Europa escenario de una guerra fría y de otra caliente

La vieja Europa vuelve a ser escenario de un conflicto armado y se repite la percepción de riesgo o amenaza de globalización del mismo. Ucrania sirve de mesa de operaciones de una perversa partida de ajedrez con los intereses de las grandes potencias mundiales en juego. Y una vez más, miles de seres humanos inocentes mueren víctimas de la guerra y millones se ven obligados a desplazarse de sus hogares abandonando todo lo que era suyo para refugiarse de la crueldad de sus congéneres. En medio de un nuevo fracaso de la convivencia pacífica humana, la Unión Europea trata de demostrarse a si misma y a sus miembros, que es capaz de hacer política con personalidad propia ante el discurso de guerra fría impuesto por Rusia y EE.UU. Más que nunca la UE debe hacer valer su política de seguridad para preservar su paz.

Como todo conflicto el de Ucrania tiene unos antecedentes, unos responsables causales y unos intereses enfrentados. Los antecedentes, más que centenarios, están repletos de reivindicaciones históricas que si bien nos ayudan a explicar la actual situación, son perfectamente irrelevantes a la hora de justificar cualquier acción armada. De ahí, que pese a que pueda culparse a la Unión Europea del apoyo a las fuerzas que forzaron la dimisión del Gobierno pro-ruso de Viktor Yanukovich en 2014, nada puede legitimar la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso, ni la acción descarada de Moscú dando cobertura a las milicias pro-rusas que combaten en el Este de Ucrania. Como de la misma forma resulta impropia la puesta en marcha de los mecanismos de injerencia internacional en la zona, como es el caso de la presión ejercida por la Administración norteamericana y los movimientos de tropas llevados a cabo por la OTAN.

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La UE se está mostrando en esta nueva prueba de fuerza de su capacidad política exterior como acostumbra. La nueva Alta Representante, la italiana Federica Mogherini, se afana diligentemente en ocupar la rendija de atención mediática que se le presta, con mejores formas que con las que lo hacía su antecesora Lady Ashton. Pero el escenario lo han protagonizado el bloque franco-germano, con una actividad frenética de la Canciller Merkel y su acompañante de lujo el presidente Hollande. Mientras, el premier británico, David Cameron, sin salirse un milímetro de la posición atlantista histórica del Foreign Office, se ha posicionado del lado de las tesis de acoso y derribo a Putin defendidas por EE.UU. Por su parte, los Estados Bálticos y Polonia, con el nuevo presidente del Consejo Europeo al frente, el polaco Donald Tusk, como valedor principal, han acudido cual coro de plañideras a pedir el amparo de la UE y la OTAN ante la amenaza que siempre han percibido de los anhelos expansionistas rusos. Y para colmo del esperpento, una Grecia sumida en la tragicomedia de su rescate y con el patrocinio de su nuevo Gobierno de izquierda radical, ha llegado a hacer sus pinitos planteando, aunque solo en primera instancia, el veto a las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE.

Del otro lado del frío, Putin representa su propia obra de engrandecimiento del orgullo patrio ruso. Tan grandilocuente como poco creíble, se ha enrollado en la bandera y en la defensa de los derechos de los ciudadanos que se sienten rusos en Ucrania. Resulta patética tanta preocupación por los rusos extramuros cuando a los que habitan sus territorios discrimina en libertades por no pensar como él, por criticarle, por pertenecer a una etnia que reivindica su independencia o incluso por su aberrante homofobia. No está, sin embargo, el bravucón presidente ruso para muchas bromas, con un país que difícilmente sortea el invierno con los productos de primera necesidad en galopante inflación y las arcas del Estado en cash empobrecidas por la caída en picado de los precios del petróleo.

Enfrente, EE.UU. se encuentra cómoda en esta segunda versión de la guerra fría con el gigante ruso. Su economía mejora sustancialmente por primera vez en las últimas dos décadas, energéticamente su dependencia del petróleo se ha reducido mucho y sus guerras contra el terrorismo internacional, ya no solo le ocupan a él, sino al resto del mundo. Otra cosa es la situación política. Obama que ya solo sueña con ser recordado en la historia como el presidente que no metió a su país en una guerra y el que cambió la política social en beneficio de los más necesitados, pero siente la tremenda presión de su propio partido, en horas muy bajas y de los republicanos que ante Putin no están dispuestos a una sola veleidad. Todo ello, en la antesala de los primeros escarceos en ambos partidos de las candidaturas a la Casa Blanca del próximo mandato presidencial.

Y como siempre, en medio está la gente, esa pobre gente de rostro helado por el frío del terror a no tener un mañana cierto. Esas mujeres, hombres, niños y ancianos que deambulan como zombis por un país arruinado. Ni Europa, ni Rusia pueden permitirse por más tiempo este juego de tronos orquestado en Ucrania. Más de que de armas toca hablar de reconstrucción, de cooperación para hacer de Ucrania un lugar seguro y próspero donde rusos y europeos puedan desarrollar proyectos comunes. La política es el arte de hacer posible lo que en un momento determinado se nos antoja imposible. Es la Unión la que está obligada a saber hacer política y alejar el fantasma de la guerra al Este de Europa. Una estela de terror de la que deberíamos tomar conciencia todos los europeos. Vivimos en medio de una guerra fría y nuestros hermanos ucranianos sufren una guerra caliente, pero si no somos capaces de reconducir la situación, una vez más Europa podría verse abocada al abismo de un conflicto general. El fracaso de la diplomacia hoy puede convertirse en la antesala de la tragedia de mañana.

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De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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Prioridades y emergencias de Europa en 2015

El año que concluye pasará sin duda a la historia de la construcción europea y lo hará por la celebración de las primeras elecciones europeas de las que además de concluir la composición del Parlamento europeo, han determinado la designación definitiva del nuevo presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués social cristiano, Jean-Claude Juncker. Nunca hasta ahora los votos de la ciudadanía europea habían influido de manera tan clara y precisa en la composición del motor de las decisiones comunes. Además, en enero del pasado año el nuevo marco presupuestario para los próximos siete años entró en vigor y el ambicioso programa europeo de I+D+i, el Horizon 2020, dio sus primeros pasos. Con nuevo presupuesto, con nuevo Parlamento y, finalmente, desde el 1 de noviembre, con nueva Comisión, Europa afronta un nuevo período decisivo para la convivencia en el continente. El 2014, pues, ha sido un año de renovación profunda tanto de personas como de métodos de trabajo, un año de cambio cuyos primeros frutos debemos ver en el venidero 2015.

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Las instituciones europeas tienen por delante una agenda de prioridades a medio y largo plazo, pero también le urgen una serie de emergencia que no pueden esperar a la planificación porque llevan demasiado tiempo llamando a la puerta para su resolución. A modo de recordatorio para todos conviene echar un vistazo a temas y calendario:

