Corrupción made in Spain

El sumidero ya no puede digerir tanto detritus. Los restos de la bacanal desmedida del despilfarro, el dinero fácil, la vida frívola y el espolio de los bienes públicos, flota ante nuestros atónitos ojos desorbitados. Nada ni nadie parece soportar el juicio despiadado de una prensa que monocultiva el escándalo como receta única para ganar notoriedad en su agonía mediática. El desfile de los corruptos tiene dosis por igual de sobresalto en forma de portadas de periódico y de hartazgo por tanto ladronicio perpetrado a nuestras espaldas. La cosa pública languidece aquejada del coctel fatídico de los recortes económicos y del descrédito tremendo de sus servidores. Una descomposición imparable, sin luz al final de túnel, que pone en serio riesgo la convivencia ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Qué especie de mal contagioso ha invadido las entrañas de un supuesto Estado de derecho? ¿Quiénes son los responsables últimos de que el sistema en sus piezas claves haya fallado tan estrepitosamente? Salvo pensar que hemos vivido todo este tiempo en manos de una legión de ladrones descarados, pudiera parecer que el relato de la década prodigiosa del ladrillo que vamos conociendo, no deja otro espacio al análisis. Pero yo no me rindo y me pregunto por los motivos que han hecho posible que en vez de primar los valores, la codicia y la ambición desmedida se nos hayan colado por las rendijas hasta controlar los puestos de mando.

Los fallos del sistema tienen mucho que ver con el papel que se le ha concedido a la política como generador de residuos. Que el crecimiento se basara en el suelo y la construcción, convirtió a las administraciones en una suerte de concesionario de licencias públicas, que en un círculo perverso constituían también el bálsamo de los ingresos para los gobernantes. El roll de la fiscalidad y la progresividad del modelo impositivo como forma de redistribución de la riqueza se fue perdiendo sin excepción fuera del color que fuera el político de turno. Así las cosas, desapareciendo también los controles efectivos sobre la cosa. Aquel que se oponía al festín de la especulación hipotecaria o era un tonto o un ruin y si seguía en su empeño o se le mandaba a galeras o se cambiaban las normas para acallar al aguafiestas. Tampoco ha ayudado una justicia atortugada incapaz de juzgar a tiempo y controlada en la investigación policial y en la fase de instrucción procesal por los gobiernos. Y, por último, la responsabilidad de unos medios de comunicación dóciles a los poderes políticos y económicos a base de publicidad encubierta. Enfrascados en guerras fratricidas personalistas han perdido la credibilidad ante sus audiencias.

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Podríamos pensar que la actitud del sector privado ha sido mejor, pero el mero dato de los niveles de economía sumergida que padecemos nos cae del guindo. Capitales evadidos en paraísos fiscales, prácticas de cartel para hacerse con el mercado y sonoras estafas a los clientes han salpicado también la crónica de la España corrupta. El resultado en fin, todas las instituciones y grandes empresas tocadas. La Casa Real sin yerno por delitos que ocupan más de medio código civil y penal; los dos principales partidos políticos con multimillonarias cifras de financiación ilegal; la mayoría de gobiernos autonómicos dedicados a expoliar cajas de ahorro y prevaricar en obras tan faraónicas como inútiles; un rosario interminable de casos municipales, solo por poner el caso de mi tierra Galicia, de los cuatro alcaldes de las capitales de provincia, uno sobrevive sin estar imputado; la judicatura con su jefe al frente viajando con su escolta “by the face” a Marbella; los principales banqueros y empresarios incluido su presidente acusados de graves delitos… Nunca le encontré tanto sentido a los puntos suspensivos.

