El eterno debate entre la Europa federal o la Europa de los Estados

El historiador holandés Luuk Van Middelaar acaba de publicar su libro «El paso hacia Europa», una crónica analítica de la construcción europea que trata de adentrarnos en las procelosas aguas predictivas del camino emprendido por Europa. Este reputado especialista en la historiogría de la Unión, no es evidentemente químicamente puro, pues, su propia posición actual de asesor en el gabinete del presidente delConsejo Europeo, Herman Van Rompuy, delata su querencia hacia la prevalencia de los Estados como fuerza superior en la toma de decisiones de la UE. En todo caso, su pormenorizado relato de lo que nos ha sucedido a los europeos, especialmente en la última década, sirve de perfecto marco para reabrir una vez más el eterno debate entre la concepción federalista o estatista de Europa.

Creo oportuno que los ciudadanos nos preguntemos si somos los europeos un mero aglomerado sumatorio de Naciones-Estado o el inexorable tránsito por la senda de la cesión de soberaníanos conduce hacia una suerte de federalismo inducido. Y lo digo porque de esa reflexión pueden surgir ideas para resolver la mayoría de los grandes retos o problemas a los que nos enfrentamos en este frenético siglo XXI. Del modelo de organización política va a depender en gran medida la manera en que afrontemos cuestiones como la convergencia de Europa conEE.UU., la dependencia energética de nuestros territorios, la capacidad científica e innovadora de nuestras empresas, el grado de cobertura y servicios sociales que podemos darnos o la participación más activa del individuo en las decisiones. Quién lidera y cómo estas políticas va a ser tan determinante a futuro como lo ha sido en toda nuestra historia.

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Podríamos enfocar el debate desde un punto de vista puramente utópico, preguntándonos por las bondades de uno u otro modelo organizativo y finalmente optar por el más beneficioso. Sin embargo, yo prefiero ser más realista y analizar las circunstancia actual y la razonable evolución a corto y medio plazo del marco legal con el que actualmente contamos en la UE. Frente a los que predican que la fortaleza de la Unión reside exclusivamente en sus instituciones comunes, yo defiendo que lo que nos rige es un complejo entramado de organizaciones públicas de carácter supranacional, estatal, nacional, regional local. Ese conjunto diverso y a veces endiabladamente tortuoso, es el que garantiza el equilibro de identidades, de sensibilidades y de respeto a los intereses particulares que nos unen. Simplificar el edificio solo puede ser fruto de decisiones libres en el seno de cada comunidad y no por imposición desde arriba por una mera visión tecnocrática de la política.

Hoy por hoy vivimos en una Europa gobernada por los Estados y, dentro de ellos, cada cual tiene la organización que democráticamente ha decido darse, de la misma forma que tiene que se perfectamente respetable la decisión de aquella parte de un todo que decide dotarse de independencia o autonomía. Tal es el caso de Escocia en el referéndum pactado con el Reino Unido para octubre de 2014. Por tanto, negar la prevalencia en las decisiones de los MerkelHollandeLettaRajoy… sobre el restos de instituciones y personalidades con responsabilidad sería pueril. Ellos mandan y marcan el rumbo de Europa, pero conviene resaltar que no lo hacen solos, ni dentro, ni fuera de sus Estados. Dentro porque las decisiones en la mayoría de los Estados están más o menos descentralizadas. Y fuera porque han cedido soberanía y deben acatar decisiones de las instituciones supranacionales que nos hemos dado, sea la Comisión o el Parlamento Europeo.

Pero hay algo aún más trascendente en ese dibujo de la toma de decisiones cruzadas. El acerbo comunitario, ese palabro de los burócratas de Bruselas, expresa perfectamente el nexo de unión real entre los Estados miembros. La negociación continua de todo entre todos, es la clave que sustenta los avances de la Unión. El fracaso de la tentativa de sacar adelante el proyecto de Constitución europea debería haber saciado los ímpetus federalistas europeos por alejados de la realidad, pero rebrotan cíclicamente cada vez que la idea de Europa parece entrar en crisis como si se tratara de una especie de panacea universal. Por otra parte, el vigente Tratado de Lisboa no ha dotado de piezas institucionales y mejoras en el funcionamiento orgsnizativo de la UE que no deberíamos minusvalorar. El Consejo sigue rigiendo las grandes decisiones políticas, pero el peso del Parlamento es cada vez más decisivo. Un peso que en las próximas elecciones de mayo de 2014 cobra una relevancia histórica, por cuanto, serán esos eurodiputados electos y no los gobiernos, quienes eleijan al presidente de la Comisión y a su Colegio de Comisarios. De ellos dependerá su nombramiento como su control legislativo y ejecutivo y, como no, su cese. Parece evidente que eurodiputados y comisarios tendrán mucha más vida propia que en la actualidad.

