Fin de ETA: el éxito de la sociedad vasca y de la Democracia… es la hora de la Política

ETA ha anunciado el cese definitivo de su actividad armada o lo que es lo mismo, pone fin a más de 50 años de violencia terrorista. Cierto es que sería absurdo equiparar la historia de sus acciones durante la dictadura del General Franco, con las desarrolladas por sus comandos a partir de las primeras elecciones democráticas de 1977 y la posterior aprobación en referéndum de la Constitución en 1978. Pese a que las víctimas de los etarras merecen el mismo respeto como seres humanos en una y otra situación, las circunstancias políticas de una dictadura o de una democracia no son equiparables. Prácticamente 35 años de asesinatos sin querer escuchar la voz de los ciudadanos que han clamado una y otra vez por su desaparición que concluye con una auténtica pesadilla sufrida especialmente por la sociedad vasca. Ella es la principal vencedora de esta paz, se la ha ganado a pulso a base de sufrimiento y de coherencia en la defensa de las libertades en sus pueblos, en sus calles. Ha sido el pueblo vasco el que no solo le dio la espalda a ETA sino que se ha enfrentado a su violencia ciega. Primero perdió el apoyo social y después se fue granjeando su rechazo prácticamente absoluto. Sus banderines de enganche fueron desapareciendo y el apoyo de sus bases políticas se fue debilitando hasta volverse finalmente contra ellos mismos.

Es evidente que si el gran vencedor de esta ansiada paz es Euskadi, la única derrotada es ETA. Su actividad salvo dolor no ha producido un sólo rédito a sus objetivos. Deja tras de sí a 829 muertos y cerca de 700 activistas presos. Derrotados operativamente gracias a la colaboración policial de los últimos años entre Francia y España. Y derrotados políticamente porque sus bases negociadoras no han avanzado ni un milímetro en estas décadas, sino todo lo contrario, han supuesto un obstáculo continuo para el avance de las legítimas reivindicaciones del nacionalismo vasco democrático. Tanto es así que su anuncio pese a la alegría que ha producido en la sociedad vasca y en la española, es una noticia descontada, dado que en los últimos años salvo comunicados que demostraban su extrema debilidad apenas ha tenido protagonismo en la vida ciudadana. Un simple dato avala esta afirmación: ETA en todas las encuestas de opinión del CIS de los últimos veinte años era el principal problema para los españoles. Este año 2011 ha pasado a ser el cuarto problema a enorme distancia de los tres primeros que se centran en la grave situación económica que atraviesa España. En una palabra, ETA ha dejado de importarle a la gente.

Poco más análisis a pasado merece la noticia del final de ETA. Pero, sin embargo, hoy se abre un periodo clave a futuro donde la Política – con mayúsculas – debería ocupar el espacio principal. Pensar que aquí se ha acabado todo es simplemente ridículo. Más bien hemos de tener la actitud de que todo empieza ahora porque ante todo es el momento de la reconciliación. Una sociedad que ha sufrido cuatro décadas de esquizofrenia violenta necesita inteligencia política para cerrar heridas. Empezando por las familias víctimas del proceso, por supuesto, primero de aquellos que han perdido a sus seres queridos y después, ineludiblemente las de los presos que aún sufren el castigo de hijos o hermanos. Solicitar el perdón de las víctimas y acercar o reinsertar a los presos, son trabajos básicos e iniciales para consolidar la paz. Si una de las claves que ha hecho posible la victoria sobre ETA ha sido minimizar al máximo que los grupos políticos buscaran rentabilidad de la utilización electoral del terrorismo, es trascendental que ahora evitemos la dialéctica de vencedores y vencidos. Ya no se trata de derrotar a nadie, se trata de favorecer la convivencia y de enterrar en el olvido la dinámica del dolor. Algo que requiere generosidad mutua y discrección en los diálogos y decisiones políticas.

El principal problema que puede encontrar el proceso de reconciliación tiene que ver con el choque de percepciones y opiniones que sobre el final de ETA se tiene en Euskadi y en el Estado español. Mientras que la sociedad vasca en su gran mayoría será partidaria, una vez acabada la actividad terrorista, de resolver el tema de los presos en plazos razonablemente cortos, la sociedad española que se considera vencedora también en una abrumadora mayoría es partidaria de que los terroristas encarcelados cumplan sus penas íntegramente. Este choque de trenes entre dos planteamientos tan opuestos podría politizarse por los extremos, tanto por la izquierda abertzale como por la derecha más extrema del Partido Popular. PP que dadas las encuestas que se manejan ante las elecciones generales del próximo 20 N será el partido sobre el que recaerá la responsabilidad de gestionar políticamente el escenario post-ETA. Su líder Mariano Rajoy tendrá que echar mano de toda su maestría negociadora y de sus capacidades de generar moderación para desviar la atención del debate político del proceso de reconciliación. Puede resultar muy positivo que el PSOE que ha hecho posible desde su acción de gobierno este cese definitivo del terrorismo de ETA, deje paso al PP, cuyas posiciones han sido siempre las más duras en la lucha antiterrorista, para que se implique en la consecución efectiva de la paz social.

Pero la desaparición de ETA también modifica sustancialmente el panorama político vasco y el conjunto de reivindicaciones políticas de sus formaciones. Este reposicionamiento afecta de manera especial a los partidos abertzales – nacionalistas vascos -, en primer lugar al PNV – Partido Nacionalista Vasco – cuya hoja de ruta puede verse afectada por la presión que ejerza la Izquierda Abertzale en sus pretensiones independentistas. Ambas formaciones optan a liderar a la sociedad vasca tras la desaparición de ETA, con un objetivo final idéntico, la soberanía e idenpendencia de los Estados español y francés de Euskal Herría, pero con modelos de sociedad muy dispares. El primer test menor de este pulso tendrá lugar el 20 N, pero el gran enfrentamiento tendrá lugar el año 2013 en las próximas elecciones autonómicas vascas – de no producirse adelanto -. Al otro lado, entre las formaciones españolistas, el PSE que actualmente ocupa la lehendakaritza del gobierno vasco, problamente sea la fuerza política inicialmente más descolocada en el nuevo escenario. Está muy debilitado por el desgaste del Ejecutivo Zapatero y la acción de gobierno del lehendakari López también se halla en horas muy bajas de popularidad. Por contra el Partido Popular vasco se perfila como el principal defensor de las posiciones españolas en Euskadi aspirando a frenar una mayoría absoluta de fuerzas nacionalistas y probablemente a la par obligado a tender puentes de entendimiento con el PNV, tanto en Madrid como en Vitoria.

