España 2015, de elección en elección hasta la derrota final

Andalucía abre el juego electoral en el que España se va a ver sumida durante el presente 2015. Cuatro convocatorias a las urnas que prácticamente van a dilucidar el nuevo reparto de poder para los cuatro próximos años, siempre que la aritmética parlamentaria haga posible la estabilidad toda una legislatura. Es el año del juicio político a la gestión de la crisis. Al ya ex presidente Rodríguez Zapatero la crisis le costó el mayor varapalo electoral de la historia del Partido Socialista y hasta la fecha, la inmensa mayoría de los gobernantes que han pasado examen de su acción política han cosechado un severo castigo. Nada que pueda sorprendernos, pues, las consecuencias de la crisis se pueden medir en pérdida de derechos, de protección social y, excepto los más ricos, de fuerte caída de poder adquisitivo de los ciudadanos. Pareciera que ante este panorama, el votante se mueve más por el deseo de escapar de la pesadilla y prefiere lo nuevo como oferta antes que reincidir en políticas que considera le han llevado hasta aquí. Esa sería la primera reflexión a tener en cuenta: en la proporción que finalmente resulte, pero debemos descontar la entrada en el mapa político con fuerza, de opciones nacidas en el propicio caldo de cultivo de la crisis y que hasta la fecha no han ejercido responsabilidad de gobierno.

Que el baile empiece en Andalucía tiene todo que ver con la estrategia socialista de salvar los muebles en su feudo más fiel y seguro. De haber dejado la cita electoral andaluza para más adelante, el PSOE podría haberse encontrado con un rosario de malos resultados que habrían hecho peligrar su propia existencia. Adelantando no han buscado la estabilidad de gobierno, más bien la ponen en juego, pues, difícilmente el resultado del próximo domingo arroje un Ejecutivo más sólido que el de coalición con Izquierda Unida anterior a la disolución. Sin embargo, la victoria clara aunque sin mayoría absoluta y con una fuerte pérdida de escaños respecto a los anteriores comicios, según auguran los sondeos, suena a música celestial a un partido socialista necesitado de una buena noticia de cara a las elecciones autonómicas y municipales del mes de mayo. Está claro que ante el vértigo a precipitarse hacia la desaparición, la vieja guardia con Felipe González a los mandos ha tocado a rebato, tirando de manual estratégico y poniendo paz entre Susana Díaz y el aun bisoño secretario general, Pedro Sánchez. Esta es la primera consecuencia de la entrada imparable de Podemos en el escenario político, la reacción del PSOE. Por su parte, el PP ganador de los anteriores comicios andaluces, al borde entonces de la mayoría absoluta, optó por el recambio de su líder, jubilando al eterno aspirante a presidente de la Junta, Javier Arenas y sustituyéndole por un desconocido Juan Manuel Moreno Bonilla. Un plan aparentemente quebrado, al menos en las encuestas, por la incorporación de otra nueva fuerza que compite por el espacio del centro, Ciudadanos.

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Un mal resultado del PP en Andalucía tendría consecuencias negativas con casi total seguridad en los comicios que más preocupan este año a la formación conservadora. Las elecciones autonómicas y municipales de mayo son el hito más complejo de salvar para los populares, sobre todo, por la gran acumulación de poder que registraron en 2011. Gobernando como gobierna en la gran mayoría de las comunidades y principales ayuntamientos españoles, de natural deben perder un importante número de cargos electos y gobiernos, un efecto que puede agravarse por el desgaste de la acción del gobierno Rajoy y la retahíla de casos de corrupción en los que se haya inmerso. Ese efecto dominó que de perder en Andalucía arrastraría a derrotas en toda España en mayo, dado lo apretado de todos los plazos electorales podría también condicionar negativamente su resultado en las elecciones generales de noviembre o diciembre. En todo caso, es obvio que al PP y concretamente a Mariano Rajoy, dadas sus escasas cotas actuales de popularidad, le está siendo muy complicado poner en valor los logros de su gestión relativos  a la mejora de la situación económica, a haber evitado el rescate de España y a ponernos en la senda de la recuperación,  hechos que internacionalmente nadie le niega. Sus votantes se han sentido traicionados por una gestión que consideran ha sido desleal a su programa, especialmente con la subida de impuestos y de ahí, que esa clase media de derechas que ansiaba un planteamiento liberal de gobierno, hoy por hoy, salvo que el miedo escénico a una victoria de la izquierda le movilice, está más por la labor de votar a Ciudadanos o de quedarse en casa.

Por medio, entre las autonómicas y municipales y las generales, Artur Mas metió la ficha de unas elecciones catalanas, pretendidamente convocadas por él como un plebiscito por la independencia. A la vuelta de las vacaciones de verano y en el entorno de sensibilidad que genera la Diada de Catalunya, el president pretende demostrar con los votos en la mano, la existencia práctica de una mayoría política independentista en el Parlament. Sus diferencias con Esquerra Republicana, sin embargo, han enfriado mucho los anhelos de independencia entre los votantes, siempre según las encuestas. Queda por ver si ambas formaciones, CiU y ERC son capaces de conformar una sola lista o al menos acudir con un programa común a las elecciones. De no ser así, el camino emprendido hacia la independencia podría haberse quedado de momento en una altisonante batalla por el poder autonómico, mientras que en el frente españolista, toda la refriega se saldaría con la victoria de Ciudadanos en detrimento de PSC y PP.

El gran generador de este calendario y, en gran medida, de la enorme incertidumbre que el futuro político español despierta, no es otro que Podemos. Una formación de recientísimo cuño, inexperta total en este tipo de comicios, pues, solo concurrió a las elecciones europeas de circunscripción y lista única. Esta formación y su líder han alcanzado cuotas de popularidad mediática desconocidas hasta la fecha en tan escaso período, lo que afianza la opinión de que su novedad despierta enorme interés, sea a favor o en contra. Se trata en esencia de un fenómeno caliente, que en dicha condición reúne lo mejor y lo peor de si mismo. Podemos está de moda, pero su reto es no ser una moda y convertirse en una realidad creíble y sostenible como oferta política en el tiempo. Como todas las cosas, a su vez el tiempo corre en su contra, ya que cada vez son menos novedosos, pierden frescura a medida que les conocemos más, se parecen a todos y se les exige que concreten sus propuestas. El cheque gratuito a Podemos por parte de los electores no sabemos cuántas convocatorias a las urnas puede durar, pero cuatro como tenemos este año, se antojan demasiadas. Las informaciones sobre irregularidades de Errejón o sobre las cuentas personales de Monedero no les ayudan, como tampoco lo hace la gestión del gobierno griego de Alexis Tsiprasa medida que tenga que reconocer el estrecho margen de acción política que queda más allá de los imperativos impuestos por Bruselas. Y, para colmo de posibles males, para la formación de Pablo Iglesias, aparecen los novísimos, una fuerza política más asumible y centrada para muchos votantes, Ciudadanos, con un líder mejor vestido y de discurso amable, que está robando a parte del electorado snob en todo el territorio que se siente español.

