España o de cómo vivir con la prima de riesgo por debajo de 300 puntos y más de 6 millones de parados

La prima de riesgo de España, también llamada riesgo país o riesgo soberano de España, es el sobreprecio que ésta tiene que pagar cuando acude a los mercados para financiarse, en comparación con Alemania. Concretamente es la diferencia entre la rentabilidad del bono español a 10 años y el bono alemán a 10 años (Bund). Cuanto mayor es el riesgo de un país, más deberá remunerar éste a los inversores para que adquieran su deuda. Es por lo tanto, la sobretasa (o rentabilidad) que ofrece la deuda pública de España para que los inversores la compren y mide la confianza de los inversores en la solidez de su economía. El hecho de que el patrón de medida sea el bono alemán se debe a que la economía alemana tiene la serie histórica más estable de los mercados europeos. De marzo de 2012 a marzo de 2013, España ha vivido el período más caro para financiarse en los mercados internacionales de las últimas décadas. Con una media superior a los 400 puntos básicos, alcanzó su máximo histórico el pasado 23 de julio al registrar 632 puntos. Pagar los intereses de la deuda implicó el año pasado un desembolso de 28.848 millones, debido al repunte del coste de refinanciación -la deuda emitida para afrontar los vencimientos es cada vez más cara- y al incremento de la deuda en circulación (unos 36.800 millones). Así, el peso de los intereses sobre el PIB volvió a aumentar el pasado ejercicio, hasta situarse en el 2,71% del PIB en términos de caja (2,75% en términos de contabilidad nacional). En 2011, el pago de intereses se situó en torno a los 27.000 millones y en 2010, en 20.000 millones. Indudablemente, el coste de financiación se ha disparado en los últimos años. El bono español a 10 años ha pasado de un 3,7% de rentabilidad a finales de 2006, hasta el 5,3% a finales del pasado año, y en el peor momento de la crisis de la deuda de la zona euro -en noviembre del año pasado- alcanzó el 6,7%.

Por eso la noticia de esta semana que ha situado por debajo de los 300 puntos básicos y a tipos de interés del 4,3% supone un relevante abaratamiento en las condiciones de financiación para el Tesoro español. Con todas las cautelas que debemos tener ante unos mercados especulativos y que viven de la volatilidad, es cierto que la tendencia de los últimos 6 meses es claramente bajista, si exceptuamos situaciones de crisis concretas fruto del resultado de las elecciones en Italia o el rescate de Chipre. De consolidarse estos datos podría producirse una notable reducción del coste de los intereses de la deuda sobre los presupuestos del Estado y, en suma, un ahorro significativo en las cuentas públicas españolas. Cada punto de reducción de los tipos de interés supone un ahorro anual cercano a los 4.000 millones de euros, por lo que si no se produjeran nuevas turbulencias podríamos estar hablando de ahorrarnos en el 2012 unos 6.000 millones de euros. Poder embridar las ansias especulativas de los mercados de deuda es, pues, un objetivo prioritario para las autoridades económicas españolas. De ahí que el Gobierno acometa en el próximo Consejo de Ministros un nuevo paquete de reformas, ortodoxas de austeridad, es decir, nuevos recortes de déficit y me temo que, sin duda, de desmantelamiento del Estado del bienestar. Esta es la trampa del círculo vicioso en que nos han metido: si no recortas, el rating baja, la prima de riesgo sube, los tipos de interés se disparan y el coste de la deuda se hace insoportable. Si recortas el país se empobrece, se ancla en la recesión y los activos se devalúan con lo que para los buitres financieros son más baratos de comprar.

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Romper esa trampa infernal en la que llevan instaladas buena parte de las economías de la zona euro se ha convertido en el reto imposible para cualquier Gobierno. No enfrentarse a las políticas lideradas por la Canciller Merkel y hacerlas compatibles con acciones expansivas que sean capaces de incrementar la demanda y el empleo parece la tarea imposible de llevar a cabo. Hasta ahora la mayoría de los ahorros producidos por los recortes se han venido invirtiendo en el saneamiento del sistema financiero o en palabras más claras y llanas, en capitalizar bancos y cajas endeudadas por inversiones descabelladas en activos inmobiliarios o en deuda pública de países insolventes (Chipre o Grecia por ejemplo). Se supone que una vez destinadas ingentes cantidades a tal efecto – según los cálculos del BCE más de 1,5 billones de euros – deberíamos pasar tan vergonzosa página y dedicarnos a invertir en futuro. Si el mercado nos concede desde su generosidad altruista, dado que no hemos querido controlarlo, ahorros en los intereses de la deuda o si somos capaces de reducir gasto consuntivo en nuestras administraciones, sin pérdida de eficacia o calidad del servicio prestado, el resultado positivo de tales medidas debería invertirse con carácter de emergencia en políticas de crecimiento.