Queda mucho por hacer para que todos podamos vivir pasando página y olvidando la pesadilla terrorista. Pero lo más importante que tenía que ocurrir, ha ocurrido: ETA ha dejado de matar. Ahora todo es posible en una sociedad libre y en paz, dependemos solo de la buena voluntad y de la inteligencia de todos. El camino a emprender por los vascos ya solo depende de su decisión, tienen derecho a decidir su futuro y deben poder ejercerlo en paz y libertad. Cualquier decisión democrática que tomen a partir de ahora los vascos ya no tiene en el terrorismo un obstáculo que justifique frenazos a la voluntad popular. Euskadi deberá ser a partir de ahora lo vasca, española o francesa que quieran sus ciudadanos. Ha llegado el momento de hacer política y, por tanto, de que todo el mundo pueda ejercer sus derechos políticos sin exclusiones legales. En este nuevo tiempo no tienen sentido las ilegalizaciones, el pueblo vasco debe tener libertad para escoger sus opciones. Pero todo esto será mañana, hoy solo nos queda decir Zorionak Euskadi, felicidades Euskadi.

Portugal intenta rescatarse a si misma

Vive Portugal tiempos duros, por los esfuerzos que desde el anuncio de su rescate financiero – en mayo de este año – y por los planes de vuelco de tuerca a la austeridad que el gobierno de Passos Coelho acaba de hacer públicos para los presupuestos del 2012. Oscuro presente y lúgubre futuro inmediato. Una circunstancia que por lusa es europea y de la que no debiéramos sentirnos en absoluto ajenos.

Más allá de los errores de libro que en su reciente gestión económica se llevaron por delante al Ejecutivo del primer ministro socialista José Sócrates, los males productivos portugueses son sistémicos. Tienen que ver con un Estado sobredimensionado con exceso de funcionariado que ralentiza la toma de decisiones económicas del sector privado. Con un modelo laboral con sobrepeso de la mano de obra, lo que incrementa los costes y obliga a niveles salariales muy por debajo de la media europea. Consecuencia: rentas bajas, capacidad limitada de su clase media y, por tanto, demanda interna poco dinámica.

Pero a todas estas dolencias se une la circunstancia de ser un país pequeño y poco poblado, integrado en un club de ricos poderosos. Para Portugal la entrada en las Comunidades Europeas – CE de aquella época – en 19Reino 82, supuso una oportunidad única de crecimiento y desarrollo. En sus primeros años de adhesión como socio comunitario era incapaz de digerir las cuantiosas ayudas recibidas de Bruselas a tal fin. Su fisonomía cambió, se modernizó, transformó buena parte de sus infraestructuras, pero no fue capaz de cambiar su cultura política y el sustrato social y laboral del país.

Cuando se integra en la zona euro en el momento fundacional de nuestra moneda común, un país como Portugal entierra el escudo que seguía fuertemente vinculado, por su tradicional relación comercial con el Reino Unido, con la libra esterlina y perdía así una de sus herramientas básicas de política económica, el tipo cambiario. Parecía absurdo elevar la voz contra el euro en un país cuyo balance europeista había sido a costa de crecer sostenidamente en la última década gracias a proyectos desde Bruselas y en un entorno económico europeo creciendo por encima del 2%.

La crisis y la consiguiente recesión en la zona euro, unida a la incorporación de numerosos países del centro y del Este de Europa en el reparto del pastel de ayudas, supuso un serio revés para la economía lusa, que se había endeudado fuertemente en función de las expectativas positivas del crecimiento del país. España, como vecino, tampoco ha ayudado en el momento del crack luso, pues, las fuertes inversiones españolas realizadas en Portugal se han visto congeladas o desmontadas ante el severo parón que vive la economía española.

Resultado de todo lo dicho: sacrificios y muchos sacrificios para los portugueses. Vieron ya recortadas sus prestaciones sociales y sufrieron una subida generalizada de los impuestos con le gobierno anterior y ahora asisten resignados a una nueva fase de medidas de reducción del déficit público que ineludiblemente empobrecerá a su ya maltrecha clase media y abocará a su juventud a un nuevo y doloroso proceso migratorio. Su nuevo gobierno, al que le ha tocado realizar un auténtico programa de redimensionamiento del país, empieza ya a ser contestado en calle. Obviamente Passos Coelho contaba con ello cuando accedió al Palacio de Belém. Dice mi colega, socio y mejor, Fernando Rodrígues Pereira que su principal acierto es haber colocado al frente del ministerio de Economía a Vítor Gaspar de indudable reconocimiento europeo y a un equipo con él que por haber trabajado las últimas décadas en negocios internacionales fuera del país llega sin hipotecas, ni dependencias de lobbies o influencias locales. Puede hacer en teoría lo que crea que debe hacer. Por el bien de Portugal y por el de todos los europeos, esperemos que Fernando tenga razón porque Europa necesita el buen ejemplo de Portugal rescatándose así misma.

Barroso enseña el abismo del precipicio a las Comunidades Autónomas españolas

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, aprovechó la celebración de los Open Days – semana de las regiones y ciudades europeas – que coincide con el Pleno del Comité de las Regiones, para reunirse con 9 de los 17 presidentes autonómicos españoles. Patxi López (País Vasco), José Antonio Griñán (Andalucía), Ramón Luis Valcárcel (Región de Murcia), Alberto Fabra (Comunidad Valenciana), Yolanda Barcina (Navarra), Paulino Rivero (Canarias), Luisa Fernanda Rudi (Aragón), José Antonio Monago (Extremadura) y José Ramón Bauzá (Islas Baleares) son los presidentes autonómicos que no quisieron perderse la cita y que viajaron hasta Bruselas. Un nutrido grupo pero también lo han sido las notables ausencias del mismo, especialmente, las de Artur Mas (Cataluña), Esperanza Aguirre (Madrid), Alberto Núñez Feijoó (Galicia) y las dos Castillas, Juan Vicente Herrera (Castilla y León) y María Dolores de Cospedal (Castilla-La Mancha). Pero lo que si ha puesto de manifiesto el encuentro, ausencias a un lado, es el deseo del mandatario europeo de poner de manifiesto la gravedad de la situación de la economía española a quiénes administran en gran medida las cuentas públicas del Estado español. Pareciera que Barroso no confiara en la capacidad del presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero para controlar a sus líderes territoriales y aplicarles la manida disciplina presupuestaria que pregona una y otra vez la Comisión.