En resumen, caminamos por la Europa de los Estados, pero el peso de la negociación conjunta y de las instituciones comunes es cada vez mayor, como no puede ser de otra forma, en un espacio con una moneda común y a las puertas de una autoridad bancaria única. La máxima jesuítica de que en tiemos de mudanza no aplicar grandes reformas, sería perfectamente aplicable al periodo convulso de crisis económica que estamos intentando superar. El mundo global en el que nos movemos, con sus mercados financieros incontrolables, prima la seguridad y la confianza. Una Europa fuerte hoy es una Europa donde manden los Estados más fuertes y que garanticen ante el mundo la firme decisión de seguir construyendo proyecto europeo. Una declaración en este sentido, de la Canciller Merkel, tiene mucho más valor que cien de los presidentes Van Rompuy o Barroso. Se que suena crudo, pero necesitamos en Europa altas dosis de realismo para salir adelante. Aprovechemos al máximo las herramientas comunes que tenemos, negociemos hasta la saciedad desde el respeto mutuo entre los 28 y demostremos al mundo que hacia fuera somos una ides común y una voz única.

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Hablemos de elecciones europeas o de cómo centrar el debate en Europa

Conviene advertir a tiempo a los ciudadanos europeos de lo mucho que se juegan en los próximos comicios europeos de mayo de 2014. De otra forma podemos encontrarnos a la vuelta de seis meses con la desagradable sorpresa de hacer depender las decisiones más importantes para el futuro de Europa de una insoportable retahíla de minorías populistas. Es mucho lo que nos jugamos en esas elecciones como para permitir que una escasa participación y el creciente euroescepticismo se hagan con el poder en la eurocámara. De ahí que resulte fundamental fomentar el debate sobre la Unión, sobre los problemas que la crisis económica nos ha deparado, de la falta de liderazgos, de los nuevos retos de la construcción europea o del papel a jugar por la UE en el escenario internacional. Necesitamos grandes debates de los que surjan grandes ideas para afrontar una legislatura que puede resultar decisiva en la suerte del proyecto europeísta. Aunque mucho me temo que en el caso español, las cuitas patrias centradas en el ventilador de la corrupción invadirá todo en los escasos quince días que hablaremos de Europa. Si no somos capaces de hacer una adecuada traducción de los problemas nacionales en el contexto global de la Unión, el resultado electoral puede abocarnos al fracaso general.

Para poner en dimensión real la trascendencia de las elecciones europeas de mayo, baste con decir que los eurodiputados por primera vez en la historia de la UE serán los responsables de elegir al presidente o presidenta de la Comisión Europea. Es decir, que el jefe del Ejecutivo comunitario ya no será monodependiente de los presidentes de gobierno de los Estados miembros, sino de los representantes electos del debate europeo. Esta grado de autonomía conferirá a la Comisión un carácter diferenciador, como lo hará al propio Parlamento que será el único capaz de cesar al colegio de comisarios. Qué comportamiento tendrán ambas instituciones a raíz del juego que les transfirió elTratado de Lisboa, es una absoluta incógnita y en gran medida dependerá como es obvio de la configuración política de los grupos que conformen la nueva eurocámara. Lo cierto es que si no ejercemos nuestro derecho al voto difícilmente podremos seguir recurriendo a la cantinela de la falta de representatividad del gobierno de Bruselas. Por ello va a resultar de gran trascendencia la configuración de las listas electorales. Hasta ahora el Parlamento Europeo se había convertido en una suerte de cementerio de elefantes políticos o el último destino de políticos de recorrido nacional a los que se les daba un premio postrero en forma de suculenta retribución y escasa responsabilidad. La última legislatura con la mayoría reforzada en muchas de las decisiones decisivas de la UE, han convertido al Parlamento europeo en un escenario de creciente relevancia.

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Indudablemente, de la composición de esas listas electorales y de la importancia de sus líderes va a depender en gran medida la trascendencia del debate. En este sentido, los dos grupos que conforman el bipartidismo europeo y nacional en la mayoría de los Estados miembros, el Popular y el Socialista, han tocado a rebato a sus formaciones estatales para que concedan la máxima trascendencia a las elecciones europeas. Se trataría de no perder el control de la eurocámara en unos comicios en los que está en juego la gobernabilidad del día a día de la Unión. De la misma forma, será fundamenta la nominación de los posibles candidatos a presidente de la Comisión. Una primera cuestión que se pondrá encima de la mesa es el nivel político de los mismos. Lo lógico es que se trate de personalidades que están ejerciendo actualmente su labor en las instituciones de Bruselas y que no tienen porqué ser eurodiputados. Teniendo en cuenta la existencia del Consejo Europeo, no parecería lógico que se busquen grandes pesos pesados de la política de los Estados, algo que ha sido la costumbre cuando los que elegían al presidente de la Comisión eran los presidentes de Gobierno. De ahí la elección para el cargo de ex primeros ministros como JacquesSanter, Romano Prodi o José Manuel Barroso en ocasiones anteriores.

