De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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Vivimos nuevos tiempos de “Realpolitik”

Si la política consiste en el arte de lo posible, parece evidente que en el arranque de este año 2014, ha derivado el axioma hacia el posibilismo más descarnado, hacia su peor forma de pragmatismo. La “Realpolitik”, esa política de la realidad basada en intereses prácticos y concretos, sin atender a la teoría o la ética como elementos “formadores de políticas” se impone sin ambages. Esa diplomacia que aboga por el avance en los intereses de un país de acuerdo a las circunstancias de su entorno y que no repara en los medios empleados para alcanzar el fin deseado, impera en las negociaciones para solventar los conflictos. En cada situación de crisis que surge se percibe la urgencia de anteponer las soluciones basadas en el utilitarismo que las que buscan el diálogo que propende hacia la justicia. Los equilibrios de fuerzas en el nuevo orden mundial impuesto por la globalización parecen abocarnos a esa suerte de política realista, que en otras épocas nos precipitó a grandes desastres y contiendas. Ejemplos como los que vivimos estos días en Ucrania o en Siria, demuestran como las potencias juegan al ajedrez diplomático de control de posiciones, olvidando el fondo de los problemas y buscando asegurar posiciones tácticas que no les compliquen en exceso la vida cotidiana. Así se están comportando EE.UU. y la Unión Europea, ante las posiciones claramente agresivas de la Rusia de Putin.

Curiosamente los orígenes de la “Realpolitik” buscaban lo contrario de lo que finalmente sucedió. El canciller alemán Otto von Bismarck acuñó el término al cumplir la petición del príncipe Klemens von Metternich de encontrar un método para equilibrar el poder entre los imperios europeos. El equilibrio de poderes debía significaba la paz, y los practicantes de la realpolitik intentaban evitar la carrera armamentística. Sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, la realpolitik fue abandonada por no ser capaz de aportar soluciones efectivas a los problemas de fondo de las sociedades europeas y en su lugar se practicó la doctrina “Weltpolitik” y la carrera armamentística recobró su brío y abocó, juntamente con otras circunstancias, a la Primera Guerra Mundial que hoy celebra su centenario. Uno de los precursores más famosos fue Nicolás Maquiavelo, conocido por su obra “El Príncipe”. Maquiavelo sostenía que la única preocupación de un príncipe (o gobernante) debería ser la de buscar y retener el poder para así conseguir el beneficio de su Estado, proclamando que las consideraciones éticas o religiosas eran inútiles para este fin. Sostenía además Maquiavelo que el bienestar del Estado dependía de que el gobernante aprendiera a utilizar el mal para lograr el bien, asumiendo que el “príncipe” debía realizar los engaños e intrigas que fuesen necesarias para no caer en los engaños e intrigas de sus rivales. Sus ideas fueron más tarde expandidas y practicadas por el Cardenal Richelieu en su “raison d’etat durante la Guerra de los Treinta Años.

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En alemán, el término realpolitik es más frecuentemente utilizado para distinguir las políticas modestas (realistas) de las políticas exageradas. Un ejemplo histórico es el hecho que el Reino de  Prusia no hubiera anexado territorio austrohúngaro después de ganar la Guerra de las Siete Semanas en 1866, siendo éste un resultado del seguimiento de la realpolitik por el canciller Bismarck con el fin último de lograr la reunificación alemana bajo mandato prusiano. Aquí, Prusia no buscaba la clásica expansión territorial sino debilitar fatalmente a Austria, la única potencia que podía perjudicar sus planes. No resulta nada complicado realizar similitudes de lo vivido en las dos últimas décadas en el continente europeo, tras la reunificación alemana primero con la desaparición de la Unión Soviética y las guerras vividas en losBalcanes que supusieron también la desmembración del Estado Yugoslavo. Europa ha vuelto a convertirse en un escenario del tactismo, donde se ejercitan juegos de posiciones para salvaguardar intereses particulares. Ucrania es hoy el territorio de las escaramuzas, sin tener en cuenta los anhelos de los pueblos y de sus ciudadanos, las potencias se reúnen en Ginebra para reajustar sus posiciones, armar y desarmar a la población a la espera del siguiente movimiento del contrario. Los prorrusos ceden por unos meses, mientras los proeuropeos se retiran de sus posiciones simbólicas en la plaza de Maidan. La “Realpolitik” en su perverso juego de tronos.