El mensaje de Barroso no dejaba lugar a dudas: en tiempos de austeridad y con administraciones públicas endeudadas les ha recordado que si las Comunidades Autónomas no contribuyen a hacer los deberes, “la situación para España va a ser francamente difícil”, según el relatado que hizo a los medios Yolanda Barcina. Un recordatorio innecesario, pues, todos ellos conocen la propuesta presentada por el Ejecutivo comunitario de cara al período2014-2020, por el que Bruselas congelará los fondos para proyectos regionales a los Estados miembros que no cumplan con los objetivos de déficit, es decir, donde éste supere el 3% del PIB. Una medida tan injusta como discriminatoria, pues, mide por el mismo rasero a aquellas Comunidades que cumplan sus objetivos presupuestarios equilibrados, como a los que los incumplan, además de hacer culpables a las regiones de los errores que pudieran cometer los gobiernos centrales. Un desatino absoluto que convierte a regiones, länder o comunidades en meros instrumentos administrativos sin capacidad política. La peor de las versiones centralistas de la visión de Europa. Esto ante unos mandatarios que acaban de ponerse a la tremenda tarea de presidentes “manostijeras” aplicando recortes a diestro y siniestro en los servicios del Estado del bienestar que disfrutaban sus ciudadanos. Educación, Sanidad, Dependencia, asistencia a mayores… todo sucumbe a la imparable marea de la reducción del déficit. Y ellos cómplices primeros de la circunstancia tienen que escuchar lecciones del presidente de la Comisión, el político europeo más alejado de la calle, menos cercano a los problemas reales de la gente.

Una situación tan esperpéntica que contradice los principios fundacionales de la Unión Europea. Entre las misiones que la propia UE se adscribe para el siglo XXI, suscrito por sus mandatarios estatales, subraya la de hacer frente a los retos de la globalización y preservar la diversidad de los pueblos de Europa. Y añade: “El antiguo adagio “la unión hace la fuerza” conserva hoy en día toda su pertinencia para los europeos, si bien el proceso de la integración europea no ha acabado con las diferencias en cuanto a formas de vida, tradiciones y culturas de los pueblos que componen la Unión Europea. De hecho, uno de sus valores fundamentales es la diversidad”. Pues bien, la crisis ha hecho olvidar a los todopoderosos presidentes de los Estados europeos sus buenas intenciones de respeto a la riquísima pluralidad nacional que compone el mosaico continental. La simplificación se impone, solo cabe lo grande, aunque en la esencia de los males causantes de la situación que padecemos esté esa manía de homogeneizarnos a todos, sin poner en valor la fuerza de la identidad y las capacidades culturales de cada pueblo por pequeño que sea. Traicionados los principios y borrada la memoria histórica, ¿qué motivos tenemos para confiar en una Unión que dilapida las aportaciones de pueblos milenarios, con civilizaciones que han aportado los capítulos más brillantes de la historia de la Humanidad?

Es evidente que el modelo fracasado es el de los Estados-nación anciano ya en el escenario europeo y que tantas muertes en guerras de décadas nos ha deparado. Las realidades glocales son muchos más ricas hoy en un mundo globalizado con economías en movilidad, con capitales que se mueven velocidades hasta ahora impensables. De ahí que sea necesario no sólo el respeto de lo diverso, sino que se deba primar y se deban utilizar como base fundamental del desarrollo económico, social y cultural. La visión geopolítica europea del siglo XXI no puede basarse en la perspectiva del siglo pasado y menos aún con mapas heredados del XIX. Conceptos antiguos como el manido hinterland que basa todo crecimiento en la creación de áreas o zonas de influencia siguen estando presentes en muchas de las decisiones de los presidentes de las potencias europeas. Y la verdad es que lo único que tienen de novedoso es que les anteponemos la etiqueta de lo neo para seguir calificando procesos imperialistas y ultraliberales. El diseño que de la UE ha pretendido hacer Alemania con la incorporación de los neo-Estados de la Europa central, del Este, Bálticos o de los Balcanes, recuerda a los procesos emprendidos por la Francia imperial o la Rusia zarista en otras épocas. Viejas recetas que siempre han fracasado para tratar de solventar nuevos problemas, que no son sino nuevas realidades que no queremos reconocer. Realidades donde lo pequeño cobra un inmenso valor frente a la incapacidad pesada de lo grande.

Se debería imponer por sentido común en Europa un modelo basado en la cooperación regional, en la creación y fomento de los clusters territoriales donde las alianzas y los trabajos en red generan innovación como elemento motivador de la actividad. Se trata de convencer y no de vencer, se trata de negociar y no de imponer. Una suerte de colaboración de intereses desde el más absoluto respecto a la identidad de cada cual, precisamente porque cuando uno tiene raíces y arraigo, sabe de dónde viene y le resulta más fácil saber a dónde quiere ir. Existen más coherencia en los pueblos con orgullo identitario integrador, por supuesto no excluyente, que en la amalgama que pretenden ser las uniones basadas en la uniformidad y los conceptos consumistas ramplones, como los que actualmente imperan en la Comisión en Bruselas. No podemos permitirnos el lujo de que nuestra UE fracase porque sería lo mismo que reconocer que los europeos somos incapaces de caminar juntos en paz y progreso. Pero de la mismas forma no podemos admitir la imposición de un modelo facilón que aniquile lo mejor de nuestras historias particulares y la riqueza de la diversidad que atesoran nuestros pueblos. Por eso el espectáculo dado por el presidente de la Comisión Europea ante unos sumisos presidentes de Comunidades Autónomas resulta totalmente reprobable.

Más allá de categorías administrativas – Länder, Región, Comunidad Autónoma, Cantón… – en muchos casos subyace la voluntad de pueblos con historia, lengua propia y, sobre todo, capacidad de inventar su futuro, el de sus gentes. Por mucho que políticos y burócratas se empeñen, las realidades locales perduran y siguen representando el sustrato base de las relaciones humanas. Querer obviar a los pueblos de Europa no es más que volver a caer en errores ancestrales que se repiten en nuestro continente como en el día de la marmota. El mapa europeo es cambiante y debe evolucionar a la velocidad que lo está haciendo el mundo. En un concepto de unidad que ha borrado fronteras administrativas, cobra todo el sentido el reconocimiento de las capacidades de los pueblos que más allá de sus límites representan una realidad pujante. No se trata de defender derechos históricos basados en privilegios decadentes, sino de adaptarse a las nuevas necesidades de una economía mundial globalizada. Sirva un ejemplo fácil de comprender: en la reunión con Barroso estaban presentes dos presidentes – López y Barcina – de territorios con sus propias Haciendas forales – Araba, Gipuzkoa, Bizkaia y Navarra – que lo son desde hace más de cinco siglos. Lo relevante no es su longevidad, sino su capacidad a fecha de hoy para servir de modelo de responsabilidad fiscal de territorios correctamente gestionados, donde se gasta e invierte según la capacidad de ingresos. Esas instituciones que siempre han funcionado bien se exponen hoy a pagar como justos por pecadores de otras latitudes. Caprichos e improvisaciones de gobernantes mediocres asustados por la crisis.