  • Emergencias:
  1. Conflicto con Rusia: es evidente que de los contenciosos de la escena internacional que mayor preocupación pueden causar a la UE, el surgido a raíz de la desestabilización de Ucrania, es el más relevante y grave. Los errores cometidos por la Unión y, muy especialmente de algunos Estados miembros como Alemania, al subestimar la capacidad de reacción de Rusia ante los cambios políticos producidos en Ucrania, tuvieron como consecuencia la anexión rusa por la fuerza de Crimea mediante un acto de fuerza que a todas luces resulta censurable. Este cúmulo de despropósitos que ha tratado a una población como meras piezas de un trágico ajedrez, nos han situado en un escenario incierto, repleto de trampas que deberíamos empezar a desmontar a toda velocidad en el primer trimestre del año. Así las cosas, un Putin atacado en su orgullo patrio, se ve ahora acorralado por una situación económica nefasta en su país a raíz de las sanciones económicas y comerciales impuestas por la UE y por el descenso trepidante de los precios del petróleo, al que no es ajena unaEE.UU. que empieza a saberse energéticamente autosuficiente. El principal problema de la UE a fecha de hoy consiste en convencer a Obama de la necesidad de dar una salida digna en el conflicto a Putin y con ello al oso herido ruso, pues, seguir humillando a Rusia podría comportar serios riesgos fronterizos a Estados miembros europeos. El nombramiento de Donald Tusk como presidente del Consejo Europeo a instancias de las canciller Merkel, no ayuda mucho, dado el claro afán antiruso del político nacionalista polaco.
  2. Reactivación de la economía en la zona euro: dentro de nuestro propio espacio de decisión, tras más de cinco años de crisis, el temor a una tercera recesión obliga a tomar medidas de inmediato que fomenten el crecimiento y, sobre todo, la creación de empleo juvenil. En este sentido, la estrella de las medidas que pueden ponerse en marcha entre todos, es el llamado plan Juncker, Se trata de un plan de Inversiones para Europa: plasmación legislativa del Plan anunciado el mes pasado, que desbloquea inversiones públicas y privadas en la economía real por un importe mínimo de 315 000 millones en los tres próximos años.
  3. Soluciones a la inmigración: la presión de miles de personas que día a día se acercan a las fronteras de la UE en busca de una esperanza de vida mejor requiere de una respuesta coordinada e inmediata para paliar su perverso efecto dual: el drama de los inmigrantes y la creciente ola de xenofobia promovida por grupo políticos populistas en muchos Estados de la Unión. Por ello la Comisión se ha comprometido a poner en marcha unaAgenda Europea de Migración: para crear un nuevo planteamiento en materia de migración legal a fin de hacer de la UE un destino atractivo para las personas con talento y competencias y de mejorar la gestión de la migración  mediante una mayor cooperación con los países terceros, la solidaridad entre los Estados miembros y la lucha contra el tráfico de seres humanos.
  • Prioridades: no de menor trascendencia, pero si con un calendario más holgado.
  1. Mercado único digital:un ambicioso paquete de medidas sobre el mercado único digital: para crear las condiciones para una economía y una sociedad digitales dinámicas, complementando el entorno normativo en materia de telecomunicaciones, modernizando las normas sobre los derechos de autor, simplificando las normas sobre las compras en línea y digitales para los consumidores, mejorando la seguridad informática e integrando la digitalización en las políticas.
  2. Unión Europa de la Energía: para garantizar la seguridad del abastecimiento de energía, integrar en mayor medida los mercados nacionales de la energía, disminuir la demanda europea de energía y descarbonizar la combinación de fuentes de energía.
  3. Un enfoque más equitativo en materia fiscal: un plan de acción para combatir la evasión y el fraude fiscales, que incluye medidas para evolucionar hacia un sistema por el cual el país en el que se generen los beneficios sea también el país de tributación, así como el intercambio automático de información sobre resoluciones fiscales y la estabilización de las bases del impuesto de sociedades.
  4. Reducción de la burocracia y eliminación de las cargas normativas: la propia Comisión reconoce que los ciudadanos desean que la UE interfiera menos en su vida cotidiana, sobre todo en aquellos sectores donde los Estados miembros están en mejores condiciones para actuar y ofrecer soluciones. El programa de trabajo para 2015 refleja el compromiso reforzado por parte de la Comisión de mejorar la normativa, partiendo del programa de adecuación y eficacia de la reglamentación, que tiene por objeto reducir la burocracia y eliminar las cargas normativas, contribuyendo así a crear un entorno favorable a la inversión.

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Europa no está para muchas dudas, ni para pérdidas de tiempo en un mundo que se globaliza en tiempo real. El calendario de cada Estado miembro juega paralelamente todos los años y este será un ejercicio complejo el 2015. Elecciones generales en España (con seguridad autonómicas y municipales, pues las generales podrían ser técnicamente en 2016), Portugal, Reino Unido, Grecia y Suecia y regionales en dos pesos muy pesados en la Eurozona como Alemania eItalia. Este es el calendario electoral de un 2015 de muy alto voltaje que según los analistas tiene potencia de fuego suficiente para dinamitar los mercados financieros. El temor a unos resultados desfavorables a los partidos tradicionales se extiende entre los analistas, que por si acaso ya están recomendando infraponderar a los países cuyo riesgo es más alto. En cualquier caso, la agenda europea 2015 requiere audacia y pruebas inequívocas a la ciudadanía de la utilidad del proyecto europeo para sus vidas cotidianas. La Unión surgió del vértigo a las guerras, pero debe construir un nuevo relato pragmático al servicio del progreso de las personas, que le saque del marasmo de la superestructura política y la burocracia tecnócrata imperante en Bruselas.

Nace una nueva Europa: 25M el veredicto ciudadano

Europa ha hablado y lo ha hecho de forma similar en cuantía de votos a como lo hizo hace 5 años. La gran diferencia es que esta vez lo ha hecho con las consecuencias plenas de la aplicación del Tratado de Lisboa y, por tanto, para conformar un Parlamento Europeo con competencias reforzadas y que deberá elegir al nuevo presidente de la Comisión. El resultado extraído de las urnas es de mayor calado y relevancia para el futuro de la Unión que se enfrenta a la necesidad de poner rumbo al crecimiento y la creación de empleo en un mundo globalizado y con las fronteras al Este en pleno conflicto con Rusia y el reto de la inmigración llegando en oleadas continuas por el Mediterráneo. Los 751 mujeres y hombres elegidos tienen la enorme responsabilidad de marcar en gran medida el rumbo del resto de los europeos, eso si los jefes de Gobierno no hacen una lectura torticera del Tratado y hacen caso omiso de los resultados.

De los datos que la llamada a la urnas en toda la Unión nos deja, se pueden hacer multitud de análisis, al tratarse de una cita electoral compleja que afecta nada menos que a 28 Estados miembros. Para eso hará falta sosiego y distancia de la noche electoral, pero en caliente si debemos realizar lecturas inmediatas del escenario que se nos dibuja en Bruselas. La participación no se ha desplomado, es prácticamente igual que hace 5 años. Los ciudadanos de los grandes Estados saben que Bruselas importa mucho y los de los pequeños que su peso no es importante. De ahí que el voto en AlemaniaFranciaItalia o España haya crecido. Está claro que el proyecto europeo madura y consolida niveles de votación similares cada comicio y que lo son respecto a elecciones como los de las presidenciales de Estados Unidos o de su Congreso y Senado. El nuevo votante joven se incorpora con fuerza, mientras son los de más edad los que menos participan.

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El PPE aguanta pese a su fuerte caída, sobre todo, favorecido por el mal resultado de los socialistas, especialmente en Francia y en España. Suben los partidos de extrema derecha, con el caso paradigmático de Francia y el Frente Nacional. Sin embargo, no podrán formar grupo al ser necesario 25 escaños y 7 países como mínimo para lograrlo. En la práctica, los ultras no tendrán peso específico en la Eurocámara. El resultado deja muy abierta la nominación a candidato que deben debatir el próximo martes los jefes de gobierno. La Izquierda más Verdes yLiberales suman un total de 354 eurodiputados a los que podría unirse el voto de no inscritos para alcanzar los 376 necesarios para nominar a Schulz. Por el contrario, Junker cuenta con los 212 eurodiputados del Grupo Popular, con una diferencia sobre los socialistas de 18 escaños, el más votado en toda Europa y lo que podría conferirle la opción de ser presidente de la Comisión EuropeaMerkelseguro que así lo pedirá a sus homólogos.

En España, frente a lo que auguraban las encuestas, la participación ha subido respecto a los comicios de 2014. Ello se ha debido al incremento de voto enCataluña y País Vasco y de los jóvenes votantes en todo el Estado. Significa que el electorado que más se ha movilizado es el nacionalismo radical y los jóvenes “antisistema” que castigan fuertemente a los partidos tradicionales. Se ha producido un claro desplome de los partidos mayoritarios PP y PSOE con caídas de más del 15% en cada caso, en escaños 8 y 9 respectivamente y más de 12 millones de votos. Este fenómeno es extrapolable al conjunto de la UE, pues, los porcentajes de los grupos son muy similares en España y en el total de la UE. Por tanto, es claro que el mapa político español, al menos en unas elecciones europeas, empieza a comportarse de forma similar a como lo hace el resto de los grandes Estados miembros. Los partidos que se benefician de la caída del bipartidismo tradicional, no son los que les seguían a nivel nacional, es decir, IU yUPyD, sino por un lado, el nacionalismo radical y las ofertas más novedosas y “antisistema”. En Cataluña ERC, en el País Vasco y NavarraBildu y en el resto de España, Podemos, principalmente, la gran sorpresa de las elecciones.

La lectura de las elecciones europeas en clave de política nacional induce claramente a error, pues, la circunscripción única y no establecerse límite del 5% para obtener representación, convierte a los comicios europeos en un escenario muy propicio a las pequeñas formaciones políticas. En todo caso, si se puede señalar el fuerte desgaste de PP y PSOE, mayor en este último, dado que al PP se le une el desgaste de la acción de Gobierno. De hecho, junto a la CDU de Ángela Merkel, el PP y Mariano Rajoy y Renzi y el Partido Demócrata en Italia, son los únicos partidos y presidentes que ganan las elecciones europeas en sus países. Del mismo modo IU y UPyD no son capaces de ser vistos como alternativas creíbles a los dos grandes partidos, aunque su distribución de voto en todo el Estado les beneficiaría en unos comicios generales. Ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, es evidente, que se abre un escenario de fuerte fragmentación de voto local y difícil gobernabilidad en muchos casos.