Como se ve, vivimos tiempos tan confusos como previsiblemente convulsos y de cambio político en España. El grado exacto y la magnitud del terremoto, lo iremos sabiendo por etapas y comicios. Ninguna de ellas dejará de tener impacto en la siguiente, de ahí que convenga a la hora de reflexionar o hacer pronósticos tomárselo con mucha calma y sosiego. Sobre todo si tenemos en cuenta que los medios y los propios partidos han decidido convertir a las encuestas en arma de guerra de uso más que frecuente asiduo. Nos estamos viendo sometidos cada fin de semana a un sondeo sobre algo relacionado con unas u otras elecciones, como si pudiera ser cierto que la opinión o el voto cambia cada siete días en más de un diez por cierto de la población. Tratar de influir mediante encuestas en el estado de ánimo del votante es una vieja técnica a la que no niego valor,  pero muchas empresas demoscópicas, medios de comunicación, sociólogos y politólogos, están poniendo en riesgo su buen nombre y credibilidad en este juego. En cualquier caso, los ciudadanos tenemos la última palabra y la partida empieza en Andalucía.

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Lecciones del no escocés, abran paso a su majestad la democracia

No cabe duda que la mejor medicina que el ser humano ha inventado para garantizar la convivencia en sociedad es la democracia. Por dura e incómoda que pueda resultar siempre a los perdedores, el libre ejercicio del voto es siempre la forma de expresión de la voluntad popular y la única garantía del respeto a los derechos de las minorías. Quien teme el gobierno del pueblo, pues, amparándose en el concepto legalista, es decir, el del gobierno de la ley, lo único que trata a la postre es saltarse a la torera por intereses particulares la capacidad de expresarse de los ciudadanos. Algo que se suele escamotear con los típicos argumentos paternalistas de los gobernantes que justifican el hurto de la democracia por nuestro bien, desde una posición de visión privilegiada de las cosas. Gran Bretaña como escenario del referéndum de Escocia se ha convertido en estos tiempos en los que impera la dictadura de las visiones materialistas bajo el reinado de los mercados, en un ejemplo único de libre determinación sin el más mínimo atisbo de violencia, ni siquiera verbal. Una lección histórica de fair play democrático que debería servir de espejo en el que mirarse Europa, en vez de seguir jugando a la amenaza del precipicio que supone la ruptura de la Unión. Lo que se basa en decisiones en las urnas construye un compromiso sólido muy superior a lo que deciden media docena de mandatarios en torno a una chimenea sin luces ni taquígrafos.

El resultado, pues, de las urnas es inapelable y deja bien a las claras que los escoceses y solo los escoceses, no los ingleses, los galeses o los norirlandeses, a los que no puede corresponder decidir el destino de Escocia, son partidarios mayoritariamente,  hoy por hoy, de seguir perteneciendo al Reino Unido y no ser un Estado independiente. No debería olvidarse a nadie el único dato cierto de esta consulta vinculante porque si lo primero es reconocer la victoria de la democracia, acto seguido debemos reconocer también la victoria del no. Los nacionalistas escoceses no pueden presentar una derrota como una victoria, su objetivo era la independencia y el pueblo no les ha dado la razón. Mucho tendrán también, por tanto, que reflexionar quienes llevan a sus partidarios a las urnas para perder porque el ejercicio de soberanía no tiene fecha de caducidad, pero indudablemente el paso por el voto frustra para generaciones el anhelo de independencia. Dicho esto, en la batalla por el sí Escocia ha ganado mucho. Primero el reconocimiento como nación y su deseo de mayor autogobierno. Ese 45% de apoyo es una llamada de atención muy clara a Londres que obliga al gobierno y al parlamento británico a dar pasos hacia una mayor autonomía en las decisiones que les compete de los escoceses y una gestión más directa de sus recursos. El estatus entre Inglaterra y Escocia cambiará en base a una negociación pragmática y realista de las dos partes. Esa es la primera consecuencia que podemos extraer del resultado del referéndum.

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Respecto a los protagonistas de este bello episodio político, como siempre que se extreman posiciones y se pone a la población en la difícil circunstancia de decidir cuestiones gruesas, quedan todos seriamente desgastados. El premier escocés AlexSalmond, impulsor y principal artífice de la campaña del sí, ha sido derrotado y dependerá de su habilidad negociadora el coste que el no tenga para su partido en los próximos comicios generales. Para Cameron, al que en las últimas semanas los sondeos le han colocado al borde del infarto, la victoria le permite salvar los muebles in extremis, pero queda en una enorme situación de debilidad ante el ala más conservador de los tories y esa mayoría antieuropeísta que cabalga a lomos de Inglaterra.  Los laboritas, salvando la figura recuperada del ex primer ministro británico Gordon Brown, uno de los puntales decisivos del no al final de la campaña, han visto como el debate se centraba en el modelo de sociedad que querían los escoceses para Escocia, sin que su discurso diluido en Inglaterra sirviera para frenar el ascenso del sí independentista. Porque en esta consulta no sólo ha votado la ciudadanía la pertenencia a un Estado u otro o tener un himno o una bandera. El nacionalismo caduco y rancio de identidades simbólicas y base histórica de batallitas del abuelo, no tiene cabida hoy en un mundo global y que cambia a velocidad on line. Lo que está en discusión es el modelo de sociedad que esa identidad diferenciada defiende. Lo relevante es la forma de organizar los recursos propios para un reparto más justo y equitativo de los mismos y no para un cambio de titularidad de unos poderosos oligarcas por otros. Un nuevo Estado debe ganarse la voluntad de su pueblo de serlo porque ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de ser más libres y más felices, de otra forma volveríamos al juego de tronos medieval.

En Escocia el sí ha avanzado desde posiciones iniciales del 25% cuando se anuncia la consulta, hasta el 45% del resultado final a base de propuestas sociales frente a un gobierno y un modelo actual de sociedad inglesa, liberal basado en los recortes de prestaciones y servicios públicos. Y solo cuando la opinión pública empezó a acercarse a la decisión de la independencia, Inglaterra se parapetó en el discurso apocalíptico y los chantajes desde Bruselas de salida de la UE, por otro lado, harto infantiles pues no parecería lógico que una Europa deficitaria energéticamente negara la entrada a una Escocia independiente convertida en el país con más petroleo del viejo continente. Esa lección también debería servir en el proceso de construcción europea. La gente quiere participar en los grandes debates de fondo que condicionan el destino de una sociedad. No están dispuestos a decidir solo sobre una lista cerrada el consejo de administración que va a gerenciar su país los próximos cuatro años. Fijémonos en ese 85% abrumador que ha votado en el referéndum escocés y tomemos nota de que se deben abrir nuevos cauces de comunicación y participación innovadores de los políticos con los ciudadanos. Una nueva forma de hacer política,  tantas veces demandada y aun por descubrir y poner en práctica.

¿A Europa cómo se le queda el cuerpo después de la cita escocesa? Pues poco más o menos como se te queda después de una ducha escocesa que te somete a un cambio brusco de agua caliente a agua helada. Muscularmente relajada porque un sí habría supuesto un efecto dominó en aquellos territorios y no son pocos que la Unión albergan anhelos independentistas. Bruselas respira hoy aliviada como lo hacen muchos de sus jefes de Gobierno. Pero todos saben que el precedente obliga a reconocer la grandeza de la democracia y que requiere de una reformulación del proyecto que afiance las herramientas comunes, pero que permita a la riqueza diferencial encontrar cauces de participación en las instituciones.  La visión federalista de Europa sale claramente reforzada del referéndum y más aun cuando los acuerdos entre ingleses y escoceses avancen el el autogobierno de éstos. Los deseos recentralizadores legalistas tratarán de olvidar el 18 de septiembre de 2014 pero todos recordaremos que ese día los escoceses votaron.