Por eso antes de que solo nos quede la digna pero inservible huida hacia el exilio interior, debemos proponer ideas para salir de esta. Yo empiezo por decir que la base es la actitud ejemplarizante, la honradez como norma de conducta. Y no sirve, ni es suficiente no haber hecho nada malo cuando vivías o vives rodeado de malas praxis. El silencio de los corderos o de los cobardes, se convierte en complicidad culpable. Esto empieza por uno mismo, por buscar lo bello de la vida por el goce sencillo y placentero de disfrutar de las pequeñas cosas, de huir de la eterna insatisfacción o del juicio de la medida mirándonos en lo que los demás tienen. Es una nueva forma de ser y de vivir. Aprender a no generalizar y premiar al honrado y castigar al corrupto. El voto debe ser consecuente y expulsar al corrupto de los cargos públicos. Reformar en profundidad la carrera judicial para hacer de la fiscalía un órgano al servicio de los ciudadanos y no del gobierno. La actuación de oficio en defensa de lo que es de todos y la capacidad investigadora ante los indicios de delito. Recuperar el papel de los medios de comunicación en su faceta de control de los poderes ante la opinión pública estando dispuestos a salir de la cultura del gratis total que consume corta y pegas sin contrastar y aceptar el pago por contenidos de calidad que garantizan el derecho a la información. En suma, incentivar el bien, dignificar la actividad pública con remuneraciones razonables en comparación con el mercado y la responsabilidad.

Ahora solo preguntémonos sinceramente si estamos todos dispuestos a reformular las reglas del juego para oxigenar el ambiente irrespirable que nos rodea. Si es así, es posible que con esfuerzo y no pocas bajas en los dos bandos, hayamos ganado la batalla por la regeneración ética y cívica de nuestra sociedad. De no quererlo, solo nos queda comprarnos una máscara antigás y presenciar cada mañana el inquisitorial ejercicio del santo oficio ejecutando en portada al corrupto cotidiano.

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Cumbre UE América Latina Caribe: síntomas de optimismo de dos socios estratégicos

Más de 1.100 millones de personas, más de un tercio del PIB mundial, por tanto, muchas miradas del mundo estaban puestas en la cumbre birregional CELAC – UE, celebrada entre los días 26 y 27 de enero en Santiago de Chile. Sesenta y dos jefes de Estado y de gobierno de uno y otro lado del Atlántico se reunían por primera vez como dos entidades supranacionales, por un lado la ya madura, por no decir vieja, Unión Europea y por otro la recién nacida, de apenas tres años de vida, CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Todo grandes magnitudes bajo el lema no poco ambicioso de “Alianza para un Desarrollo Sustentable: Promoviendo Inversiones de Calidad Social y Ambiental”.La grandilocuencia alejada de la cruda realidad que millones de ciudadanos de las dos regiones aún viven por desgracia. Pero al fin, la forma de hacer política de las últimas décadas ha encontrado en esto de las cumbres una especie de bálsamo fotográfico de la relación multilateral, que consiste en que todos somos buenos y nos llevamos muy bien, sonrían ustedes y saluden que les vamos a hacer la foto. Por detrás está la trastienda de los cuchillos largos, la de la letra pequeña de los acuerdos, la de las negociaciones a cara de perro de las delegaciones diplomáticas y, en el fondo, la de las estrategias de las potencias por el control de los bloques regionales. Todo ello se ha vivido en Santiago de Chile y uno ha tenido la suerte de participar como elemento activo en virtud del trabajo para la Fundación EULAC y como enviado especial informativo de Aquí Europa y Euractiv. Y desde esa doble condición les cuento las impresiones de la cumbre y lo que puede depararnos a futuro en la relación de Europa y Latinoamérica.

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Creo que el marco de relación entre las dos regiones lo definen tres ideas fuerza:

1.- Mayor simetría de la relación: la situación provocada por la crisis económica ha dando un vuelco sustancial al tipo de relación entre ambos. Ahora la UE está en recesión mientras América Latina Caribe está creciendo. Para Europa, Latinoamérica se ha convertido en un lugar de oportunidades y como nuevos indianos buscamos mercados para nuestras empresas y nuestros productos. Por su parte, América Latina ha hecho muchos deberes tradicionalmente reclamados por el mundo ortodoxo económico en reducción de déficit, pagos de deuda internacional, saneamiento de sus sistemas financieros y, por supuesto, respeto de los derechos humanos y profundización de la democracia. Cada vez nos parecemos más y, ante todo, cada vez tenemos los mismo problemas y las mismas aspiraciones. Se habla de igual a igual.