Cataluña ha tenido protagonismo propio en estas elecciones. El fortísimo incremento de la participación respecto a las anteriores elecciones europeas significa que se ha votado en clave plebiscitaria, siendo los votantes nacionalistas los que se han movilizado especialmente, dada la trascendencia de la Unión Europea y su posición institucional ante la consulta independentista que pretenden. El gran triunfador de las elecciones es ERC que incluso llevaba en el nombre de su coalición electoral “El derecho a decidir”. Ha logrado el “sorpasso” a CIU, lo que significa que desde el punto de vista del proceso soberanista, ya dirige la mayoría social independentista. Sin embargo, el hecho de que CiU haya perdido las elecciones supone un revés de su electorado que tiene dos vertientes. Por un lado los votantes que se han podido sumar al voto que consideran más útil de ERC para la independencia y, por otro, los más moderados que no están de acuerdo con la deriva independentista de Artur Mas. En estas circunstancias, es obvio que CiU no convocará elecciones en Cataluña una vez el Estado no permita la celebración de la consulta. Es más previsible que se una a ERC para realizar una declaración de independencia en el Parlament de Cataluña. Respecto al PSCsu descalabro alcanza al 50% de los votos y el PP al 30%. Por el contrario, sigue creciendo Ciutatans y se estanca ICV. Los datos cantan, el voto favorable a la consulta suma el doble (1.500.000 votos) que el de los constitucionalistas (750.000 votos).

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25 M: La Europa por la que votamos, I’m an european voter

La noche del 25 de mayo conoceremos a los 751 mujeres y hombres sobre los que va a recaer la responsabilidad de representar a más de 500 millones de personas en un Parlamento europeo que se convertirá en el centro mayor de poder de la historia de Europa. No exagero y los que tienen la paciencia de leerme sabéis que no es mi estilo, cuando concedo tal relevancia a la Eurocámara resultado de los comicios próximos. El Tratado de Lisboa, es decir, los entonces jefes de Gobierno de los Estados miembros, dieron un paso de gigante para dotar de credibilidad democrática a las instituciones europeas. Así el nuevo Parlamento Europeo tendrá la potestad de proponer al candidato a presidente de la Comisión Europea, como ya lo tenía de cesarle, y examinará una vez más uno por uno, a todos los miembros del Colegio de Comisarios. Solo este dato serviría para justificar la certera campaña institucional del Parlamento Europeo, que bajo el lema “Acción, reacción, decisión. Utiliza tu poder. Tú puedes decidir quién dirige Europa”, nos llama a votar. Bueno mejor preciso, nos llama a votar en 28 de los 29 países de la Unión, porque en España, una democracia joven y de calidad cuestionable, somos más papistas que el Papa y por ley la Junta Electoral Central prohíbe a las instituciones convocantes a unas elecciones pedir el voto. Se supone que tal apelación es una discriminación a la abstención. Es decir, que preferimos primar la no participación, sacralizamos a los antisistema, en vez de promocionar el derecho a decidir y la implicación de los ciudadanos en la política. Muy moderno y luego hablamos del descrédito de la política y el incremento de la abstención, cuando institucionalmente la primamos. Seguramente algo tendrá que ver en ello el acomodo de los grandes partidos al bipartidismo con esta situación.

En todo caso, de lo que se trata ante la jornada del 25M es de reflexionar sobre lo mucho que nos jugamos con nuestro voto. Esto es, la Europa por la que vamos a votar. Y me gustaría empezar por un dato económico que creo define la esencia del proyecto europeo. Todos sabemos que la Unión Europea es un gigante por cifras en el contexto mundial. Representa el 20% del PIB mundial, es el líder en transacciones comerciales y, sin embargo, solo suma un 7% de la población del mundo. Somos comparativamente un espacio rico que hasta la fecha ha estado en vanguardia de la historia. Pero lo más notable a mi entender es que esa escasa masa demográfica, no solo es capaz de producir y comerciar a gran escala, sino que comparativamente con el resto del planeta, protagoniza nada menos que el 50% del gasto social que se produce en el mundo. Ese es el verdadero rostro de Europa, el de su preocupación social, el marco solidario de convivencia. Aquello precisamente por lo que más somos cuestionados por nuestro gran aliado y competidor, Estados Unidos. Aquello de lo que adolecen aún por desgracia los gigantes emergentes como China, BrasilIndia o Turquía. Aquello que nos diferencia radicalmente de sociedades que no respetan los derechos humanos o los valores fundamentales de la democracia, como ocurre hoy en día en Rusia o Estados bajo la ley de la Sharia. Un elemento esencial de nuestro ser europeo que precisamente se ha puesto en tela de juicio a lo largo de la crisis económica que nos azota ante las políticas de recortes que han afectado seriamente en algunos países miembros a la cobertura de las prestaciones sociales y de los servicios públicos. Los nuevos eurodiputados tendrán una responsabilidad capital en mantener y dotar de contenido real a ese espacio social común.

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Si estos dos motivos enunciados no fueran suficientes para movilizarnos al voto, os pido que reflexionéis sobre el número y trascendencia de las decisiones que se toman en la Eurocámara. La legislación producida por el Parlamento Europeo supone un 80% del total de la que durante una legislatura se lleva a cabo en el Parlamento de un Estado miembro. Traducido a la realidad significa que 8 de cada 10 leyes aprobadas por los diputados españoles son mera transposición de directivas europeas que de una u otra forma han sido debatidas y decididas en el Parlamento Europeo. Y las materias sobre las que legisla nos afectan en todos los capítulos de nuestra vida, tan sensibles como la educación, la salud, el medio ambiente, la normas de competencia, etcétera, etcétera, etcétera. En la legislatura que ahora ha concluido el Parlamento Europeo  ha celebrado 260 días de Pleno; 2.162 horas de Pleno; se han emitido 20.696 votos; se ha formulado 57.238 preguntas escritas; se han adoptado 16.390 enmiendas y se han rechazado 18.449; se han adoptado 2.583 informes y se han aprobado 952 leyes.

Seis son las competencias y responsabilidades que el Tratado confiere a los eurodiputados:

1. Procedimiento de nombramiento de la Comisión Europea. Esta será la primera vez que los Estados miembros de la UE deban tener en cuenta los resultados de las elecciones europeas antes de elegir un candidato a presidente de la Comisión. El procedimiento será el siguiente: teniendo en cuenta los resultados de las elecciones europeas, los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros proponen un candidato a presidente de la Comisión. El candidato presenta sus directrices políticas (en un manifiesto) al Parlamento. El candidato debe ser aprobado por mayoría absoluta de diputados al PE (376 de 751); si resulta aprobado, se le considera «elegido» por el Parlamento; si no resulta aprobado, los Estados miembros deberán presentar un nuevo candidato. El presidente electo y los gobiernos nacionales de la UE acuerdan conjuntamente una lista de candidatos para el resto de carteras de la Comisión (uno de cada país). Los candidatos se someten a audiencias de confirmación en el Parlamento (que no son un mero trámite, ya que el Parlamento ha rechazado en el pasado a candidatos que no consideraba aptos). El presidente y el resto de comisarios, como organismo, son sometidos entonces a una votación única de aprobación por parte del Parlamento, que requiere una mayoría simple (mayoría de votos emitidos). Si el Parlamento da su aprobación, la nueva Comisión queda formalmente nombrada por los Jefes de Estado o de Gobierno de la Unión Europea.

2. Competencias legislativas. Los eurodiputados son los legisladores de la Unión Europea: sin su aportación y su aprobación no es posible hacer realidad la mayoría de leyes de la UE. El Tratado de Lisboa de 2009 concedió un verdadero poder al Parlamento sobre ámbitos políticos cruciales, como la agricultura y las libertades civiles, en los que previamente tenía tan solo un papel consultivo.

3. Competencias presupuestarias. Las políticas europeas en ámbitos como la agricultura, el desarrollo regional, la energía, el transporte, el medio ambiente, la ayuda al desarrollo y la investigación científica reciben fondos de la Unión Europea. El presupuesto a largo plazo de la Unión Europea debe ser aprobado por los gobiernos nacionales y el Parlamento Europeo. Cada año, ambas entidades deciden conjuntamente cómo se gastará el presupuesto anual.

4. Control democrático y competencias de supervisión. Una función básica de cualquier parlamento es la supervisión o la fiscalización de otros poderes, con el fin de garantizar la responsabilidad democrática. Entre ellas se encuentra la de las instituciones de la UE, incluido el BCE.