El siguiente escenario de expresión de voluntades identitarias debería serCatalunya, así lo ha expresado la mayoría de las fuerzas políticas de su Parlament y de sus ciudadanos a través de sondeos de opinión y de manifestaciones multitudinarias en sus calles. Son condiciones muy superiores a las que llevaron a Cameron y Salmond a pactar la consulta. Sin embargo, parece evidente que en España el gobierno de Mariano Rajoy optará por la vía legitimista para negar el derecho de expresión a los catalanes. Y  Bruselas como siempre sumisa a las decisiones de los gobiernos de los Estados miembros calificará la decisión de asunto interno de España y se lavará la manos ante el no a decir si o no que Rajoy impondrá al president Mas. Se equivocan los dirigentes de las instituciones europeas no entendiendo que no vivimos en el siglo XIX cuando las fronteras aislaban a los ciudadanos y la diplomacia o las armas resolvían los problemas. Hoy como europeos lo que le concierne a los escoceses le importa a los catalanes, como lo que les importa a los alemanes, les ocupa a los vascos. Decidir nuestro futuro en común pasa se quiera o no se quiera por poder decidir primero lo que sucede en mi solar, pero con unas reglas del juego democráticas iguales para todos y que se respeten los derechos de cada cual. De otra forma seguiremos en el mercadeo y los repartos del dinero, un pasteleo que no tiene credibilidad alguna entre los ciudadanos. Lecciones de una ducha escocesa.

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Nace una nueva Europa: 25M el veredicto ciudadano

Europa ha hablado y lo ha hecho de forma similar en cuantía de votos a como lo hizo hace 5 años. La gran diferencia es que esta vez lo ha hecho con las consecuencias plenas de la aplicación del Tratado de Lisboa y, por tanto, para conformar un Parlamento Europeo con competencias reforzadas y que deberá elegir al nuevo presidente de la Comisión. El resultado extraído de las urnas es de mayor calado y relevancia para el futuro de la Unión que se enfrenta a la necesidad de poner rumbo al crecimiento y la creación de empleo en un mundo globalizado y con las fronteras al Este en pleno conflicto con Rusia y el reto de la inmigración llegando en oleadas continuas por el Mediterráneo. Los 751 mujeres y hombres elegidos tienen la enorme responsabilidad de marcar en gran medida el rumbo del resto de los europeos, eso si los jefes de Gobierno no hacen una lectura torticera del Tratado y hacen caso omiso de los resultados.

De los datos que la llamada a la urnas en toda la Unión nos deja, se pueden hacer multitud de análisis, al tratarse de una cita electoral compleja que afecta nada menos que a 28 Estados miembros. Para eso hará falta sosiego y distancia de la noche electoral, pero en caliente si debemos realizar lecturas inmediatas del escenario que se nos dibuja en Bruselas. La participación no se ha desplomado, es prácticamente igual que hace 5 años. Los ciudadanos de los grandes Estados saben que Bruselas importa mucho y los de los pequeños que su peso no es importante. De ahí que el voto en AlemaniaFranciaItalia o España haya crecido. Está claro que el proyecto europeo madura y consolida niveles de votación similares cada comicio y que lo son respecto a elecciones como los de las presidenciales de Estados Unidos o de su Congreso y Senado. El nuevo votante joven se incorpora con fuerza, mientras son los de más edad los que menos participan.

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El PPE aguanta pese a su fuerte caída, sobre todo, favorecido por el mal resultado de los socialistas, especialmente en Francia y en España. Suben los partidos de extrema derecha, con el caso paradigmático de Francia y el Frente Nacional. Sin embargo, no podrán formar grupo al ser necesario 25 escaños y 7 países como mínimo para lograrlo. En la práctica, los ultras no tendrán peso específico en la Eurocámara. El resultado deja muy abierta la nominación a candidato que deben debatir el próximo martes los jefes de gobierno. La Izquierda más Verdes yLiberales suman un total de 354 eurodiputados a los que podría unirse el voto de no inscritos para alcanzar los 376 necesarios para nominar a Schulz. Por el contrario, Junker cuenta con los 212 eurodiputados del Grupo Popular, con una diferencia sobre los socialistas de 18 escaños, el más votado en toda Europa y lo que podría conferirle la opción de ser presidente de la Comisión EuropeaMerkelseguro que así lo pedirá a sus homólogos.

En España, frente a lo que auguraban las encuestas, la participación ha subido respecto a los comicios de 2014. Ello se ha debido al incremento de voto enCataluña y País Vasco y de los jóvenes votantes en todo el Estado. Significa que el electorado que más se ha movilizado es el nacionalismo radical y los jóvenes “antisistema” que castigan fuertemente a los partidos tradicionales. Se ha producido un claro desplome de los partidos mayoritarios PP y PSOE con caídas de más del 15% en cada caso, en escaños 8 y 9 respectivamente y más de 12 millones de votos. Este fenómeno es extrapolable al conjunto de la UE, pues, los porcentajes de los grupos son muy similares en España y en el total de la UE. Por tanto, es claro que el mapa político español, al menos en unas elecciones europeas, empieza a comportarse de forma similar a como lo hace el resto de los grandes Estados miembros. Los partidos que se benefician de la caída del bipartidismo tradicional, no son los que les seguían a nivel nacional, es decir, IU yUPyD, sino por un lado, el nacionalismo radical y las ofertas más novedosas y “antisistema”. En Cataluña ERC, en el País Vasco y NavarraBildu y en el resto de España, Podemos, principalmente, la gran sorpresa de las elecciones.

La lectura de las elecciones europeas en clave de política nacional induce claramente a error, pues, la circunscripción única y no establecerse límite del 5% para obtener representación, convierte a los comicios europeos en un escenario muy propicio a las pequeñas formaciones políticas. En todo caso, si se puede señalar el fuerte desgaste de PP y PSOE, mayor en este último, dado que al PP se le une el desgaste de la acción de Gobierno. De hecho, junto a la CDU de Ángela Merkel, el PP y Mariano Rajoy y Renzi y el Partido Demócrata en Italia, son los únicos partidos y presidentes que ganan las elecciones europeas en sus países. Del mismo modo IU y UPyD no son capaces de ser vistos como alternativas creíbles a los dos grandes partidos, aunque su distribución de voto en todo el Estado les beneficiaría en unos comicios generales. Ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, es evidente, que se abre un escenario de fuerte fragmentación de voto local y difícil gobernabilidad en muchos casos.

Cataluña ha tenido protagonismo propio en estas elecciones. El fortísimo incremento de la participación respecto a las anteriores elecciones europeas significa que se ha votado en clave plebiscitaria, siendo los votantes nacionalistas los que se han movilizado especialmente, dada la trascendencia de la Unión Europea y su posición institucional ante la consulta independentista que pretenden. El gran triunfador de las elecciones es ERC que incluso llevaba en el nombre de su coalición electoral “El derecho a decidir”. Ha logrado el “sorpasso” a CIU, lo que significa que desde el punto de vista del proceso soberanista, ya dirige la mayoría social independentista. Sin embargo, el hecho de que CiU haya perdido las elecciones supone un revés de su electorado que tiene dos vertientes. Por un lado los votantes que se han podido sumar al voto que consideran más útil de ERC para la independencia y, por otro, los más moderados que no están de acuerdo con la deriva independentista de Artur Mas. En estas circunstancias, es obvio que CiU no convocará elecciones en Cataluña una vez el Estado no permita la celebración de la consulta. Es más previsible que se una a ERC para realizar una declaración de independencia en el Parlament de Cataluña. Respecto al PSCsu descalabro alcanza al 50% de los votos y el PP al 30%. Por el contrario, sigue creciendo Ciutatans y se estanca ICV. Los datos cantan, el voto favorable a la consulta suma el doble (1.500.000 votos) que el de los constitucionalistas (750.000 votos).

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Catalunya ¿quo vadis?

