El debate de la Unión o de … ¿la desunión?

La pasada semana se celebraba en Estrasburgo, en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, el debate sobre el Estado de la Unión. Correspondió al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, trazar en su discurso el marco de situación en que nos hallamos y la estrategia para afrontar los principales a los que se enfrenta la Europa unida. Intervención de altura, a la altura de las circunstancias de este veteranísimo político con el que, más allá de diferencias de planteamiento ideológico, realizó una radiografía exacta de los malos que padece nuestra convaleciente Unión. Enfrentados al espejo de nuestra identidad de tierra de asilo, el discurso vino en pleno drama de miles de hombre, mujeres y niños que huyen de su segura muerte en la guerra de Siria. La Europa de los derechos y libertades políticas, la cuna de la sagrada defensa de los refugiados, mostraba en Hungría el peor rostro de la insolidaridad, cerrando fronteras a seres humanos desprotegidos.

Juncker clamó por ellos con rotundidad:”Si fueran ustedes, con sus hijos en brazos, los que vieran cómo el mundo se deshace, no habría muro que no fueran a subir, no habría mar que no fueran a atravesar o frontera que cruzar para huir de la guerra o del Estado Islámico. Debemos acoger a los refugiados en la UE“. Un esfuerzo de generosidad que apenas representará el 0,11% de la población europea. ¡Qué Europa pretendemos ser si no somos capaces de aceptar tan nimio sacrificio? Juncker hablaba con la legitimidad y el respaldo que le da ser el primer presidente de la Comisión elegido por el Parlamento que todos hemos votado. Investido de ese nuevo aura nos recordó que “los europeos no podemos olvidar lo importante que es el derecho al asilo, uno de los valores más importantes que existen. A pesar de nuestra fragilidad, de nuestra propia percepción de debilidad, hoy es Europa la que buscan como lugar para el refugio y el exilio. Europa es, con mucho, el lugar más estable y rico del mundo. Los que critican la construcción europea, la UE, deben admitir que es un lugar de paz y prosperidad. Tenemos los medios para acoger a los que huyen de la guerra y la opresión”.

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Hablaba el presidente con la sensibilidad que la crisis humanitaria requiere, no con el cálculo del político de Estado metido en su pequeño bunker creyendo que puede aislarse del mundo envuelto en sus alambradas. Anunció la cifra de 120.000 nuevos refugiados repartidos entre los Estado de la UE, más los 40.000 que esperan desde mayo en Grecia e Italia su reubicación urgente. A la vez anunció la puesta en marcha de un fondo fiduciario de emergencia para cooperación en África de 1.800 millones de euros. Cargaba así toda la prueba y responsabilidad sobre los Estados para poner fin al drama en las fronteras y no acabar con el sueño del tratado de Schengen, volviendo a establecer controles fronterizos intracomunitarios.

Pero Juncker también habló de nuestra otra gran crisis, la interna, la del euro que ha tenido su más dura expresión en Grecia. No la dio por finiquitada, como nadie con dos dedos de frente puede darla por acabada. Y estableció correctamente los anhelos que debe tener la UE cifrados en el nivel más próximo posible al pleno empleo como objetivo último de recuperación. Para ello volvió a confiar en su plan Juncker de inversión de 310.000 millones de euros, al más claro estilo keynesiano. Pero como si estuviera ya de vuelta de todo, dijo más, habló de la necesidad de un salario mínimo interporfesional igual en todos los Estados de la UE para acabar con el dumping social que produce la desigualdad laboral en el espacio común. En esa misma línea de profundizar en las estructuras de una política económica de la UE, se refirió a la necesidad de la armonización fiscal, reclamando una Hacienda y un Tesoro común en la zona euro. De igual forma que una sola voz ante organizaciones como el FMI o el Banco Mundial.

Nadie puede decir que lo que sucede en Europa es culpa de sus instituciones de la Unión, ni de la Comisión que habló claro de las prioridades por boca de su presidente, ni del Parlamento, que salvo las minorías muy minoritarias de ultraderecha, populares, socialdemócratas, liberales y radicales de izquierdas aplaudieron buena parte del discurso de Juncker. Ahora todos sabemos que son los gobiernos de los Estados los que entorpecen y dificultan la puesta en marcha de políticas europeas, los que cada día ponen trabas a la construcción europea. Pero no seamos hipócritas, esos gobiernos no han caído del cielo, son fruto de las legítimas decisiones de alemanes, holandeses, letones, españoles, portugueses… en las urnas. Esa esquizofrenia europea que nos lleva a votar gobiernos que traicionan la lealtad europeísta que nadie niega en sus discursos formales. Queremos ser una cosa y la contraria, sin hacer un esfuerzo o sacrificio común, sin compartir responsabilidades. Seguimos siendo el niño mal criado que no quiere reconocer la realidad de las dificultades.

Como dijo Juncker nos falta más Unión y nos falta más Europa. Estamos en el momento que debemos demostrar al mundo nuestra capacidad de estar unidos, de ser honestos y de ser solidarios. Lo decía en días difíciles para Europa, como lo son para él que acaba de perder a su madre y su padre está gravemente enfermo hospitalizado. Uno de los políticos más pragmáticos que ha conocido la Europa contemporánea, una auténtico profesional de la política comunitaria, tiró de sentimiento y de pasión en su discurso, de lo que más adolece la tecnocracia de Bruselas. Para recordarnos que si queremos seguir siendo europeos, no podemos olvidar la piedra angular de nuestro sentido de ser, la libertad sin fronteras.

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Cuentos chinos

La serpiente informativa de verano de este año ha venido en forma de crisis bursátil china. Paradojas de la globalización que transmite temores a los mercados internacionales desde un parqué bursátil de una economía planificada comunista. Este mundo de contradicciones que convierte en segunda economía mundial a China, el capitalismo colectivizado que mientras trata de sacar de la pobreza a miles de millones de chinos, hace archimillonarios a cientos de millones de ellos. Sabido es que el dinero es lo más cobarde que pisa la tierra, probablemente por la necesidad de dar espíritu de conservación a un material tan perecedero como convencional, pues, las tumbas de los faraones atestiguan lo inútil de enterrarse rodeado de oro. Sin embargo, la realidad atestigua que el pánico es consustancial a los movimientos compulsivos de compra venta de valores. De ahí,  que convenga analizar con sosiego lo que en torno a la economía china está sucediendo. Y mi principal inspirador en esta materia es el colega periodista argentino afincado en Miami, Andrés Oppenheimer, autor hace unos años del libro “Cuentos chinos”, verdadero compendio de antecedentes de lo que acontece en el Lejano Oriente – por cierto recomiendo también su último libro “Crear o morir”, sobre las claves de la innovación -.

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Cuando uno quiere saber la verdadera trascendencia de un problema económico, yo siempre recomiendo preguntarse sobre la estructura económica en la que se mueve. China hoy se ha convertido en un elemento de enorme complejidad tanto por su estructura económica, como por lo que representa en la estructura económica mundial.  Convertida en la gran fábrica de producción de bienes de consumo mundial, la exportación es el gran mantra chino, dado que su capacidad productiva es inversamente proporcional a la capacidad de compra de su población.  El gigante chino, pues, necesita niveles de crecimiento sostenidos por encima de 2% en los países de la OCDE para mantener su maquinaria de producción exportadora al tono que precisa su PIB para tratar de sacar a los chinos de los actuales 7.500 dólares anuales (el nivel de renta de Botsuana). Pensar que China puede en la actualidad y a medio plazo cubrir sus déficits exportadores con consumo interno es absolutamente irreal. Por tanto, para China es básico que EE.UU. y la Unión Europea salgan definitivamente de la recesión y generen mayores demandas de productos de consumo.