5. Política exterior y derechos humanos. La Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) es responsable ante el Parlamento, que tiene derecho a ser informado y consultado sobre sus políticas y puede utilizar las competencias presupuestarias para definir su tamaño y alcance.

6. Peticiones. El Parlamento Europeo lidera la promoción de la transparencia, la apertura y el acceso del público a las instituciones y organismos europeos. Todos los ciudadanos de la UE tienen derecho a presentar peticiones ante el PE sobre cuestiones relativas al medio ambiente, conflictos con las autoridades aduaneras, transferencias de derechos de pensión y otros asuntos, siempre que entren en la esfera de competencias de la Unión Europea. El público también puede acudir al Defensor del Pueblo Europeo —una figura independiente designada por el Parlamento—, encargado de investigar denuncias sobre mala gestión o abuso de poder cometidos por una institución de la UE.

Supongo que a la vista de estos datos e informaciones seguirá habiendo gente que considere al Parlamento Europeo una cámara inútil, un cementerio de elefantes políticos donde no se decide nada. Porque cambiar los estereotipos resulta siempre complicado. Los ciudadanos tiene todo el derecho a exigir responsabilidades a los políticos que les representan en el cumplimiento de sus funciones y en la defensa de sus derechos. Pero cada día más deberíamos reflexionar sobre el derecho que se tiene cuando no se respeta el valor de las instituciones democráticas, ni a las personas que por libre designación a través del voto trabajan en ellas. Antes de exigir deberíamos exigirnos a nosotros mismos el mínimo esfuerzo de la participación. La libertad que cada cual tiene ante una jornada electoral, en algunos países se extiende a la de quedarse en casa sin ejercer tu derecho, pero en otros no menos democráticas se considera una obligación ciudadana. No entro en esta discusión, pero considero que el voto en blanco supone la mejor manera de realizar una crítica constructiva en el caso de que ninguna de las ofertas electorales satisfaga tus anhelos políticos. Yo me declaro votante europeo, I’m an european voter. Y lo soy porque soy consciente de lo mucho que nos jugamos en las elecciones europeas, lo importante que ha resultado la Unión Europea para la paz y de la necesidad de preservar este espacio único de libertades y solidaridad. Te animo a que tú también lo seas. Ayudemos a hacer posible el suelo de Víctor Hugo en su famoso discurso en el Congreso de la Paz el 21 de agosto 1849: “Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y su gloriosa individualidad, se fusionarán en estrecha colaboración dentro de una unidad superior y constituirán la fraternidad europea “.

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Vivimos nuevos tiempos de “Realpolitik”

Si la política consiste en el arte de lo posible, parece evidente que en el arranque de este año 2014, ha derivado el axioma hacia el posibilismo más descarnado, hacia su peor forma de pragmatismo. La “Realpolitik”, esa política de la realidad basada en intereses prácticos y concretos, sin atender a la teoría o la ética como elementos “formadores de políticas” se impone sin ambages. Esa diplomacia que aboga por el avance en los intereses de un país de acuerdo a las circunstancias de su entorno y que no repara en los medios empleados para alcanzar el fin deseado, impera en las negociaciones para solventar los conflictos. En cada situación de crisis que surge se percibe la urgencia de anteponer las soluciones basadas en el utilitarismo que las que buscan el diálogo que propende hacia la justicia. Los equilibrios de fuerzas en el nuevo orden mundial impuesto por la globalización parecen abocarnos a esa suerte de política realista, que en otras épocas nos precipitó a grandes desastres y contiendas. Ejemplos como los que vivimos estos días en Ucrania o en Siria, demuestran como las potencias juegan al ajedrez diplomático de control de posiciones, olvidando el fondo de los problemas y buscando asegurar posiciones tácticas que no les compliquen en exceso la vida cotidiana. Así se están comportando EE.UU. y la Unión Europea, ante las posiciones claramente agresivas de la Rusia de Putin.

Curiosamente los orígenes de la “Realpolitik” buscaban lo contrario de lo que finalmente sucedió. El canciller alemán Otto von Bismarck acuñó el término al cumplir la petición del príncipe Klemens von Metternich de encontrar un método para equilibrar el poder entre los imperios europeos. El equilibrio de poderes debía significaba la paz, y los practicantes de la realpolitik intentaban evitar la carrera armamentística. Sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, la realpolitik fue abandonada por no ser capaz de aportar soluciones efectivas a los problemas de fondo de las sociedades europeas y en su lugar se practicó la doctrina “Weltpolitik” y la carrera armamentística recobró su brío y abocó, juntamente con otras circunstancias, a la Primera Guerra Mundial que hoy celebra su centenario. Uno de los precursores más famosos fue Nicolás Maquiavelo, conocido por su obra “El Príncipe”. Maquiavelo sostenía que la única preocupación de un príncipe (o gobernante) debería ser la de buscar y retener el poder para así conseguir el beneficio de su Estado, proclamando que las consideraciones éticas o religiosas eran inútiles para este fin. Sostenía además Maquiavelo que el bienestar del Estado dependía de que el gobernante aprendiera a utilizar el mal para lograr el bien, asumiendo que el “príncipe” debía realizar los engaños e intrigas que fuesen necesarias para no caer en los engaños e intrigas de sus rivales. Sus ideas fueron más tarde expandidas y practicadas por el Cardenal Richelieu en su “raison d’etat durante la Guerra de los Treinta Años.

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En alemán, el término realpolitik es más frecuentemente utilizado para distinguir las políticas modestas (realistas) de las políticas exageradas. Un ejemplo histórico es el hecho que el Reino de  Prusia no hubiera anexado territorio austrohúngaro después de ganar la Guerra de las Siete Semanas en 1866, siendo éste un resultado del seguimiento de la realpolitik por el canciller Bismarck con el fin último de lograr la reunificación alemana bajo mandato prusiano. Aquí, Prusia no buscaba la clásica expansión territorial sino debilitar fatalmente a Austria, la única potencia que podía perjudicar sus planes. No resulta nada complicado realizar similitudes de lo vivido en las dos últimas décadas en el continente europeo, tras la reunificación alemana primero con la desaparición de la Unión Soviética y las guerras vividas en losBalcanes que supusieron también la desmembración del Estado Yugoslavo. Europa ha vuelto a convertirse en un escenario del tactismo, donde se ejercitan juegos de posiciones para salvaguardar intereses particulares. Ucrania es hoy el territorio de las escaramuzas, sin tener en cuenta los anhelos de los pueblos y de sus ciudadanos, las potencias se reúnen en Ginebra para reajustar sus posiciones, armar y desarmar a la población a la espera del siguiente movimiento del contrario. Los prorrusos ceden por unos meses, mientras los proeuropeos se retiran de sus posiciones simbólicas en la plaza de Maidan. La “Realpolitik” en su perverso juego de tronos.

El origen del problema de esta nociva forma de hacer política de Estados se encuentra en la falta de exigencia democrática que persiste en la comunidad internacional. La imposibilidad de la aplicación de una justicia universal que sea capaz de sentar a los gobernantes responsables de crímenes contra la humanidad acaba por imponer la política del todo vale y la ley del más fuerte. Perder los principios vuelve a sumir a Europa en intereses particulares y en la defensa de posiciones aislacionistas. Rusia y, sobre todo, su despótico presidente, VladimirPutin, es perfectamente consciente de las crisis de valores en la que se haya sumida la Unión Europea y la batalla táctica emprendida por libre por la canciller alemana, Ángela Merkel. No hay casualidades en su posicionamiento violento ante la crisis de Ucrania, como la hubo a la hora de parar los pies en la comunidad internacional a EE.UU. ante una posible intervención militar en Siria a la vista de los terribles crímenes de Estado llevados a cabo por su mandatario Bashar al-Asad. Rusia huele debilidad estratégica en las posiciones que defiende una UE sumisa a los intereses germánicos y un presidente Obama ensimismado en sus problemas interiores. Los sueños de Putin de reconstrucción imperial de la Rusia de los soviets inspiran una diplomacia con mano de hierro, perfectamente interpretada por su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov. Y todo acompañado por un emporio comunicativo al más puro estilo norteamericano, entorno al Russia Today, el medio oficialista que difunde las virtudes rusas en el mundo y ataca certeramente las contradicciones occidentales.