2.- La alianza es de socios estratégicos: aquí se ha producido también un cambio radical. La UE, salvo España y algo Italia y Francia, no giraba su mirada hacia América si no era para mirar al gigante del norte. Ahora ha abierto diálogos bilaterales múltiples como los acuerdos de asociación existentes con ChileBrasilMéxico, y los recientemente firmados con Centroamérica, Colombia y Perú. Y América Latina que se ha venido debatiendo en la última década entre su vieja relación de amor odio con EE.UU., y el ensimismamiento momentáneo ante el coloso chino, se ha decantado por reencontrarse con la vieja Europa, con aquellos que un día cruzaron el Atlántico y cambiaron las vidas del planeta a descubrir para las dos regiones un nuevo mundo. Como es lógico aquel proceso de conquista, 500 años después se escribe en clave de diálogo pacífico y de confianza mutua.

3. Europa se muestra como una unidad homogénea y América Latina Caribe aún muy diversa: La UE se presenta como una entidad articulada con instituciones engrasadas que salvo en política exterior común donde aún es muy joven el SEAE, en política económica y sectoriales no hay discusiones entre Estados porque el motor de la Comisión y la coordinación del Consejo Europeo hacen el trabajo previo. Sin embargo, los miembros de la CELAC tienen que debatir cada punto y cada tema de las negociaciones. Además su alto grado de diversidad en tamaños, situación social, fuentes de recursos y planteamientos ideológicos. Si Europa tiene en los cimientos de la construcción de la Unión el eje francoalemán, América Latina adolece de un entente fuerte entre las sus dos grandes potencias, México y Brasil. Ambas compiten y se desafían. Y la existencia de los ALBA, liderados por la impronta bolivariana de Chávez y el populismo justicialista de laArgentina de Cristina Fernández, provoca un polo de continuo desazón para países estables como Chile o una Colombia empeñada en un decidido proceso de pacificación y crecimiento económico.

En este contexto, ¿qué podemos esperar de la declaración y el plan de acción 2013 – 2015 de esta cumbre? Lo cierto es que el ambiente que reinó entre los mandatarios era de moderado optimismo. Por primera vez en los últimos cinco años, jefes de gobierno salen sonrientes de un encuentro multilateral y nos hablan de un futuro prometedor. Ya no todo es la crisis. En palabras del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, “la gran conclusión de esta cumbre es que vemos a Europa saliendo de su crisis, con mejor futuro, hay luz al final del túnel y vamos por el buen camino. Lo que es bueno para Europa es bueno para América Latina y viceversa”. Y respecto a los contenidos concretos la UE se lleva de Santiago de Chile una apuesta declarada por garantizar la seguridad jurídica de las inversiones, en clara alusión a los procesos de expropiación vividos por empresas españolas e italianas en Argentina, Venezuela y Bolivia. Mucho enfoque de sostenibilidad medioambientaly de la energía; el foco se pone en la  inclusión social en las inversiones de uno a otro lado; compromiso para evitar el proteccionismo, un especial toque de atención a Brasil;  enérgica condena del terrorismo y apoyo a las conversaciones de paz del gobierno y las FARC en Colombia; se introduce la igualdad de género y la lucha contra la violencia contra la mujer y las niñas; el mayor intercambio de información en la lucha contra el narcotráfico; la redefinición de las políticas migratorias, ya que ahora los europeos también emigran y, por último, se dan cita para la próxima cumbre bianual, en Bruselas el año 2015.

