonces en uno de estos post ya señalé que se trataba de un golpe de Estado encubierto que tendría graves consecuencias.
  • La hipotética salida de Grecia del euro tiene consecuencias más graves geopolíticas que económicas para la UE.
  • Un no o un sí en el referéndum solo afecta a la posición negociadora del Gobierno de Tsipras. El no le refuerza y obliga a Bruselas a reabrir las negociaciones y el sí le aboca a la dimisión. De hecho, nadie en Grecia votará por la salida de su país del euro.
  • El lunes 6 todos seguiremos teniendo la imperiosa necesidad de alcanzar un acuerdo que garantice una vida digna a los ciudadanos griegos y con ello, que haga creíble el euro y, sobre todo, el proyecto europeo de libertades.

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II Cumbre UE-CELAC: Bruselas, una foto y una oportunidad perdida

Cuando hace dos años los mandatarios europeos y latinoamericanos se reunieron en Santiago de Chile, se abrió una nueva era en las relaciones birregionales de los dos lados del Atlántico. Allí se puso de manifiesto un cambio histórico en la visión que unos tenemos de los otros, se ponía fin a un claro desequilibrio asimétrico y se empezó a hablar en pie de igualdad. Probablemente ello fue posible porque la Unión Europea vivía entonces inmersa en una profunda crisis de identidad en torno a su moneda, el euro, y a que América Latina mostraba pujanza económica con cifras de crecimiento sólidas y estables en casi toda la región. Seguramente los europeos volvieron a vivir el sueño de El Dorado y los latinoamericanos vieron en Europa a ese socio idóneo de raíz común cultural en quien apoyarse para eludir dependencias del vecino estadounidense del norte o de las inversiones sin rostro de China.

Sea como fuere, los discursos de Santiago rezumaban optimismo y altura de miras y objetivos. La declaración final obligaba a una ambiciosa agenda de desarrollo en común y de aprovechamiento de las oportunidades recíprocas. Pero dos años después, las cosas han cambiado o tal vez sencillamente las cosas no eran como queríamos creer en Chile. Cabe preguntarse, ¿qué ha cambiado en estos dos años para que lo que entonces fue un acontecimiento de relieve internacional o pase desapercibida como una cita de tono menor? No se trata de un cambio de los protagonistas principales. Entonces estuvieronMerkel, no acudió Sarkozy pero estuvo su primer ministro, como no viajóCameron y si estuvo Rajoy. En Bruselas han estado las 5 primeras economías europeas con su máximos mandatarios – Merkel, Hollande, Rajoy – salvoRenzi que delegó en su ministro de Exteriores ante la visita a Italia coincidente del presidente Putin. Por CELAC, el presidente Piñera hizo pleno hace dos años y, este año han repetido las principales potencias y sus presidentes, Peña NietoRousseffSantos o Humala, junto a la presidente chilena, Bachelet.

Foto oficial de la Cumbre

Solo cabe hacer mención de unas ausencias notorias por parte latinoamericana en el bloque de los países ALBA. Salvo Correa, presidente pro tempore de CELAC y Evo Morales, los demás líderes de la izquierda radical latinoamericana han hecho desbandada. Ni Castro, pese a la normalización de relaciones iniciada con EE.UU. y la UE, ni Ortega, ni Cristina Fernández, niMaduro, han hecho acto de presencia en Bruselas. Los motivos son obvios, el retroceso de su discurso y de su posición internacional en estos dos años, así como la compleja situación que vive Venezuela y que perturba enormemente todo el marco de relación birregional. ¿Para qué viajar y soportar preguntas incómodas de la prensa europea?, pensarían los dirigentes citados. Mejor quedarse en casa y alegar la intrascendencia de las conclusiones de la cumbre o la existencia del enésimo complot mundial contra sus regímenes.