El origen del problema de esta nociva forma de hacer política de Estados se encuentra en la falta de exigencia democrática que persiste en la comunidad internacional. La imposibilidad de la aplicación de una justicia universal que sea capaz de sentar a los gobernantes responsables de crímenes contra la humanidad acaba por imponer la política del todo vale y la ley del más fuerte. Perder los principios vuelve a sumir a Europa en intereses particulares y en la defensa de posiciones aislacionistas. Rusia y, sobre todo, su despótico presidente, VladimirPutin, es perfectamente consciente de las crisis de valores en la que se haya sumida la Unión Europea y la batalla táctica emprendida por libre por la canciller alemana, Ángela Merkel. No hay casualidades en su posicionamiento violento ante la crisis de Ucrania, como la hubo a la hora de parar los pies en la comunidad internacional a EE.UU. ante una posible intervención militar en Siria a la vista de los terribles crímenes de Estado llevados a cabo por su mandatario Bashar al-Asad. Rusia huele debilidad estratégica en las posiciones que defiende una UE sumisa a los intereses germánicos y un presidente Obama ensimismado en sus problemas interiores. Los sueños de Putin de reconstrucción imperial de la Rusia de los soviets inspiran una diplomacia con mano de hierro, perfectamente interpretada por su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov. Y todo acompañado por un emporio comunicativo al más puro estilo norteamericano, entorno al Russia Today, el medio oficialista que difunde las virtudes rusas en el mundo y ataca certeramente las contradicciones occidentales.

Pero la nueva “Realpolitik” no entiende ya de territorios o escenarios concretos, es sobre todo, una forma de actuar, un desprecio explícito por la ética en política. Y sirva como otro ejemplo de la mala praxis que impera en las decisiones de nuestros gobernantes la actitud con que displicentemente han observado la continuidad del régimen argelino del presidente Buteflika. Tras los fracasos sonados de las llamadas “primaveras árabes”, auspiciadas por los gobiernos occidentales a bombo y platillo mediático y conclusos en revoluciones islamistas de corte radical,  la UE ha observado con acomodo de realismo político el nuevo triunfo de un jerarca en silla de ruedas, tan envejecido en sus formas como en sus ideas, pero que controla con firmeza el ejército y sus mandos militares y que ante todo, garantiza los suministros de gas a “coste razonable” a Europa a través de España.  Qué pronto nos hemos olvidado de los anhelos democráticos del pueblo argelino cuando a raíz de la crisis ucraniana lo que está en juego son las importaciones de energía a nuestro continente drogodependiente en esta materia básica. Está claro que nuestras conciencias acomodadas delante de un televisor soportan mal el dolor ajeno retransmitido en directo, pero es mucho más sensible a a una buena calefacción cuando el frío invierno europeo se instala. Es lo que tiene ser rico y no querer dejar de serlo, que todo lo demás pasa a un plano secundario.

Pudiera parecer que criticar la pragmática política va contra el interés general de las naciones y los ciudadanos para las que se aplica, pero lo que quiero advertir son las consecuencias de obrar de forma tan cortoplacista y dejando a un lado las verdaderas razones que generan los problemas y los conflictos. Esa suerte de trilerismo político solo conduce a poner parches que en verdad generan mayor insatisfacción rn los entornos afectados. Olvidar a los agentes implicados en los conflictos y obviarles a la hora de negociar soluciones ha sido durante siglos el proceder de los gobernantes en nuestra vieja Europa y la consecuencia última de tal conducta no ha sido otra que una terrible sucesión de guerras fraticidas y campos de batallas sembrados de cadáveres. Resulta absurdo que a mayor teórico grado de madurez del proyecto europeo se esté imponiendo la “Realpolitik” de sus Estados miembros. Se supone que avanzar en los grados de consenso político comunitario debería propiciar políticas hacia el exterior basadas en los principios de Estado social y de derecho que hemos impuesto como dogma en el interior. Y, sin embargo, lo que nos imponemos como norma en la Unión resulta intrascendente cuando se trata de establecer las relaciones con terceros. Frenar las desatadas ansias expansionistas de un dictador como Putin, parar el genocidio al qué está sometiendo a su pueblo Al-Asad o mandar a la jubilación política a un oligarca como Buteflika, son deberes que la UE debería imponerse de la misma magnitud que la Unión Bancaria. De otro modo, ni seremos creíbles en el mundo, ni serviremos como interlocutores fiables y, mucho más importante, los ciudadanos europeos dejaremos de creer en nosotros mismos.