El anuncio esta semana por parte de los partidos políticos catalanes que apoyan la celebración de la consulta soberanista en Cataluña, revestida de carácter institucional, supone un hito sustancial en el camino emprendido por dichas fuerzas políticas hacia la independencia de su país. Negar la trascendencia del acto celebrado en la Generalitat, además de un gesto avestruz, resulta un desprecio a la voluntad popular de todos aquellos millones de catalanes que han depositado su confianza en formaciones como CiUERCIC o CUP – la suma de votos de todos ellos en las últimas elecciones catalanas de 2012 se acercó al 60% -. Pero además, por primera vez se expresa la determinación de realizar un referéndum con un planteamiento en forma de pregunta, en este caso dos, a la que los catalanes deberían responder. Nunca antes se había llegado tan lejos en las aspiraciones de soberanía plena de un territorio en la moderna democracia española, ni siquiera el plan Ibarretxe, cuyo recorrido quedó abortado en su trámite en el Congreso de los Diputados alcanzó este estadio. La propuesta liderada por el president Artur Mas se enfrenta ahora en los teóricos nueve meses que le separan del plazo dado para la consulta, le 9 de noviembre de 2014, a la realidad de un recorrido incierto cuyas claves y futuribles conviene analizar si nos importa algo el destino de Cataluña, de España y de la propia Unión Europea que afronta ese mismo año otro referéndum de autodeterminación en Escocia.

Lo primero que convendría a todas las partes para afrontar un proceso que de momento ha cumplido escrupulosamente la legalidad democrática sería desdramatizar el contexto y la situación. El ejemplo de la negociación llevada a cabo en el Reino Unido entre el primer ministro David Cameron y el primer ministro escocés Alex Salmond, debería suponer una hoja ruta válida para sentar las bases de un entendimiento entre fuerzas que plantean propuestas diferentes a una sociedad. Lo cual no quiere decir en absoluto que los casos sean equiparables, ni que el resultado necesariamente deba ser el mismo, lo replicable es nada más y nada menos que el nivel democrático mostrado en el Reino Unido. El respeto a la diferencia de opinión es la base sobre la que se sustenta la capacidad de diálogo y de negociación. Nadie negocia con alguien a quien no respeta y ese es uno de los problemas principales que está jugando en el proceso desatado en Cataluña versus España. La pertenencia a una comunidad es algo que depende del día a día y que se conjuga con los aspectos identitarios de una sociedad. Negar a Cataluña su cultura identitaria es negar la historia, pero más aún, es negar la realidad de un pueblo que se expresa en lengua propia y que piensa y siente en catalán. Pero durante más de tres décadas, con notables altibajos pero con soluciones posibilistas, ambas partes, nacionalistas catalanes y gobiernos españoles, lograron un estatus de integración y convivencia válido. Yo diría que el punto de partida político de la ruptura institucional proviene de la sentencia del Tribunal Constitucional, anulando artículos del Estatut de Cataluña, aprobado por el Parlament catalán y por las Cortes españolas y refrendado por los catalanes en consulta legal. Las aspiraciones de la mayoría del pueblo catalán se vieron cercenadas por una decisión que en nada respondía a la soberanía popular, sino a unos pocos intérpretes de la misma. Consumado dicho desaguisado, la crisis económica puso el resto. El descontento con el trato fiscal recibido por Cataluña por parte del Estado ha sido creciente a medida que las cifras del desempleo crecían y las cuentas públicas se veían recortadas por imperativo de Bruselas. Son estos dos motivos los principales para entender que el nacionalismo catalán moderado de Convergencia i Unió abandere en la actualidad un proceso secesionista.

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Antes de reflexionar sobre los márgenes que aun quedan de diálogo entre España y Cataluña para evitar el choque de trenes entre dos sociedades cada día más distantes, conviene tratar de prever el recorrido real que la propuesta de consulta puede tener. Lo realizado esta semana es una mera declaración de intenciones políticas que ahora deberá expresarse en una ley que aprobará el Parlament de Cataluña. Este será el primer paso legal para formalizar el referéndum. Dicha ley se amparará en la ley de consultas populares ya aprobada por el propio Parlament. Con casi total seguridad este será el momento en que el Gobierno español presentará ante el Tribunal Constitucional un recurso de inconstitucionalidad sobre la consulta amparándose en el artículo 2 de la Constitución que reza: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Parece, pues, obvio que el Tribunal Constitucional o bien como mínimo dejará en suspenso la consulta hasta su resolución o la declarará ilegal. Muy probablemente antes o después de este entreacto, el Govern catalán se habrá visto reforzado en su estabilidad aunque sea como mero gesto, con la incorporación de ERC. Fortalecer la base nacionalista de la Generalitat es una forma de presentar ante la sociedad catalana un voluntad definida. Este paso, sin embargo, podría chocar con la dirección de Unió, el grupo democristiano muy alejado de las tesis políticas y del modelo de sociedad defendido por Esquerra. Será, pues, un paso que deberá medir muy mucho Artur Mas.

Lo que si parece evidente es que si Madrid veta legalmente la consulta, más allá de manifestaciones y protestas internacionales, los dirigentes de CiU ya han dejado muy claro, como sucedió con el plan Ibarretxe, que no se plantean realizar una consulta ilegal, por lo que estarían abocados a un adelanto electoral coincidiendo previsiblemente con la fecha fijada para el referéndum. Serían por tanto unas elecciones plebiscitarias, donde las fuerzas nacionalistas acudirían con un único punto en su programa electoral, el de la independencia e incluso podrían plantearse hacerlo con una lista única para dejar más patente el apoyo a su propuesta. De ganar su opción, el nuevo gobierno emprendería una acción política centrada exclusivamente en la puesta en práctica de la independencia y ahí si se podrían llevar a cabo medidas de mayor insumisión hacia el Estado español. Esta fase, pues, incrementa sustancialmente el conflicto entre las dos entidades ejecutivas. Así las cosas, el plazo para buscar un nuevo encaje de Cataluña en el Estado español es el mismo con consulta que sin ella, siempre y cuando las fuerzas nacionalistas mantengan la mayoría clara que actualmente en las encuestas tienen. Es en ese sentido de las mayorías donde se está jugando la realidad del partido. De ahí que la pregunta planteada en el referéndum sea doble, primero si se quiere que Cataluña sea un Estado y después, que lo sea independiente. De esta forma se deja abierta la puerta a la fórmula de Estado asociado o de Estado federal, la famosa tercera vía que plantean los socialistas catalanes del PSC. Por su parte Madrid, puede poner encima de la mesa mejoras en el planteamiento fiscal presupuestario para conceder parte de los 9.000 millones de euros en que estima la Generalitat el maltrato a Cataluña. Y con toda seguridad, seguirá echando el resto en el argumento principal para cambiar los porcentajes actuales sobre la base de una hipotética salida de la UE de una Cataluña independiente. Las declaraciones realizadas por el presidente del Consejo Europeo en Madrid el mismo día del anuncio de la consulta dejan poco lugar a dudas respecto a la interpretación de los Tratados Europeos. Es evidente que un Estado que se desmembra de un Estado miembro se sale de la UE y debe solicitar su incorporación. Y además el proceso de integración requiere la unanimidad de los miembros actuales. Este es el reto más complejo al que se enfrentan los moderados nacionalistas catalanes que desde sus orígenes han sido políticos de marcado carácter europeísta. Pensar que Cataluña no es Europa resulta verdaderamente surrealista.