Así las cosas, es obvio que lo que ha convertido en un gesto protocolario la cumbre de Bruselas, es la situación que hoy viven ambas regiones. La UE ha superado su crisis del euro pero sigue inmersa en el laberinto griego del pago de la deuda helena. Además, centra todos sus esfuerzos en dos escenarios: el Este y la amenaza rusa con Ucrania como centro de operaciones y el Mediterráneo con la presión migratoria que sufre fruto de la violencia integrista que asola buena parte del norte de África. América Latina pilla muy lejos y, por si fuera poco, el crecimiento de la economía en los principales países latinoamericanos se ha ralentizado, cuando no está casi en recesión. Demasiados cambios de paradigma como para que el interés mutuo alcance los niveles de interés que tuvo en Santiago 2013. No es que no nos interese a unos y otros la relación, pero el enamoramiento de antaño se ha tornado cariño sin más. Con el riesgo claro de que dentro de dos años cuando se celebre la siguiente cita en Latinoamérica, el Tratado UE-EE-UU. se haya firmado y la III Cumbre se convierta en un evento de tercera división.

En todo caso, además de la foto de “familia”, la declaración de Bruselas no es más que un prolijo documento repleto de buenas voluntades, palabrería grandilocuente y un plan de acción que es un compendio de inconcreciones. Venezuela solo es citada para sacralizar la no ingerencia en los asuntos internos del país, pese a que esté constatada la violación de derechos fundamentales por parte del Gobierno de Maduro. Apoyo incondicional al proceso de paz en Colombia incluido el llamamiento a la negociación para el desarme al ELN. Y respecto a Cuba, mostrar la complacencia con el proceso de normalización de relaciones con EE.UU. como por otra parte, no podía ser de otra manera. En conjunto, es evidente que los miembros de la CELAC han acudido a la cita sin unidad alguna, cada cual con sus particulares intereses y el objetivo de introducir su párrafo de gloria en la declaración, como por ejemplo Argentina que logra que los mandatarios “tomen nota de los debates que en foros internacionales se están produciendo sobre los procesos de reestructuración de la deuda soberana de los Estados”. Eufemismos y diplomacia decimonónica.

Europa ensemismada en sus problemas interiores, con Grecia como paradigma del laberinto comunitario, ocupada en los conflictos en sus fronteras del Este, con Ucrania como escenario de operaciones de las brabuconadas de Putin y sin respuesta a las oleadas de inmigración que la violencia yihadista produce en el norte de África, tiene prioridades muy lejanas a América Latina. Bastante hace con recibir a sus mandatarios con protocolo parco y frío. Y, por su parte, América Latina no pasa de una adolescencia rallana con el infantilismo de las bondades libertadoras que dio origen a sus jóvenes repúblicas. Incapaz de hacerse oir en la escena internacional con una voz unívoca, sus potencias – Brasil y México – de espaldas entre ellas y con demasiados problemas internos, se ponen de perfil ante los discursos radicales de los países ALBA, que hacen más ruido en el mundo globalizado.

Los presidentes de la Comisión, del Consejo europeo y de CELAC, Juncker, Correa y Tusk

Elecciones en el Reino Desunido

Vive Gran Bretaña la más clara representación del drama shakespiriano. Su ser o no ser ha quedado patente en los resultados de las elecciones generales de la pasada semana, pues, más allá de la sorprendente victoria del conservador David Cameron, las encrucijadas que arrojan las urnas son enormes. Por un lado, los tories se hacen con una mayoría absoluta que les obliga a cumplir su promesa de convocar un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2017, lo que consumirá al país en este complejo debate la mitad de la legislatura. Pero lo que es más grave, es que su cohesión interna se ha visto aniquilada por el éxito arrollador de los Nacionalistas en Escocia y la práctica desaparición en este país de los laboristas que ya difícilmente pueden presentarse como una formación británica, sino puramente inglesa y galesa. Una de las campañas más anodinas que se recuerdan pueden transformar históricamente el Reino Unido tanto interna como externamente.