No es la panacea universal, no podemos esperar que de estos encuentros surja como por generación espontánea una comunidad más estrecha de oportunidades para los ciudadanos. Pero si es cierto que a diferencia de las anteriores cumbres de Lima y Madrid, en Santiago se ha puesto de manifiesto una voluntad férrea de estar mucho más cerca, de compartir mucho más entre las dos orillas. Un espacio que ya no solo habla castellano, que incorpora al inglés, al francés, al italiano o al alemán de un lado y que no puede prescindir del portugués del otro. Un espacio muy diverso pero firmemente convencido de lo que nos une. Queremos ser más de mil millones de personas que respetan el medio ambiente, que buscan la igualdad social, que velan por las identidades culturales de sus pueblos, que se gobiernan en democracia, que fomentan las inversiones productivas y que están en contra de todo tipo de violencia. Es muy difícil encontrar un bloque birregional que pueda establecer diálogos sinceros sobre estas bases en el mundo que no sean los que hoy componen la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

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El mal ejemplo europeo de la intervención en Malí

Entristece constatar una vez más que la Unión Europea es un pigmeo político en la escena internacional, sobre todo cuando toca pasar de la diplomacia comercial a acción exterior de defensa. El gigante económico se encoge y avergüenza si las decisiones suponen costes que las opiniones públicas de sus Estados no están dispuestas a asumir. Ante las amenazas que rodean a escasos miles de kilómetros las fronteras de nuestro bunker del bienestar, cada cual mira para otro lado evadiendo la responsabilidad de una tarea común. Acogiéndonos al bochornoso pasado colonial de cada uno, encasquetamos las misiones a la antigua potencia de ocupación como si los siglos de emancipación no contaran para nada. El último mal ejemplo no lo está granjeando la intervención militar unilateral francesa en la república de África occidental de Malí. Más pruebas de incoherencia política, deslealtad entre socios y vulneración de las normas internacionales, resulta difícil de encontrar.

Que la política de defensa y seguridad no constituye un pilar común de la UE y que simplemente se queda en declaraciones de deseos futuribles inalcanzables en la práctica, es una realidad conocida. Pero, sin embargo, algunos nos las prometíamos felices cuando con la rúbrica del Tratado de Lisboa, los líderes europeos decidían dar un paso de gigante creando el SEAE (Servicio Europeo de Acción Exterior) y ponía al frente de este monstruo diplomático a la británica Catherine Ashton. Tener una sola voz en el contexto internacional y en el día a día de los conflictos mundiales parecía suficiente garantía para avanzar en el hasta ahora arduo objetivo de tener capacidad de reacción y protagonismo activo como la gran potencia que se pretende ser. Y debemos reconocer que en materia comercial y de intercambio y transferencia de conocimiento y tecnología la nueva diplomacia europea rinde a buen ritmo. Ha sido capaz de agilizar negociaciones estancadas durante décadas, ha abierto mercados de economías emergentes e incluso se puede reconocer que en las crisis internacionales más recientes como lo ha sido el fenómeno de la llamada primavera árabe, ha logrado evitar la tradicional cacofonía de los Estados miembros.

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Pero, ¿de qué nos valen tales avances si en intervenciones como la de Malí quedan al descubierto todas nuestras miserias políticas? Si analizamos el caso con un poco de frialdad, nos daremos cuenta de que reúne todos los requisitos para justificar una acción de intervención internacional y, visto desde la estricta óptica europea, tales argumentos se duplican en razones. En primer lugar, la amenaza es cierta y declarada, la ofensiva de las milicias yihadistas busca ocupar un territorio clave en la geoestrategia de la región africana y desestabilizar al vecino del norte, Argelia. Muchas de las reservas energéticas y de materias primas cuyo suministro es básico para las economías europeas, está en juego en la zona de conflicto. Desde el punto de vista humanitario, como nos ha demostrado el reciente secuestro y posterior tragedia en víctimas de la planta de gas en In Amenas, proteger la vida de ciudadanos europeos que desarrollan su actividad profesional en estos países es una obligación de la UE. Y, por supuesto, interponer un contingente militar cualificado en la zona bélica es fundamental para tratar de evitar las masacres indiscriminadas que estos grupos extremistas pueden llevar a cabo entre la población civil.