Traspiés en la cumbre: Brasil tiende la mano a Europa y Bruselas le contesta burocráticamente

La cumbre celebrada en Bruselas entre Brasil y la Unión Europea no ha podido sacar adelante el Acuerdo de Transporte aéreo según fuentes diplomáticas brasileiras “por problemas en el contenido”. Lo que traducido a lenguaje de comunes mortales quiere decir que la burocracia que impera en la Comisión Europea ha antepuesto el fuero al huevo, o lo que es lo mismo, a la mano tendida por la presidenta Rousseff para salir de la crisis al euro, nuestros todopoderosos funcionarios han preferido enredarse en los puntos y las comas para agriar el gesto de la foto oficial. A las grandes palabras vertidas por las dos partes al inicio de la reunión bilateral se fueron sucediendo obstáculos aparentemente menores y un conjunto de inconcreciones varias que han dado al traste con un resultado presentable y satisfactorio de una agenda inicial repleta de buenas intenciones mutuas. A la postre una nueva oportunidad perdida para haber lanzado al mundo un mensaje inequívoco de acercamiento entre Europa y América Latina a manos de su principal potencia emergente, Brasil.

Llegó Dilma Rousseff el lunes a Bruselas cargada de ofrecimientos. “La Europa en crisis, puede contar con Brasil”, exclamó a los cuatro vientos. ”Brasil está listo para asumir sus responsabilidades de buena fe. Somos socios de la Unión Europea. Se puede contar con Brasil”, dijo en una conferencia de prensa tras reunirse con los presidentes del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, y Comisión Europea, José Manuel Barroso, durante la quinta cumbre UE-Brasil. ”Queremos decir aquí que el éxito de la Unión Europea es muy importante no sólo para los europeos, sino para toda la humanidad, y que Brasil siempre será una voz en solidaridad con la UE”, dijo la presidenta. Mano tendida en momentos de dificultad para sostener el edificio de bienestar social que durante décadas hemos construido los europeos y que ahora se ve seriamente cuestionado por las circunstancias económicas que atravesamos. Gesto generoso de quien preside el quinto país del mundo en extensión y en población. Gesto solidario de un Estado que ocupa el séptimo lugar del mundo en PIB. Nosotros nos sumergimos en un mar de dudas y desconfianza, sin acertar a tomar medidas al ritmo que la necesidad impone. Ellos emergen desde los abismos de la miseria secular impulsados por el poderoso deseo de progresar, presididos por la determinación de que cada día venidero será mejor que el que le precedió. Nosotros envejecemos y ellos rejuvenecen, nosotros ricos venidos a menos y ellos pobres venidos a más. Caminos que fueron contrapuestos y que deberían encontrase en la cooperación y el desarrollo común.

Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, prevenía de la trascendencia del encuentro reafirmado la importancia de Brasil como aliado de la UE y señalando que la asociación entre ambas partes va más allá de la agenda bilateral. “Se trata de trabajar juntos y tomar el liderazgo y la responsabilidad en los asuntos globales y regionales”. En la agenda mucha trascendencia en los temas volcados en la tarea de cómo profundizar en la cooperación bilateral en áreas que van desde la educación hasta la industria o el transporte. Se han abordado materias de tanto calado como el Programa Conjunto de Cultura para el periodo 2011-2014 y el incremento de los flujos turísticos en temporada baja, el diálogo estratégico en el espacio civil y la cooperación en el ámbito de la ciencia, la tecnología y la innovación. Asimismo, durante la Cumbre se ha hecho balance del progreso realizado en la aplicación del Plan de Acción Conjunta, que engloba la promoción de la paz y la seguridad, la cooperación regional y el intercambio de personas.

Pero agendas al margen, la presidenta Rousseff nos trajo también su particular visión y receta de y para la crisis. Su principal preocupación que Europa caiga de nuevo en recesión provocando un estancamiento que hunda el consumo y provoque altas tasas de desempleo. Una estampa que se parece demasiado a la situación que vive, por ejemplo, la economía española este 2011. Los recortes para cuadrar las cuentas públicas y reducir los niveles de déficit y deuda, enfrían la capacidad inversora, frenan los procesos innovadores, contraen la demanda y acaban por provocar el incremento de los despidos y el cierre de pequeñas y medianas empresas. Una trampa que en el caso europeo se retroalimenta con el coste de sostener un Estado del bienestar que provee de ayudas y servicios sociales a quienes se quedan sin trabajo, se jubilan o por enfermedad son dependientes del sistema. Lo que estamos ahorrando en contener la inflación y reducir déficit lo perdemos sufragando parados, una bañera con el grifo abierto en el que no acertamos a poner el tapón para llenarla. Tiene razón Rousseff en prevenirnos del error porque además podemos convertirnos en el problema que frene el crecimiento de los demás, empezando por los países emergentes que precisan de nuestro crecimiento para crecer.

No podemos perder de vista que la Unión Europea es el primer socio comercial de Brasil, con importaciones por valor de 18,5 mil millones de euros en el primer semestre del año y un total de 16,9 mil millones de euros de las exportaciones. Ellos necesitan nuestra capacidad comercial como nosotros necesitamos de su capacidad productiva. Deberíamos entender de una vez el significado de la globalización o mejor de las trascendencia de los glocal – pensar globalmente y actuar localmente o viceversa -. Esa capacidad de sentirnos grandes y pequeños a la vez, la grandeza de movernos por el mundo y la humildad de reconocer las capacidades de los demás. Un diálogo multilateral que si fuera franco sería el mejor comienzo para salir de la crisis. Por eso y porque la situación actual es suficientemente grave como para cometer errores, alguien debería responsabilizarse a un lado y a otro de fracasos negociadores como de el que hemos sido testigos en esta quinta cumbre UE-Brasil.

Ni tenemos tantas oportunidades, ni nos sobran aliados sinceros para desarrollar políticas y proyectos comunes. Una relación de dos modelos de crecimiento, de dos mundos ricos en diversidad, unidos en el afán de sostener los pilares de los derechos sociales básicos, de blindar la protección a los más necesitados, de garantizar las igualdad de oportunidades o de tener unos servicios públicos para todos en educación o sanidad. Un anhelo en el que los europeos batallamos por la sostenibilidad del sistema, por no perder derechos y los brasileños luchan por alcanzar su particular Estado del bienestar. Si tenemos un objetivo común de tanta trascendencia no parece lógico que dejemos en manos de unos burócratas la consecución de esa meta.