La realidad es que sin tender a exagerar, estas podrían haber sido las últimas elecciones generales del Reino Unido que se celebran en Escocia y también las últimas de los británicos como miembros de la UE. Cameron será premier con una mayoría con la que nadie contaba pero no puede ser ajeno a ese 13% de británicos que han votado al UKIP y anhelan quedarse en libre flotación en las islas, lejos de las normas de Bruselas y, menos aun, a que 56 de los 59 escaños de la Cámara de los Comunes elegidos en Escocia, pertenecen por voto y derecho propio al Partido Nacionalista escocés, el SNP. Su lideresa, Nicola Sturgeon recoge la siembra de Alex Salmond, ahora electo en Londres y la nefasta gestión que desde septiembre han hecho conservadores y laboristas del no escocés. Salieron del apuro in extremis y, aliviados del susto de la independencia, se olvidaron de que los escoceses en su mayoría habían votado un no pero sí, una suerte de reclamo de mucha más autonomía que ha fecha de hoy no se ha plasmado en ninguna realidad.

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Por mucho que a Cameron se le llene la boca hablando del partido conservador como el gran partido nacional, la realidad es que los tories son un partido inglés y si se me apura, un partido del sur de Inglaterra. Pero es que los laboristas son aún menos “nacionales”, pues, el populismo antieuropeista y antiinmigración del UKIP ha captado un importante porcentaje de voto en áreas tradicionalmente laboristas en el norte de Inglaterra y en Gales. Estas son las consecuencias de una forma de hacer política en una burbuja alejada de la realidad territorial, de tomar las decisiones en Londres, bajo las presiones de la City financiera y lejos de los intereses ciudadanos. Como también es una peculiar venganza del sistema electoral proporcional que concede el escaño al ganador en el distrito pese a que la diferenciada pueda ser de un solo voto. Así se explica que el UKIP con casi 4 millones de votos solo haya obtenido un escaño o que los nacionalistas escoceses se lleven la práctica totalidad de los escaños con solo un 10% más de votos que sus adversarios.

Supongo que Cameron, aún inmerso en su borrachera de éxito por la reelección, no querrá calibrar ya las consecuencias que estas extrañas elecciones dejan en el Reino Unido, pero cualquiera diría que le hubiera ido mucho mejor tener que conformar un gobierno de coalición con otras fuerzas políticas que habría expresado de forma mucho más real la división territorial e ideológica que se vive en la isla. Obcecados en centrar su política en los recortes del gasto público, los tories más duros exigen ahora de forma inmediata la puesta en marcha de un nuevo paquete de ajuste, seguros de que su política económica les ha hecho ganar las elecciones. En vez de llegar a la sencilla conclusión de que más que por sus méritos, la victoria conservadora se debe a los errores de una oposición laborista que de la mano de Ed Miliband se entregó a un programa electoral extremadamente izquierdista, que asustó a buena parte del electorado de centro y a las clases medias británicas.

Para la UE este resultado supone enfrentarse con casi total seguridad a una compleja negociación de los Tratados de la Unión con el gobierno de Cameron, si se quiere salvar el incalculable resultado de un referéndum para la salida del Reino Unido. Pese al hartazgo lógico de Bruselas ante las repetidas amenazas británicas de abandonar la Unión, la realidad es que el mero hecho produciría el pánico en otro Estado miembro como Irlanda, dependiente comercial y económicamente de Gran Bretaña y el indudable temor de Alemania a quedarse sola ante Francia y los grandes países del sur como España e Italia, a la hora de ordenar una política europea de austeridad conforme a los estatutos del Bundesbank. En la mentalidad germana, los británicos son un aliado imprescindible para garantizar políticas de rigor presupuestario en Europa. De ahí que previsiblemente la canciller Merkel empezará a realizar gestos y concesiones a las primeras demandas que sobre el escenario comunitario plantee el premier reelegido.