De fondo, China tiene un problema mayor estructural, su enorme déficit energético, que le obliga a depender del precio del petróleo y a generar en su suelo centrales nucleares, una tras otra a toda velocidad, con el riesgo que comporta para la seguridad. Para la industria china, la aportación de las renovables es insignificante y resulta impensable que como ha logrado  EE.UU. el fracking, la eólica o la solar generen cuotas de energía significativas en China. A ello se añade el problema del impacto de la industria china en el planeta como principal agente contaminante mundial. Sus sistemas de producción, como sucede también en el ámbito de los derechos laborales, distan mucho de los empleados en el mundo desarrollado – basta con tomar nota de los últimos accidentes en sus plantas químicas, saldados con cientos de víctimas -. El desafío de sostenibilidad universal que representa el cambio climático es inabordable con los métodos y ritmos de producción chinos, no solo por ellos mismos, si no por el efecto contagio que produce en el resto de países emergentes. A China no le queda otro remedio que asumir los patrones de comportamiento de EE.UU. y de la UE, si quiere ser un jugador de primera en el contexto mundial, pero hoy por hoy eso supondría un coste en desaceleración de su economía impagable.

En gran medida, esta guerra de modelos que se está librando entre las tres grandes economías mundiales (EE.UU., UE y China), tiene su centro en la batalla monetaria. Las actuaciones de Mario Draghi al frente del BCE y las medidas de Unión Bancaria adoptadas a lo largo de la crisis por la Unión, han configurado un nuevo orden monetario mundial, donde el dólar y el euro, cercanos ya a una paridad cero, se intercambian el papel de moneda refugio o de moneda idónea para la exportación, según los vaivenes del mercado cambiario. Sin embargo, el yuan se comporta en este contexto como una moneda inexistente, y China pese a sus controles y disciplina económica marcada desde el Partido Comunista, vive en la imposibilidad de hacer efectiva una política cambiaria y monetaria efectiva. En fin, su dependencia de la capacidad de venta de sus productos fuera, su déficit crónico energético y la inexistencia de una moneda de referencia, convierten a China en un gigante con pies de barro, que a fuerza de tratar de caminar por el lodo, arrastra ya sus rodillas por el fango.

Esta situación que tanto Washington como Bruselas creen tener controlada, no está libre de riesgos de considerable gravedad. La principal es la reacción que las autoridades chinas tengan ante la vuelta de tuerca de controles de exportación a sus productos que los grandes mercados les impongan. Como telón de fondo nada más y nada menos que la negociación del Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y la UE que puede significar ante terceros el mayor bunker de productos y de patentes del mundo. Ambas áreas pueden mostrarse al mundo autosuficientes lo que significaría la ruina para China. En este panorama hasta la fecha los mandatarios chinos han optado por aplicar grandes dosis de pragmatismo y paciencia, sabedores de sus debilidades. Sin embargo, dados como son a la aplicación de políticas keynesianas como conversos desde el comunismo al capitalismo internacionalizado, podrían copiar el modelo estadounidense de gasto desmedido militar y de desproporcionadas tasas de déficit público. Si los chinos deciden dar a la máquina de hacer dinero sin pensar en las consecuencias globales de su decisión podrían estar abocándonos a todos a un desastre en cadena. De ello de momento, también nos libra que su inflación parece estar razonablemente controlada.

Deberíamos, pues, ser todos más conscientes de lo que nos jugamos en esta guerra de posiciones con China. No asumir que su papel en la economía mundial es ya y será determinante es no querer entender el mundo en que nos movemos. Pero también conviene salir de la ensoñación a que a muchos ha sometido el gigante por su dimensión y exponer claramente los cuentos chinos que han sido más fruto de intereses exteriores que de los propios mandatarios chinos, de natural herméticos, pero que nunca han alardeado en exceso de sus fortalezas. Si no son conscientes de la necesidad imperiosa que tiene de aportar investigación e innovación a sus productos, generando más patentes y desarrollando centros de enseñanza de vanguardia, China no saldrá de su laberinto exportador del segmento bajo de bienes de consumo. Toca negociar el nuevo estatus de China en la economía global, tenemos que sentarnos con los dirigentes chinos y hacerles ver que nadie pretende frenar su legítimo crecimiento y el progreso de una población que merece vivir, como todas las personas, en los estándares de bienestar occidentales. Y eso tiene mucho que ver con la colaboración mutua, pero también con los cambios que necesariamente deben producirse en China, empezando por la democratización y el respecto pleno de los derechos humanos, la transparencia de sus procesos económicos y regulatorios o las normas de seguridad en el trabajo. Dejémonos, por tanto, de cuentos chinos y bajemos todos a la realidad de este mundo global que nos obliga a la economía colaborativa más que a la meramente competitiva.

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Elecciones en el Reino Desunido

Vive Gran Bretaña la más clara representación del drama shakespiriano. Su ser o no ser ha quedado patente en los resultados de las elecciones generales de la pasada semana, pues, más allá de la sorprendente victoria del conservador David Cameron, las encrucijadas que arrojan las urnas son enormes. Por un lado, los tories se hacen con una mayoría absoluta que les obliga a cumplir su promesa de convocar un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2017, lo que consumirá al país en este complejo debate la mitad de la legislatura. Pero lo que es más grave, es que su cohesión interna se ha visto aniquilada por el éxito arrollador de los Nacionalistas en Escocia y la práctica desaparición en este país de los laboristas que ya difícilmente pueden presentarse como una formación británica, sino puramente inglesa y galesa. Una de las campañas más anodinas que se recuerdan pueden transformar históricamente el Reino Unido tanto interna como externamente.

La realidad es que sin tender a exagerar, estas podrían haber sido las últimas elecciones generales del Reino Unido que se celebran en Escocia y también las últimas de los británicos como miembros de la UE. Cameron será premier con una mayoría con la que nadie contaba pero no puede ser ajeno a ese 13% de británicos que han votado al UKIP y anhelan quedarse en libre flotación en las islas, lejos de las normas de Bruselas y, menos aun, a que 56 de los 59 escaños de la Cámara de los Comunes elegidos en Escocia, pertenecen por voto y derecho propio al Partido Nacionalista escocés, el SNP. Su lideresa, Nicola Sturgeon recoge la siembra de Alex Salmond, ahora electo en Londres y la nefasta gestión que desde septiembre han hecho conservadores y laboristas del no escocés. Salieron del apuro in extremis y, aliviados del susto de la independencia, se olvidaron de que los escoceses en su mayoría habían votado un no pero sí, una suerte de reclamo de mucha más autonomía que ha fecha de hoy no se ha plasmado en ninguna realidad.

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Por mucho que a Cameron se le llene la boca hablando del partido conservador como el gran partido nacional, la realidad es que los tories son un partido inglés y si se me apura, un partido del sur de Inglaterra. Pero es que los laboristas son aún menos “nacionales”, pues, el populismo antieuropeista y antiinmigración del UKIP ha captado un importante porcentaje de voto en áreas tradicionalmente laboristas en el norte de Inglaterra y en Gales. Estas son las consecuencias de una forma de hacer política en una burbuja alejada de la realidad territorial, de tomar las decisiones en Londres, bajo las presiones de la City financiera y lejos de los intereses ciudadanos. Como también es una peculiar venganza del sistema electoral proporcional que concede el escaño al ganador en el distrito pese a que la diferenciada pueda ser de un solo voto. Así se explica que el UKIP con casi 4 millones de votos solo haya obtenido un escaño o que los nacionalistas escoceses se lleven la práctica totalidad de los escaños con solo un 10% más de votos que sus adversarios.