Es posible liberar recursos para crear empleo, algo que en los últimos años parecía imposible, pero falta la determinación de dar un giro absoluto al concepto mismo de la política económica de la Unión. Lo que es aplicable a cualquier país del euro, es ampliable al conjunto de los Estados miembros. Generar empleo debería ser la obsesión de los Gobiernos ahora que los mercados parecen dar una tregua a nuestras deudas soberanas. Y me temo que le podemos dar todas las vueltas que queramos, pero a fecha de hoy, las políticas expansivas siguen pivotando sobre las propuestas keynesianas de inversión pública como motor de la economía. Inyectar dinero al sistema es la única alternativa para salir de la recesión y lo único que necesitamos es voluntad de realizarlo y enfoque para que las inversiones sean productivas. En Estados Unidos, el presidente Obama nos ha dado buenos ejemplos de la audacia que requiere la situación y aunque aún tímidamente se ven sus frutos en materia de demanda y empleo. Podemos verlo también de otra forma: ¿qué habría sido de la economía mundial de no haber llevado a cabo la administración y la reserva federal norteamericana estas medidas de fomento del crecimiento?

En todo caso, no podemos tampoco caer en la ingenuidad de muchos postulados progresistas que creen que con la inversión pública de manera automática se genera empleo. Europa padece una verdadera enfermedad estructural en su mercado laboral y ha demostrado en épocas de bonanza que incluso creciendo a cifras superiores al 4% es incapaz de acercarse al pleno empleo. Y a eso debemos añadir que somos menos productivos que los entornos que nos rodean, es decir, que la eficiencia de los procesos de producción aportan menor valor añadido que nuestros competidores. Corregir mediante reformas esas gravísimas deficiencias de nuestras economías resulta, pues, imprescindible si no queremos malgastar las inversiones públicas para la creación de empleo. Y dicho esto, los ejes principales donde podemos focalizar las políticas expansivas son claras: infraestructuras, I+D+i y servicios sociales. El primero de los sectores es un clásico, pero no por serlo deja de tener sentido. Europa sigue requiriendo de grandes inversiones en proyectos de infraestructuras transnacionales, regionales y locales. Unirnos más, hacer más viable el transporte de mercancías y personas sigue siendo una necesidad, por no hablar de la necesidad de reconversión y mantenimiento de muchas redes viarias, aéreas y portuarias de países europeos. El segundo objetivo se basa en los sectores de vanguardia tecnológica y de conocimiento. La investigación y los procesos de innovación siguen siendo motores de la actividad y tienen un enorme potencial de creación de empleo. Por último, el pilar social dada la pirámide demográfica de la población europea que sigue envejeciendo año a año, requiere de un verdadero sector laboral en torno a la asistencia social.

Nadie duda que debemos seguir tratando de ahorrar, ahorrar en aquello que resulta estéril, obsoleto o innecesario, pero ahorrar para generar recursos que puedan invertirse en regenerar el sistema productivo y, en definitiva, el modelo de sociedad que queremos. Hasta ahora todos los sacrificios se han puesto al servicio de la masa monetaria, sin que esta se haya redistribuido ni eficiente, ni equitativamente. Estamos ante una nueva oportunidad de hacer política para los ciudadanos y, además, podemos hacerlo sin caer en enfrentamientos baldíos entre el norte y el sur de Europa o entre posiciones meramente demagógicas de derecha o izquierda. Otra política de crecimiento compatible con la austeridad es posible, como lo es otra política fiscal de redistribución de la riqueza y más equitativa en los esfuerzos que realizar para salir de la crisis. Tal vez lo único que hace falta es el arrojo del gobernante de tomar la decisión de ahorrar para invertir, de destinar cada euro gastado inútilmente en crear un puesto de trabajo productivo en un sector con proyección de futuro. Es más simple de lo que nos cuentan, solo hace falta algo de conocimiento, sentido común y, sobre todo, creer en el bien común y no en los intereses particulares o partidistas. Una vez más la pelota está en el tejado de nuestros líderes. Esperemos que alguna vez sean capaces de serlo.