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La Europa que queremos o para qué queremos a Europa

Tal vez el principal problema del que ha adolecido el proyecto de construcción europea no es otro que la distancia en expectativas, objetivos e incluso ilusiones que los europeos tenemos puestas en él. Por decirlo en clave mercadotécnica, la oferta no está ajustada a la demanda. Los políticos que han dirigido los destinos de la nuestra Unión lo han hecho por convicción propia, acertada o no, sin contar con la opinión de los comunes mortales que les votamos. Esa ceguera elitista que en tiempos remotos iniciales del Tratado de Roma podía tener un pase, se muestra hoy, en un mundo en Red en el que todo el ciudadano informado se siente dueño de sus actos, en un defecto inhabilitante. Y lo digo como debate que debemos afrontar todos, no como tarea exclusivamente de la clase política, pues, si ellos han pecado de falta de cercanía a nosotros, nosotros podemos pecar en esta nueva era de falta de compromiso con la política. Es por ello, que en este año de elecciones europeas resulta más necesario que nunca preguntarnos en recíproco, por la Europa que queremos o lo que es lo mismo, para qué queremos Europa, es decir, una Unión Europea.

Yo empezaría por algo básico y tan simple por reconocer nuestro espacio, esto es, por los territorios y extensión en el continente que entendemos como común. Y lo digo en el sentido de completar el diseño comunitario sin dejar fuera del mismo a quien consideramos parte integrante. Nos queda la tarea de los Balcanes, con el referente inicial de la incorporación de Serbia, actualmente en periodo negociador y el resto de Estados como es el caso de MacedoniaBosnia y Herzegovina,MontenegroKosovo y más lejano, pero parte de este territorio escenario de grandes conflictos europeos, Albania. En los límite continentales de dicha región se abre uno de los debates más complejos que debe afrontar Europa, la integración o no de Turquía. La potencia turca nos plantea cuestiones no solo territoriales, sino mucho más profundo de identidad y modelo de sociedad. Pese a ser constitucionalmente un Estado laico, la realidad social creciente es la presencia en la vida política cada vez más influyente de la religión musulmana. Pero si ese es el impedimento para que consideremos europeos a los turcos, ¿es que estamos considerando Europa un territorio solo habilitado para cristianos? Europa puede tener raíces históricas de una u otra índole religiosa, pero hoy por hoy, constituye un espacio aconfesional, que parte del respeto más absoluto de la libertad religiosa y, por tanto, no puede establecer exclusiones de poblaciones por sus creencias. Al Este se plantea un nuevo dilema no menos peliagudo con los Estados limítrofes de la Federación Rusa. Ucrania es el ejemplo más claro, en plena crisis entre europeístas y prorusos. Pero no es menos problemática la relación con Bielorrusia, a la que la UE ha impuesto sanciones por el comportamiento antidemocrático de su gobierno de clara influencia rusa. Por su parte Georgia, que tiene serios litigios fronterizos con Rusia, ha acelerado en los últimos meses su acercamiento a la Unión. Definir, pues, las fronteras de la UE con Rusia, se ha convertido en uno de las grandes cuestiones a futuro teniendo en cuenta nuestra dependencia energética y que estas zonas pueden ser suministradores en competencia de las importaciones de gas que hoy depende de Moscú.