Supongo que Cameron, aún inmerso en su borrachera de éxito por la reelección, no querrá calibrar ya las consecuencias que estas extrañas elecciones dejan en el Reino Unido, pero cualquiera diría que le hubiera ido mucho mejor tener que conformar un gobierno de coalición con otras fuerzas políticas que habría expresado de forma mucho más real la división territorial e ideológica que se vive en la isla. Obcecados en centrar su política en los recortes del gasto público, los tories más duros exigen ahora de forma inmediata la puesta en marcha de un nuevo paquete de ajuste, seguros de que su política económica les ha hecho ganar las elecciones. En vez de llegar a la sencilla conclusión de que más que por sus méritos, la victoria conservadora se debe a los errores de una oposición laborista que de la mano de Ed Miliband se entregó a un programa electoral extremadamente izquierdista, que asustó a buena parte del electorado de centro y a las clases medias británicas.

Para la UE este resultado supone enfrentarse con casi total seguridad a una compleja negociación de los Tratados de la Unión con el gobierno de Cameron, si se quiere salvar el incalculable resultado de un referéndum para la salida del Reino Unido. Pese al hartazgo lógico de Bruselas ante las repetidas amenazas británicas de abandonar la Unión, la realidad es que el mero hecho produciría el pánico en otro Estado miembro como Irlanda, dependiente comercial y económicamente de Gran Bretaña y el indudable temor de Alemania a quedarse sola ante Francia y los grandes países del sur como España e Italia, a la hora de ordenar una política europea de austeridad conforme a los estatutos del Bundesbank. En la mentalidad germana, los británicos son un aliado imprescindible para garantizar políticas de rigor presupuestario en Europa. De ahí que previsiblemente la canciller Merkel empezará a realizar gestos y concesiones a las primeras demandas que sobre el escenario comunitario plantee el premier reelegido.

La vieja y compleja Europa otra vez ante el espejo de sus arrugas. Con Grecia instalada en el impago de sus deudas, el Reino Unido dividido internamente y apelando a su salida y con un mapa político general que cuestiona el bipartidismo que consagró el proceso comunitario, precisa urgentemente de un plan de recuperación de las ideas fundacionales. El discurso europeista está caduco, no ofrece nada nuevo a futuro, sigue basándose exclusivamente en el vértigo que produce la desunión si miramos a nuestro trágico pasado bélico. O nuestros políticos y gobernantes son capaces de salir del planteamiento de unión temporal de empresas en que han convertido el espacio común o tendremos un escenario similar al que vive el Reino Unido, que camina inexorablemente por errores propios hacia la desunión más profunda, la de territorios y clases.

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Europa escenario de una guerra fría y de otra caliente

La vieja Europa vuelve a ser escenario de un conflicto armado y se repite la percepción de riesgo o amenaza de globalización del mismo. Ucrania sirve de mesa de operaciones de una perversa partida de ajedrez con los intereses de las grandes potencias mundiales en juego. Y una vez más, miles de seres humanos inocentes mueren víctimas de la guerra y millones se ven obligados a desplazarse de sus hogares abandonando todo lo que era suyo para refugiarse de la crueldad de sus congéneres. En medio de un nuevo fracaso de la convivencia pacífica humana, la Unión Europea trata de demostrarse a si misma y a sus miembros, que es capaz de hacer política con personalidad propia ante el discurso de guerra fría impuesto por Rusia y EE.UU. Más que nunca la UE debe hacer valer su política de seguridad para preservar su paz.

Como todo conflicto el de Ucrania tiene unos antecedentes, unos responsables causales y unos intereses enfrentados. Los antecedentes, más que centenarios, están repletos de reivindicaciones históricas que si bien nos ayudan a explicar la actual situación, son perfectamente irrelevantes a la hora de justificar cualquier acción armada. De ahí, que pese a que pueda culparse a la Unión Europea del apoyo a las fuerzas que forzaron la dimisión del Gobierno pro-ruso de Viktor Yanukovich en 2014, nada puede legitimar la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso, ni la acción descarada de Moscú dando cobertura a las milicias pro-rusas que combaten en el Este de Ucrania. Como de la misma forma resulta impropia la puesta en marcha de los mecanismos de injerencia internacional en la zona, como es el caso de la presión ejercida por la Administración norteamericana y los movimientos de tropas llevados a cabo por la OTAN.

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La UE se está mostrando en esta nueva prueba de fuerza de su capacidad política exterior como acostumbra. La nueva Alta Representante, la italiana Federica Mogherini, se afana diligentemente en ocupar la rendija de atención mediática que se le presta, con mejores formas que con las que lo hacía su antecesora Lady Ashton. Pero el escenario lo han protagonizado el bloque franco-germano, con una actividad frenética de la Canciller Merkel y su acompañante de lujo el presidente Hollande. Mientras, el premier británico, David Cameron, sin salirse un milímetro de la posición atlantista histórica del Foreign Office, se ha posicionado del lado de las tesis de acoso y derribo a Putin defendidas por EE.UU. Por su parte, los Estados Bálticos y Polonia, con el nuevo presidente del Consejo Europeo al frente, el polaco Donald Tusk, como valedor principal, han acudido cual coro de plañideras a pedir el amparo de la UE y la OTAN ante la amenaza que siempre han percibido de los anhelos expansionistas rusos. Y para colmo del esperpento, una Grecia sumida en la tragicomedia de su rescate y con el patrocinio de su nuevo Gobierno de izquierda radical, ha llegado a hacer sus pinitos planteando, aunque solo en primera instancia, el veto a las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE.

Del otro lado del frío, Putin representa su propia obra de engrandecimiento del orgullo patrio ruso. Tan grandilocuente como poco creíble, se ha enrollado en la bandera y en la defensa de los derechos de los ciudadanos que se sienten rusos en Ucrania. Resulta patética tanta preocupación por los rusos extramuros cuando a los que habitan sus territorios discrimina en libertades por no pensar como él, por criticarle, por pertenecer a una etnia que reivindica su independencia o incluso por su aberrante homofobia. No está, sin embargo, el bravucón presidente ruso para muchas bromas, con un país que difícilmente sortea el invierno con los productos de primera necesidad en galopante inflación y las arcas del Estado en cash empobrecidas por la caída en picado de los precios del petróleo.

Enfrente, EE.UU. se encuentra cómoda en esta segunda versión de la guerra fría con el gigante ruso. Su economía mejora sustancialmente por primera vez en las últimas dos décadas, energéticamente su dependencia del petróleo se ha reducido mucho y sus guerras contra el terrorismo internacional, ya no solo le ocupan a él, sino al resto del mundo. Otra cosa es la situación política. Obama que ya solo sueña con ser recordado en la historia como el presidente que no metió a su país en una guerra y el que cambió la política social en beneficio de los más necesitados, pero siente la tremenda presión de su propio partido, en horas muy bajas y de los republicanos que ante Putin no están dispuestos a una sola veleidad. Todo ello, en la antesala de los primeros escarceos en ambos partidos de las candidaturas a la Casa Blanca del próximo mandato presidencial.

Y como siempre, en medio está la gente, esa pobre gente de rostro helado por el frío del terror a no tener un mañana cierto. Esas mujeres, hombres, niños y ancianos que deambulan como zombis por un país arruinado. Ni Europa, ni Rusia pueden permitirse por más tiempo este juego de tronos orquestado en Ucrania. Más de que de armas toca hablar de reconstrucción, de cooperación para hacer de Ucrania un lugar seguro y próspero donde rusos y europeos puedan desarrollar proyectos comunes. La política es el arte de hacer posible lo que en un momento determinado se nos antoja imposible. Es la Unión la que está obligada a saber hacer política y alejar el fantasma de la guerra al Este de Europa. Una estela de terror de la que deberíamos tomar conciencia todos los europeos. Vivimos en medio de una guerra fría y nuestros hermanos ucranianos sufren una guerra caliente, pero si no somos capaces de reconducir la situación, una vez más Europa podría verse abocada al abismo de un conflicto general. El fracaso de la diplomacia hoy puede convertirse en la antesala de la tragedia de mañana.