Obama nos riñe: Europa da miedo

Llegó a la Casa Blanca tras la horrible pesadilla que nos dejó al mundo dos mandatos de George W. Bush. Llegó con la esperanza y la ilusión que despertaba una nueva manera de hacer política, una nueva forma de afrontar los problemas y, sobre todo, una manera más amistosa de relacionarse Estados Unidos con el mundo. Obama era la esperanza de construir un diálogo abierto y franco entre las grandes potencias y las potencias emergentes. Pero se nos olvidó la crisis, la maldita crisis económica y que por vez primera en la historia económica norteamericana, el líder mundial no ha sabido encontrar el camino para salir de la recesión, crecer y generar empleo en su país. Por primera vez en su historia Estados Unidos ha empezado a dar síntomas de imperio en declive y así las cosas, su emperador, de rostro amable y palabra estética ha ido perdiendo fuelle a medida que su programa de gobierno progresista se ha ido diluyendo como un azucarillo en el agrio café de los Tea Parties. Un largo repertorio de fracasos en política interior y una economía estancada ha precipitado a Obama a una precampaña para su reelección en noviembre de 2012 tan larga como forzada en sus gestos. Tal vez ese nerviosismo y la impotencia de la Reserva Federal para articular medidas que reactiven el tejido productivo norteamericano sean los motivos que nos han granjeado una mayúscula riña del presidente Obama a los gobernantes y ciudadanos – por tener unos líderes de baja estopa – de la Unión Europea.

Lo que ocurre es que a diferencia de los norteamericanos, pueblo joven en historia y memoria colectiva, Europa si algo tiene es memoria histórica y quizá por ello no olvidamos que toda esta locura que embarga a los mercados y nos quita el sueño de nuestro futuro, surgió en una pequeña y estrecha calle del Down Town neoyorkino, por nombre Wall Street cuando contra todo pronóstico nos enteramos que Lehman Brothers, el cuarto banco de inversiones del país se declaraba en quiebra. La razón la nada despreciable cifra de 32.200 millones de euros en títulos hipotecarios no respaldados por activos, es decir, activos tóxicos, basura en definitiva o hablando más claro, una descomunal estafa. Lo más grave es que después descubrimos que lo de la vieja firma de los hermanos Lehman no era más que la punta del iceberg, el síntoma de una gravísima enfermedad que pronto contagió a todo el sistema financiero internacional. Esta crisis se iniciaba con elementos puramente financieros y más allá de otros análisis de estructura económica mundial, la realidad es que la estafa escalonada detectada en torno a las hipotecas subprime supuso tal terremoto mundial que era díficil prever sus consecuencias en otros continentes. Pero es que la pesadilla provocada por las subprime se remonta a principios de 2007 y la narración detallada de esa cronología nos llevan a los lodos actuales de un mundo con los mercados histéricos, con la confianza quebrada y el dinero en huida sin rumbo alguno.

Sirva este recordatorio para rechazar de plano las lecciones que ahora pretende darnos el presidente Obama a unos europeos que tratamos de administrar como podemos nuestras miserias actuales fruto de la irresponsabilidad de entidades financieras norteamericanas que debían haber sido fiscalizadas correctamente por su Reserva Federal. Más aún cuando hace escasas semanas el mismo personaje andaba negociando día y noche para evitar la bancarrota de las cuentas públicas estadounidenses. Mal ejemplo reciente para tratar de buscar culpables allende sus fronteras a los problemas de la humanidad. EE.UU. vuelve a pecar de falta de humildad y de infantilismo tratando de reducir la compleja situación por la que atraviesa la economía mundial a una película de serie B de buenos y malos. Mejor favor nos haría el inquilino de la Casa Blanca dedicándose a resolver sus problemas que metiendo el dedo en el ojo ajeno para tapar sus vergüenzas. Sobre todo porque si alguien ha frenado cualquier indicio de reforma de la gobernanza económica mundial en todo tipo de foros, especialmente, en las cumbres del G-20, ese ha sido Estados Unidos, empeñado en seguir incurriendo en los errores del ultraliberalismo económico que nos llevaron hasta aquí. Tan ridícula puede sonar su solicitud de medidas urgentes a la Unión Europea como resultó el anuncio de Ben Benarke la pasada semana de comprar bonos a largo para emitir bonos a corto tratando de inyectar liquidez al sistema que fue contestado por las bolsas mundiales con una caída de sus índices de más de un 15% en tres días. Si de dar confianza a los mercados se trataba, se cubrieron de gloria.

Ahora bien, que Obama no sea el más indicado para alzar su voz contra la UE, no quiere decir que la inoperancia ante la crisis que están demostrando los mandatarios europeos no sea criticable. Nuestros Estados del bienestar en muchos de los casos por encima de nuestras reales posibilidades se mantuvieron en la década de los 90 y primera del siglo XXI, en base a endeudamientos fácilmente asumibles con tipos de interés muy bajos y la eurozona creciendo por encima del 2%. Entonces especular con los déficits no era negocio, pero sí el invertir en deuda hoy tan detestable como los bonos griegos. Después a medida que la banca europea se vio contagiada por la inestabilidad de las finanzas norteamericanas la Unión Europea acudió gobierno a gobierno a salvar sus bancos de una hipotética quiebra empleando cuantiosos fondos públicos, a fondo perdido y casi sin contraprestaciones. Con las economías en recesión incapaces de frenar la caída del empleo y crecientes pagos que afrontar en los servicios públicos, los Estados de la UE vieron incrementar sus déficits exponencialmente, sin que se instrumentaran medidas de control de tales desajustes entre ingresos y gastos. En una palabra vendimos las joyas de las abuela y ahora no tenemos recursos para hacer frente a nuestras deudas.

Se nos acusa de lentitud y yo hago responsables a los dirigentes europeos de falta de liderazgo. No es un problema de ritmos, es un problema de saber a dónde ir, de rumbo. Nos movemos lentamente no por cautela sino por desconocimiento, por miedo a movernos, por parálisis cerebral. Nos atenaza el temor a equivocarnos, cada gobernante se aferra al inmovilismo para no ser arrastrado por la última oleada del sunami de la crisis. Y lo paradójico de la riña de Obama es que es un comportamiento mimético al que nuestra lideresa europea, Angela Merkel ha venido esgrimiendo en el interior de la Unión. Buscar un culpable fácil, Europa tiene a los griegos y EE.UU. a los europeos. Se trata de endosar responsabilidades sin aportar solución alguna, de urgir al vecino a hacer los deberes que uno mismo no hace. No lo estamos haciendo los europeos ni mejor ni peor que los estadounidenses, por desgracia deberíamos reconocer todos que el resultado de la gestión de esta ya dilatada crisis, es no solo insuficiente sino pésima. Por más que se cansen unos y otros de realizar declaraciones grandilocuentes de seguridad en el sistema y en las posibilidades de sus países y sus uniones, a su alrededor el mundo y la gente se sigue cayendo.