Francia le amparan poderosas razones para intervenir en Malí, las mismas con las que debía haber convencido a sus socios europeos para alcanzar un acuerdo conjunto que presionara a la comunidad internacional para llevar a cabo una misión de Naciones Unidas que contara con todos los requisitos de legalidad necesarios. Es evidente que en este caso el enemigo aprovecha los tiempos empleados por la diplomacia internacional para progresar en su ofensiva y con ello incrementar gravemente el riesgo para Europa. Pero la misma agilidad con que se ha puesto en marcha la operación militar gala, no se ha empleado para reunir de urgencia a los jefes de gobierno europeos en consejo extraordinario. Cabe también, por tanto, censurar la conducta del presidente Van Rompuy tan ágil en algunos momentos de la crisis del euro urgido por la Alemania de la cancillerMerkel y tan poco sensible a las solicitudes de la Francia del presidente Hollande.

De la actitud del resto de socios mejor ni hablar porque ralla en la indecencia. Sirva como ejemplo límite de indignidad la del gobierno español que por boca de su ministro de Exteriores, García Margallo – con más motivo ex eurodiputado él – narró con todo lujo de detalles los enormes riesgos que la ofensiva yihadista suponía para los españoles, para a continuación detallar la ingente ayuda deEspaña en la operación en Malí concretada en el permiso concedido a la aviación gala en el espacio aéreo español y la participación de una aeronave de transporte del ejército español. Con socios así casi no hacen falta enemigos y desde luego cuando empiecen a repatriar cadáveres de militares franceses caídos en la zona de conflicto, sus familiares no podrán olvidar la enorme generosidad con que el resto de los europeos les estamos ayudando a combatir.

Haber cedido el papel de gendarme mundial a Estados Unidos no solo nos resulta muy caro, sino que se está demostrando que ha sumido a nuestras sociedades en un letargo idílico de pacifismo avestruz. Un tic mimético en todos los Estados miembros salvo el Reino Unido, tradicionalmente movilizable en defensa de lo propio, que impide vislumbrar el riesgo si este reconocimiento lleva parejo el sacrificio nacional en vidas humanas. Somos cada vez más un niño gigante, una especie de crío mal educado que no para de crecer sin querer abandonar su infancia. Así nos ve el mundo, sumidos en esa paradoja de una población avejentada que no es capaz de madurar y ocuparse de las responsabilidades que el contexto internacional nos depara. Tal vez nos sigue pesando demasiado nuestra memoria trágica de haber sido causantes de dos guerras mundiales y cientos de guerras civiles en nuestra historia como para ser conscientes de que la seguridad del mundo nos necesita.

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El falso debate de lo público y lo privado

Llevamos demasiado tiempo asistiendo a un debate que la crisis económica ha promocionado a primera linea: la dicotomía entre lo público y lo privado. Que la debacle del modelo sobrefinanciador fomentado en tiempos de bonanza ficticia es manifiesto, no parece dejar lugar a dudas. Si todo valía para incrementar el endeudamiento a cambio de darle a la maquinita del consumo, no lo iba a ser menos un Estado que dirigido desde la izquierda o la derecha solo pensaba en cómo administrar crecimientos por muy insostenibles en el tiempo que estos llegaran a ser. Sin embargo, habrá que poner de manifiesto una vez más que la deuda como problema, al menos en la Unión Europea, primero fue privada y después, cuando hubo que acudir al rescate de una banca irresponsable, se convirtió en pública.

No es, pues, aceptable centrar el debate del modelo público basándonos en la actual crisis porque para el Estado se trata de algo más coyuntural que endémico estructural. Sería más lógico avanzar en la reflexión del modelo público que queremos diseñar y poner en marcha para poder legarlo a nuestros hijos y para garantizar el Estado del Bienestar, los derechos proclamados por la Unión y, el progreso equitativo de nuestras sociedades. La obligación de “reiniciar el Estado” debería provenir de una idea de conquista más que de defensa y, lo que es más importante, la ley del karma de los ajuste imperante en ningún caso puede servir de señuelo para un cambio encubierto de modelo de Estado privatizado.