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De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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La serenidad como mejor arma europea contra el terror yihadista

Que no hay peor ciego que el que no quiere ver o peor sordo que el que no quiere oír sería la primera enseñanza que los europeos deberíamos extraer de los terroríficos acontecimientos vividos en París. Sabíamos de los riesgos ciertos que el radicalismo islamista supone para nuestra civilización, éramos conscientes de la salida de miles de jóvenes europeos hacia zonas de combate para su entrenamiento con el solo objetivo de su regreso para actuar contra sus objetivos infieles en nuestros países. Hemos sufrido en las dos últimas décadas atentados en nuestras principales ciudades, MadridLondres, París… Vemos cómo su imparable violencia cada día avanza en el África subsahariana, en Oriente Medio y en el Golfo Pérsico, asesinando rehenes occidentales, masacrando a la población civil no integrista que se encuentra a su paso colgando cotidianamente en Internet los vídeos de su barbarie. Pero era más cómodo taparse los ojos y los oídos y seguir plácidamente instalados en la pax europea del no pasa nada, como si todo lo que sucedía fuera una realidad virtual de los informativos de televisión. Lo más seguro es que el terror vivido en París tampoco sea suficiente para sacarnos del sopor adormecido del que no acepta complicarse la vida. Y, sin embargo, la guerra santa está entre nosotros para quedarse, es ya parte trágica de nuestra fisonomía, no la hemos importado, la hemos generado en nuestras propias entrañas europeas de los barrios periféricos parisinos o londinenses.

Sería bueno que fuéramos conscientes de que esos jóvenes cargados de odio e ira que quieren acabar con la forma de vida que les hemos dado, son un producto del fracaso de integración de una inmigración que en la mayoría de los casos se retrotrae a sus padres o abuelos. Sería un ejercicio de sentido común reconocer que tenemos un enemigo interior, que evidentemente sirve a órdenes globalizadas exteriores de las redes terroristas yihadistas, pero que tiene su banderín de enganche en la frustración de una juventud a la que no hemos sabido darles valores superiores que contraponer a la irracionalidad de quiénes les piden que maten en nombre de Alá. El paradigma es muy simple: el Occidente surgido de la Ilustración, baqueteado por dos guerras mundiales e instalado en el acomodaticio Estado del Bienestar, está en quiebra porque no ofrece una realidad terrenal mejor que la prometida en otra vida que puede incluso merecer la terrible pena de inmolarse. A una interpretación integrista de una religión que reconoce la violencia como método de alcanzar sus objetivos, solo se le combate con otra religión que contrapone la paz como valor supremo o con una ética de la solidaridad entre los hombres. Da la casualidad de que los europeos, cada día, menos practicantes de la religiosidad y más adoratrices del becerro de oro, hemos abandonado ambas fórmulas de lucha contra el enemigo de la razón.

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Además, desde la década de los 50 del pasado siglo y, en gran medida, gracias a nuestro poderoso invento de Unión Europea, hemos depuesto las armas entre nosotros y hemos instalado un pacifismo equívoco, que da por sentada la garantía de seguridad en la convivencia, como si ya no existieran enemigos interiores o exteriores. Esa ingenuidad de gobernantes y gobernados, nos pone ahora cuando el terror nos atenaza, en el disparadero de cómo actuar dentro de nuestras confortables fronteras contra el terror integrista. Ante el reto debemos vencer el principal riesgo que nos acecha: la reacción desmedida ante el desafío lanzado por los violentos. El miedo puede llevarnos a socavar nuestra libertad, la esencia misma de nuestro ser europeo y retroceder hacia fórmulas totalitarias o populistas que es exactamente lo que pretenden en su partida de ajedrez a largo plazo los ideólogos yihadistas. Seguridad y libertad son dos caras de la misma moneda indisociables. No puede haber una sin la otra y menos en un espacio común como el que hemos construido con no pocos esfuerzos desde hace casi 60 años. Por tanto, ante el terror la actitud que asuman gobiernos y ciudadanos europeos va a resultar clave para afrontar la nueva situación a la que nos enfrentamos. No podemos caer en la tentación de la respuesta pendular de quien no ha querido ver el problema durante años y ahora pretende resolverlo a base de penas de muerte y convirtiendo Europa en un escenario tan inseguro como injusto. Por ello se impone la serenidad como método de toma de decisiones. Solo la fortaleza que puede darnos el convencimiento de hacer el bien y de no perder nuestros principios pese a ser duramente atacados, nos permitirá ganar esta batalla de formas de entender la vida y la muerte.

La serenidad es aquella actitud del espíritu humano de responder ante cualquier evento o situación sin dejarse arrebatar por sentimientos o emociones desestabilizadores. Una persona serena es una persona pacífica, y en paz con su entorno y para con los demás. Así debemos comportarnos como colectivo racional frente a quienes pretenden que les hagamos frente con sus mismas armas de violencia desatada. Y desde la serenidad debemos entender que la unidad de los europeos que creemos en la paz y la libertad como principal valor en la vida presente, cobra más que nunca un protagonismo histórico. Si nuestros padres fundadores, los Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, RobertSchuman, Alice de Gaspieri, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinellifueron capaces de hacernos un relato de la necesidad de la paz como respuesta a cientos de años de enfrentamientos entre nosotros mismos, ahora nuestros líderes tienen la obligación de orientar el discurso de la paz frente a la violencia, de la libertad frente a la imposición. Una vez más, la vieja Europa se convierte en el centro de las miradas del mundo, una vez más, nos encontramos ante la responsabilidad de dar respuestas civilizadas a un planeta interconectado donde la información fluye a toda velocidad y hasta cualquier rincón del orbe. Los enemigos de nuestra forma de vida han escogido Europa como escenario de su asalto, como ya han hecho de forma histórica, pero la forma de guerra ha mutado y ahora no se trata de organizar santas cruzadas contra guerras santas, sino de garantizar la seguridad y la libertad de los ciudadanos que viven en Europa sean del color que sean, piensen o se expresen como lo deseen y profesen la religión que profesen. Ellos, los que siempre en nuestra historia han creído que somos parte de una civilización decadente, incapaces de sacrificarnos y de hacerles frente desde la serenidad y con la paz como bandera, creen que no vamos a ser capaces de soportar su presión día a día, sin perder la unidad y sin caer en formas de totalitarismos. En nuestra mano está escribir una de los mejores capítulos de nuestra historia, uniéndonos ante un enemigo común que desprecia la vida y cualquier forma libre de expresión que no sea la suya.

De cualquier riesgo surge una oportunidad si se sabe afrontar la situación. Por dolorosas que sean las jornadas que nos toquen vivir, los europeos sabemos que somos mejores cuando nos ponen al borde del precipicio de la intransigencia, que en la defensa de nuestros valores nos hacemos fuertes y surge la inteligencia que tantas aportaciones a la humanidad ha dado. Francia no puede sentirse sola en esta batalla ni un solo día, los ciudadanos franceses no pueden pasar este duro trance que puede trasladarse en cualquier momento a una de nuestras ciudades, sin sentir el apoyo incondicional de todos. La coordinación de medios antiterroristas y de información debe ser absoluta entre los Gobiernos de la UE y las propias instituciones europeas deben demostrarnos más que nunca que nos son meros administradores de nuestro comercio, sino que velan por las libertades de los 400 millones de europeos que hoy componen la Unión. Una libertad que se defiende dentro, pero también requiere de acciones conjuntas en el exterior, donde los terroristas hoy avanzan impunemente mientras nosotros miramos para otro lado. Toca rearmarse moralmente y demostrarnos a nosotros mismos y al mundo entero, que por salvaguardar la paz y la libertad estamos dispuestos a hacer todos los sacrificios necesarios. Es la gran hora de Europa como conjunto de valores, no lo desperdiciemos porque puede que nuestra bella forma de vida esté en juego.

