Una nueva Comisión, ¿para una nueva Europa?

La nueva Comisión Europea Juncker 1, sucesora de la Barroso 2, está a escasas semanas de tomar posesión. A partir del 1 de noviembre este órganismo que es una especie de injerto de Ejecutivo y de Legislativo de la UE, cambiará de titulares y deberá enfrentarse a una agenda interna y externa repleta de retos y problemas. El equilibrio inestable diseñado por el veterano político luxemburgués es auténtico encaje de bolillos para contentar a los Estados miembros y las familias políticas que componen desde mayo el nuevo Europarlamento. Pero por si fuera poco, la nueva Comisión por deseo de su presidente tendrá una alta complejidad de interdependencias entre depsrtamentos, lo que obligará a mayores niveles de coordinación por parte de los vicepresidentes, hasta ahora mero apellido de una cartera de contenido específico. Nada de esto debería sorprendernos teniendo en cuenta que a raíz de la plena entrada en vigor del Tratado de Lisboa, se ha producido una auténtico sismo en el terreno de los equilibrios de poder de las instituciones europeas.  La otrara todopoderosa Comisión, en el último período ha perdido su capacidad normativa casi omnímoda a manos de un Parlamento empoderado, que ejercer cada día más su poder de codecisión. Y ante este nuevo reparto de papeles y urgidos por una crisis económica interminable, el Consejo Europeo, el hogar de los jefes de Gobierno, ha apretado el acelerador de la mano firme de la Canciller, Ángela Merkel.

De ahí que Juncker, uno de los políticos europeos con más arrugas en su rostro a base de reuniones comunitarias, haya optado por alambicar los procesos y horizontalizar las decisiones. Prefiere ir más lento, pero más seguro. No en vano es el primer presidente de la Comisión salido de las urnas, pues, los jefes de Gobierno de los Estados miembros no les quedó más remedio que avalarle como el candidato más votado y, por tanto, el que ccontaría con mayoría suficiente en el Parlamento. Como tampoco olvida que son los eurodioutados los que pueden cesarle en el cargo a él y a todo el colegio de comisarios. Y una buena representación del grandilocuente poder que pretende ejercer la Eurocámara lo han representado los hearings o exámenes que cada uno de los aspirantes a comisarios han pasado ante las comisiones del Parlamento y si no que se lo digan al español Miguel AriasCañete obligado a pasar un duro trago al responder a las preguntas de la izquierda europea. Un ejercicio que debería servir para tomar conciencia de la seriedad institucional que rodea a la Unión. Se trata de un caso único en la práctica parlamentaria, hacer pasar a los miembros de un gobierno un exhaustivo control con declaraciones de incompatibilidad previas, de descripción del planteamiento político con que se encara el cargo y un duro repertorio de preguntas ligadas a los curriculas personales y declaraciones realizadas con poco acierto. Es uno de esos ejercicios que debería ayudar a recuperar la credibilidad de la clase política y a tener más fe en conjunto en el proyecto europeo en el que todos estamos embarcados.

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Parece, pues, evidente que las instituciones europeas han entrado en un proceso de furiosa competencia por ocupar el espacio que consideran natural. Y las personas que ostentan cargos no resultan intrascendentes en este momento de relevo histórico en Bruselas. El Parlamento lo sigue presidiendo el socialdemócrata alemán Martin Schulz, convencido europeista que sin duda dará imagen a una eurocámara crecida y repleta de eurodiputados con deseo de protagonismo. La Comisión de la mano de un veterano de la política europea,  Jean Claude Juncker, que no terminará sus días de actividad sin pena ni gloria. Y en el Consejo la única incógnita por despejar, la del polaco Donald Tusk, una apuesta descarada de Merkel, sin experiencia internacional y algo lego en idiomas. No se lo han puesto fácil para defender la posición del Consejo ante dos políticos conchabados en llevar adelante el proyecto europeo pese al presidente de Gobierno que le pese. Si el Consejo se duerme ensimismado en sus asuntos y calendarios electorales patrios y la Comisión y el Parlamento deciden pisar el acelerador, podemos encontrarnos con la grata sorpresa de una Europa que cabalgue sola a lomos de comisarios y eurodiputados.