Y mientras los mandatarios mundiales se echan los trastos a la cabeza unos a otros, nos enteramos por esas noticias de páginas perdidas de los periódicos aún de papel, que el mundo desde inicios de septiembre por primera vez consume más recursos naturales de los que es capaz de generar. Un desbalance mucho más arriesgado para nuestro futuro que el coyuntural que reflejan nuestras cuentas públicas. La Tierra está en deuda consigo misma y no sabemos aún los intereses que tendremos que pagar el día de mañana para sostener el planeta. Lo más probable es que si cambiamos la ecuación y somos capaces de ahorrar lo que ahora malgastamos, no tengamos manera de pagar el derroche del presente. Aunque cualquiera intenta meter en la agenda de los líderes del mundo mundial temas que como mucho afectarán a nuestros nietos, cuando no sabemos siquiera resolver la indigencia de las próximas veinticuatro horas. Gobernamos pensando en los mayores de 40 años como si los jóvenes no tuvieran derecho a levantarse pensando que siempre habrá un mañana mejor que hoy. Sencillamente injusto y egoísta.

Necesitamos una sociedad más eficaz: la verdadera crisis no es financiera sino de abuso de los recursos naturales

Llevamos tres años, desde la quiebra de Lehman Brothers, abducidos por la situación de las finanzas mundiales. Primero fueron los bancos y después los Estados los que nos han hecho caer en la falsa imagen de que el principal problema al que se enfrenta la humanidad es el monetario. A tal extremo de adoración al vil metal hemos llegado que dejamos de mirar a las verdaderas causas de la crisis que padecemos, fijándonos exclusivamente en el aspecto más instrumental de la misma, la causada por la falta de liquidez del sistema y su incapacidad de emitir más papel moneda porque confundimos desde hace mucho el valor y el precio de las cosas.

El desmedido endeudamiento alcanzado por particulares y gobiernos tiene su base real de partida en el enloquecido consumo de recursos a los que nos hemos entregado los humanos desde hace más de medio siglo. La llamada sociedad de consumo partía de un axioma hoy ya indefendible por lo que la ciencia ha sido capaz de demostrarnos, además de lo que nos dice nuestro propio sentido común. Este principio no era otro que la definición de los recursos naturales de la Tierra como inagotables o su corolario aún más peligroso basado en la capacidad de la tecnología para convertir en inagotable lo que pudiera tocar a su fin. Así las cosas nos lanzamos a producir sin medida alguna, ya no solo industrializando todos los procesos, sino aplicando nuevas teorías de venta, como el marketing o la comunicación inducida para vender todo aquello que pudiéramos ser capaces de fabricar en serie. El fordismo y el taylorismo como métodos de estandarización de la oferta, unidos a la creciente presencia de los medios de comunicación y la publicidad, nos fueron convirtiendo en rebaños de consumidores educados en el culto a las marcas.

El resultado no podía ser otro que un profundísimo desajuste entre la oferta y la capacidad real de demanda. Un sistema que para mantenerse pronto necesitó de medios financieros que endeudaran a las familias para que pudieran mantener los niveles de consumo que garantizaran la sostenibilidad de un mundo basado en la falsedad. De la misma forma que el mundo rico y productor ha ido requiriendo a pasos agigantados insumos de materias primas superiores y a bajo precio para mantener sus industrias, su banca y su parafernalia de imagen de marcas. Un hecho que provocó que la brecha de miseria se incrementara en el mundo durante muchas décadas. Solo la llegada de la globalización, de Internet y de la apertura comercial de los mercados podía llevar a la quiebra de esta sociedad entregada al becerro de oro a costa de un legión de pobres en otros hemisferios terrícolas.

La demanda de los menos favorecidos pero emergentes en sus deseos de parecerse a los más ricos, nos ha puesto de cara a la paradoja. No podemos parar sus anhelos y condenarles de por vida a su pobreza, más bien estamos obligados a restituir la riqueza que les corresponde. De ahí que el esquema de la verdadera sostenibilidad sea el debate principal del siglo XXI. Y las premisas fundamentales para un nuevo sistema deben partir de que los recursos son caducos y agotables lo que nos obliga a su utilización de manera más eficaz y una distribución más equitativa de los mismos. Digo más, toda nuestra capacidad investigadora e innovadora debe centrarse en el desarrollo de tecnologías que rentabilicen y aumenten el rendimiento de los recursos naturales, así como su preservación futura. Solo así seremos capaces de frenar la hiperinflación que sobre las materias primas ya se cierne.

Los planteamientos ecologistas, más o menos manipulables y demagógicos, deben dar paso a una verdadera política ecológica que no debería tener que ver con ideología alguna, como no lo tienen los derechos fundamentales de los hombres. No es de izquierdas ni de derechas reconocer que el fin de la era de los recursos abundantes y baratos está muy próxima. La conciencia social ecologista debe ser horizontal, debe basarse en convicciones profundas de vivir de otra manera, ya no más justa, sino la única manera posible de seguir viviendo. Sería exigible que este programa de redimensionamiento del mundo se llevara a cabo de forma pactada, pero los intentos de las cumbres sobre cambio climático auspiciadas por la ONU lo único que nos han deparado son fracasos. De ahí que como europeos nos siga correspondiendo el papel de vanguardia de pensamiento que en otras épocas hemos protagonizado. Europa debe proponer al mundo un nuevo modelo de sociedad más eficaz.

Al menos sobre el papel, la Comisión Europea nos lo plantea con una hoja de ruta hasta el 2050. Nuestros denostados políticos de Bruselas trabajan en la elaboración de un plan de acción que logre que tanto la producción como el consumo se tornen más sostenibles a través de una menor utilización de los recursos. Para alcanzar estos fines, el Ejecutivo comunitario presentará una propuesta legislativa específica, instrumentos de actuación en los mercados, una reorganización de las herramientas de financiación y la promoción de la producción y el consumo sostenibles. Objetivos puestos en manos del comisario europeo de Medio Ambiente Janez Potocnik, que se enfrentará a la durísima tarea de convencer de las bondades de sus planteamientos a los gobernantes europeos obsesionados por el estado de sus finanzas y que, incluso, si salvara este difícil escollo, le quedaría la ingente tarea de cambiar las actitudes de los ciudadanos europeos. Porque si cada uno de nosotros no nos creemos la necesidad del cambio, éste nunca se producirá.