A la memoria de todos los periodistas que han dado su vida por darnos la libertad de saber lo irracional que puede llegar a ser la violencia

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Prioridades y emergencias de Europa en 2015

El año que concluye pasará sin duda a la historia de la construcción europea y lo hará por la celebración de las primeras elecciones europeas de las que además de concluir la composición del Parlamento europeo, han determinado la designación definitiva del nuevo presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués social cristiano, Jean-Claude Juncker. Nunca hasta ahora los votos de la ciudadanía europea habían influido de manera tan clara y precisa en la composición del motor de las decisiones comunes. Además, en enero del pasado año el nuevo marco presupuestario para los próximos siete años entró en vigor y el ambicioso programa europeo de I+D+i, el Horizon 2020, dio sus primeros pasos. Con nuevo presupuesto, con nuevo Parlamento y, finalmente, desde el 1 de noviembre, con nueva Comisión, Europa afronta un nuevo período decisivo para la convivencia en el continente. El 2014, pues, ha sido un año de renovación profunda tanto de personas como de métodos de trabajo, un año de cambio cuyos primeros frutos debemos ver en el venidero 2015.

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Las instituciones europeas tienen por delante una agenda de prioridades a medio y largo plazo, pero también le urgen una serie de emergencia que no pueden esperar a la planificación porque llevan demasiado tiempo llamando a la puerta para su resolución. A modo de recordatorio para todos conviene echar un vistazo a temas y calendario:

  • Emergencias:
  1. Conflicto con Rusia: es evidente que de los contenciosos de la escena internacional que mayor preocupación pueden causar a la UE, el surgido a raíz de la desestabilización de Ucrania, es el más relevante y grave. Los errores cometidos por la Unión y, muy especialmente de algunos Estados miembros como Alemania, al subestimar la capacidad de reacción de Rusia ante los cambios políticos producidos en Ucrania, tuvieron como consecuencia la anexión rusa por la fuerza de Crimea mediante un acto de fuerza que a todas luces resulta censurable. Este cúmulo de despropósitos que ha tratado a una población como meras piezas de un trágico ajedrez, nos han situado en un escenario incierto, repleto de trampas que deberíamos empezar a desmontar a toda velocidad en el primer trimestre del año. Así las cosas, un Putin atacado en su orgullo patrio, se ve ahora acorralado por una situación económica nefasta en su país a raíz de las sanciones económicas y comerciales impuestas por la UE y por el descenso trepidante de los precios del petróleo, al que no es ajena unaEE.UU. que empieza a saberse energéticamente autosuficiente. El principal problema de la UE a fecha de hoy consiste en convencer a Obama de la necesidad de dar una salida digna en el conflicto a Putin y con ello al oso herido ruso, pues, seguir humillando a Rusia podría comportar serios riesgos fronterizos a Estados miembros europeos. El nombramiento de Donald Tusk como presidente del Consejo Europeo a instancias de las canciller Merkel, no ayuda mucho, dado el claro afán antiruso del político nacionalista polaco.
  2. Reactivación de la economía en la zona euro: dentro de nuestro propio espacio de decisión, tras más de cinco años de crisis, el temor a una tercera recesión obliga a tomar medidas de inmediato que fomenten el crecimiento y, sobre todo, la creación de empleo juvenil. En este sentido, la estrella de las medidas que pueden ponerse en marcha entre todos, es el llamado plan Juncker, Se trata de un plan de Inversiones para Europa: plasmación legislativa del Plan anunciado el mes pasado, que desbloquea inversiones públicas y privadas en la economía real por un importe mínimo de 315 000 millones en los tres próximos años.
  3. Soluciones a la inmigración: la presión de miles de personas que día a día se acercan a las fronteras de la UE en busca de una esperanza de vida mejor requiere de una respuesta coordinada e inmediata para paliar su perverso efecto dual: el drama de los inmigrantes y la creciente ola de xenofobia promovida por grupo políticos populistas en muchos Estados de la Unión. Por ello la Comisión se ha comprometido a poner en marcha unaAgenda Europea de Migración: para crear un nuevo planteamiento en materia de migración legal a fin de hacer de la UE un destino atractivo para las personas con talento y competencias y de mejorar la gestión de la migración  mediante una mayor cooperación con los países terceros, la solidaridad entre los Estados miembros y la lucha contra el tráfico de seres humanos.
  • Prioridades: no de menor trascendencia, pero si con un calendario más holgado.
  1. Mercado único digital:un ambicioso paquete de medidas sobre el mercado único digital: para crear las condiciones para una economía y una sociedad digitales dinámicas, complementando el entorno normativo en materia de telecomunicaciones, modernizando las normas sobre los derechos de autor, simplificando las normas sobre las compras en línea y digitales para los consumidores, mejorando la seguridad informática e integrando la digitalización en las políticas.
  2. Unión Europa de la Energía: para garantizar la seguridad del abastecimiento de energía, integrar en mayor medida los mercados nacionales de la energía, disminuir la demanda europea de energía y descarbonizar la combinación de fuentes de energía.
  3. Un enfoque más equitativo en materia fiscal: un plan de acción para combatir la evasión y el fraude fiscales, que incluye medidas para evolucionar hacia un sistema por el cual el país en el que se generen los beneficios sea también el país de tributación, así como el intercambio automático de información sobre resoluciones fiscales y la estabilización de las bases del impuesto de sociedades.
  4. Reducción de la burocracia y eliminación de las cargas normativas: la propia Comisión reconoce que los ciudadanos desean que la UE interfiera menos en su vida cotidiana, sobre todo en aquellos sectores donde los Estados miembros están en mejores condiciones para actuar y ofrecer soluciones. El programa de trabajo para 2015 refleja el compromiso reforzado por parte de la Comisión de mejorar la normativa, partiendo del programa de adecuación y eficacia de la reglamentación, que tiene por objeto reducir la burocracia y eliminar las cargas normativas, contribuyendo así a crear un entorno favorable a la inversión.

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Europa no está para muchas dudas, ni para pérdidas de tiempo en un mundo que se globaliza en tiempo real. El calendario de cada Estado miembro juega paralelamente todos los años y este será un ejercicio complejo el 2015. Elecciones generales en España (con seguridad autonómicas y municipales, pues las generales podrían ser técnicamente en 2016), Portugal, Reino Unido, Grecia y Suecia y regionales en dos pesos muy pesados en la Eurozona como Alemania eItalia. Este es el calendario electoral de un 2015 de muy alto voltaje que según los analistas tiene potencia de fuego suficiente para dinamitar los mercados financieros. El temor a unos resultados desfavorables a los partidos tradicionales se extiende entre los analistas, que por si acaso ya están recomendando infraponderar a los países cuyo riesgo es más alto. En cualquier caso, la agenda europea 2015 requiere audacia y pruebas inequívocas a la ciudadanía de la utilidad del proyecto europeo para sus vidas cotidianas. La Unión surgió del vértigo a las guerras, pero debe construir un nuevo relato pragmático al servicio del progreso de las personas, que le saque del marasmo de la superestructura política y la burocracia tecnócrata imperante en Bruselas.