No serán tampoco pocas las presiones que desde el empresariado catalán se producirán hacia los líderes de CiU a medida que los plazos se acerquen a las decisiones definitivas. El dinero no tiene corazón, ni sentimientos y solo busca oportunidades y seguridad. El temor a la inestabilidad institucional amedrenta y esa baza será seguro debidamente utilizada por Madrid y por las instituciones europeas, que se encuentran muy incómodas con lo que sucede en Escocia y en Cataluña. Todo ello deberá ser tenido muy en cuenta por Artur Mas y su compañero de partida actual, Oriol Jonqueras, el líder de ERC y que actualmente supera en las encuestas a CiU. En el fondo también están compitiendo por el liderazgo de un espacio político y eso puede llevarles a cometer errores estratégicos de fondo. Para que triunfe la vía moderada de CiU necesitan que el Gobierno español de hilo a la cometa y emprenda un proceso negociador que les permita ofrecer algo a los catalanes descontentos. Pero Jonquera también sabe que la situación económica, especialmente en una Cataluña empobrecida, está para pocas bromas y tiene que evitar llevar a su país a una vía muerta. La realidad, pues, es muy compleja tanto internamente en Cataluña como lo es en una España que parece apuntar síntomas de recuperación económica y a la que el proceso independentista catalán solo puede granjearle inconvenientes. Explorar las vías intermedias parece lo más deseado por la mayoría de fuerzas políticas pero el problema principal es la “venta” en una España acostumbrada al café para todos que se implantó a raíz del referéndum de autonomía de Andalucía en 1981. Cualquier proyecto de Estado asimétrico o de asociación con los territorios más identitarios de la península provoca tremendos temores en los partidos mayoritarios PP y PSOE que además se encuentran a la baja en ambos casos y con la presión ultraespañolista de UPyD y la más federalista de Izquierda Unida.

Es evidente que al igual que dos personas no discuten si una no quiere, resulta imposible retener a alguien bajo el mismo techo contra su voluntad, salvo por la fuerza y ese no es el caso de las democracias europeas. España tiene un problema guste o no reconocerlo con Cataluña, como lo tiene con Euskadi. El encaje constitucional ya no satisface a una mayoría de la población en estos países que constituyen una realidad plurinacional en un Estado que no es capaz de dar respuesta a sus anhelos. A eso le pueden poner todos los epítetos más gruesos y hasta los insultos más descarados desde Madrid, pero la tierra seguirá siendo redonda. Convendría, pues, que al igual que requerimos de un nuevo modelo de economía social para salir definitivamente de esta crisis estructural, nos pusiéramos todos a buscar fórmulas inteligentes para encontrar un modelo de convivencia territorial, que probablemente debería incluir toda la península, invitando al proceso a Portugal, ¿por qué no?, que sea válido para respetar sentimientos e identidades diversas y haga de la colaboración la base de la prosperidad de nuestros pueblos. No es tan difícil si existe generosidad y altura de miras por todas las partes implicadas, de otra forma el proyecto español estará abocado al fracaso. Pero de igual forma, los líderes nacionalistas de los territorios afectados deben ser conscientes de las posibilidades que el entorno europeo que nos hemos dado nos concede y no llevar a sus pueblos a aventuras sin objetivos o metas claras. El camino del soberanismo se recorre día a día, es un proceso continuo y evolutivo y no finalista que se consigue con un himno o una bandera. Deberían reflexionar para qué quieren un Estado propio y, sobre todo, el tipo de sociedad de quieren para sus ciudadanos, y en eso seguro que nos podemos encontrar en el marco europeo.

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Cataluña o la dificultad de surfear un tsunami

Algunos se empeñaron en presentar la elecciones anticipadas en Cataluña como una especie de prereferéndum del referéndum sobre el derecho a decidir de los catalanes. Demasiado rebuscado para una sociedad que está harta de que la utilicen políticamente para intereses particulares muy alejados de los problemas cotidianos de los comunes mortales. Pero el caso es que el órdago montado entorno a la manifestación de la Diada del pasado septiembre provocó un tsunami social de imprevisibles consecuencias que ha derivado en un enloquecido mapa político a la vuelta de los comicios. Siete fuerzas políticas en un Parlament mucho más fragmentado que el saliente de las elecciones de 2010, donde resulta difícil realizar análisis certeros de lo que la sociedad catalana demanda de sus políticos y mucho más complejo aún extraer conclusiones del camino a seguir por unos y otros partidos. Está claro que eso de subirse a la ola en el momento en que ésta te permite surfearla y llegar en pie a las arenas de la playa, en política no es tan fácil como alguno quiso creer. Supongo que Mas de uno estará pensando que la improvisación no es buena consejera cuando lo que se le está planteando a un pueblo es su independencia mientras tiene serias dificultades para llegar a fin de meses y los servicios sociales básicos, léase educación o sanidad, ven en riesgo su viabilidad a base de recortes.

Todo adelanto electoral, se quiera o no, es una crónica de un fracaso porque el mandato de los electores es conformar mayorías que hagan posible la gobernabilidad el tiempo para el que han sido elegidos. Este es el primero de los errores cometidos por el president Mas cuando convocó los comicios a mitad de legislatura, sin aparentes motivos capaces de ser comprendidos por la ciudadanía. La necesidad de un pacto fiscal que garantice la financiación de Cataluña en el Estado español no era argumento suficiente, toda vez queConvergencia i Unió había logrado la aprobación de sus presupuestos en Cataluña con los votos del Partido Popular y, además, en los 30 años de democracia esa reivindicación ha sido una y otra vez aparcada por CiU a cambio de mejoras en la cuantía de la financiación desde Madrid. Se trataba, pues, de encontrar objetivos de más amplio calado capaces de movilizar a Cataluña hacia una mayoría absoluta de Artur Mas. La gran manifestación de la Diada convenció al president de la necesidad de un salto cualitativo en la oferta electoral nacionalista. La independencia ya no era solo un credo futurista de los convergentes sino que se convertía en el adn existencial. Liderar un proceso social que se creía mayoritario se convirtió en el centro de todas las miradas y en el escenario de todas las batallas. El plebiscito nacionalistas/constitucionalistas estaba servido y no era la primera vez que ocurría en el Estado español, pues, elPNV ya vivió similar circunstancia con el lehendakari Ibarretxe y su frustrado plan de asociación con España.

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Mas acudía a las urnas alentado por unas encuestas tan erróneas que su responsable ha dimitido al amanecer del día después de las elecciones, seguro de mejorar el resultado de 2010 que aunque no alcanzara la mayoría absoluta le permitiría gobernar otros cuatro años de manera holgada y formular la propuestas independentistas sin las prisas ni las presiones de Esquerra Republicana. La táctica se imponía a la estrategia y las necesidades eran más que las virtudes. Por medio una campaña durísima contra su persona con todo tipo de insultos y descréditos incluidas tremendas acusaciones en la cloaquera prensa madrileña de cuentas en Suiza y Liechtenstein de él, su familia y de la del ex president JordiPujol. A nadie debiera sorprenderle este tipo de juego sucio cuando lo que está hipotéticamente en juego es la escisión de una parte de un Estado. Que España defendería su posición inamovible de una, grande y libre para los que se sientan exclusivamente españoles es algo que tendría que haber tenido más que calculado CiU cuando tomo el decidido camino independentista. De otra forma, tal vez el problema es que ni estaba trazada adecuadamente la hoja de ruta, ni las consecuencias de su fracaso en algún punto y cuando alguien pisa el acelerador en una cuestión tan sensible no basta con tener plan B,, ni siquiera plan C.