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In memoriam de mi sabio profesor, José Luis Sampedro

Se me ha muerto como del rayo, José Luis Sampedro, a quien tanto debía. Y espero me perdone mi admirado Miguel Hernández en la gloria de los poetas muertos por robarle un gesto de su Elegía por Ramón Sijé, para traer a la memoria a mi sabio profesor que longevo y prolífico ha dejado la vida y el mundo esta semana. Lo traigo a este blog por devoción, que en boca de un descreído como es mi caso cobra doble valor; por que me lo pide el cuerpo sediento de vida ejemplar y porque la actualidad plagada de valores perdidos puede encontrar en su palabra caminos ante la encrucijada que nos provoca la crisis. Seré más breve que de costumbre porque mi querido profesor por recato y decoro odiaba los homenajes y censuraba la grandilocuencia por innecesaria.

Recuerdo la mañana de estudiante que cree poderlo saber todo, enfrentado a la Estructura Económica Mundial cómo apareció su figura clásica entre los clásicos, enjuto de rigor de quien le sobra la grasa porque daña al pensamiento. Mirada profunda de la profundidad de la hondura de quien lleva las preguntas del ser humano en la mochila del subconsciente. Arropado por una barba reflexiva entonces al uso de eruditos a la violeta y en su caso de por vida estética. Pero, sobre todo, imponía respeto a primera vista su sencilla humildad, la que confiere la categoría de sabio por decantación. Llegó a mi clase en silencio como se fue de este mundo, pero su palabra se hizo presente propio porque Sampedro no callaba para ser plácido a nadie. “Escuchadme bien, atendedme bien, aunque sea el único día de clase que queráis entender algo de lo que os diga a lo largo del curso . Primera y última lección de la que estoy seguro: el rico existe y es rico, porque el pobre existe y es pobre. La codicia humana explica la Estructura Económica Mundial. Mientras no cambiemos los valores de nuestra sociedad, seguiremos buscando teorías económicas para justificar la injusticia social”.

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Y así pasaron los días escuchando la simplicidad de sus palabras sin necesidad de fórmulas alambicadas, sin adjetivos que maquillan las verdades. Verdades como puños de esa izquierda universal que se remueve en la conciencia de hombre ante el dolor ajeno. Que denuncia la misericordia porque demanda la solidaridad. Que busca el reparto porque entre todos las penas son menos y la alegrías plenas. Lecciones de siempre, que no entienden de primas de riesgo, de ingeniería financiera o de especuladores de dineros negros. Al final todo resultaba fácil de explicar y de entender cuando se está dispuesto a aceptar la verdad del egoísmo como bandera corsaria de ir por la vida.

Luego vino la Literatura y sus libros mayúsculos de prosa poética nos dieron la medida de su capacidad de trabajar la belleza desde cimas de sensibilidad también sólo a recaudo de los sabios. Le llegó la fama y le abrumó la popularidad a la vez que nuestro mundo se volvía más y más frívolo. Nos sobraban las ideas y sus pensadores, a la velocidad que nos comprábamos el último adorno de consumo o que nos hipotecábamos para la tercera vida. Y se fue yendo a su exilio dorado de sabio incomprendido y un punto de incómoda conciencia de una sociedad simia que ni oía, ni pensaba, ni hablaba.

Sus alumnos seguimos leyéndole, escuhándole en las catacumbas de nuestros compromisos conscientes de que su doctrina nos hace libres, laicos pero libres. Y a medida que la crisis nos puso desnudos contra la pared del absurdo de un neocapitalismo borracho de si mismo, sus palabras retumbaban más fuerte en nuestra memoria como el martillo pilón de la razón. Ahora que se nos fue su presencia y que nos queda su memoria escrita, os dejo un racimo de pensamientos deslabazados de mi sabio profesor José Luis Sampedro en una suerte de liturgia barata o recordatorio agnóstico para transitar éticamente por la vida. Espero que os sean tan útiles como para mí lo han sido. Gracias profesor.

1. Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve de nada.
2. El tiempo no es oro; el tiempo es vida.
3. Se habla mucho del derecho a la vida, pero no de lo importante que es el deber de vivirla.
4. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe.
5. Los recortes se aceptan por una de las fuerzas más
importantes de la humanidad, el miedo.
6. No hemos aprendido a vivir como humanidad, la humanidad está por hacer.
7. En abril de 1939 comprendí que no habían ganado los míos. Ni los unos ni los otros eran los míos.
8. Seguimos sosteniendo las mismas barbaridades, las mismas crueldades, las mismas salvajadas. ¿Cómo es posible eso? ¿Cómo no hemos aprendido a vivir, a vivir en paz, a vivir con la
naturaleza, a vivir con sosiego?
9. Cuando digo Humanidad exagero, porque creo que Humanidad no hay; hay seres humanos. Llevamos dos mil años desde la Antigua Grecia, se ha progresado técnicamente de una manera fabulosa (…)
10. El sistema capitalista se acaba.

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Obrigado, el Tribunal Constitucional portugués pone límites a la Europa de los recortes

El Tribunal Constitucional portugués ha declarado ilegal la retirada de la paga extra de verano a los funcionarios y a los pensionistas y las rebajas en el subsidio de desempleo y de enfermedad consignadas en el presupuesto general de 2013 del país, aprobado en el Parlamento el pasado año. Las razones en las que se apoya el tribunal son que esa retirada violaba el principio de igualdad a la hora de afrontar sacrificios. Los altos magistrados lusos no cuestionan la capacidad del gobierno de llevar a cabo sus políticas de ajuste, pero si lo hacen en la proporcionalidad de las medidas respecto a las posibilidades de afrontarlas de los ciudadanos. De alguna manera, en realidad lo que han hecho, es demostrar en una sentencia que si existen alternativas a las políticas impuestas por la troika, Bruselas y por imposición disciplinaria de la canciller Merkel. Hay otra forma de repartir los sacrificios a los que la crisis económica obliga, sin romper la base equitativa de la sociedad, sin que acarreen con la peor parte los más débiles o los que no pueden ni siquiera oponerse a tal injusticia. La decisión del Constitucional portugués sitúa a la Unión Europea ante la encrucijada de seguir desarrollando su programa de austeridad y a la vez hacerlo de manera igualitaria. Claro que la Europa burócrata puede hacer oídos sordos una vez más a lo que la democracia en sus distintas expresiones le están diciendo, pero el riesgo cada vez es mayor y en más Estados de la Unión.

Como es natural el primer riesgo al que se enfrenta esa especie de moderna inquisición económica en que se ha convertido la troika – FMIBCE Comisión Europea – es el contagio que la decisión de los jueces lusos puede producir en otros Estados que optaron por medidas de ajuste similares. Es el caso claro de España, donde los muy similares recortes llevados a cabo por el gobierno Rajoyestán recurridos por los afectados en los tribunales. La presión social en la mayoría de los países del Sur de Europa, los más afectados por sus elevados déficits públicos, pesará como lo ha hecho sobre los togados portugueses. Las legislaciones constitucionales de nuestros Estados democráticos apuestan claramente por el modelo de Estado social de derecho, lo que deja pocas dudas de la interpretación que se debe dar ante los recortes planteados. Ningún ciudadano, por su situación económica, puede verse mermado de derechos en necesidades tan básicas como la salud, la educación o las pagas extras adquiridas como conquistas sociales históricas. Las protestas en la calle se siguen acrecentado a medida que la crisis se alarga y acrecienta su impacto social. Puede que la clase política incapaz de hallar soluciones alternativas se rinda al plan ortodoxo y uniforme decretado por Alemania, pero no creamos que los jueces pueden mirar hacia otro lado cuando se vulneran derechos fundamentales de nuestro ordenamiento democrático.

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Hasta aquí consideraciones de fondo sobre la crucial decisión de los 13 magistrados portugueses. Ahora nos queda esperar las reacciones del Gobierno del primer ministro Passos Coelho, que debe buscar medidas alternativas para ahorrar los 1.200 millones de euros a los que afecta la sentencia del Constitucional. Y, por otro lado, queda también por ver si la troika a la vista de la decisión judicial acepta renegociar los plazos y cantidades adeudados internacionalmente por Portugal, el país rescatado. Pero, no nos engañemos la incógnita más relevante es si el Consejo Europeo y la Comisión son capaces de hacer una lectura coherente de lo sucedido en Lisboa. Facilitaría a todos los Estados afectados por crisis de déficits y deuda, que las instituciones europeas fueran capaces de marcar un nuevo rumbo en los programas de austeridad, poniendo límites en el tipo de medidas a emplear y al peso que sobre los ciudadanos en función de su renta puedan tener. Se trata de reformular los planes de ajustes con una visión más social y menos estadística, una mirada más humana y, sobre todo, más europea. Se debería entender que la solidaridad entre los Estados que forman la Unión y el reparto de los esfuerzos de forma proporcional a las posibilidades de las ciudadanos en cada país, es la única forma de caminar homogénea y armónicamente en el proyecto de la UE.