“Fondo Juncker”: el milagro financiero de los panes y los peces

Han coincido esta semana en el Europarlamento de Estrasburgo dos intervenciones de alta resonancia, aunque de muy distinto perfil. Las palabras delPapa Francisco y el plan para el relanzamiento del crecimiento europeo del nuevo presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Les une la misma doctrina, pues, el político luxemburgués es socialcristiano y, sin duda, algo de acto de fe hay en el planteamiento del Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas, ya bautizado como Fondo Juncker. Que Europa está estancada y que dicho estancamiento está destrozando empleos y gran parte del tejido productivo de las pymes, no es ninguna novedad. La monocorde respuesta dada a la crisis financiera mediante ajustes presupuestarios ha supuesto la caída drástica de la inversión en la UE. Ese déficit neto inversor se cifra desde el inicio de la crisis en unos 270.000 millones de euros, cerca de un 20% desde 2007, es decir, unos 50.000 millones de euro anuales, de ahí que la Comisión se plantee ahora un plan que debería recabar en torno a 300.000 millones de euros para estimular la economía europea. Y para ello se tira de la vieja teoría keynnesiana de generar inversión pública como multiplicador del crecimiento, aunque con el especial aditamento del paso del plan por una suerte de ingeniería financiera que es una suerte de milagro de los panes y los peces.

¿Pero realmente qué pone Europa de su bolsillo público?. Pues bien Bruselas usará 16.000 millones del presupuesto europeo y 5.000 millones del Banco Europeo de Inversiones para cimentar el Fondo Juncker, un plan inversor que confía en levantar dinero en los mercados y entre el sector privado hasta alcanzar 315.000 millones en infraestructuras energéticas y de transporte, en la agenda digital y a través de pymes. La Comisión Europea cifra el impacto macroeconómico de ese plan entre el 2,5% y el 3,1% del PIB en los tres próximos años, con la creación de 3,3 millones de empleos hasta 2017 si las cosas salen bien. El dinero realmente nuevo se reduce a 2.000 millones. Y para evitar que las eventuales pérdidas generen un agujero, las instituciones europeas activan una provisión (un colchón de capital para el caso de que haya números rojos) de 8.000 millones hasta 2020. ¿En qué basa Juncker su fe en poder convertir 20.000 millones en 300 millones? Según el Ejecutivo europeo, hay liquidez en los mercados, hay inversores buscando proyectos y hay empresas con dinero suficientepero el miedo a asumir ciertos riesgos y las trabas regulatorias impiden que se reactive la inversión privada. Así que lo que hace falta son dos cosas: eliminar esos obstáculos regulatorios y un “empujón financiero inicial” que desencadene el resto de acontecimientos. Por eso la herramienta escogida -un fondo de inversión incrustado dentro del BEI- pretende ejercer de cirugía de precisión, más que de riego indiscriminado de fondos públicos.

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El fondo de inversiones, que se integrará dentro de la estructura del BEI pero permanecerá fuera de su balance, dispondrá de varios instrumentos financieros. Ninguno de ellos es nuevo. Todos se están utilizando ya en distintos programas del BEI. La idea sería agruparlos todos en un solo lugar, bajo una sola dirección. Entre ellos están: absorción de las primeras pérdidas de emisiones de bonos, garantías sobre préstamos bancarios, préstamos subordinados, e incluso la toma de participaciones accionariales en ciertos proyectos. El objetivo de todas estas herramientas es reducir el nivel de riesgo de ciertos proyectos para atraer a los inversores privados. Transformar 20.000 millones en 300.000 millones supone una ratio de apalancamiento de 15 veces. La ratio se antoja alta, especialmente después de que otros planes de estímulo del BEI y la Comisión Europea con ratios de apalancamiento de 10 veces hayan fracasado estrepitosamente. Sin embargo, fuentes conocedoras del plan aseguran que la cifra es factible. Su razonamiento es el siguiente: si la ampliación de capital de 10.000 millones de euros del BEI amplió su capacidad de endeudamiento en 60.000 millones y el historial de la institución muestra que cada euro que presta el banco moviliza dos euros del sector privado, estamos hablando de una “movilización” de 180.000 millones de euros. Esto daría un apalancamiento de 18 veces. Sin embargo, falta por ver cómo se van a estructurar esos 20.000 millones dentro del fondo y si van a tener el mismo efecto que una ampliación de capital del BCE.

Pese a que en 2012 se intentó algo similar y el experimento resultó un absoluto fracaso, es cierto que ahora la existencia del euro ya no está en cuestión y existen grandes masas de ahorro privado en el mundo, como estamos viendo recientemente en España con el aterrizaje de fondos buitres captando activos inmobiliarios e industriales. Es decir, existe liquidez disponible y el entorno monetario de tipos bajos ayuda, dado que la rentabilidad de las inversiones de los proyectos del Fondo serán más apetecibles que las de los fondos soberanos. La clave, por tanto, del plan residirá en la tipología de esos proyectos y en la capacidad de que sean apetecibles para los inversores privados. Ingente tarea para unos funcionarios poco acostumbrados a tener que seducir al elemento privado para desarrollar sus programas. Tal vez, en la mente tan alambicada como bregada de Juncker, lo que subyace como objetivo es ese cambio de mentalidad, un cambio de la forma de trabajar de las herramientas públicas y su colaboración con el sector privado. Ese espíritu colaborativo público-privado, desde luego, resulta imprescindible para poner a andar a una Europa estaninflacionada y con serios riesgos de recesión.

La mayoría de las inversiones se concentrarán en sectores estratégicos para el crecimiento a medio plazo de la Unión, en el convencimiento de que el inversor que se busca, el estable y moderado, es ahí donde fijará su atención. Las grandes obras de infraestructuras de transporte europeas, la energía entendida desde la sostenibilidad, es decir, no solo producción, sino también la eficiencia y ahorro en su uso, la economía digital con toda la potencialidad de las industrias TIC y las pymes como tejido productivo mayoritario en Europa, van a copar las atenciones del plan. Y cabe decir que Juncker ya ha logrado su primer éxito, el político, algo de lo que nadie puede negar sabe mucho. El Parlamento Europeo ha dado el visto bueno al Fondo con el apoyo incondicional de populares, socialdemócratas y liberales, una mayoría clara y holgada. Y en el Consejo Europeo no debería tener problemas, pues, el Bundestag lo ha ratificado de la mano de la Canciller alemanaMerkel y de sus socios socialdemócratas. Falta por ver el entusiasmo real de los Estados miembros y si animan la puesta en marcha del Fondo con aportaciones adicionales de sus propios bolsillos.

Al menos el plan de Juncker ha concitado el consenso general político de la necesidad de un elemento reactivador de la economía Europea y la pretensión de convertir el espacio común europeo en un lugar atractivo a las inversiones internacionales. Todo un reto que solo podrá lograrse si los europeos somos capaces de generar la credibilidad y la confianza que los mercados y los inversores privados requieren para depositar sus dineros en nuestros proyectos. Y eso como ya advirtió el presidente del BCE, Mario Draghi, supone realizar reformas estructurales profundas en países como Francia e Italia y desarrollar programas de I+D+i competitivos con otras zonas del mundo emergentes. Una vez más, hablemos de lo que hablemos, los retos para salir del marasmo económico en que andamos, depende de los mismos factores, de nuestra capacidad de cambio competitivo para coger el ritmo desenfrenado tecnológico que la revolución tecnológica que nos impone la smartización de las cosas y la globalización real. Que la Tierra está desplazando su eje de influencia y poder económico hacia el Este asiático por el Pacífico nos lo constatan año a año estadísticas de todo tipo, empezando por las demográfica. Pero ello no quiere decir que los europeos estemos abocados a la extinción o convertirnos en los conserjes de un territorio museístico del pasado.