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Si fuéramos capaces de definir nuestro espacio común, deberíamos plantearnos por el modelo de convivencia que queremos para él. Nadie duda de que la democracia parlamentaria es la fórmula política por la que regirnos, pero los niveles de participación en la política, los sistemas de control de la actividad pública, las fórmulas de elección y representatividad, el distinto peso en las decisiones de los Estados, las Regiones o las instituciones comunitarias, para nada son homogéneos entre nosotros. Por decirlo muy claro, la calidad de la democracia no es igual en todos los miembros de la Unión y eso produce un déficit total para que el proyecto sea realmente de todos. En este sentido, la UE no puede mirar para otro lado cuando en sus Estados miembros se conculcan derechos fundamentales o se trampean las normas básicas de procedimiento de la separación de poderes en alguno de ellos. Si se ha sido capaz de crear un mercado único, una moneda única, un banco único, debemos tener una democracia única, es decir, unas normas de convivencia de derechos de ciudadanos y de actuación política únicas y de obligado cumplimiento para todos los gobiernos tengan el nivel que tengan. No estamos tanto ante el problema de la elegibilidad de los cargos de las instituciones europeas y de creer que hasta que no tengamos un presidente de todos los europeos no nos creeremos Europa, que sería reducir la cuestión mucho, se trata de que todos los europeos sepamos que las reglas del juego son idénticas de verdad para todos nosotros.

De la misma forma en que no se puede tener una fe ciega en nada que venga de la mano del hombre por su falibilidad, no tenemos porqué ser creyentes dogmáticos de la construcción europea. De ahí que convenga preguntarnos para qué queremos una Europa unida. El principal valor que podemos atribuir a nuestra unidad, es su aportación a la paz en el continente. Europa sufrió y contagió al mundo la locura de dos guerras que se llevaron por delante cientos de millones de vidas y poner freno a esa barbarie ha sido el mayor logro de la UE como se le reconoció justamente con la concesión el pasado año del Premio Nobel de la Paz. Estar unidos es una garantía de paz. Económicamente los datos de la trayectoria de estos ya casi 57 años desde la firma del Tratado de Roma avalan que los procesos de mercado interior, de libertad de movimientos y más cercanos de la puesta en marcha de una moneda común y un Banco Central con capacidades de supervisión, han dado réditos muy positivos a los Estados miembros. Unidos somos más fuertes. Ni que decir tiene que para los ciudadanos europeos contar con un espacio común por el que transitar libremente y poder trabajar en él sin trabas supone un cúmulo de oportunidades histórico. Juntos somos más libres y tenemos más oportunidades. Pero no podemos tener la mentalidad de constituir una isla en el mundo, si creemos en las bondades de nuestro modelo de convivencia podríamos también decir que juntos somos un modelo a seguir para el resto del planeta.

Probablemente donde más nos cuesta a fecha de hoy alcanzar un consenso generalizado es sobre la sociedad que queremos construir entre todos. Llama la atención que el esquema de protección social que siempre fue sello de identidad de los Estados del Bienestar puestos en marcha en Europa para reconstruir un desangrado continente, es en la actualidad puesto en cuestión no tanto ideológicamente sino mediante medidas de austeridad que prácticamente están contribuyendo a su desmantelamiento. Es una reforma silenciosa hacia ninguna parte. No hay al otro lado un modelo definido, sino simplemente el desmontaje de un entramado de red social para las clases medias. Concebir Europa sin sus derechos sociales universales para los ciudadanos de los Estados miembros es sinónimo de romper la Unión, pues, sin esa solidaridad y cohesión territorial la UE queda supeditada a la Europa de los mercaderes y poco más. Es, pues, el momento de definir los servicios sociales que dan sentido a los derechos fundamentales, sea sanidad, educación, vivienda, pensiones… y llegar un nuevo contrato social entre todos los europeos. Si todos sabemos lo que Europa nos garantiza tendremos mucho más claro la necesidad de defender esa idea de Europa unida.