Es difícil saber qué motivos han llevado a los catalanes a castigar a CiU y especialmente a Artur Mas tan severamente, pero yo me atrevo a apuntar cuatro cuestiones:

1.- La credibilidad de la oferta independentista de Mas y CiU era menor por ser la marca blanda nacionalista que la de ERC de siempre defensora de esta vía rápida. Por tanto, puestos a ser independientes muchos debieron pensar que apoyando a Esquerra lo serían más rápido.

2. Los tremendos recortes del govern de Mas en materias de amplio calado social pasan la misma factura que a todos los gobiernos que los han llevado a cabo y han pasado por las urnas. En otras palabras, la apuesta por la independencia no sirve de bálsamo milagroso para perder la memoria de los derechos atacados.

3.- El portazo dado con contundentes declaraciones de los miembros de la Comisión Europea, con su presidente Barroso al frente, a los afanes de Mas de ser Estado de la UE, han dejado en evidencia la falta de un trabajo previo clave ante las instituciones europeas al modo que lo han venido haciendo en los últimos años los mandatarios escoceses dirigidos por Alex Salmond. El temor a quedarse fuera, en tierra de nadie, también ha supuesto un duro revés para los intereses del president.

4.- La dura campaña de desprestigio ha podido calar por que en los entornos de CiU la corrupción ha estado presente en sucesivos y diversos casos de financiación ilegal y enriquecimiento personal ilícito en buena parte de su historia. Llovía sobre mojado y hacia falta poco que demostrar para que la siembra de rumores se convirtiera en una media verdad.

Sea como fuere, lo importante ahora es tratar de vislumbrar el incierto futuro que depara la política catalana. Hay que empezar por decir que con este resultado realmente no ha ganado nadie. Mal hace Madrid pensando que se ha frenado el afán independentista cuando según como quiera hacer uno los números pero en el menor de los casos el apoyo a la independencia de las fuerzas del nuevo Parlament superaría el 70%. Pírrica victoria creer que con esos ratios se ha frenado la voluntad popular que una y otra vez le está diciendo a España que quiere marcharse. La trampa permanente, unas veces recurriendo al Tribunal Constitucional para replantear un Estatut votado por los catalanes o al Congreso de los Diputados para dar portazo a cualquier propuesta de pacto fiscal, está totalmente agotada y de seguir en ese empeño lo único que está logrando el gobierno central es acelerar la suma de voluntades independentistas. Pero también hacen mal los más radicales nacionalistas catalanes en alardear de estos resultados. Deberían recordar que gobernaron durante ocho años en Cataluña en un govern tripartito presidido por el PSC – Partido de los Socialistas de Cataluña – y acompañados por ICV – Iniciativa per Catalunya y los Verdes – y la escasez de logros hacia la independencia fue manifiesta, así como su balance de gestión económica poco edificante.

Con un PSC en caída libre, con guerras internas y asolado por la corrupción, el único socio que le queda Artur Mas es ERC que seguro tratará de controlar el camino independentistas de CiU desde fuera del gobierno y que asumirá el liderazgo de la oposición catalana contra las políticas de ajuste que Mas pretende seguir llevando a cabo. Más que un amigo, pues, pueden convertirse de la noche al día en el peor enemigo. Claro que la otra opción todavía suena peor, ya que consistiría en acudir con el rabo entre las piernas a Moncloa para rogar al presidente Rajoy apoyo en el Parlament como ya sucediera en la legislatura anterior. El descrédito sería supino y Mas habría firmado su sentencia de muerte política. Por tanto, a Convergencia i Unió solo le queda la opción de aceptar el apoyo en la investidura de ERC y tratar de gobernar a duras penas, haciendo equilibrios que se antojan imposibles entre fuerzas antagónicas que pretenderán a cada paso debilitar al president Mas para provocar su definitiva caída. De fracasar el intento, mucho me temo que podríamos estar en la antesala de unas nuevas elecciones anticipadas en breve plazo con un candidato convergente nuevo como último recurso para tratar de salir del laberinto en que ellos mismos se han metido y han metido a Cataluña.

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Mariano Rajoy, jugador de poker en partidas simultáneas

Cada gobernante tiene su método y cada presidente su peculiar carácter que marca sustancialmente la manera de encarar las decisiones. Los hay firmes y determinados, como los hay dubitativos y sinuosos. Ni los unos mi los otros tienen la fórmula del acierto en su poder, hierran o atinan por factores diversos que en nada tienen que ver con la forma con que actuan. Sin embargo, cierto es que en política la administración de los tiempos es fundamental en el ejercicio del arte de lo posible. Y a eso parece dedicarse con denuedo y no poco regusto el presidente del Gobierno Mariano Rajoy a quien Europa y los españoles tratan de comprender sin lograr descifrar una mueca de su insípido rostro. Mientras Bruselas aguarda su decisión sobre un hipotético rescate parcial o total de la economía española, en su suelo patrio se le suceden las citas electorales y las manifestaciones secesionistas. Pero él, hipertérrito, navega atado al palo mayor de sus recortes seguro como dice estar de que el único rumbo posible para salir de la crisis es la reducción rápida y severa del déficit público.

Desconozco las capacidades del jefe del Ejecutivo para jugar a los naipes y menos aún si se le dan mejor los juegos con baraja española o francesa, pero no me cabe duda que desde hace meses por mucho que pretenda aparentar que sabe lo que hace, preso del lío y la confusión al que le someten los mercados de la deuda, se nos a dado a la apuesta y al tapiz de la mesa de juego como única salida del laberinto del euro. Cada semana espera que la mano que reparte las cartas sea la buena y la jugada le sea favorable y si no hay suerte, al menos ser capaz de aguantar en la mesa otra partida, más. Y como todos los jugadores que acaban por ligar su suerte en la vida a unas figuras estampadas en un pedazo de papel, corremos el riesgo de que Rajoy pierda el sentido de la realidad y se nos vuelva ludópata. Síndrome este el de abstraerse de los problemas del gobernado tan común en los gobernantes como la edad de la política, solo que a unos les da por nombrar cónsules a sus caballos, otros por perseguir armas de destrucción masiva inexistentes y los menos por negar la realidad de una crisis económica de 5 millones de parados. Al nuestro de hoy, original él, le ha dado por fumar puros acompañado de tahúres.

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Siendo así la situación conviene analizar con detenimiento a qué tipo de juego se nos ha entragado el presidente para poder especular sobre la suerte que nos aguarda en España a la vuelta de la próxima mano. En este sentido yo no dudaría, que por la procedencia del resto de jugadores y de la propiedad del casino se trata de una partida de poker descubierto. Más quisiéramos que jugaran a nuestro patrio mus y que Rajoy pudiera tener a Merkel de compañera para jugarle de farol a la pareja Hollande – Monti. Amarraco a amarraco, órdago a órdago a chica y a grande, con esa capacidad de nuestro presidente para pasar señas a base de tics de ojos y boca, de treinta y una y medias de pitos, nos salíamos aplicando ese maravilloso paquete germánico de medidas de ajustes que nos va a dejar sin garbanzos para nuestra particular partidita de mus con los amigos jubilados en la tasca. Pero la banca que siempre gana y no hay más que ver la capacidad de endeudamiento que tenemos los españoles para pagar los platos rotos de bancos y cajas españoles en su particular despilfarro de inversiones en suelos, ha repartido cartas corazones, diamantes, tréboles y picas. Y aunque podrían pintar bastos dados los continuos recortes de servicios sociales, más bien anda el joker anda suelto por la mesa riéndose en nuestras narices. Todos los que sabemos un poco de los juegos de mesa entendemos la diferencia de jugarse una apuesta a la bilbaina de cena a lo grande que es propio del mus y lo que es poner en el tapete euros en función de la apuesta de los otros jugadores. Ese es el riesgo que por mano de Rajoy estamos corriendo todos, que nos echen de la partida y nos levanten de la mesa sin llegar a enseñar nuestras cartas, simplemente por no poder cubrir la apuesta.