A expensas de la última palabra del Parlamento, la nueva Comisión tendrá siete vicepresidentes, seis además de la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (Federica Mogherini), cada uno de los cuales dirigirá un equipo de proyecto. Dirigirán y coordinarán el trabajo de un determinado número de comisarios cuya composición podrá cambiar en función de las necesidades y de que se desarrollen nuevos proyectos con el paso del tiempo. Estos equipos de proyecto reflejarán las Directrices políticas. He aquí algunos ejemplos de esas composiciones: «Empleo, Crecimiento, Investigación y Competencia», «Mercado único digital» o «Unión de la Energía». Con ello se asegurará una interacción dinámica de todos los miembros de la Comisión, eliminando cotos y abandonando estructuras estáticas. Los vicepresidentes actuarán como auténticos adjuntos del Presidente.

Un Vicepresidente primero (Frans Timmermans) será la mano derecha del Presidente. Por primera vez habrá un comisario consagrado a que haya un programa para legislar mejor, que garantice que cada propuesta de la Comisión sea verdaderamente necesaria, es decir que los objetivos no puedan alcanzarse por los Estados miembros. El Vicepresidente primero desempeñará asimismo una labor de control, defendiendo la Carta de los Derechos Fundamentales y el Estado de Derecho en todas las actividades de la Comisión. La nueva cartera de Mercado Interior, Industria, Iniciativa empresarial y Pymes (encomendada a ElžbietaBieńkowska) será la sala de máquinas de la economía real. También por primera vez se incluye específicamente a las pequeñas y medianas empresas, la columna vertebral de nuestra economía. La nueva cartera de Asuntos Económicos y Financieros, Fiscalidad y Aduanas (a cuyo frente estará Pierre Moscovici) velará por que las políticas fiscal y aduanera de la Unión sean parte integrante de una Unión Económica y Monetaria profunda y auténtica y contribuyan al buen funcionamiento del marco de la gobernanza económica general de la UE. Se ha creado una cartera de Consumidores importante. La Política de los Consumidores ya no estará repartida entre varias carteras y ocupará un lugar prominente en la de Justicia, Consumidores e Igualdad de Género (Věra Jourová). Como el Presidente electo anunció en el discurso que pronunció ante el Parlamento Europeo el 15 de julio pasado, habrá una cartera específica dedicada a la Migración (atribuida a Dimitris Avramopoulos) que dé prioridad a la elaboración de una nueva política de migración para abordar decididamente la migración irregular y lograr, al mismo tiempo, que Europa sea un destino atractivo para los grandes talentos. Se han reestructurado y racionalizado algunas carteras. En este sentido cabe destacar que se han juntado en una sola Medio Ambiente y Asuntos Marítimos y Pesca (al frente del cual estará KarmenuVella) con el fin de reflejar la doble lógica del Crecimiento «azul» y «verde»: las políticas de conservación del medio ambiente y del medio marítimo también pueden y deben desempeñar un papel fundamental a la hora de crear empleos, preservar recursos, estimular el crecimiento y fomentar la inversión. Proteger el medio ambiente y mantener nuestra competitividad tienen que ir de la mano, pues en ambos casos de lo que se trata es de que el futuro sea sostenible. Esa misma lógica se ha aplicado al decidir crear una cartera de Acción por el Clima y Política de Energía (encomendada a Miguel Arias Cañete). Reforzar la proporción de las energías renovables no solo es una cuestión que debe abordar una política de cambio climático responsable; también es un imperativo de la política industrial si Europa quiere disponer de energía asequible a medio plazo. Estas dos nuevas carteras contribuirán al equipo del proyecto «Unión de la Energía» dirigido y coordinado por Alenka Bratušek. La cartera de Política Europea de Vecindad y Negociaciones para la Ampliación (confiada a Johannes Hahn), junto con una política de vecindad reforzada, se centra en la continuación de las negociaciones para la ampliación a la par que se reconoce que no habrá nuevas adhesiones a la Unión Europa durante los próximos cinco años, tal como estableció el Presidente electo Juncker en sus Orientaciones políticas. La nueva cartera de Estabilidad Financiera, Servicios Financieros y Unión de los Mercados de Capital (atribuida a Jonathan Hill) centrará los conocimientos técnicos y la responsabilidad en un solo punto, una Dirección General de nueva creación, y garantizará que la Comisión siga estando vigilante y activa en lo que atañe a la aplicación de las nuevas normas de supervisión y liquidación de bancos.