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Smart Cities, el escenario ciudadano de la nueva realidad híbrida

Según el cálculo realizado por Naciones Unidas la población mundial llegará a 8.000 millones en 2025, 9.000 millones en 2043 y 10.000 millones en 2083. Y… vamos a un ritmo constante. En el año 2000, la población mundial alcanzó los 6.100 millones y está creciendo a un ritmo anual de 1,2 por ciento. Cada año 77 millones de personas se suman a la población mundial. La expectativa de vida promedio en todo el mundo ha aumentado en 20 años, pasando de 48 años de edad en 1950 a 69 o 70 años en la actualidad. Dos tercios de la población mundial tienen menos de 40 años de edad. Más de 1,4 millones de personas viven con 1 dólar diario. Ese crecimiento demográfico está produciendo un continuo éxodo del campo a la ciudad, de lo rural a lo urbano. Una de cada diez personas vive en una ciudad y dentro de 35 años lo harán dos de cada tres. Eso significará un terrible reto para las ciudades por lamayor demanda de bienes y servicio que las megalópolis generan. El ser humano que ha vivido 5 revoluciones – las rutas comerciales a las indias, la colonización, la industrialización, la sociedad de consumo y hoy la digitalización computerizada – se enfrenta por vez primera en la historia de la humaniad al paradigma de la total y completa globalización. Y ese desarrollo de nuestra sociedad va a encontrar en la ciudad el escenario de hacer posible la sostenibilidad del planeta.

De ahí que el termino Smart Cities, “Ciudades Inteligentes”, resulte más que acertado si tenemos en cuenta que la nueva realidad urbana requiere de toda la inteligencia posible para resolver los grandes problemas de uso de recursos a los que tenemos ya que hacer frente. Miles de millones de personas viviendo on line que tienen que ser alimentadas, educadas, atendidas sanitariamente, que trabajan en movilidad y que producen residuos en cantidades capaces de anegar la tierra de basura. La «ciudad inteligente» a veces también llamada «ciudad eficiente» o «ciudad super-eficiente», se refiere a un tipo de desarrollo urbano que es capaz de responder adecuadamente a las necesidades básicas de instituciones, empresas, y de los propios habitantes, tanto en el plano económico, como en los aspectos operativos, sociales y ambientales. Una ciudad o complejo urbano podrá ser calificado de inteligente en la medida que las inversiones que se realicen en capital humano (educación permanente, enseñanza inicial, enseñanza media y superior, educación de adultos…), en aspectos sociales, en infraestructuras de energía (electricidad, gas), tecnologías de comunicación (electrónica, Internet) e infraestructuras de transporte, contemplen y promuevan una calidad de vida elevada, un desarrollo económico-ambiental durable y sostenible, una gobernanza participativa, una gestión prudente y reflexiva de los recursos naturales, y un buen aprovechamiento del tiempo de los ciudadanos. Una especie de carta a los reyes magos si tenemos en cuenta que de las 35 grandes ciudades del mundo, 22 están en Asia y son de crecimiento reciente y acelerado. De ahí que promover estándares de ciudad, de maneras de hacer las cosas en el espacio urbano de forma correcta sea uno de los objetivos fundamentales del milenio.

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Barcelona ha sido sede del Smart City Expo World Congress, un escaparate de ofertas tecnológicas y de soluciones de eficiencia urbana, a la vez que foro de reflexiones sobre el camino emprendido por las ciudades en los cinco continentes por dotarnos de núcleos de desarrollo social estables. Urbanistas, arquitectos, sociólogos, ingenieros, políticos, empresarios, agentes sociales, una feria mezcla de inventos de cacharrería y robótica, con el pensamiento más vivo investigativo de lo que está sucediendo en las ciudades del mundo. Entre los popes que han asistido al plenario, el líder en estrategia mundial, Parag Khanna, este indú que ha lanzado el concepto de realidad híbrida – que da nombre a su propia firma de consultoría – que define la mezcla de realidad física y virtual en la que vivimos actualmente. Este viajero mundial, autor de bestsellers y asesor personal del presidente Obama, cree que las ciudades están ocupando el espacio de los viejos Estados y van a ser las protagonistas del cambio social y político más rápido de la Historia. En sus propias palabras pasaremos de la era de la diplomacia a la de la diplomacity. Es evidente que vivimos en la acelerada era de la innovación, del aprendizaje, de la inteligencia, de la educaciónTodo al tiempo.

Que cientos de millones de personas sean capaces de pensar porque han sido formadas para ello es una novedad tal para el ser humano que podemos hablar de la “Ciencia del talento”, como la ha denominado el filósofo José Antonio Marina. Aquella que se ocupara de integrar todo lo que sabemos sobre la inteligencia en acción, sobre cómo generarla y gestionarla. Comienza en la neurología y acaba en la ética. Es la ciencia de la memoria y del progreso. Una de sus funciones es “generar talento”, el gran recurso de las personas, de las naciones y las ciudades. Ya saben que el talento no es previo, sino posterior a la educación. Y necesitamos mucho talento para resolver los problemas cada vez más complejos con que nos enfrentamos. La “realidad aumentada”, que antes era un alarde de tecnólogos viene a toda velocidad al mundo cotidiano.  En este momento, nos encontramos ante la posibilidad de vivir en una “realidad híbrida”. Paul Milgram y Fumio Kishinoacuñaron el concepto de Milgran-Virtuality Continuum. Según este modelo, viviremos en una realidad mixta de experiencia real y datos informáticos. En el fondo la clave de este nuevo modelo de gestión del conocimiento será la capacidad que tengamos sacar partido y valor del Big Data que se genera en las ciudades fruto de la monitorización a través de sensores de la realidad.

La Comisión Europea ha lanzado en el marco del programa Horizon 2020 de investigación e innovación la política de Smart Cities europeas. Pretende que la UE tenga un estándar de buenas prácticas en ciudades sobre la base de cinco pilares fundamentales: eficencia energética, gestión de residuos, sostenibilidad medioambiental, conectividad y movilidad y participación ciudadana en la gobernanza. Es mucho lo que se ha hecho ya en el ámbito comunitario como van a ser muchas las inversiones público-privadas que se van a llevar a cabo en las ciudades europeas. Os invito a que conozcáis esa realidad en el “Market Place of the European Innovation Partnership on Smart Cities and Communities”– http://eu-smartcities.eu/ -. Una forma de conocer cómo se está actualizando el espacio urbano europeo y de trabajar proyectos en red.

En Europa nació la polis griega, la primera forma democrática de organización de la convivencia. De ahí que lo primero a lo que no deberíamos renunciar en la UE a la defensa de la ciudad como lugar idóneo para consagrar el respeto de los derechos humanos. Si queremos avanzar en un modelo urbano de desarrollo social que haga sostenible el planeta, lo primero que tendremos que firmar es esa carta de ciudades que anteponen a cualquier fin los derechos de sus ciudadanos. Unos ciudadanos que a su vez debemos ser conscientes de la necesidad de uso de nuestros datos para el buen gobierno y para la correcta gestión de los recursos. En el fondo, estamos hablando de renovar el contrato social mediante una mayor y mejor colaboración entre las instituciones públicas, el sector privado y el individuo expresado como persona o en colectividad. El proceso tecnológico no se va a parar a expensas del acuerdo que seamos capaces de suscribir unos y otros. La tecnología nos empuja y la necesidad de dar cabida a cientos de millones de personas que se incorporan al mundo en civilización nos pone al borde del precipicio del correcto uso de los recursos naturales. Para que nadie crea que estamos hablando de ciencia ficción o de una hiper realidad sirva el siguiente dato. En 2000 había en China 3 megalópolis, ciudades de más de 25 millones de habitantes, en 2020 habrá 13 en las que vivirán cerca de 500 millones de habitantes, tantos como los que hoy conforman la Unión Europea. Seamos inteligentes en esta nueva realidad.