Unión Europea: ¡Qué alguien diga la verdad!, aunque solo sea una

En mayo de 2010, los jefes de Gobierno de la Unión Europea decidían llevar a cabo el llamado “primer rescate” de Grecia. Es decir, todos ellos decidían liberar a Grecia del secuestro que las mentiras de sus cuentas públicas habían perpetrado. El origen de nuestra particular crisis europea, como supimos más tarde, se debía a un conjunto de falsedades instrumentadas por la clase política griega, incapaz de decirles a sus ciudadanos la realidad que vivían a raíz del estallido de la crisis mundial, fueron acumulando impagos y emisiones de deuda, de la misma forma que quien ata perros con longaniza. En ese preciso instante, los líderes europeos perdieron también la oportunidad de decirnos la verdad. Renunciaron a aprovechar el problema griego para poner encima de la mesa todos los gravísimos riesgos a los que nos enfrentábamos y el conjunto de dilemas a los que teníamos que hacer frente. Prefirieron engañarse a si mismos y con ello engañarnos a todos.

Solo 8 meses después, le tocó el turno a Irlanda. Los irlandeses también habían mentido, ni su economía era tan productiva como nos habían vendido y sus cuentas públicas hacían agua. Segunda oportunidad perdida para decir una sola verdad y revisar la posición global de la zona euro. Otro rescate y a correr, patada hacia adelante para ver si pasa la pesadilla. Vano afán, pues, en mayo de este año, caía Portugal de nuevo pasto de las mentiras de sus gobernantes y de la incapacidad de la economía y las finanzas lusas de hacerse cargo del pago de sus deudas. En 12 meses tres Estados miembros de la eurozona, menores eso sí, pero síntoma evidente de una situación más general, requerían ayudas mil millonarias para poder subsistir. Pero tal descalabro tampoco fue suficiente para decirnos las verdades que todo el mundo en su fuero interno reconocía. Y como siempre ocurre, cuando no queremos reconocer la realidad, empezamos a elaborar teorías de la conspiración de los mercados y buscamos un malo para esta película de terror, mientras empezaban a quedar al descubierto las vergüenzas de España primero y, pronto después, de Italia.

Entonces empezaron a temblar los cimientos del eje franco-alemán apurados, no solo porque la cuantía de nuevos rescates se hace inasumible, sino sobre todo, porque podían salir a relucir sus enormes mentiras, tan grandes como la dimensión de sus economías requiere. Y se empeñaron también en mentirnos, buscaron culpables en los vagos y maleantes europeos del sur, que disfrutan mucho y trabajan poco, todo con tal de no reconocer que los mismos males que están enquistados en Grecia, Irlanda, Portugal, España o Italia, están instalados en sus gobiernos, sus funcionarios y su sociedad acomodada a vivir por encima de sus posibilidades. Un año y medio de mentiras sobre mentiras, de acusaciones entre unos y otros y acuerdos in extremis con grandilocuentes declaraciones de europeismo y de férrea unidad para salvar al euro en la foto. Ese es el balance de tanta ruina financiera, ese y unas tímidas medidas para taponar la sangría, lentas y de escasa credibilidad porque no van acompañadas de las reformas que todos sabemos que tarde o temprano se impondrán.

Los europeos nos hemos comportado ante la crisis como niños pequeños, con la irresponsabilidad de los críos que nunca quieren ser conscientes de los problemas y que se empeñan en jugar a toda costa con los mejores juguetes del escaparate. Hemos mirado todos a nuestra particular mamá germánica, la canciller Merkel, esperando que no nos riñera mucho y tratando de que fuera buena con nosotros y siguiera dándonos la sopa boba. Mientras Alemania aquejada de sus propios problemas intentaba mantener el ademán de liderazgo sin saber hacia dónde llevarnos. Todo un baile de disfraces que fuera de nuestras fronteras no ha logrado engañar a nadie y mucho menos a aquellos que han convertido nuestras deudas, sinónimo de mentiras, en su mejor negocio en una época de recesión en la que ni el oro ofrece mejores rentabilidades que atacar los cimientos de los déficits europeos.

Llegados a este punto seguimos esperando a alguien que sea capaz de decirnos una misericorde verdad de en qué situación real nos encontramos. Alguien que nos hable con claridad de los sacrificios que nos quedan por asumir. Un o una valiente que no tema jugarse el cargo en las siguientes elecciones y nos ponga delante del espejo de nuestras miserias. Tal vez si eso nos ocurre, dejarán de jugar los de fuera con nuestra moneda y con nuestro futuro. Ese ejercicio de sinceridad mutua que llevamos casi dos años sin realizar urge como nunca – en palabras del “sabio oficial” europeo Felipe González, “es el momento de reconocer que estamos al borde del precicipio” -. Pero conviene tener en cuenta que cuando decimos que algo es verdad, nos referimos a los hechos y a las cosas – al objeto concreto o material -. En el caso de la Unión Europea los hechos evidentemente demuestran que no podemos seguir manteniendo el euro en las actuales circunstancias sin depreciarlo para basarlo en la realidad de nuestros déficits y nuestras consiguientes deudas. Y la cosa, es decir, la propia Unión y su organización requiere inmediatas reformas para ser una verdad homologable internacionalmente.

La verdad que necesitamos para poder seguir mirando a la cara al mundo es tan simple como que de esta crisis mundial fruto de la globalización los europeos queramos o no vamos a salir más pobre – sin duda unos más que otros como siempre -. Cuanto asumamos que tendremos menos poder adquisitivo, menos servicios públicos y, previsiblemente, también algún derecho menos que poder garantizar, antes empezaremos a reconstruir nuestro edificio de Estado del bienestar. Lo demás es concatenar una mentira tras otra para desviar la atención cuando están a punto de pillarnos en el anterior renuncio. Este es nuestro reto más evidente: dejar de mentir.

La moda del tijeretazo se impone mientras los pirómanos nos previenen del fuego

Septiembre se inicia con los peores augurios de desastre económico. La tragedia se masca cada semana con más crudeza, las noticias repletas de sobresaltos nos siguen sumiendo en una espiral de desconfianza y temor. El ciudadano educado en la disciplina responsable del Estado de derecho, asiste atónito a tal cúmulo de anuncios de sufrimientos y presagios lúgubres. Apenas acierta a comprender lo que pasa a su alrededor, trata de acudir a su trabajo – aquel afortunado que lo tiene – eludiendo la depresión general. Está instalado en el determinismo del drama, pero como no atisba el desenlace, trata de vivir el día a día sin hacerse muchas preguntas. Desde que Lehman Brothers con su quiebra nos despertó del falso letargo del crecimiento sostenido, han pasado tres años, más de mil días con sus noches, de desplome de un sistema. No dicen que vivíamos en un universo de mentiras, de hipotecas basadas en activos basura, de sobredimensionamiento del mundo financiero donde le dinero corría sin pedir garantías de puerta en puerta. Y desde luego algo debía fallar, pero la realidad es que todos participábamos del festín sin aparentes incomodidades y, mucho menos, reparando en las consecuencias que tanto dispendio podría acarrear. Vivimos todos por encima de nuestra posibilidades, pero mientras así vivimos, todo parecía funcionar.