Ha hecho Rajoy de la decisión del rescate su gran partida, se toma tiempo mientras mira una y otra vez sus cartas y trata de adivinar las de sus socios comunitarios. Los mercados lejos de incomodarse con la táctica del presidente, someten suavemente a una presión prolongada con la prima de riesgo  rondando los 450 puntos básicos. Hacen caja día a día con rentabilidades en tipos de interés del 7%. El resto de jugadores que no acaban de entender la postura del jefe del Ejecutivo español remueven incómodos sus posaderas en sus asientos a la espera de la jugada de Rajoy. Saben que la decisión es de él, pero que queda poco tiempo para que levante sus cartas y sepamos si va de farol con unas parejas o tiene un full de reyes. El problema es que la apuesta la cubrimos los españoles con unos Presupuestos Generales del Estado en los que el pago de la deuda se come la cuarta parte del gasto total y el Estado deberá más del 90% de lo que produce. Cada español debe 20.000 euros y no quedan recursos para fomentar la actividad económica y generar puestos de trabajo. Además, el cima social empieza a calentarse a medida que el otoño deshoja los árboles de madrileño parque del Retiro. Esta semana se salda con tres concentraciones de miles de personas ante el Congreso de los Diputados protestando contra las políticas de recortes y cientos de heridos y detenidos en los choques producidos entre manifestantes y una desproporcionada actuación policial.

La calle se levanta poco a poco porque entiende que la hoja de ruta del gobierno solo conduce a ir empobreciéndonos para pagar las deudas y le pide ya a gritos que se plante en la partida y pegue una patada al tapiz con la ayuda de sus colegas griego, portugués e italiano. Pero mientras estábamos en esas, el solar territorial también se ha exaltado sobremanera. Cataluña ahogada por la insuficiencia financiera y la mala gestión de sus gobiernos tripartitos, salió a la calle en la Diada de Catalunya en una multitudinaria demostración de fuerza y sentimiento independentistas. Cataluña un Estado en Europa, no era solo un lema para andar por las ramblas barcelonesas, era un estallido de autodeterminación y probablemente un punto de no retorno en las relaciones con Madrid. Ante estos hechos, Rajoy que los calificó de algarabías, se reunión en una partida de poker simultánea a la del rescate con el president Artur Mas. Dijo no al pacto fiscal y abocó a Cataluña a unas elecciones autonómicas el próximo 25 de noviembre. Al órdago de Mas, respondió viéndolo y le reto a verse a la vuelta de las urnas. Pueden pasar dos cosas: que Mas salga reforzado con una mayoría absoluta en cuyo caso el pacto fiscal se me antoja un premio menor de la lotería que no aceptará o Mas pierde apoyo popular y su proyecto de independencia encalla en vía muerta de la misma forma que lo hizo en Euskadi el plan Ibarretxe. Pero pase lo que pase en los comicios, algo es seguro, la mayoría de la ciudadanía catalana ha empezado a desengancharse de España, se siente agraviada e insultada y no comparte ya un proyecto común. La decisión de Rajoy de jugar al poker con Cataluña puede salirle tácticamente bien, pero nos costará a todos mucho, sobre todo, haber perdido la oportunidad de reformar el modelo de Estado para garantizar la convivencia entre todos. Con las cosas serias no se juega, que es una frase recurrente del presidente español que no se cansa de repetir y no cumplir.

Rajoy seguro de que nunca pasa nada, que la sangre nunca llega al río, está aplicando su técnica de guardar el equilibrio incluso cuando todo zozobra a su alrededor en la que hay que reconocer que es un consumado maestro. Acaba de ver como una de sus más fieles opositoras, Esperanza Aguirre ha tirado la toalla y se retira del ring. Cansar a sus adversarios es uno de sus principales atributos y fumarse un puro en la 6ª Avenida de Nueva York todo un gesto que habrá sacado de quicio a los mandatarios europeos que aguardan sus decisiones para definir el futuro del euro. Europa y España esperan sus palabras de distinta manera, pues, mientras en Bruselas puede que cuando les enseñe las cartas se hayan ido de la mesa y solo quieran hablar de cómo abandonamos el euro, en España la calle y las familias sufren la descomposición de un Estado que de social tiene cada vez menos y derecho nada. Con todos los respetos que se debe y merece a un político elegido democráticamente por más de 10 millones de personas, alguien debería apercibir al presidente de que se nos echa la hora encima y que nos estamos quedando sin dinero para cubrir apuestas.

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Al rescate de las Comunidades Autónomas: ¡motín a bordo!

Sabido es que resulta de lo más cómodo en situaciones de excepcional dificultad buscar un responsable para ponerlo en la picota y hacerle responsable de cuantos males nos invaden. La cultura hispánica lejana a la autorresponsabilidad y a la autocrítica, siempre encuentra justificaciones ajenas a sus problemas con tanta facilidad como pone en marcha juicios sociales inquisitoriales para buscar culpables que nos tranquilicen las conciencias. En esta crisis por la que tratamos de navegar hace ya casi un lustro, el relato oficial del drama que vivimos ha acudido a distintos malos de la película para explicar lo que no estaba sucediendo con una trágica frivolidad que ha impedido un análisis riguroso de las causas internas del crack de nuestra economía y de las reformas estructurales que son imprescindibles para salir de ésta. Primero fueron los vientos lejanos de Wall Street en exclusiva quiénes protagonizaron titulares de medios y declaraciones de políticos como si la globalización no fuera con nosotros. Después, los errores de un presidente del Gobierno que se empeñó en negar la gravedad de los hechos convirtió a Rodríguez Zapatero en el pim pam pum del colectivo. Su desaparición dejó paso a la omnipresente figura de la canciller alemana Angela Merkel como mala oficial, su intransigencia en flexibilizar las condiciones de ajuste que nos han impuesto la ha convertido en el blanco de las iras de la calle. Pero como siempre necesitamos culpables patrios, encontramos un mantra extraordinario, capaz de explicar sin titubeos el origen de todos nuestras desgracias: las Comunidades Autónomas. Una aberración de la transición democrática que nos ha convertido en 17 reinos de taifas repletos de corruptos que malgastan el dinero de los pobres españoles, vamos en una palabra, la cueva de Alí Babá y los 17 ladrones. Simple, simplicísimus, la mejor de las coartadas para volver a 1976, al glorioso régimen donde las diputaciones provinciales y los gobernadores civiles mantenían la ley y el orden, por cierto de un Estado, tan arruinado como el actual.