Es seguro que este año electoral se harán oír más fuertes las voces de los euroescépticos, de aquellos que culpan de todos los males a Bruselas sin reparar en argumentos apocalípticos. El racismo, la xenofobia, la marginalidad antisistema por ser antisistema, el localismo más tribal, es probable que gane una pequeña batalla en mayo. Pero la gran batalla que tenemos por delante los europeos que queremos un futuro mejor en Europa y a través de ella en el mundo, consiste en provocar el debate del consenso, el de los mínimos homogéneos de espacios, derechos, libertades y de oportunidades. Porque lo más importante que nos aporta la UE es la posibilidad de la puesta en común de conocimiento, de compartir la riqueza de la diversidad sin miedo al de al lado. Debemos aprender a ser competitivos en un entorno de alianzas, acometer proyectos conjuntos entre finlandeses, griegos y franceses, o entre letones, portugueses y alemanes. En suma, ser más eficientes sobre la base de la colaboración. Si pensamos bajo todos los elementos que señalo en este post y somos capaces de buscar puntos de encuentro, ya no nos quedará ninguna duda a futuro de la Europa que queremos.

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Unión Europea, bienvenida Croacia, ya somos 28

El próximo 1 de julio de 2013 quedará registrado en los anales de la historia de la construcción europea como el día de una nueva incorporación, el de una nueva ampliación del espacio europeo en virtud de la integración definitiva de pleno derecho de Croacia en la Unión Europea. Esta misma semana el comisario croata, Neven Mimica se examina ante los eurodiputados. Los hasta ahora 27, acogemos un nuevo Estado de trayectoria como tal reciente, emanado del tremendo y cruento conflicto de los Balcanes, la última tragedia bélica protagonizada en el continente. Es el segundo de los Estados de la extinta Yugoslavia  –  tras la incorporación de Eslovenia en 2004 – que es admitido en el selecto club de los derechos humanos y la protección social que representa hoy por hoy la Unión. Tras Croacia, a la cola y a la espera del cumplimiento de los requisitos impuestos por Bruselas, aguardan MacedoniaMontenegro y, especialmente, Serbia, la principal potencia balcánica. Europa, pues, se abre a una nueva realidad de población y de cultura, en medio de una crisis económica e institucional, lo que para muchos no aportará más que complicaciones añadidas y, para otros, entre los que me encuentro, supondrá un enriquecimiento en diversidad y oportunidades.

Croacia compone una realidad de 4.290.000 habitantes, en 56.500 kilómetros cuadrados, con una renta per cápita de 69.000 dólares – la 72 del ranking mundial y una edad media de su población de 41,4 años. Es un país prácticamente en la media  Europea y, en comparación con las últimas admisiones tanto de los Estados Bálticos como de Rumanía y Bulgaria, incorpora una sociedad más desarrollada. Croacia posee una economía postcomunista basada principalmente en varios servicios y algunas industrias ligeras, como industria química. Asimismo, gozan de fama mundial sus grandes astilleros de barcos comerciales que son adquiridos por un gran número de países. El turismo es una importante fuente de ingresos. El ingreso de turistas anuales supera con creces a la población croata. Es una economía que se encuentra muy cerca del pleno desarrollo según el Foro Económico Mundial. Junto con la República de Eslovenia, eran y siguen siendo las naciones más industrializadas y avanzadas de la ex República Federal de Yugoslavia. Los principales socios comerciales de Croacia son Italia y Alemania, con los cuales realiza intercambios comerciales que suman más del 20% de su PIB. Croacia comenzó a recibir ayudas de los fondos PHG de pre-adhesión a la UE en 2003 y al cierre de este año sumaban 420 millones de euros. Estas ayudas se han destinado principalmente a reforzar las políticas de modernización del gobierno, como puede ser la reestructuración industrial, mecanización agrícola y política financiera. El PIB de Croacia se estima que crezca en un 4,4% en 2006, dos puntos sobre la media de crecimiento de la UE; pero deben citarse los problemas constantes en la política interna de gobierno, que no ha sido capaz de solucionar el gran problema de la excesiva fuga de talentos; que emigra a países como Alemania y Canadá ante la falta de oportunidades, y que en las regiones costeras de Iliria y Dalmacia, en donde su mano de obra sólo labora durante las vacaciones de verano europeas, que son de cinco meses al año ven cómo sus dividendo decaen rápidamente por falta de estímulos importantes al sector turístico, y esta región en especial se ha visto fuertemente golpeada por las sucesivas crisis financieras a nivel global; con un desempleo oficialmente situado en un 12%, y en donde las cifras extraoficiales hablan de hasta un 30%, situación que tiene al borde de la desesperación a toda la industria turística en la región; ya que ante la caída de los ingresos de países vecinos como Eslovenia y Serbia se reducen los turistas, más aún de la nueva competencia de otros países como Montenegro y República de Macedonia, con gran potencial en la industria turística de los Balcanes.