La vieja y compleja Europa otra vez ante el espejo de sus arrugas. Con Grecia instalada en el impago de sus deudas, el Reino Unido dividido internamente y apelando a su salida y con un mapa político general que cuestiona el bipartidismo que consagró el proceso comunitario, precisa urgentemente de un plan de recuperación de las ideas fundacionales. El discurso europeista está caduco, no ofrece nada nuevo a futuro, sigue basándose exclusivamente en el vértigo que produce la desunión si miramos a nuestro trágico pasado bélico. O nuestros políticos y gobernantes son capaces de salir del planteamiento de unión temporal de empresas en que han convertido el espacio común o tendremos un escenario similar al que vive el Reino Unido, que camina inexorablemente por errores propios hacia la desunión más profunda, la de territorios y clases.

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Morir en las costas de Lampedusa

Que el ser humano es uno de los animales que más mata a sus congéneres y que permanece más insesible a la muerte de los que le rodean, no precisa de sesudos estudios de antropólogos o biólogos, nuestra trágica historia sobre el planeta lo avala. Tal vez sea ese uno de los secretos que ha llevado a los humanos a ser los seres supremos terrenales, pero cierto es que nuestras conciencias se ven turbadas ante a propia imagen de nuestro magnicidio. Algo de todo esto se encuentra en las claves del último drama vivido ante la isla de Lampedusa, en ese Mediterráneo bañado siglo tras siglo en sangre, con la desaparición de más de 900 inmigrantes. Desaparecer así es la peor de las muertes posibles. Es la muerte en número, sin nombre, sin rostro, sin memoria. La muerte más indigna, la no reconocida. Ese es el destino que les hemos dado a cientos de hombres, mujeres y niños por la inacción culpable de un mundo acomodado y rico que ya casi parece no alterse ante el horror vivido por otros.

Pero si nos sigue quedando un ápice de humanidad bien entendida, lo primero que deberíamos preguntarnos es por los motivos que llevan a las víctimas de estos homicidios a venderse a las mafias que les lanzan a la muerte. ¿De qué huyen estas pobres gentes, qué les lleva a abandonar hogar, a dejar amigos por extraños, sin oficio alguno ni beneficio cierto? Todas las corrientes migratorias han tenido el mismo signo, no nos engañemos, no hay novedad alguna, se huye de la muerte segura o del riesgo a morir, bien por hambre o por violencia. Hambruna y guerras han significado los dos motivos por los que millones de personas se han visto obligados a partir de sus orígenes en pos de un futuro mejor. En África se dan a la par ambos elementos con toda la pluralidad de macabras formas de expresión que queramos encontrar. Sequía, epidemias, guerras tribales, civiles, integrismo religioso y un largo etcétera vergonzante de testimonios de la barbarie, se dan cita en el continente olvidado, ese trozo de la tierra al que solo recurrimos el resto para explotar la riqueza de su subsuelo.

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Pero no cabe duda, que lo que en estos momentos se ha convertido en el elemento catalizador de la tragedia es la presión ejercida por las fuerzas yihadistas en cruzada de guerra santa por buena parte de África. Las guerras en Siria y Libia, a manos del Estado Islámico, los conflictos continuos en Irak yAfganistán, la actuación salvaje de Boko Haram en Nigeria, los atentados de la milicia Al Shabab en Somalia e incluso ya en Kenia… componen un mapa del terror que está obligando a millones de personas a desplazarse de su territorio, no para probar fortuna mejor en otras tierras, sino para no ser brutalmente asesinados. Si alguien se cree que el único motivo de la escalada militar emprendida por los extremistas en esos territorios es su mera ocupación se equivocan. Pretenden sembrar el terror en todo África con la estratégica misión de lanzar un ejército de personas aterradas huyendo despavoridas hacia la Europa refugio. Esa presión sobre nuestro espacio de libertad y de conciencias es lo que pretenden, esperanzados como están de que no vamos a saber dar respuesta unitaria a este tremendo reto.