Está claro que nos enfrentamos a un nuevo escenario europeo y que por todos los motivos reseñados estamos ante un nuevo modelo de Comisión, donde no solo han cambiado las personas. Nos queda por saber si ambos, personas y modelo, están a la altura de las circunstancias. La agenda de la UE interna y externa es abrumadora y ha quedado patente que el funcionamiento institucional de la última década ha dejado mucho que desear. De nada valdrá haber acercado el Parlamento a los europeos si los nuevos comisarios no comprenden la alta tarea a la que se enfrentan. Europa necesita esta nueva Comisión para crear una nueva Europa. No son cargos de mero trámite, les corresponde poner a la Unión al galope de la innovación,  defender la imagen de defensa de los derechos humanos en el mundo, ampliar la base de igualdad y equidad de la ciudadanía, recuperar el crédito de la política y, sobre todo, crear empleo en todo el espacio común. Ingente tarea por delante que requiere visión de la misión encomendada. Suerte comisarios porque nos va Europa en ello.

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Hablemos de elecciones europeas o de cómo centrar el debate en Europa

Conviene advertir a tiempo a los ciudadanos europeos de lo mucho que se juegan en los próximos comicios europeos de mayo de 2014. De otra forma podemos encontrarnos a la vuelta de seis meses con la desagradable sorpresa de hacer depender las decisiones más importantes para el futuro de Europa de una insoportable retahíla de minorías populistas. Es mucho lo que nos jugamos en esas elecciones como para permitir que una escasa participación y el creciente euroescepticismo se hagan con el poder en la eurocámara. De ahí que resulte fundamental fomentar el debate sobre la Unión, sobre los problemas que la crisis económica nos ha deparado, de la falta de liderazgos, de los nuevos retos de la construcción europea o del papel a jugar por la UE en el escenario internacional. Necesitamos grandes debates de los que surjan grandes ideas para afrontar una legislatura que puede resultar decisiva en la suerte del proyecto europeísta. Aunque mucho me temo que en el caso español, las cuitas patrias centradas en el ventilador de la corrupción invadirá todo en los escasos quince días que hablaremos de Europa. Si no somos capaces de hacer una adecuada traducción de los problemas nacionales en el contexto global de la Unión, el resultado electoral puede abocarnos al fracaso general.

Para poner en dimensión real la trascendencia de las elecciones europeas de mayo, baste con decir que los eurodiputados por primera vez en la historia de la UE serán los responsables de elegir al presidente o presidenta de la Comisión Europea. Es decir, que el jefe del Ejecutivo comunitario ya no será monodependiente de los presidentes de gobierno de los Estados miembros, sino de los representantes electos del debate europeo. Esta grado de autonomía conferirá a la Comisión un carácter diferenciador, como lo hará al propio Parlamento que será el único capaz de cesar al colegio de comisarios. Qué comportamiento tendrán ambas instituciones a raíz del juego que les transfirió elTratado de Lisboa, es una absoluta incógnita y en gran medida dependerá como es obvio de la configuración política de los grupos que conformen la nueva eurocámara. Lo cierto es que si no ejercemos nuestro derecho al voto difícilmente podremos seguir recurriendo a la cantinela de la falta de representatividad del gobierno de Bruselas. Por ello va a resultar de gran trascendencia la configuración de las listas electorales. Hasta ahora el Parlamento Europeo se había convertido en una suerte de cementerio de elefantes políticos o el último destino de políticos de recorrido nacional a los que se les daba un premio postrero en forma de suculenta retribución y escasa responsabilidad. La última legislatura con la mayoría reforzada en muchas de las decisiones decisivas de la UE, han convertido al Parlamento europeo en un escenario de creciente relevancia.