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Sin embargo, conviene recordar en este momento histórico los dramáticos antecedentes vividos en la región, la fragmentación fruto del conflicto en la misma y las consecuencias geopolíticas y económicas que la guerra ha tenido. Pese a que la Unión Europea mantuvo una teórica neutralidad en el conflicto e incluso una insultante pasividad ante los horribles crímenes padecidos por la población de estos países, es evidente que Alemania jugó un papel primordial al ponerse claramente del lado de Croacia y frente a Serbia, aliado tradicional de Moscú. De ahí que si bien es cierto que a la vista de los acontecimientos actuales, Croacia es la gran beneficiada de la descomposición del régimen yugoslavo, la UE debería agilizar la incorporación del resto de Estados cuyos esfuerzos sean inequívocos por cumplir las condiciones políticas y económicas de acceso. Es especialmente relevante el caso de Serbia, un Estado con 7,3 millones de habitantes, una verdadera potencia media en el contexto continental, que negocia en estos momentos los plazos de su incorporación.

El debate sobre las ampliaciones es tan viejo como el camino de la construcción europea. Siempre se ha cuestionado por algunos socios fundadores y por los puristas institucionales el ingreso de nuevos Estados. El principal argumento se basa en la ingobernabilidad de una Europa extendida y la falta de preparación de los recién llegados. Cuando la península ibérica, España y Portugal, con Grecia lo hicieron el año 1986 se criticó que nuestra llegada cambiada sustancialmente la homogeneidad de la Comunidad Económica Europea, por tratarse de Estados sureños y con escasa cultura del rigor presupuestario. Por eso los mismos agoreros de entonces son los más firmes partidarios de aplicar el austericidio a los “vagos del sur”, a aquellos, en definitiva, que nunca debieron haber entrado en el selecto club de los ricos europeos. Después abogaron por la Europa de las dos velocidades en las ampliaciones de los años 90 surgidas al amparo de la caída del Muro de Berlín y auspiciadas por Alemania como cinturón de su espacio de producción y comercial.

Pero la verdad es que el mejor espacio europeo es el que ensancha sus fronteras a todos los europeos, sean del norte o del sur, más blancos o más morenos, ricos o pobres. Esa Europa que a la vez es tierra de acogida para los inmigrantes necesitados de esperanza en el futuro y de asilo político a cualquier persona que se siente perseguida en el mundo por razón de su raza, su religión o sus ideas. La misma Europa que es capaz de realizar un verdadero diálogo multilateral con el resto del mundo para universalizar los derechos y libertades que consagran nuestras instituciones democráticas. Frente a una concepción de Europa reduccionista, cicatera en su visión global y ensimismada en su moneda, su inflación, sus tasas de desempleo y PIB, que nos tiene anclados en un debate estéril de subvenciones a la mantequilla invendible y que protege privilegios improductivos, debemos preconizar la fundacional idea de los padres de Europa basada en los valores que durante siglos han hecho de nuestro continente el referente filosófico del ser humano. La Europa cerrada nos generó guerras y devastación, la apertura de miras en un espacio común nos ha reportado el mayor período europeo de convivencia próspera y pacífica. Por eso no nos queda más que alegrarnos de la nueva incorporación y dar la bienvenida a Croacia a la Unión Europea.

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