Entre los nombres de los candidatos que se escuchan en los corrillos políticos de Bruselas destacan los de el alemán Martin Schultz, el actual presidente socialdemócrata del Parlamento Europeo; el francés Michel Barnier, comisario del Mercado Interior o el de la luxemburguesa Viviane Reding, vicepresidente de la Comisión y titular de Justicia. A ellos pueden añadirse una pléyade de personajes y personajillos de todos los colores y condiciones, en función de la representación que alcancen las minorías de bloqueo en la eurocámara. En este sentido, los últimos sondeos hablan de que los partidos verdes, de ultraderecha y ultraizquierda y movimientos antisistema y antieuropeistas, pueden alcanzar sumando todos sus escaños más del 30% del total, convirtiéndose así en una especie de bisagra múltiple para las políticas europeas. No obstante, no parece que puedan condicionar la elección del presidente de la Comisión y de su colegio de comisarios, ya que para dicha trascendente decisión si fuera necesario se acudiría a un acuerdo estilo gran coalición entre el Grupo Popular y el Grupo Socialista en lo que podría ser el inicio de una intensa labor de colaboración en la legislatura. No sería, pues, de extrañar que unos pobres resultados de las dos grandes formaciones políticas europeas obligue al acuerdo entre ambas en los temas fundamentales para minorar el protagonismo de las posiciones más radicales.

Respecto a los temas que pueden situar el debate europeo en el centro de la atención ciudadana, no cabe duda que si algo preocupa a los europeos con mayores o menores niveles de incidencia, es el empleo juvenil. En un continente cuya principal enfermedad consiste en padecer una demografía envejecida, el futuro incierto de unos jóvenes cada día con más dificultades para encontrar empleo debe convertirse en el foco de propuestas en las elecciones europeas. Si fuéramos capaces de convencer a nuestros jóvenes de que Europa es la oportunidad y no el problema, habríamos ganado de golpe el desafío que los euroescépticos lanzan hoy día a la Unión.  El desempleo juvenil en la Europa de los 28 gira en torno al 15% para menores de 35 años y se incrementa hasta un 22% para menores de 25. EspañaGrecia y Croacia se sitúan claramente por encima de la media superando en el caso de España el 52%. Otro dato destacable es que el 19% de los jóvenes desempleados llevan entre 1 y 2 años en paro. Asimismo,  la tasa de emancipación en Europa de jóvenes entre 25 y 34 es del 74%. Francia y Bélgica tienen las tasas más elevadas, mientras queEslovenia, Grecia, MaltaPortugalItalia y España se sitúan muy por debajo de la media, en el caso de España del 64%. No sé si necesitamos más ratios alarmantes para darnos cuenta de que vivimos en una auténtica emergencia social que precisan medidas de inmediato para conceder el derecho de un futuro digno en nuestro espacio común a los jóvenes.

Vivimos los europeo la paradoja de haber sido capaces de crear el mayor mercado interior comercial y de consumo del mundo, con más de 500 millones de personas y una moneda única para buena parte de ellos y, por contra, capaz de condenar a sus jóvenes al desempleo. Esta es la triste realidad del fracaso de un proyecto que si no es capaz de poner en marcha herramientas de fomento del empleo, perderá su identidad en menos de una década. No podemos convertirnos en el museo de mayores privilegiados del mundo occidental. Eso nos relega a un segundo plano y, en el fondo, a renunciar a los derechos que hemos enarbolado siempre como hecho diferencial europeo. Toda nuestra arquitectura social depende de que seamos capaces de garantizar un futuro digno a nuestros hijos. Las próximas elecciones europeas son el mejor escenario para centrar el debate de la creación de empleo. Antes que más o menos competitivos, más o menos innovadores y más o menos formados, debemos evitar perder generaciones de jóvenes abocados hoy a la frustración y el desencanto. Está claro que nuestros líderes nacionales no son capaces de resolver el problema, tal vez la suma de ideas y voluntades en el espacio común, sea la única salida que tenemos aún para paliar este drama continental. Aprovechemos las elecciones europeas para abrir un gran debate sobre el empleo juvenil, pero no dejemos la labor exclusivamente en manos de la clase política, contribuyamos todos empezando por los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones privadas. La labor es de todos si queremos tener futuro.

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