Pero la nueva “Realpolitik” no entiende ya de territorios o escenarios concretos, es sobre todo, una forma de actuar, un desprecio explícito por la ética en política. Y sirva como otro ejemplo de la mala praxis que impera en las decisiones de nuestros gobernantes la actitud con que displicentemente han observado la continuidad del régimen argelino del presidente Buteflika. Tras los fracasos sonados de las llamadas “primaveras árabes”, auspiciadas por los gobiernos occidentales a bombo y platillo mediático y conclusos en revoluciones islamistas de corte radical,  la UE ha observado con acomodo de realismo político el nuevo triunfo de un jerarca en silla de ruedas, tan envejecido en sus formas como en sus ideas, pero que controla con firmeza el ejército y sus mandos militares y que ante todo, garantiza los suministros de gas a “coste razonable” a Europa a través de España.  Qué pronto nos hemos olvidado de los anhelos democráticos del pueblo argelino cuando a raíz de la crisis ucraniana lo que está en juego son las importaciones de energía a nuestro continente drogodependiente en esta materia básica. Está claro que nuestras conciencias acomodadas delante de un televisor soportan mal el dolor ajeno retransmitido en directo, pero es mucho más sensible a a una buena calefacción cuando el frío invierno europeo se instala. Es lo que tiene ser rico y no querer dejar de serlo, que todo lo demás pasa a un plano secundario.

Pudiera parecer que criticar la pragmática política va contra el interés general de las naciones y los ciudadanos para las que se aplica, pero lo que quiero advertir son las consecuencias de obrar de forma tan cortoplacista y dejando a un lado las verdaderas razones que generan los problemas y los conflictos. Esa suerte de trilerismo político solo conduce a poner parches que en verdad generan mayor insatisfacción rn los entornos afectados. Olvidar a los agentes implicados en los conflictos y obviarles a la hora de negociar soluciones ha sido durante siglos el proceder de los gobernantes en nuestra vieja Europa y la consecuencia última de tal conducta no ha sido otra que una terrible sucesión de guerras fraticidas y campos de batallas sembrados de cadáveres. Resulta absurdo que a mayor teórico grado de madurez del proyecto europeo se esté imponiendo la “Realpolitik” de sus Estados miembros. Se supone que avanzar en los grados de consenso político comunitario debería propiciar políticas hacia el exterior basadas en los principios de Estado social y de derecho que hemos impuesto como dogma en el interior. Y, sin embargo, lo que nos imponemos como norma en la Unión resulta intrascendente cuando se trata de establecer las relaciones con terceros. Frenar las desatadas ansias expansionistas de un dictador como Putin, parar el genocidio al qué está sometiendo a su pueblo Al-Asad o mandar a la jubilación política a un oligarca como Buteflika, son deberes que la UE debería imponerse de la misma magnitud que la Unión Bancaria. De otro modo, ni seremos creíbles en el mundo, ni serviremos como interlocutores fiables y, mucho más importante, los ciudadanos europeos dejaremos de creer en nosotros mismos.

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Ucrania escenario de guerra fría: ¿a qué espera la Unión Europea para ser mayor?

Ucrania se desangra ente divisiones políticas, enfrentamientos sociales y bancarrota económica. Rusia aprovecha la circunstancia tratando de recomponer sus fronteras sobre su sueño imperial zarista o de los soviets. Mientras EE.UU.ensimismado en su recuperación económica y la revolución interior de su sistema energético y productivo, recurre a la dialéctica a su VI Flota para afianzar un nuevo episodio posmoderno de guerra fría. Y mientras la Unión Europea, que tiró la piedra y escondió la mano en la plaza de Maidán en Kiev, como si fuera mayor de edad en el contexto mundial, ahora se arruga recordando que es un simple adolescente jugando a ser adulto. El tablero de ajedrez se agita porque las piezas se exasperan, sufren y mueren a tiros en plena hambruna. Jugar con el dolor ajeno puede tener un riesgo incontrolable, la situación puede írsele de las manos a los directores de este drama si la población sometida el extremo de tensión decide buscarse por su cuenta la solución al conflicto. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos, sean ucranianos, crimeos, rusos o tártaros, tiene muy poco que perder en una guerra sin cuartel por las calles de pueblos y ciudades. Cada día hablan más las armas y menos las voces con sentido común. Cada vez se oyen más disparos y el chirriar a muerte de las cadenas de los carros de combate. El tiempo para la paz se va perdiendo y la diplomacia europea incapaz de hablar como la Unión que dice ser.

La verdad es que me debatía el último mes en cuándo era el momento más adecuado para escribir este post, si cuando se iniciaron las protestas proeuropeas en la plaza de la Independencia, cuando se depuso al presidenteYanukovich, cuando se liberó a Timoshenko… pero tenía la sensación de que los sucesos vividos en la capital de la madre Rus, no eran más que la antesala de una crisis de dimensiones considerablemente mayores. Se daban todas las condiciones para la tormenta perfecta: Ucrania para los rusos es el corazón de la patria, el origen nacional; por su suelo pasa el 80% del gas que los europeos importamos de la Federación Rusa; Crimea es una república autónoma con diferentes identidades históricamente enfrentadas y su puerto de Sebastopol es la base estratégica de la flota rusa en el mar Negro, actualmente bajo arriendo del gobierno ucraniano. Y como telón de fondo de este auténtico polvorín, la economía ucraniana se encuentra sumida en una profunda crisis envuelta en un sistema de corrupción extendido. En este clima propicio al conflicto social, la Unión Europea con su propuesta de acuerdo de libre comercio representa para muchos ciudadanos la esperanza en un horizonte lleno de perspectivas que podría contribuir a la ansiada modernización industrial del país. Sin embargo, no podemos olvidar que caso de concretarse la asociación con la UE, Ucrania tendría que someterse a una urgente actualización de su tejido productivo para ajustarse a las 350 regulaciones europeas que, a tenor de algunos expertos, serían difíciles de asumir por el país en estos momentos. Además, la integración podría inundar el mercado interno ucraniano de productos europeos, especialmente alemanes, la principal impulsora de los acuerdos con Kiev. Estos argumentos los utilizaMoscú como pantalla propagandística. Dicen que asociarse con la Unión Europea significa ser excluido de los beneficios que actualmente Ucrania recibe de Rusia, relacionados no solo con el gas, sino con los privilegios arancelarios que perdería. Hoy Ucrania está al 50% de caer en bancarrota. Si Rusia, por ejemplo, impone la tarifa arancelaria acordada por la Organización Mundial de Comercio, Ucrania podría perder un 1,7% de su PIB y para nosotros supondría un daño muy serio porque muchas empresas ucranianas mantienen relación con Rusia.

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Por ello, siendo realistas la aplicación de un acuerdo con la UE requeriría al menos de un periodo de transición de al menos 4 años y un paquete de ayudas económicas que Yanukovich cifró en 160.000 millones de euros. En septiembre los cálculos rozaban entre 3.000 y 5.000 millones de euros, pero la crisis empeora por días por lo que se hace difícil de calcular la cuantía de ayudas que la UE debería poner encima de la mesa para incorporar Ucrania a su zona de influencia. Un plan que en las actuales circunstancias económicas que vive la Unión Europea parece imposible de alcanzar un consenso. A favor de la acción se sitúan a la cabeza la canciller alemana, Ángela Merkel y cuenta con el claro apoyo de el premier británico, David Cameron y de forma más tibia, del presidente francés, François Hollande. Para el resto, inmerso en los aún leves indicios de recuperación económica, la crisis de Ucrania representa un palo en la rueda del movimiento incercial necesario para lograr la salida de la crisis. España o Italia, más allá de llamamientos a la necesidad de diálogo y apoyo a las fuerzas proeuropeas, difícilmente apoyarían una intervención económica basada en un plan de ayudas cuantiosas. Y sin dinero, la realidad es que los llamamientos de la UE al acercamiento de Ucrania, no son más que trampas para una población acuciada por un futuro mejor. En el fondo, lo único que hemos logrado con nuestra diplomacia democrática es provocar un escenario de práctica ruptura del país. Y lo que es peor, despertar al oso ruso y sus ambiciones territoriales bajo el demagógico pretexto de defender a las minorías rusas que pueblan Ucrania.