Hasta que de pronto alguien decidió que se había acabado la fiesta y decidió echar el telón de la comedia para sumirnos en una tragedia de incierta trama y resultado desconocido. Los que cambiaron el género y el argumento de nuestras vidas fueron prácticamente los mismos que ejercieron de apuntadores en nuestra vida feliz, casi sin solución de continuidad pasaron de regalarnos condiciones para disfrutar los placeres a negarnos el pan y la sal para las necesidades más primarias – empleo, pensiones, sanidad, educación… -. Si antes ante ellos éramos honrados contribuyentes capaces de hacer frente a todo tipo de gasto y consumo fuera o no prescindible, ahora hemos pasado a engrosar una legión de seres mal criados, dados a la holgazanería y a aprovecharse de las excesivas ayudas que nos concede papá Estado. Curioso cambio en tan poco tiempo. En palabras del poeta Neruda, pareciera que “nosotros los de entonces ya no somos los mismos”. Pero da la casualidad que sí lo somos, lo que sucede es que toda esa basura que se encaramó a las cúpulas de las grandes entidades financieras y que alimentó un mundo especulativo que despreciaba a los humildes empresarios y trabajadores de la economía productiva, como algo pasado de moda, obsoleto y falto de “valor añadido”, sigue ocupando los espacios de poder que no les debería corresponder. Pretenden interpretar la nueva obra cambiando de papel como si tuvieran la capacidad de los buenos actores para cambiar de registro.

Andan estos desalmados que unen a su baja moral, escasa inteligencia, tratando de prevenirnos del desastre que se nos avecina, amedrentándonos tras las malas notas de las agencias de calificación. Si antes eran hijos de Lehman Brothers o de CIT Group, ahora se han mutado a criaturas de Standard and Poors o de Moddy’s. Si antes regalaban créditos basura, ahora convierten en basura la deuda soberana de nuestros países. No reparan en daños causados porque lo único que les mueve es la codicia personal en una pirámide de vanidades alimentadas por una forma de vida frívola. Si antes jugaban con la vida de familias a las que abocaban a asumir compromisos que claramente no podían afrontar mediante engaños flagrantes, hoy atacan despiadadamente el futuro de generaciones que ven peligrar sus puestos de trabajo, su cobertura sanitaria, su formación o el cuidado de sus mayores. Cuando decidieron que el sistema no soportaba más mentiras y quebraron sus cuentas fraudulentas decidieron hacernos a todos cómplices de la situación. Los gobiernos agobiados por el pánico escénico sobrevenido por la bancarrota del sistema financiero, decidieron acudir en tropel a salvarlos poniendo a su disposición ingentes cantidades de reservas públicas, sin poner apenas condiciones a los préstamos, ni ejercer derecho de propiedad sobre sus acciones y ni siquiera depurar las responsabilidades de los causantes del desaguisado. Así las cosas, tras tres años, hemos caído en la trampa del déficit, no tenemos joyas de la abuela que vender para pagarles las deudas y, además, hemos atraído al rastro de nuestra agonía a los peores fondos buitres, rapaces especuladores con alta capacidad de efectivo.

Frente a ellos hemos puesto a una legión de políticos acostumbrados a discursos fáciles, acomodados a la gestión de catálogo, profesionales despiadados del cainísmo con sus adversarios internos y externos, pero sobre todo, incapaces de comprender que estamos librando una auténtica guerra económica mundial. ¿Alguno de ustedes se atrevería a subir a un coche a su esposa, hijos y suegra y darle las llaves a un chimpancé por graciosa que fuera su sonrisa y apañado el uniforme de chófer? Pues eso hemos hecho con el futuro y ya casi con el presente más cercano al ponerlo en manos de gobernantes tan grandilocuentes como faltos de capacidad de liderazgo para enfrentarse a los acosos de los pirómanos que nos previenen de los fuegos. Ni miran por el retrovisor, ni ponen el intermitente al adelantar, ni saben apurar un adelantamiento antes de llegar un cambio de rasante. Sin despeinarse, impasible el gesto, nos están precipitando al vacío cogidos todos de la mano. Y ante tanto espectáculo de impotencia y bajo nivel de gestores de la cosa pública, solo nos queda la rutina de echarlos elección tras elección para sustituirlos por personajes clonados en su mediocridad, en una alternancia – que no alternativa – tan estéril como aburrida.

La última moda que han adoptado nuestro gobernantes consiste en recortar por lo sano todo presupuesto. El tijeretazo se ha instalado como única medida histérica, de emergencia en los gobiernos, se empieza por reducir asesores, luego venden activos, después se plantean reducir plantillas de profesores públicos, a la vuelta de la esquina vendrá la revisión de servicios sociales prescindibles, luego el copago se instalará en las reflexiones y, por medio, trufando la situación se declaran morosos e impagan a sus acreedores farmaceúticos o constructores, legalizando la prevaricación activa. Recortan y recortan en un afán por ganarle cifras al déficit, sin proyecto alguno, sin objetivo marcado, sin saber a dónde nos llevan. Medidas todas que la paso de los días se empequeñecen a la sombra gigantesca de los intereses crecientes que pagamos por nuestras deudas. Los insaciables mercados saben que aún nos queda mucho por recortar hasta que exhaustos dejemos de ser un buen negocio para ellos. Apuran, pues, nuestra agonía punto a punto y los gobiernos reducen nuestros derechos proporcionalmente en el tiempo.

El FMI que se ha unido a la fiesta nos anuncia una nueva recesión, como si alguna vez en esta crisis del trienio hubiéramos salido de ella y nos previene de las nefasta consecuencias de un nuevo parón de la economía porque “no nos quedan reservas públicas para hacerle frente”. Acabáramos tal vez alguien quería llevarnos a este punto para que firmemos el armisticio y rindamos el Estado del bienestar europeo, a todas luces un dispendio que siempre han criticado en EEUU, pero que sin embargo ha hecho posible las décadas de mayor progreso y convivencia pacífica que hemos conocido en el viejo continente. Se me ocurren pocas soluciones para perder el miedo al miedo que se ha instalado entre nosotros en un mundo globalizado que ha convertido la realidad de las noticias on line, en una especie de tortura sistemática que condiciona todas nuestras decisiones por domésticas que parezcan. Tal vez lo único que nos queda, es la salida más simple y más efectiva, empezar la revolución por nosotros mismos, cambiando la actitud, afrontando los problemas con realismo y espíritu de sacrificio, pero con la ilusión y la esperanza de que siempre lo que nos acontezca mañana será mejor que hoy.