No es la primera vez que alerto en este blog de los riesgos que tiene perpetuar este camino de pangermanismo insolidario. En los últimos meses hemos vivido tres capítulos especialmente relevantes de rebelión ciudadana y de poderes legales contra las políticas impuestas desde Berlín. El primer severo toque de atención se dio en Italia, en los comicios del pasado mes de marzo. Unos resultados que castigaron especialmente al protagonista impuesto de los planes de ajustes, el ex primer ministro Mario Monti. Con menos de 8% de los votos frente a casi el 20% del Movimiento 5 Estrellas encabezado por el cómico BeppeGrillo. Una crisis política que aún mantiene en vilo cualquier opción de gobernabilidad en el tercer país de la eurozona. Después vino el rescate de Chiprey el esperpento representado ante el mundo con una quita sobre depósitos de menos de 100.000 euros que después ante el plante del parlamento chipriota debió ser retirada. Y ahora llega la sentencia portuguesa de su más alto tribunal. Con toda la legitimidad del sistema democrático que sacralizamos en la Unión Europea, el poder judicial pone fronteras a las medidas impulsadas por Merkel. Tres serios reveses y tres crisis abiertas dos y cerrada en el falso una. Este triste balance unido como he señalado a las posibilidades de contagio en otros Estados, debería también obligar a repensar a las autoridades alemanas sus posiciones.

Negar que hemos avanzado durante los años de la crisis del euro en los mecanismos de salvaguarda de nuestra moneda y de gobernanza monetaria, es absurdo. La crisis nos ha fortalecido institucionalmente, nos ha hecho de la misma forma más fuerte ante los ataques exteriores de los mercados, pero la realidad es que el precio pagado por la sociedad y por los distintos países de la Unión está siendo desequilibrado y dispar. No hemos sido capaces de tejer una red de protección de las familias con más riesgos ante la crisis, de preservar los derechos sociales que tradicionalmente nos han diferenciado modélicamente del resto del mundo. Hemos fallado a los ciudadanos y esa percepción está labrando una tensión en la calle y un deterioro demoledor en los poderes de los Estados y en la clase política. Ha llegado el momento de cambiar de rumbo sin dilación. No podemos permitirnos nuevas crisis. Eslovenia o Hungría ya forman parte de los rumores más malintencionados contra el euro como opciones venideras de nuevos rescates. España sigue representando una realidad endeble que puede tornarse en desastre si el entorno de la eurozona hace empeorar las perspectivas económicas. Demasiados riesgos como para no tomar medidas que logren recuperar la confianza de la sociedad en el proyecto europeo. Necesitamos esperanza, ilusión, visión de futuro y es evidente que las políticas generadas desde Bruselas, hoy por hoy, solo provocan rechazo y estancamiento.

Los magistrados lusos han levantado un muro de vergüenza a las medidas indiscriminadas de recorte. Han dicho basta al desmantelamiento sin más de la protección social. Han sido para los portugueses los únicos capaces de entender sus reivindicaciones y de velar por sus intereses generales. Algo está funcionando muy mal cuando el poder judicial tiene que salir a la calle y ponerse al frente de la manifestación para que el Legislativo y el Ejecutivo entienda que se ha quedado aislado, lejos de aquellos que le votaron y le dieron la responsabilidad para tomar decisiones para salir de la crisis. Nuestros líderes necesitan hacer un ejercicio de escucha activa de sus ciudadanos, de los medios de comunicación, de la voz de la calle. No pueden seguir comportándose como los ilustrados absolutistas encerrados en su lema “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. De no ser capaces de oír las demandas sociales, anticiparse a la insatisfacción ciudadana y ser eficientes en su gestión, serán un simple estorbo o, pero aún, un enemigo que ha secuestrado el poder democrático. Aquellos gobernantes bienintencionados o no que se olvidaron de ser sensibles a los sufrimientos de sus semejantes, siempre han acabado trágicamente o en el mejor de los casos, huyendo por la puerta de atrás de las instituciones. Quien no tome buena nota del contenido de la sentencia lusa puede verse abocado a una triste suerte en menos plazo de lo que algunos esperan.

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