En Washington, el presidente Obama asiste una vez más a las consecuencias de la debilidad política de Europa. Las intolerables declaraciones de Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta para Europa despreciando a la UE en el conflicto de Ucrania, son sin embargo muy explícitas del cansancio y hartazgo que produce al otro lado del Atlántico nuestra capacidad para provocar conflictos y nuestra inoperancia a la hora de resolverlos. La administración Obama está inmersa, como lo hiciera su antecesor Roosevelt antes de que estallara la II Guerra Mundial, en un programa de recuperación económica profundo, que ha revisado sus políticas energéticas de forma radical, perdiendo dependencia paulatina del petróleo y sus exportaciones provenientes del Golfo Pérsico. La explotación mediante fracking de hidrocarburos no convencionales, como el gas de lutita o de esquisto ha supuesto una bajada de precios de los combustibles sostenida y con ello un aumento de la competitividad de EE.UU. que ha mejorado un 20%. A diferencia de la UE, la mayoría de las fuentes de energía que precisa EE.UU. están en su territorio. Con ello cambia radicalmente el papel de gendarme que durante décadas ha venido jugando la potencia norteamericana en el mundo. La diplomacia activa impera, como sucediera en la crisis de Siria y se elude a toda costa el conflicto que genera cuantiosos costes militares en una economía que lucha por reducir su desorbitado déficit público. A nada de esto es ajeno el Kremlin y mucho menos su líder, Vladimir Putin. Ya midió las fuerzas de su antagonista cuando Obama llamó a derrocar al presidente sirio, Bashar al-Asad y se apuntó una victoria clara al impedirlo. Ahora la crisis toca a sus territorios más sensibles, cuando además el terrorismo amenaza a sus regiones en poder convertirse en una seria amenaza a su orden establecido. La intervención en Ucrania es un alimento imprescindible para reforzar sus discurso de orgullo ruso y empoderamiento nacionalista. Un fácil manera de tapar las vergüenzas de una economía aun subdesarrollada, incapaz de generar progreso para su población.

De reojo observa el conflicto, el cuarto gigante mundial, China. Los nuevos mandatarios chinos bastante tienen con tratar de sostener el crecimiento económico, sin que se dispare su deuda, controlando las anhelos desmedidos de su población, los movimientos terroristas que empiezan a actuar en su suelo y las denuncias continuas de corrupción de su sistema político que la prensa internacional desvela un día si y otro también. Necesitan un mundo en paz y silencioso para poder seguir su programa de reformas y de capitalismo colectivizado. Cualquier perturbación frena su ritmo, que aunque lento, debe ser continuo. De ahí que pese a que formalmente apoyan la posición rusa, sus llamamientos al entendimiento son claros y en esta ocasión no serían aliados naturales de Rusia en caso de intervención militar. A todos los agentes implicados, pues, les incomoda el conflicto, salvo a Rusia que ve posibilidades de sacar tajada de una partición de Ucrania y a la UE que sin arriesgar nada también ve beneficios en ese caso. Son China y EE.UU. los menos favorables a aceptar que el continente vuelva a convertirse en territorio de conflicto y repartos interesados de tierras y personas.

La Unión Europea hace bien en defender en el entorno de sus fronteras el establecimiento de democracias sólidas y fundamentadas en economías competitivas. Está en el adn de su fundación abogar por ello, pero también lo está y por ello recibió el premio Nobel de la paz, garantizar a las personas su seguridad y una forma digna de vida más allá de sus bunker de miembros Estado. Si quiere jugar ese papel en el mundo, tiene que actuar con decisión y con intenciones claras. Lo demás es utilizar a las ciudadanos como conejillos de indias de sus experimentos políticos. Los peores fantasmas de nuestra historia vuelven a pasearse por las pantallas de los televisores. Soldados armados hasta los dientes, convoyes de carros de combate, flotas movilizadas… y de fondo declaraciones de líderes políticos amparadas en razones espúreas. Toca ser inteligentes que es sinónimo en este caso, de no entrar al trapo de las provocaciones de un líder dictatorial necesitado de gestas épicas como es Putin. Toca dialogar con el aliado lógico en esta batalla diplomática que es EE.UU. y toca poner a China a nuestro favor, haciéndole ver que una Ucrania en libertad y progreso, es su mejor compañero de viaje. Toca en suma, trabajar unidos como potencia europea, sin anteponer intereses particulares cortoplacistas y defendiendo ante todo la suerte de los 46 millones de ucranianos que hoy ven es riesgo sus vidas. Estamos ante otra hora histórica para el futuro creíble de la Unión Europea.

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Las dos revoluciones pendientes europeas: energía y talento

Europa ha sido protagonista de las dos primeras revoluciones industriales de la historia. En el continente y las islas británicas se desarrollaron en los dos siglos pasados los procesos tecnológicos y productivos que han cambiado la vida en la Tierra. La era digital, sin embargo, la que nos ha conducido a la globalización mundial, nos vino dada en el final del siglo XX desde América bajo predominio económico de los Estados Unidos. La nueva forma de gestión del conocimiento y la implantación de una sociedad de la información ya no podemos decir que haya sido fruto del progreso europeo. Ahora que los grandes gurús consideran que Internet ya nos ha llevado al límite de donde nos podía llevar, se plantean los nuevos retos del tercer milenio y con ellos los escenarios que concebirán los avances de la Humanidad. Y si acudimos al razonamiento lógico, correspondería al continente que da vida al 60% de la población del planeta, es decir a Asia, liderar los nuevos tiempos de desarrollo. Lo cual no debe ser obstáculo para que Europa sea capaz de aportar su valor añadido al proceso. Es más, está obligada a hacerlo si no quiere ver empobrecido su paisaje productivo, ser dependiente tecnológicamente y a la postre poner en riesgo definitivo el sistema de libertades que nos hemos dado.

Cabe preguntarse y debatir, por tanto, sobre cuáles son las revoluciones pendientes que debemos acometer. Cuáles son las nuevas tecnologías que nos harán avanzar hacia una nueva era de la civilización y cuáles los pasos a dar para que su implantación nos ayude a mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad. En Europa esa reflexión resulta fácil empezando por su principal carencia y dependencia. El continente que parió la industrialización y que es hoy la mayor potencia comercial del mundo, tiene un desbalance energético gravísimo, lo que le convierte en un gigante con pies de barro. Una crisis de seguridad en el Golfo Pérsico o en el Magreb, o el endurecimiento de las condiciones de abastecimiento del gas ruso, puede colapsar las principales economías de la zona euro y poner en peligro la estabilidad de empresas y de las propias necesidades básicas de nuestros ciudadanos. Un tema crítico al que Europa no ha sido capaz de dar una respuesta común armonizando políticas energéticas nacionales y gestionando conjuntamente un problema que a la larga es de todos los europeos. Nos hemos acomodado confortablemente en el desarrollo de las energías renovables, pese a que relación de su precio y el retorno a la red de las mismas sea claramente insuficiente.

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Europa precisa de todas las fuentes de energía de las que podamos disponer, es absurdo encarecer nuestra factura energética o nuestras dependencias de importaciones de combustibles sin caer en la cuenta de que esos costes nos hacen menos competitivos, nos endeudan y ponen en peligro el mantenimiento de nuestro Estado del Bienestar. Trabajar por la producción de energías limpias y seguras no significa en modo alguno prescindir de fuentes que precisamos. ¿Podemos seguir anclados en argumentos de la década de los 70 para prohibir la energía nuclear en nuestros países? ¿o podemos permitirnos el lujo de excluir sin prueba o debate alguno científico las extracciones de gas pizarra? Rotundamente no. Europa necesita aprovechar todos y cada uno de los recursos energéticos a su alcance sin desestimar una sola posibilidad. Y debe desnacionalizar sus fuentes para ponerlos en común. Si tenemos una moneda común, debemos tener una capacidad energética común, algo que nos lleva a los propios orígenes de nuestro proyecto europeo que no fue otro que una comunidad del carbón y del acero, es decir, la garantía de abastecimiento interno de materias energéticas básicas.

Pero junto a la tarea de no despilfarrar y gestionar comunitariamente nuestras fuentes de energía, está el reto superior de la investigación en alternativas a los combustibles fósiles. Europa ha hecho un alto esfuerzo inversor en proyectos comunes de esta naturaleza. EURATOM o el CERN son ejemplos claros de una apuesta decidida por dar pasos definitivos en la revolución energética. Resulta difícil saber el estadio en que nos encontramos en el camino al éxito cuando ni nuestros científicos saben valorar sus descubrimientos, pero no tenemos más remedio que incrementar las aportaciones a estos campos investigadores en la certeza que tarde o temprano darán sus frutos. En el estudio del comportamiento de los elementos del átomo y las partículas es seguro que encontraremos las soluciones que requerimos para hacer el Planeta sostenible y frenando el impacto medioambiental negativo que hoy producen los combustibles que empleamos. La ecuación a resolver por nuestros físicos está en el ahorro de resistencias para frenar las necesidades de combustión. Un mundo global donde todos sus ciudadanos tienen derecho a una vida digna y confortable precisa alternativas al modelo energético actual.