Y a fe que hasta ahora están acertando en sus presunciones. Para el conjunto de los europeos este es un problema de los que lo tienen. Si los inmigrantes llegan por Italia, de los italianos, si lo hacen por Ceuta y Melilla, de los españoles. Cuanto más nos alejamos del problema de frontera física menor comprensión a destinar recursos para encontrar soluciones. Pese a que finalmente, el destino de los inmigrantes no sean los países del Sur, sino los más prósperos hoy por hoy del centro y norte de Europa. Italia sin ir más lejos está sola en la financiación de la Operación Tritón, la única activa realmente en la actualidad de Frontex. De ahí que a nadie le puedan sorprender las valientes palabras de la alcaldesa de Lampedusa, cuando ante la última tragedia vivida ante sus costas dijo a los mandatarios que se disponían a visitar la zona enlutados y cari acontecidos, que si no venían con soluciones y recursos, mejor le mandaran un correo electrónico mostrándole sus condolencias.

La reacción al último episodio del drama por parte de la UE ha sido tan rápida como esperpéntica. Se reúnen los ministros de exteriores y plantean bombardear los buques de las mafias que explotan la mísera situación de los inmigrantes. Fantástico, los hundimos y ya no existe el problema, solución avestruz, que se mueran sin coger el barco, así no les vemos morir, así no somos conscientes de nuestra complicidad con los asesinos. Ante el problema volvemos a aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Nada de aplicar una política de seguridad y defensa unida y seria que se enfrente a los responsables del terrorismo islamista y menos de dar garantías de estabilidad a los gobiernos democráticos de la zona, poniendo en marcha un plan de desarrollo dotado de fuertes inversiones para impulsar un fuerte crecimiento económico en las zonas en riesgo.

La hipocresía europea no tiene límites, tenemos explicación diplomática para todo, para lo uno y para lo contrario, con tal de seguir viviendo instalados en el egoísmo del que no está dispuesto a hacer un mínimo sacrificio con el que sufre. Dante ha vuelto a escribir su Divina Comedia y no hace descender a los infiernos cada vez que cientos de seres humanos perecen en nuestras costas o en nuestras infames verjas que condenan a muerte a inmigrantes. Si de verdad nos queda algo de dignidad, solo podemos sentir lo que expresó el Papa Francisco en su primer viaje como pontífice. Eligió Lampedusa ante una de las sistemáticas tragedias allí vividas y ante la fila de cadáveres sin rostro, envueltos en bolsas de plástico, solo puedo decir una palabra: vergüenza. Europa solo puede sentir vergüenza de si misma si sigue permitiendo la muerte dictada por la intolerancia de unos y la desidia de otros.

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España 2015, de elección en elección hasta la derrota final

Andalucía abre el juego electoral en el que España se va a ver sumida durante el presente 2015. Cuatro convocatorias a las urnas que prácticamente van a dilucidar el nuevo reparto de poder para los cuatro próximos años, siempre que la aritmética parlamentaria haga posible la estabilidad toda una legislatura. Es el año del juicio político a la gestión de la crisis. Al ya ex presidente Rodríguez Zapatero la crisis le costó el mayor varapalo electoral de la historia del Partido Socialista y hasta la fecha, la inmensa mayoría de los gobernantes que han pasado examen de su acción política han cosechado un severo castigo. Nada que pueda sorprendernos, pues, las consecuencias de la crisis se pueden medir en pérdida de derechos, de protección social y, excepto los más ricos, de fuerte caída de poder adquisitivo de los ciudadanos. Pareciera que ante este panorama, el votante se mueve más por el deseo de escapar de la pesadilla y prefiere lo nuevo como oferta antes que reincidir en políticas que considera le han llevado hasta aquí. Esa sería la primera reflexión a tener en cuenta: en la proporción que finalmente resulte, pero debemos descontar la entrada en el mapa político con fuerza, de opciones nacidas en el propicio caldo de cultivo de la crisis y que hasta la fecha no han ejercido responsabilidad de gobierno.