Como la memoria es frágil en un país que no quiere recordar habrá que echar la vista atrás para refrescar las ideas sobre cómo surgió el invento de las Comunidades Autónomas. Es evidente que como no se cansan de repetir los enemigos del modelo autonómico, España tenía un “problema” con Euskadi yCataluña – curiosa manera de afrontar el debate del encaje de realidades nacionales dentro del Estado – podía perfectamente, pues, haber optado por un régimen administrativo asimétrico o por la simetría total que representa el federal. Sin embargo, en un peculiar encaje de bolillos, las distintas fuerzas constitucionales – salvo el Partido Nacionalista Vasco que siempre se opuso al modelo aunque finalmente lo acató – entendieron que las Autonomías atemperaban mejor las tensiones territoriales del Estado español. Para ello se estableció en el texto constitucional de 1978 dos vías de acceso a las competencias autonómicas: la vía rápida para las históricas – dado que ejercieron autogobierno durante la Segunda República – las citadas Euskadi y Cataluña por el artículo 151 y el resto de las hasta entonces regiones y provincias, por el artículo 143 o la vía lenta. Un procedimiento que se vio alternado el 28 de febrero de 1980, en virtud del referéndum celebrado en Andalucía que consagró con un apabullante del 87% a favor del acceso de los andaluces a la vía rápida. A partir de este momento se puso en marcha un proceso de aceleración del Estado autonómico y de las transferencias de gestión de los asuntos básicos para la vida de los ciudadanos desde la administración central a las administraciones autonómicas. El “café para todos” como lo bautizó el ministro Clavero, enfrentado al presidente Adolfo Suárez, se puso en marcha y ha durado hasta la fecha. Pero sus detractores se olvidan que si estamos donde estamos se debe a la voluntad popular de casi tres millones de andaluces que libremente decidieron exigir a Madrid más autogobierno y más rápido. Cosas incómodas que tiene la democracia, ¡qué le vamos a hacer señores del antiguo régimen!

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Para cualquier planteamiento de reforma que se quiera plantear habrá que partir de dos condiciones inexcusables: primero, proponer un modelo alternativo al autonómico que se formule claramente, sin argucias de si es más caro o más barato, pues, lo que nos jugamos es un modelo de convivencia, no el tipo de asesor fiscal que escogemos; y en segundo lugar, que cualquier modificación debe ser aceptado por la voluntad popular, la de los ciudadanos de los distintos territorios que hoy componen este Estado plurinacional. Cada cual tiene un derecho inalienable recogido en la declaración de las Naciones Unidas a pertenecer a la entidad jurídica nacional o estatal que desee, si bien esta capacidad de autodeterminación al colisionar con el derecho de quienes en una misma comunidad tienen distinto deseo, debe articularse a través del consenso y la negociación. Es decir, que abrir el melón del modelo de Estado, en ningún caso puede encontrar la justificación fácil de culpabilizarlas del éxceso de déficit de la economía española, para cercenar derechos fundamentales de las personas y de los pueblos. Si abrimos el melón, si estamos de acuerdo en que el traje se nos ha quedado pequeño y viejo, nos hacemos uno nuevo con todas las consecuencias, incluido como no puede ser de otra forma el derecho a decidir libremente. Supongo que estas reflexiones ya no son tan del agrado de los medios y políticos que cada día con más fuerza y virulencia predican la imperiosa necesidad de reformar el Estado español. Si la única reforma posible es que el Estado sea más español, o lo logran por la fuerza o tendrá que refrendarlo territorio a territorio los distintos pueblos que componen el Estado.

Pero para centrar la realidad del supuesto problema de despilfarro que suponen las Comunidades Autónomas, debemos empezar por asumir que las Autonomías son más Estado que el Estado central, pues, gestionan más del 60% del gasto público, especialmente aquellos aspectos como la Sanidad o la Educación más sensibles y más cercanos del servicio público al ciudadano. El conjunto de las CC.AA. los 140.083 millones de euros, que equivale al 13,1% del PIB, mientras que la deuda pública total de España, cerró el año pasado en 734.962 millones de euros, lo que supone el 68,5% del PIB y, por su parte, las corporaciones locales arrojaron una deuda de 35.420 millones de euros en 2011, el equivalente al 3,3% del PIB. Nos pongamos como nos pongamos, criminalicemos a quien queramos criminalizar, la realidad es que el fuerte incremento de la deuda pública en el Estado se ha debido a las cuantiosísimas ayudas que se vienen prestando a la banca desde el inicio de la crisis y a los pagos por prestaciones al desempleo, que afecta a más cinco millones y medio de parados. Son el pago por intereses de la deuda, unos 40.000 millones al año y la cobertura del paro, cerca de 50.000 millones al año, los capítulos que han tensionado hasta el extremo la prima de riesgo española en los últimos años.

Pretender el cambio de un modelo porque en estos 30 años de su funcionamiento se han producido malas praxis es algo así como dejar de conducir porque puedes tener un accidente. De lo que ha adolecido el modelo autonómico es de autorresponsabilidad fiscal, unos entes gestores de gastos fundamentales y con tienen capacidad de generar ingresos, son por naturaleza irresponsables. De ahí que convenga en estos momentos analizar dónde se identifican territorialmente los principales problemas de endeudamiento y déficit autonómico. De otra forma pagarán justos por pecadores. Cuatro son las comunidades con un endeudamiento por encima del 15% de su PIB: Cataluña 41.778 millones de euros, 20,7%; Valencia, 20.762 millones de euros, 20,7%; Castilla-La Mancha, 6.587 millones de euros, 18,8%; y Baleares 4.432 millones de euros, 16,3%. Ellas cuatro solas alcanzan el 50% del total de la deuda autonómica. Les  siguen seis comunidades con ratios de deuda similares a los del Estado, entre el 15% y el 10%: Navarra (12,9%), Galicia (12,3%), Rioja (11,2%), Extremadura (10,9%),Aragón (10,2%) y Murcia (10,1%). Mientras que sólo 7 comunidades registraron al cierre del 2011 niveles de deuda por debajo del 10% de su PIB: Andalucía (9,8%),Castilla y León (9,4%), Cantabria (9,3%), Asturias (9,1%), Canarias (8,8%), País Vasco (8,1%) y Madrid (7,9%). La insuficiencia financiera de quien gestiona y no recibe recursos, unido a la mala gestión imputable a determinados gobiernos autonómicos que si se quieren leer las cifras de evolución de la deuda tienen nombre y apellidos, explica el incremento del endeudamiento de las Comunidades Autónomas.

Así las cosas, la Comunidad Valenciana y la Región de Murcia han anunciado su intención de acudir al mecanismo de financiación puesto en marcha por el Gobierno central para facilitar los pagos por parte de las Comunidades Autónomas, una suerte de rescate autonómico aunque como en el caso de la intervención de España queramos jugar a laberintos semánticos para correr una cortina de humo sobre la realidad. El problema es que el fondo que se ha instrumentado es claramente insuficiente para dar cabida a los 140.000 millones que anualmente generamos de deuda y sus consiguientes intereses. Cataluña es la punta del iceberg del problema y su incapacidad para realizar pagos tan imprescindibles como las nóminas de los médicos de los hospitales está a la vuelta de la esquina. El president de la Generalitat Artur Mas ha advertido de la circunstancia y apela a un pacto fiscal con el Estado para poner fin a un largo período de insuficiencia financiera por parte de Cataluña, que se siente maltratada en el reparto de transferencias. De  no producirse este nuevo consenso la administración catalana será incapaz de hacer frente a sus obligaciones y podría ser intervenida, una situación que como el propio dirigente nacionalista ha indicado, abocaría a unas elecciones para que el pueblo catalán decidiera el camino a seguir. Detrás podrían venir cualquiera del resto de las Comunidades Autónomas, pues, la mayoría de ellas han reformado sus estatutos para poder celebrar elecciones dentro del período cuatrianual de mandato. Estamos ante la necesidad de un replanteamiento general del modelo de Estado, más en su formulación de responsabilidad fiscal que de otra índole, pero en todo caso ante la obligación de un nuevo pacto de Estado. De no abordarse o de hacerlo con meras pretensiones recentralizadoras colándolas de rondón con el pretexto de la crisis, podemos vernos sumidos en un auténtico motín a bordo.

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