Pero esa revolución energética va íntimamente ligada a la revolución del talento, es decir, a la liberación de todas las capacidades del hombre en su ecuación de tiempo y espacio. El brutal incremento de las posibilidades de comunicación e información que Internet nos ha brindado está transformando profundamente la gestión del conocimiento. Pero, sin embargo, está pendiente derivar dicha potencialidad a la generación de talento. Tenemos muchos más medios pero no estamos aprovechando las herramientas para extender nuestro recurso más sagrado, la creatividad de las personas. La incorporación acelerada de la población de los países emergentes a herramientas del saber y la movilidad que de las ideas podemos hacer hoy, debería suponer la mejor oportunidad de la historia para producir exponencialmente arte y ciencia, o lo que es lo mismo, para desarrollar al máximo las potencialidades de individuos y sociedades. Si estamos a obligados a realizar una gestión más eficiente y respetuosa con las generaciones venideras de los recursos naturales, o estamos más aún en ser mucho más productivos en la adecuada extracción del talento de las personas.

El caso es que las revoluciones para producirse siempre han contado con tres elementos básicos que prenden la mecha del cambio abrupto. Lo primero la incorporación a los procesos de una tecnología altamente novedosa y transformadora. Algo que puede que una vez más estemos cercanos a alcanzar en los próximas dos décadas según nos cuentan los científicos de vanguardia. En segundo lugar, al filósofo que observador de la realidad se encarga de describir el paradigma de futuro bajo una idea innovadora. Eso, hoy por hoy, no abunda o por lo menos no está en el top de visitas de un blog o en la lista de best sellers de un mundo que no lee y solo entiende las cosas en clave audiovisual. Y tercero, un liderazgo político inspirado en la base ideológica engendrada por el susodicho pensador, que se pone al frente de los movimientos generados por los cambios sociales que provocan las nuevas tecnologías y ejecuta las reformas necesarias del de convivencia. De este último ingrediente es del que andamos más carentes ahora mismo. En Europa tenemos algún científico insigne, escasean los filósofos y carecemos de líderes. Probablemente esto es así porque el problema de origen que debemos resolver es el del inmediatismo que rige nuestros actos. Nos comportamos mecánicamente sin darnos tiempo para pensar las cosas, el imperativo ya no es ser, sino estar para hacer por hacer. Pero no me veo a Merkelo a Rajoy enfrascados en tan estériles reflexiones como las que a mi me ocupan, tienen altas cuestiones de Estado en las que atarearse como la enésima discusión sobre los mecanismos de garantía de depósitos de los bancos europeos. Ya se sabe primum vivire y que siempre vivan mejor los mismos.

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La Europa que queremos o para qué queremos a Europa

Tal vez el principal problema del que ha adolecido el proyecto de construcción europea no es otro que la distancia en expectativas, objetivos e incluso ilusiones que los europeos tenemos puestas en él. Por decirlo en clave mercadotécnica, la oferta no está ajustada a la demanda. Los políticos que han dirigido los destinos de la nuestra Unión lo han hecho por convicción propia, acertada o no, sin contar con la opinión de los comunes mortales que les votamos. Esa ceguera elitista que en tiempos remotos iniciales del Tratado de Roma podía tener un pase, se muestra hoy, en un mundo en Red en el que todo el ciudadano informado se siente dueño de sus actos, en un defecto inhabilitante. Y lo digo como debate que debemos afrontar todos, no como tarea exclusivamente de la clase política, pues, si ellos han pecado de falta de cercanía a nosotros, nosotros podemos pecar en esta nueva era de falta de compromiso con la política. Es por ello, que en este año de elecciones europeas resulta más necesario que nunca preguntarnos en recíproco, por la Europa que queremos o lo que es lo mismo, para qué queremos Europa, es decir, una Unión Europea.

Yo empezaría por algo básico y tan simple por reconocer nuestro espacio, esto es, por los territorios y extensión en el continente que entendemos como común. Y lo digo en el sentido de completar el diseño comunitario sin dejar fuera del mismo a quien consideramos parte integrante. Nos queda la tarea de los Balcanes, con el referente inicial de la incorporación de Serbia, actualmente en periodo negociador y el resto de Estados como es el caso de MacedoniaBosnia y Herzegovina,MontenegroKosovo y más lejano, pero parte de este territorio escenario de grandes conflictos europeos, Albania. En los límite continentales de dicha región se abre uno de los debates más complejos que debe afrontar Europa, la integración o no de Turquía. La potencia turca nos plantea cuestiones no solo territoriales, sino mucho más profundo de identidad y modelo de sociedad. Pese a ser constitucionalmente un Estado laico, la realidad social creciente es la presencia en la vida política cada vez más influyente de la religión musulmana. Pero si ese es el impedimento para que consideremos europeos a los turcos, ¿es que estamos considerando Europa un territorio solo habilitado para cristianos? Europa puede tener raíces históricas de una u otra índole religiosa, pero hoy por hoy, constituye un espacio aconfesional, que parte del respeto más absoluto de la libertad religiosa y, por tanto, no puede establecer exclusiones de poblaciones por sus creencias. Al Este se plantea un nuevo dilema no menos peliagudo con los Estados limítrofes de la Federación Rusa. Ucrania es el ejemplo más claro, en plena crisis entre europeístas y prorusos. Pero no es menos problemática la relación con Bielorrusia, a la que la UE ha impuesto sanciones por el comportamiento antidemocrático de su gobierno de clara influencia rusa. Por su parte Georgia, que tiene serios litigios fronterizos con Rusia, ha acelerado en los últimos meses su acercamiento a la Unión. Definir, pues, las fronteras de la UE con Rusia, se ha convertido en uno de las grandes cuestiones a futuro teniendo en cuenta nuestra dependencia energética y que estas zonas pueden ser suministradores en competencia de las importaciones de gas que hoy depende de Moscú.

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Si fuéramos capaces de definir nuestro espacio común, deberíamos plantearnos por el modelo de convivencia que queremos para él. Nadie duda de que la democracia parlamentaria es la fórmula política por la que regirnos, pero los niveles de participación en la política, los sistemas de control de la actividad pública, las fórmulas de elección y representatividad, el distinto peso en las decisiones de los Estados, las Regiones o las instituciones comunitarias, para nada son homogéneos entre nosotros. Por decirlo muy claro, la calidad de la democracia no es igual en todos los miembros de la Unión y eso produce un déficit total para que el proyecto sea realmente de todos. En este sentido, la UE no puede mirar para otro lado cuando en sus Estados miembros se conculcan derechos fundamentales o se trampean las normas básicas de procedimiento de la separación de poderes en alguno de ellos. Si se ha sido capaz de crear un mercado único, una moneda única, un banco único, debemos tener una democracia única, es decir, unas normas de convivencia de derechos de ciudadanos y de actuación política únicas y de obligado cumplimiento para todos los gobiernos tengan el nivel que tengan. No estamos tanto ante el problema de la elegibilidad de los cargos de las instituciones europeas y de creer que hasta que no tengamos un presidente de todos los europeos no nos creeremos Europa, que sería reducir la cuestión mucho, se trata de que todos los europeos sepamos que las reglas del juego son idénticas de verdad para todos nosotros.

De la misma forma en que no se puede tener una fe ciega en nada que venga de la mano del hombre por su falibilidad, no tenemos porqué ser creyentes dogmáticos de la construcción europea. De ahí que convenga preguntarnos para qué queremos una Europa unida. El principal valor que podemos atribuir a nuestra unidad, es su aportación a la paz en el continente. Europa sufrió y contagió al mundo la locura de dos guerras que se llevaron por delante cientos de millones de vidas y poner freno a esa barbarie ha sido el mayor logro de la UE como se le reconoció justamente con la concesión el pasado año del Premio Nobel de la Paz. Estar unidos es una garantía de paz. Económicamente los datos de la trayectoria de estos ya casi 57 años desde la firma del Tratado de Roma avalan que los procesos de mercado interior, de libertad de movimientos y más cercanos de la puesta en marcha de una moneda común y un Banco Central con capacidades de supervisión, han dado réditos muy positivos a los Estados miembros. Unidos somos más fuertes. Ni que decir tiene que para los ciudadanos europeos contar con un espacio común por el que transitar libremente y poder trabajar en él sin trabas supone un cúmulo de oportunidades histórico. Juntos somos más libres y tenemos más oportunidades. Pero no podemos tener la mentalidad de constituir una isla en el mundo, si creemos en las bondades de nuestro modelo de convivencia podríamos también decir que juntos somos un modelo a seguir para el resto del planeta.

Probablemente donde más nos cuesta a fecha de hoy alcanzar un consenso generalizado es sobre la sociedad que queremos construir entre todos. Llama la atención que el esquema de protección social que siempre fue sello de identidad de los Estados del Bienestar puestos en marcha en Europa para reconstruir un desangrado continente, es en la actualidad puesto en cuestión no tanto ideológicamente sino mediante medidas de austeridad que prácticamente están contribuyendo a su desmantelamiento. Es una reforma silenciosa hacia ninguna parte. No hay al otro lado un modelo definido, sino simplemente el desmontaje de un entramado de red social para las clases medias. Concebir Europa sin sus derechos sociales universales para los ciudadanos de los Estados miembros es sinónimo de romper la Unión, pues, sin esa solidaridad y cohesión territorial la UE queda supeditada a la Europa de los mercaderes y poco más. Es, pues, el momento de definir los servicios sociales que dan sentido a los derechos fundamentales, sea sanidad, educación, vivienda, pensiones… y llegar un nuevo contrato social entre todos los europeos. Si todos sabemos lo que Europa nos garantiza tendremos mucho más claro la necesidad de defender esa idea de Europa unida.