Que el baile empiece en Andalucía tiene todo que ver con la estrategia socialista de salvar los muebles en su feudo más fiel y seguro. De haber dejado la cita electoral andaluza para más adelante, el PSOE podría haberse encontrado con un rosario de malos resultados que habrían hecho peligrar su propia existencia. Adelantando no han buscado la estabilidad de gobierno, más bien la ponen en juego, pues, difícilmente el resultado del próximo domingo arroje un Ejecutivo más sólido que el de coalición con Izquierda Unida anterior a la disolución. Sin embargo, la victoria clara aunque sin mayoría absoluta y con una fuerte pérdida de escaños respecto a los anteriores comicios, según auguran los sondeos, suena a música celestial a un partido socialista necesitado de una buena noticia de cara a las elecciones autonómicas y municipales del mes de mayo. Está claro que ante el vértigo a precipitarse hacia la desaparición, la vieja guardia con Felipe González a los mandos ha tocado a rebato, tirando de manual estratégico y poniendo paz entre Susana Díaz y el aun bisoño secretario general, Pedro Sánchez. Esta es la primera consecuencia de la entrada imparable de Podemos en el escenario político, la reacción del PSOE. Por su parte, el PP ganador de los anteriores comicios andaluces, al borde entonces de la mayoría absoluta, optó por el recambio de su líder, jubilando al eterno aspirante a presidente de la Junta, Javier Arenas y sustituyéndole por un desconocido Juan Manuel Moreno Bonilla. Un plan aparentemente quebrado, al menos en las encuestas, por la incorporación de otra nueva fuerza que compite por el espacio del centro, Ciudadanos.

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Un mal resultado del PP en Andalucía tendría consecuencias negativas con casi total seguridad en los comicios que más preocupan este año a la formación conservadora. Las elecciones autonómicas y municipales de mayo son el hito más complejo de salvar para los populares, sobre todo, por la gran acumulación de poder que registraron en 2011. Gobernando como gobierna en la gran mayoría de las comunidades y principales ayuntamientos españoles, de natural deben perder un importante número de cargos electos y gobiernos, un efecto que puede agravarse por el desgaste de la acción del gobierno Rajoy y la retahíla de casos de corrupción en los que se haya inmerso. Ese efecto dominó que de perder en Andalucía arrastraría a derrotas en toda España en mayo, dado lo apretado de todos los plazos electorales podría también condicionar negativamente su resultado en las elecciones generales de noviembre o diciembre. En todo caso, es obvio que al PP y concretamente a Mariano Rajoy, dadas sus escasas cotas actuales de popularidad, le está siendo muy complicado poner en valor los logros de su gestión relativos  a la mejora de la situación económica, a haber evitado el rescate de España y a ponernos en la senda de la recuperación,  hechos que internacionalmente nadie le niega. Sus votantes se han sentido traicionados por una gestión que consideran ha sido desleal a su programa, especialmente con la subida de impuestos y de ahí, que esa clase media de derechas que ansiaba un planteamiento liberal de gobierno, hoy por hoy, salvo que el miedo escénico a una victoria de la izquierda le movilice, está más por la labor de votar a Ciudadanos o de quedarse en casa.

Por medio, entre las autonómicas y municipales y las generales, Artur Mas metió la ficha de unas elecciones catalanas, pretendidamente convocadas por él como un plebiscito por la independencia. A la vuelta de las vacaciones de verano y en el entorno de sensibilidad que genera la Diada de Catalunya, el president pretende demostrar con los votos en la mano, la existencia práctica de una mayoría política independentista en el Parlament. Sus diferencias con Esquerra Republicana, sin embargo, han enfriado mucho los anhelos de independencia entre los votantes, siempre según las encuestas. Queda por ver si ambas formaciones, CiU y ERC son capaces de conformar una sola lista o al menos acudir con un programa común a las elecciones. De no ser así, el camino emprendido hacia la independencia podría haberse quedado de momento en una altisonante batalla por el poder autonómico, mientras que en el frente españolista, toda la refriega se saldaría con la victoria de Ciudadanos en detrimento de PSC y PP.