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Sentadas estas bases conceptuales, el primer problema con que se encuentran los ciudadanos europeos en sus distintos países a la hora de afrontar reformas del modelo de los servicios del Estado son los protagonistas políticos que deben llevarla a efecto. Por supuesto que si pudiéramos participar de una convivencia de consenso entre los planteamientos de derechas y de izquierdas el acuerdo de redifinición sería casi idílico, pero la realidad nos dice que los intereses de deconstrucción de derechos adquiridos es demasiado fuerte y la debilidad de las posiciones progresistas demasiado evidente. Así las cosas parece necesario analizar previamente las posiciones políticas enfrentadas. La derecha política, económica y social nunca ha encontrado una oportunidad mejor que la actual para hacer valer sus planteamientos, casi sin necesidad siquiera de expresarlos. Después de décadas de batalla neoliberal proclamando el reinado de un Estado anoréxico y unos servicios del mismo bulímicos, parapetados en la supuesta menor cuantía de los costes privados y la mayor eficacia de su gestión, se encuentra hoy con el regalo inesperado de una crisis que bajo el dogma de fe de la insuficiencia de recursos y la imperiosa necesidad del ahorro público, externaliza sin mediar palabra la mayoría de los servicios, de forma tan cotidiana como silenciosa. No se les puede negar la coherencia en los planes que vienen de la Escuela de Chicago y que tuvo en Margaret Thatcher a su prinicipal heroína europea, como tampoco su grado de coordinación con las ofertas de las empresas privadas adjudicatarias de los servicios y la sintonía con grupos sociales y religiosos que aplauden sus iniciativas en sectores claves como la educación o la sanidad. No cabe duda de que en el último lustro van ganando la batalla de calle y con escaso desgaste político.

Enfrente una izquierda desnortada, desarbolada y sometida a la hipnosis del lenguaje de la austeridad. Sin capacidad de elaborar un discurso alternativo, vive a la defensiva tratando de aferrarse al pasado sin empuje suficiente para transitar el presente y afrontar el futuro. Presa de la eurosumisión germánica acude a viejas recetas keynesianas, que el propio genial autor consideraría hoy desfasadas. Su desconcierto es tal, que predican a la vez la necesidad de realizar recortes en servicios y derechos cuando gobiernan y se lanzan a las barricadas dialécticas cuando pasan a la oposición ante las mismas medidas. Ese doble lenguaje del progresismo trasnochado produce en los ciudadanos un juego de frustración que causa un perjuicio perverso en ellos, por tratarse de los teóricos conquistadores históricos de derechos sociales. Traicionar sus principios y no encontrar nuevas fórmulas de compromiso y avances sociales está lastrando los apoyos de una izquierda que se debate entre el seguidismo bipartidista y el inconsciente flirtreo con el universo antisistema. Supongo que la mayor de las deslealtades de esta izquierda desmemoriada reside en la comodidad de la alternancia asegurada. Esperar pacientemente unos años para volver a ocupar el poder y acomodar a sus gentes en despachos oficiales, sin otra actitud que la dulce espera, se ha convertido en una suerte de profesión política de grandilocuentes líderes del progresismo.