Es seguro que este año electoral se harán oír más fuertes las voces de los euroescépticos, de aquellos que culpan de todos los males a Bruselas sin reparar en argumentos apocalípticos. El racismo, la xenofobia, la marginalidad antisistema por ser antisistema, el localismo más tribal, es probable que gane una pequeña batalla en mayo. Pero la gran batalla que tenemos por delante los europeos que queremos un futuro mejor en Europa y a través de ella en el mundo, consiste en provocar el debate del consenso, el de los mínimos homogéneos de espacios, derechos, libertades y de oportunidades. Porque lo más importante que nos aporta la UE es la posibilidad de la puesta en común de conocimiento, de compartir la riqueza de la diversidad sin miedo al de al lado. Debemos aprender a ser competitivos en un entorno de alianzas, acometer proyectos conjuntos entre finlandeses, griegos y franceses, o entre letones, portugueses y alemanes. En suma, ser más eficientes sobre la base de la colaboración. Si pensamos bajo todos los elementos que señalo en este post y somos capaces de buscar puntos de encuentro, ya no nos quedará ninguna duda a futuro de la Europa que queremos.

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La identidad del ladrillo: compre una casa para ser español

La ocurrencia la define el diccionario de la lengua española como la idea inesperada, pensamiento original o el dicho o hecho gracioso e ingenioso de una persona. Expresado así no parece semánticamente contener maldad alguna el término, pero lo cierto es que las más de las veces el ocurrente no tiene la más mínima gracia y el problema es que por tener una oportunidad ante los focos mediáticos, son muchos los protagonistas políticos que se lanzan a provocar titulares agarrados férreamente a la feliz ocurrencia. Y como en todo, aquello que si cae mal a la audiencia dan en llamar “globo sonda”, tiene su graduación y es más o menos perdonable según la trascendencia del hecho que aborda la ocurrencia de turno. Esta vez ha tocado sobre un tema fundamental, que afecta a los derechos básicos de la persona, su identidad o en términos más prosaicos, su nacionalidad. Ha sido el Secretario de Estado de Comercio, Jaime García-Legaz, el encargado de largar la propuesta “original”, como suele ser tradicional en un desayuno informativo de esos que a base de croissant y horario temprano, nadie pregunta y todos escuchan boquiabiertos con la legaña puesta. En un intento por dar salida al ingente stock de viviendas hechas y por hacer sin comprador que asola la economía española, este audaz e intrépido libre pensador propone al mundo mundial que por la compra de un piso se le conceda la nacionalidad, eso sí siempre que se rasque el bolsillo al menos con 160.000 euros.
En una palabra, lo que está estudiando el gobierno Rajoy es la compra de derechos, una especie de subasta de pisos con DNI en primera línea de costa. Eso sí para que no parezca raro esto de vender la dignidad, se nos pone como edificantes ejemplos de nuestro entorno, los casos de Irlanda y Portugal, rescatados ambos y que también han compartido la miseria humana de considerar patriota a cualquier  ciudadano que ponga sus dineros en su suelo o arcas. La oferta de adquisición de nacionalidad a cambio de ladrillo va dirigida según palabras del propio ocurrente a ciudadanos chinos y rusos deseosos de adquirir en propiedad una vivienda en las cálidad costas españolas, pero que sin permiso de residencia y por qué no ya nacionalidad en toda regla, se ven privados de disfrutar debidamente de su inversión realizada. Pobres, pobres no parecen los destinatarios de la ocurrencia, porque los millones de pobres en China y en Rusiabastante tienen con pensar en sobrevivir a la hambruna y la miseria como para pensar en el pisito en Benidorm. Parece evidente, salvo para el peor ciego que es el que no quiere ver, que la oferta tiene a sus demandantes en fondos de inversión de dudosa procedencia en países cuando menos cuestionados por su escaso respeto a los derechos humanos. Al menos el presidente español podría haber tenido la deferencia de ofrecerle la ganga inmobiliaria a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, presente en la rueda de prensa de Moncloa donde Rajoy ratificó estar estudiando la ocurrencia.

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El Partido Popular que tiene entre sus credos la defensa a ultranza de la unidad nacional de la España indivisible, nos propone convertir la península en una peculiar “Tierra de patriotas”, una suerte de reinvención identitaria más basada en la creencia y el compromiso con la ferralla y el encofrado, que en valores democráticos y cívicos. Una especie de libre versión moderna de la conquista del Oeste y de los pioneros de Estados Unidos o el nacimiento de la nación australiana y neocelandesa a manos de delincuentes deportados de las islas británicas. Como las mejores películas de vaqueros o de la mafia siciliana reinando en Chicago. Claro que tampoco es novedad esta faceta del PP de renovar su credo nacional, pues, ellos de la mano del ex presidente Aznar extinguieron el servicio militar obligatorio y apostaron por un Ejército profesional de inmigrantes mercenarios de bajo coste. Está claro que para algunos el inmigrante, antes que una persona con sus derechos, es un recurso que según su renta per cápita puede alcanzar la nacionalidad en un día o se le niega la asistencia sanitaria más básica. Dígame cuanto dinero tiene en su cuenta corriente y le diré cuántos derechos tiene.
Lo que repele aún más de la medida es que la Unión Europea, ese espacio ejemplar que debería ser de respeto de los derechos de las personas, esté mirando a otro lado cuando legislaciones de sus Estados miembros conceden privilegios a golpe de talonario. Cuando el derecho de asilo se está denegando en algunos países europeos a personas de huyen de tragedias de todo tipo, bien sean bélicas o por hambruna, alguien en Bruselas tendría que alzar la voz de la dignidad contra políticas que tras la búsqueda de inversiones, lo que hacen es especular con la miseria humana y nos cuelan de rondón el concepto como destino solo para ricos. Cabe destacar que ciudadano europeo es toda persona que ostente la nacionalidad de un Estado miembro de la Unión Europea. La ciudadanía de la Unión fue creada por el Tratado de Maastricht en 1992 y los ciudadanos de la Unión son titulares de los derechos y sujetos de los deberes previstos en el Tratado. La importancia de la ciudadanía de la Unión radica en el hecho de que sus ciudadanos gozan de derechos auténticos al amparo del Derecho Comunitario Europeo. Los derechos principales que confiere la ciudadanía con arreglo a la Parte 2 del Tratado CE son los siguientes: Derecho a circular y residir libremente en el territorio de los Estados miembros; Derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones al Parlamento Europeo y municipales del Estado miembro en el que resida; Derecho a la protección de las autoridades diplomáticas y consulares; Derecho de petición ante el Parlamento Europeo; y Derecho a dirigirse al Defensor del Pueblo.
Si en la política actual preocupa la falta de ideas, más debería preocupar la industria de la ocurrencia, en este caso fruto de la “Factoría FAES“, la Fundación vinculada al PP cuyo máximo impulsor fue José María Aznar, tratando de remedar el modelo alemán de la Konrad Adenauer. De sus filas han salido buena parte de los actuales dirigentes de nivel medio del Gobierno Rajoy, expertos en fabricar conceptos ocurrentes que la mayoría de las veces al trasladarse a la realidad suelen quedar en meras cortinas de humo o falsos debates. La necesidad de aportar ideas a los problemas que la sociedad debe afrontar debería ser tomado con más rigor por aquellos que están llamados tarde o temprano o ejercer responsabilidades de dirección de un Estado.
Parece que España ha optado por inducir a sus jóvenes mejor formados a coger la maleta de la emigración, a la par que abre las puertas de par en par a la nueva versión de la inmigración ilegal. Mientras la inmigración del hambre muere en pateras en el Estrecho, les ponemos pisos de 120 metros cuadrados y terrazas con vistas a ese mar de la tragedia a nuevos ricos de lejanas tierras. Hemos inventado el ciclo de exportar supuestos talentos e importar presuntos delincuentes. Lo alucinante del caso es que a los ocurrentes no se les caiga la cara de vergüenza de salir a contarlo. Y luego se extrañan de que millones de ciudadanos en CataluñaEuskadi, Galicia y Canarias quieran perder esta nacionalidad española de mercenarios.

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