El gran generador de este calendario y, en gran medida, de la enorme incertidumbre que el futuro político español despierta, no es otro que Podemos. Una formación de recientísimo cuño, inexperta total en este tipo de comicios, pues, solo concurrió a las elecciones europeas de circunscripción y lista única. Esta formación y su líder han alcanzado cuotas de popularidad mediática desconocidas hasta la fecha en tan escaso período, lo que afianza la opinión de que su novedad despierta enorme interés, sea a favor o en contra. Se trata en esencia de un fenómeno caliente, que en dicha condición reúne lo mejor y lo peor de si mismo. Podemos está de moda, pero su reto es no ser una moda y convertirse en una realidad creíble y sostenible como oferta política en el tiempo. Como todas las cosas, a su vez el tiempo corre en su contra, ya que cada vez son menos novedosos, pierden frescura a medida que les conocemos más, se parecen a todos y se les exige que concreten sus propuestas. El cheque gratuito a Podemos por parte de los electores no sabemos cuántas convocatorias a las urnas puede durar, pero cuatro como tenemos este año, se antojan demasiadas. Las informaciones sobre irregularidades de Errejón o sobre las cuentas personales de Monedero no les ayudan, como tampoco lo hace la gestión del gobierno griego de Alexis Tsiprasa medida que tenga que reconocer el estrecho margen de acción política que queda más allá de los imperativos impuestos por Bruselas. Y, para colmo de posibles males, para la formación de Pablo Iglesias, aparecen los novísimos, una fuerza política más asumible y centrada para muchos votantes, Ciudadanos, con un líder mejor vestido y de discurso amable, que está robando a parte del electorado snob en todo el territorio que se siente español.

Como se ve, vivimos tiempos tan confusos como previsiblemente convulsos y de cambio político en España. El grado exacto y la magnitud del terremoto, lo iremos sabiendo por etapas y comicios. Ninguna de ellas dejará de tener impacto en la siguiente, de ahí que convenga a la hora de reflexionar o hacer pronósticos tomárselo con mucha calma y sosiego. Sobre todo si tenemos en cuenta que los medios y los propios partidos han decidido convertir a las encuestas en arma de guerra de uso más que frecuente asiduo. Nos estamos viendo sometidos cada fin de semana a un sondeo sobre algo relacionado con unas u otras elecciones, como si pudiera ser cierto que la opinión o el voto cambia cada siete días en más de un diez por cierto de la población. Tratar de influir mediante encuestas en el estado de ánimo del votante es una vieja técnica a la que no niego valor,  pero muchas empresas demoscópicas, medios de comunicación, sociólogos y politólogos, están poniendo en riesgo su buen nombre y credibilidad en este juego. En cualquier caso, los ciudadanos tenemos la última palabra y la partida empieza en Andalucía.

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Europa escenario de una guerra fría y de otra caliente

La vieja Europa vuelve a ser escenario de un conflicto armado y se repite la percepción de riesgo o amenaza de globalización del mismo. Ucrania sirve de mesa de operaciones de una perversa partida de ajedrez con los intereses de las grandes potencias mundiales en juego. Y una vez más, miles de seres humanos inocentes mueren víctimas de la guerra y millones se ven obligados a desplazarse de sus hogares abandonando todo lo que era suyo para refugiarse de la crueldad de sus congéneres. En medio de un nuevo fracaso de la convivencia pacífica humana, la Unión Europea trata de demostrarse a si misma y a sus miembros, que es capaz de hacer política con personalidad propia ante el discurso de guerra fría impuesto por Rusia y EE.UU. Más que nunca la UE debe hacer valer su política de seguridad para preservar su paz.

Como todo conflicto el de Ucrania tiene unos antecedentes, unos responsables causales y unos intereses enfrentados. Los antecedentes, más que centenarios, están repletos de reivindicaciones históricas que si bien nos ayudan a explicar la actual situación, son perfectamente irrelevantes a la hora de justificar cualquier acción armada. De ahí, que pese a que pueda culparse a la Unión Europea del apoyo a las fuerzas que forzaron la dimisión del Gobierno pro-ruso de Viktor Yanukovich en 2014, nada puede legitimar la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso, ni la acción descarada de Moscú dando cobertura a las milicias pro-rusas que combaten en el Este de Ucrania. Como de la misma forma resulta impropia la puesta en marcha de los mecanismos de injerencia internacional en la zona, como es el caso de la presión ejercida por la Administración norteamericana y los movimientos de tropas llevados a cabo por la OTAN.