Lo verdaderamente relevante de la situación en la que nos encontramos tiene que ver con la esencia de fondo de los conceptos público y privado traído a un contexto de la segunda década del siglo XXI, en plena era de la globalización y en una civilización digital como la actual. De nada nos sirve la definición de la esencia de las cosas que fueron, porque el fenómeno ha variado sustancialmente y  esencia y fenómeno constituyen una unidad y así como no puede haber esencias puras, que no aparezcan, tampoco hay fenómenos carentes de esencia. Definir hoy lo público y lo privada requiere una clara redefinición de ambas entidades que me temo que ni la derecha, ni la izquierda política están dispuestas a realizar ancladas como están en el automatismo ideológico de sus posiciones. La primera dificultad estriba en el reconocimiento de las fronteras difusas que hoy existen entre lo público y lo privado. Nosotros mismos a escala individual tenemos cada vez más, un ámbito de actuación público impulsado por la redes sociales y la nueva participación en los debates públicos y un territorio privado clásico. ¿Cuáles son por tanto los principales atributos de la titularidad? Tradicionalmente lo ha sido la propiedad, desde que Marx definiera la dialéctica materialista como eje de las actuaciones humanas. Pero la realidad que se impone es la del uso, la de la capacidad que tenemos de servirnos de las cosas y, respecto a las herramientas de protección social del Estado, la accesibilidad y utilización de los servicios públicos por parte de los ciudadanos. Ello no quiere decir que no deba importarnos la titularidad de los derechos, sino bien al contrario, doy por sentado que deberíamos partir de la base de que todos ellos son incuestionablemente públicos. Pero ¿cuántos derechos se quedan en vanas declaraciones de principio sin efectos reales, por no poner el énfasis en su practicidad a la hora de disfrutarlos?.

Sería necesario dejar claro que en este debate el coste de los servicios no es lo importante, sino que es la sostenibilidad del ejercicio del derecho lo verdaderamente relevante. Y que la eficiencia tiene el valor necesario de garantizar el ejercicio del derecho y nada más o nada menos. La definición de prioridades es la clave: a qué queremos destinar los recursos que siempre serán limitados y por qué optamos en cada momento para que equitativamente todos los ciudadanos accedan a los servicios públicos pactados entre todos. Ese catálogo define ideológicamente las aspiraciones políticas, en definitiva por qué y por quiénes optamos. En este camino yo reivindico la capacidad de lo mixto, la fortaleza de la colaboración público privada.Seguir sacralizando posturas maniqueistas según las cuales para unos lo público es intocable y todopoderoso o lo privado es más eficiente y rentable, solo conducen a un enfrentamiento que en nada repercute en el beneficiario último de los servicios que no es otro que los ciudadanos.  Un procedimiento donde todos cedemos a la parte privada algo tan trascendente como la prestación de un servicio público, requiere reglas de transparencia reforzadas desde la licitación a la atención a las personas pasando por los métodos de gestión de los recursos empleado. Fiscalizar la concesión y, sobre todo, evaluar el grado de satisfacción del usuario en todos los estadios del servicio. En el fondo, lo único que debería ocuparnos en este debate es la capacidad óptima para dar sentido a los derechos de los ciudadanos con servicios de calidad. Lo demás, debates estériles.

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Puestos a pedir al 2013… ¡valores!

Puestos a pedir y por pedir que no quede, uno se atrevería a desear que el 2013 venga cargado del recurso más escaso con que hoy en día cuenta Europa y de forma singularmente crítica España: puestos de trabajo. Pero si les digo la verdad, tengo la fundada sospecha de que si no fuéramos capaces de cambiar conceptos más profundos de nuestra sociedad, como tantas otras veces, el ciclo económico asolaría los tiempos de crecimiento y el empleo generado en épocas de bonanza. Nuestros problemas tienen mucho más que ver con la esencia misma de cómo entendemos la vida que con frías y manipulables estadísticas macroeconómicas. Si consideramos la economía como el tótem sagrado al que adorar, bien seamos ricos con afán de seguir haciendo acopio de dinero y propiedades o seamos pobres urgidos por encontrar el mendrugo de pan para subsistir, seguiremos errando en la fórmula de convivencia.

Por ello mejor haremos pidiendo a este Dosmil13 una profunda regeneración de los valores individuales y sociales. La trascendencia de convivir conforme a unos valores compartidos tiene mucho que ver con el deseo común de mejora y de compartir proyecto vital, algo que define las sociedades pacíficas y las diferencia de aquellas en las que predomina el conflicto y el enfrentamiento como única vía de resolución de problemas. Todos podemos tener en la memoria ejemplos en naciones, Estados o entidades supranacionales como es la Unión Europea donde la inspiración y con ello la asunción de valores sociales por la comunidad ha permitido las mejores etapas de progreso, mientras que por contra resulta doloroso el recuerdo de los pueblos que flaqueando los principios, la violencia y la injusticia social se ha adueñado del paisaje.