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Lecciones del no escocés, abran paso a su majestad la democracia

No cabe duda que la mejor medicina que el ser humano ha inventado para garantizar la convivencia en sociedad es la democracia. Por dura e incómoda que pueda resultar siempre a los perdedores, el libre ejercicio del voto es siempre la forma de expresión de la voluntad popular y la única garantía del respeto a los derechos de las minorías. Quien teme el gobierno del pueblo, pues, amparándose en el concepto legalista, es decir, el del gobierno de la ley, lo único que trata a la postre es saltarse a la torera por intereses particulares la capacidad de expresarse de los ciudadanos. Algo que se suele escamotear con los típicos argumentos paternalistas de los gobernantes que justifican el hurto de la democracia por nuestro bien, desde una posición de visión privilegiada de las cosas. Gran Bretaña como escenario del referéndum de Escocia se ha convertido en estos tiempos en los que impera la dictadura de las visiones materialistas bajo el reinado de los mercados, en un ejemplo único de libre determinación sin el más mínimo atisbo de violencia, ni siquiera verbal. Una lección histórica de fair play democrático que debería servir de espejo en el que mirarse Europa, en vez de seguir jugando a la amenaza del precipicio que supone la ruptura de la Unión. Lo que se basa en decisiones en las urnas construye un compromiso sólido muy superior a lo que deciden media docena de mandatarios en torno a una chimenea sin luces ni taquígrafos.

El resultado, pues, de las urnas es inapelable y deja bien a las claras que los escoceses y solo los escoceses, no los ingleses, los galeses o los norirlandeses, a los que no puede corresponder decidir el destino de Escocia, son partidarios mayoritariamente,  hoy por hoy, de seguir perteneciendo al Reino Unido y no ser un Estado independiente. No debería olvidarse a nadie el único dato cierto de esta consulta vinculante porque si lo primero es reconocer la victoria de la democracia, acto seguido debemos reconocer también la victoria del no. Los nacionalistas escoceses no pueden presentar una derrota como una victoria, su objetivo era la independencia y el pueblo no les ha dado la razón. Mucho tendrán también, por tanto, que reflexionar quienes llevan a sus partidarios a las urnas para perder porque el ejercicio de soberanía no tiene fecha de caducidad, pero indudablemente el paso por el voto frustra para generaciones el anhelo de independencia. Dicho esto, en la batalla por el sí Escocia ha ganado mucho. Primero el reconocimiento como nación y su deseo de mayor autogobierno. Ese 45% de apoyo es una llamada de atención muy clara a Londres que obliga al gobierno y al parlamento británico a dar pasos hacia una mayor autonomía en las decisiones que les compete de los escoceses y una gestión más directa de sus recursos. El estatus entre Inglaterra y Escocia cambiará en base a una negociación pragmática y realista de las dos partes. Esa es la primera consecuencia que podemos extraer del resultado del referéndum.

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Respecto a los protagonistas de este bello episodio político, como siempre que se extreman posiciones y se pone a la población en la difícil circunstancia de decidir cuestiones gruesas, quedan todos seriamente desgastados. El premier escocés AlexSalmond, impulsor y principal artífice de la campaña del sí, ha sido derrotado y dependerá de su habilidad negociadora el coste que el no tenga para su partido en los próximos comicios generales. Para Cameron, al que en las últimas semanas los sondeos le han colocado al borde del infarto, la victoria le permite salvar los muebles in extremis, pero queda en una enorme situación de debilidad ante el ala más conservador de los tories y esa mayoría antieuropeísta que cabalga a lomos de Inglaterra.  Los laboritas, salvando la figura recuperada del ex primer ministro británico Gordon Brown, uno de los puntales decisivos del no al final de la campaña, han visto como el debate se centraba en el modelo de sociedad que querían los escoceses para Escocia, sin que su discurso diluido en Inglaterra sirviera para frenar el ascenso del sí independentista. Porque en esta consulta no sólo ha votado la ciudadanía la pertenencia a un Estado u otro o tener un himno o una bandera. El nacionalismo caduco y rancio de identidades simbólicas y base histórica de batallitas del abuelo, no tiene cabida hoy en un mundo global y que cambia a velocidad on line. Lo que está en discusión es el modelo de sociedad que esa identidad diferenciada defiende. Lo relevante es la forma de organizar los recursos propios para un reparto más justo y equitativo de los mismos y no para un cambio de titularidad de unos poderosos oligarcas por otros. Un nuevo Estado debe ganarse la voluntad de su pueblo de serlo porque ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de ser más libres y más felices, de otra forma volveríamos al juego de tronos medieval.

En Escocia el sí ha avanzado desde posiciones iniciales del 25% cuando se anuncia la consulta, hasta el 45% del resultado final a base de propuestas sociales frente a un gobierno y un modelo actual de sociedad inglesa, liberal basado en los recortes de prestaciones y servicios públicos. Y solo cuando la opinión pública empezó a acercarse a la decisión de la independencia, Inglaterra se parapetó en el discurso apocalíptico y los chantajes desde Bruselas de salida de la UE, por otro lado, harto infantiles pues no parecería lógico que una Europa deficitaria energéticamente negara la entrada a una Escocia independiente convertida en el país con más petroleo del viejo continente. Esa lección también debería servir en el proceso de construcción europea. La gente quiere participar en los grandes debates de fondo que condicionan el destino de una sociedad. No están dispuestos a decidir solo sobre una lista cerrada el consejo de administración que va a gerenciar su país los próximos cuatro años. Fijémonos en ese 85% abrumador que ha votado en el referéndum escocés y tomemos nota de que se deben abrir nuevos cauces de comunicación y participación innovadores de los políticos con los ciudadanos. Una nueva forma de hacer política,  tantas veces demandada y aun por descubrir y poner en práctica.

¿A Europa cómo se le queda el cuerpo después de la cita escocesa? Pues poco más o menos como se te queda después de una ducha escocesa que te somete a un cambio brusco de agua caliente a agua helada. Muscularmente relajada porque un sí habría supuesto un efecto dominó en aquellos territorios y no son pocos que la Unión albergan anhelos independentistas. Bruselas respira hoy aliviada como lo hacen muchos de sus jefes de Gobierno. Pero todos saben que el precedente obliga a reconocer la grandeza de la democracia y que requiere de una reformulación del proyecto que afiance las herramientas comunes, pero que permita a la riqueza diferencial encontrar cauces de participación en las instituciones.  La visión federalista de Europa sale claramente reforzada del referéndum y más aun cuando los acuerdos entre ingleses y escoceses avancen el el autogobierno de éstos. Los deseos recentralizadores legalistas tratarán de olvidar el 18 de septiembre de 2014 pero todos recordaremos que ese día los escoceses votaron.

El siguiente escenario de expresión de voluntades identitarias debería serCatalunya, así lo ha expresado la mayoría de las fuerzas políticas de su Parlament y de sus ciudadanos a través de sondeos de opinión y de manifestaciones multitudinarias en sus calles. Son condiciones muy superiores a las que llevaron a Cameron y Salmond a pactar la consulta. Sin embargo, parece evidente que en España el gobierno de Mariano Rajoy optará por la vía legitimista para negar el derecho de expresión a los catalanes. Y  Bruselas como siempre sumisa a las decisiones de los gobiernos de los Estados miembros calificará la decisión de asunto interno de España y se lavará la manos ante el no a decir si o no que Rajoy impondrá al president Mas. Se equivocan los dirigentes de las instituciones europeas no entendiendo que no vivimos en el siglo XIX cuando las fronteras aislaban a los ciudadanos y la diplomacia o las armas resolvían los problemas. Hoy como europeos lo que le concierne a los escoceses le importa a los catalanes, como lo que les importa a los alemanes, les ocupa a los vascos. Decidir nuestro futuro en común pasa se quiera o no se quiera por poder decidir primero lo que sucede en mi solar, pero con unas reglas del juego democráticas iguales para todos y que se respeten los derechos de cada cual. De otra forma seguiremos en el mercadeo y los repartos del dinero, un pasteleo que no tiene credibilidad alguna entre los ciudadanos. Lecciones de una ducha escocesa.

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