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La UE se está mostrando en esta nueva prueba de fuerza de su capacidad política exterior como acostumbra. La nueva Alta Representante, la italiana Federica Mogherini, se afana diligentemente en ocupar la rendija de atención mediática que se le presta, con mejores formas que con las que lo hacía su antecesora Lady Ashton. Pero el escenario lo han protagonizado el bloque franco-germano, con una actividad frenética de la Canciller Merkel y su acompañante de lujo el presidente Hollande. Mientras, el premier británico, David Cameron, sin salirse un milímetro de la posición atlantista histórica del Foreign Office, se ha posicionado del lado de las tesis de acoso y derribo a Putin defendidas por EE.UU. Por su parte, los Estados Bálticos y Polonia, con el nuevo presidente del Consejo Europeo al frente, el polaco Donald Tusk, como valedor principal, han acudido cual coro de plañideras a pedir el amparo de la UE y la OTAN ante la amenaza que siempre han percibido de los anhelos expansionistas rusos. Y para colmo del esperpento, una Grecia sumida en la tragicomedia de su rescate y con el patrocinio de su nuevo Gobierno de izquierda radical, ha llegado a hacer sus pinitos planteando, aunque solo en primera instancia, el veto a las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE.

Del otro lado del frío, Putin representa su propia obra de engrandecimiento del orgullo patrio ruso. Tan grandilocuente como poco creíble, se ha enrollado en la bandera y en la defensa de los derechos de los ciudadanos que se sienten rusos en Ucrania. Resulta patética tanta preocupación por los rusos extramuros cuando a los que habitan sus territorios discrimina en libertades por no pensar como él, por criticarle, por pertenecer a una etnia que reivindica su independencia o incluso por su aberrante homofobia. No está, sin embargo, el bravucón presidente ruso para muchas bromas, con un país que difícilmente sortea el invierno con los productos de primera necesidad en galopante inflación y las arcas del Estado en cash empobrecidas por la caída en picado de los precios del petróleo.

Enfrente, EE.UU. se encuentra cómoda en esta segunda versión de la guerra fría con el gigante ruso. Su economía mejora sustancialmente por primera vez en las últimas dos décadas, energéticamente su dependencia del petróleo se ha reducido mucho y sus guerras contra el terrorismo internacional, ya no solo le ocupan a él, sino al resto del mundo. Otra cosa es la situación política. Obama que ya solo sueña con ser recordado en la historia como el presidente que no metió a su país en una guerra y el que cambió la política social en beneficio de los más necesitados, pero siente la tremenda presión de su propio partido, en horas muy bajas y de los republicanos que ante Putin no están dispuestos a una sola veleidad. Todo ello, en la antesala de los primeros escarceos en ambos partidos de las candidaturas a la Casa Blanca del próximo mandato presidencial.

Y como siempre, en medio está la gente, esa pobre gente de rostro helado por el frío del terror a no tener un mañana cierto. Esas mujeres, hombres, niños y ancianos que deambulan como zombis por un país arruinado. Ni Europa, ni Rusia pueden permitirse por más tiempo este juego de tronos orquestado en Ucrania. Más de que de armas toca hablar de reconstrucción, de cooperación para hacer de Ucrania un lugar seguro y próspero donde rusos y europeos puedan desarrollar proyectos comunes. La política es el arte de hacer posible lo que en un momento determinado se nos antoja imposible. Es la Unión la que está obligada a saber hacer política y alejar el fantasma de la guerra al Este de Europa. Una estela de terror de la que deberíamos tomar conciencia todos los europeos. Vivimos en medio de una guerra fría y nuestros hermanos ucranianos sufren una guerra caliente, pero si no somos capaces de reconducir la situación, una vez más Europa podría verse abocada al abismo de un conflicto general. El fracaso de la diplomacia hoy puede convertirse en la antesala de la tragedia de mañana.

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De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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