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Existe un punto central que es cómo queremos llegar a ser en el futuro, en un estado mejor. Para poder pasar de un estado actual a un mejor estado es necesario que se comprenda primero que para hacer mejoras tenemos que fundarlas en ciertos puntos claves. Son los valores esas claves o fundamentos que dan sentido y coherencia a nuestras acciones. Por tanto, cabe preguntarse qué valores esenciales en el proyecto europeo están fallando. Y podríamos considerar imprescindibles para el marco de convivencia la honestidad, la lealtad, la identidad cultural, el respeto, la responsabilidad, la solidaridad y la tolerancia. Les propongo examinar si más allá de palabras huecas, vacías de tanto uso fatuo, reconocemos los conceptos de estos valores y nos vemos capaces de cumplirlos.

LA HONESTIDAD es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo a como se piensa y se siente.

LA LEALTAD es un valor que básicamente consiste en nunca darle la espalda a determinada persona, grupo social y que están unidos por lazos de amistad o por alguna relación social, es decir, el cumplimiento de honor y gratitud.

LA IDENTIDAD CULTURAL es el conjunto de valores, orgullos, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento que funcionan como elementos dentro de un grupo social y que actúan para que los individuos que lo forman puedan fundamentar su sentimiento de pertenencia.

EL RESPETO o reconocimiento es la consideración de que alguien o incluso algo tiene un valor por sí mismo y se establece como reciprocidad, como algo que es mutuo.

LA RESPONSABILIDAD es un valor que permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos.

LA SOLIDARIDAD se refiere al sentimiento de unidad basado en metas o intereses comunes.

LA TOLERANCIA, define el grado de aceptación frente a un elemento contrario.

No resulta complicado analizar la peripecia vivida en nuestras sociedades,  azotadas por una tan cruel como confusa crisis económica, para llegar a la conclusión de que la mayoría sino todos los valores que hemos establecido como mecanismos de fortaleza moral, se han desdibujado y han sido apartados de la voluntad colectiva. Los comportamientos individuales inducidos por la falta de valores de las personalidades de referencia – líderes políticos, empresariales, sindicales o culturales -, se han prestado al egoísmo del “sálvese quien pueda”. Y ahora tras cuatro años de equívoca austeridad parcial que desmantela la protección pública para promover desigualdades sociales, empezamos a recoger los lodos de aquellos barros de deterioro de la convivencia en valores comunes. Hoy ya Europa vuelve a mostrar su peor rostro de injusticia, similar al que promovió la revolución burguesa contra la aristocracia o las revueltas obreras contra la burguesía. El amargo hedor en las calles a miseria vuelve a recordarnos que una sociedad sin valores convierte al hombre en el peor enemigo de su especie. Tal vez por eso sea más recomendable que nunca releer el magnífica descripción del drama humano que plasmó Víctor Hugo en Los Miserables – o para quien goce más del arte cinematográfico de la versión de la obra bajo la extraordinaria dirección de Tom Hooper en estos días en cartel -. Solo os dejo un breve fragmento para que juzguéis si dos siglos después no están tristemente de actualidad:

“El ser humano sometido a la necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos, y al infortunio para todos los que transitan por este camino. Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para ellos todo está perdido. La luz del día se funde con la sombra y la oscuridad entra en sus corazones; y en medio de esta oscuridad el hombre se aprovecha de la debilidad de las mujeres y los niños y los fuerza a la ignominia. Luego de esto cabe todo el horror. La desesperación encerrada entre unas endebles paredes da cabida al vicio y al crimen… Parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos; pero es muy raro que aquellos que hayan llegado tan bajo no hayan sido degradados en el proceso, además, llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico. Ellos son “Los Miserables”, los parias, los desamparados”.

Empecemos, pues, por lo básico para construir un nuevo edificio de convivencia: recuperemos el discurso de los valores.

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