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Indudablemente, de la composición de esas listas electorales y de la importancia de sus líderes va a depender en gran medida la trascendencia del debate. En este sentido, los dos grupos que conforman el bipartidismo europeo y nacional en la mayoría de los Estados miembros, el Popular y el Socialista, han tocado a rebato a sus formaciones estatales para que concedan la máxima trascendencia a las elecciones europeas. Se trataría de no perder el control de la eurocámara en unos comicios en los que está en juego la gobernabilidad del día a día de la Unión. De la misma forma, será fundamenta la nominación de los posibles candidatos a presidente de la Comisión. Una primera cuestión que se pondrá encima de la mesa es el nivel político de los mismos. Lo lógico es que se trate de personalidades que están ejerciendo actualmente su labor en las instituciones de Bruselas y que no tienen porqué ser eurodiputados. Teniendo en cuenta la existencia del Consejo Europeo, no parecería lógico que se busquen grandes pesos pesados de la política de los Estados, algo que ha sido la costumbre cuando los que elegían al presidente de la Comisión eran los presidentes de Gobierno. De ahí la elección para el cargo de ex primeros ministros como JacquesSanter, Romano Prodi o José Manuel Barroso en ocasiones anteriores.

Entre los nombres de los candidatos que se escuchan en los corrillos políticos de Bruselas destacan los de el alemán Martin Schultz, el actual presidente socialdemócrata del Parlamento Europeo; el francés Michel Barnier, comisario del Mercado Interior o el de la luxemburguesa Viviane Reding, vicepresidente de la Comisión y titular de Justicia. A ellos pueden añadirse una pléyade de personajes y personajillos de todos los colores y condiciones, en función de la representación que alcancen las minorías de bloqueo en la eurocámara. En este sentido, los últimos sondeos hablan de que los partidos verdes, de ultraderecha y ultraizquierda y movimientos antisistema y antieuropeistas, pueden alcanzar sumando todos sus escaños más del 30% del total, convirtiéndose así en una especie de bisagra múltiple para las políticas europeas. No obstante, no parece que puedan condicionar la elección del presidente de la Comisión y de su colegio de comisarios, ya que para dicha trascendente decisión si fuera necesario se acudiría a un acuerdo estilo gran coalición entre el Grupo Popular y el Grupo Socialista en lo que podría ser el inicio de una intensa labor de colaboración en la legislatura. No sería, pues, de extrañar que unos pobres resultados de las dos grandes formaciones políticas europeas obligue al acuerdo entre ambas en los temas fundamentales para minorar el protagonismo de las posiciones más radicales.

Respecto a los temas que pueden situar el debate europeo en el centro de la atención ciudadana, no cabe duda que si algo preocupa a los europeos con mayores o menores niveles de incidencia, es el empleo juvenil. En un continente cuya principal enfermedad consiste en padecer una demografía envejecida, el futuro incierto de unos jóvenes cada día con más dificultades para encontrar empleo debe convertirse en el foco de propuestas en las elecciones europeas. Si fuéramos capaces de convencer a nuestros jóvenes de que Europa es la oportunidad y no el problema, habríamos ganado de golpe el desafío que los euroescépticos lanzan hoy día a la Unión.  El desempleo juvenil en la Europa de los 28 gira en torno al 15% para menores de 35 años y se incrementa hasta un 22% para menores de 25. EspañaGrecia y Croacia se sitúan claramente por encima de la media superando en el caso de España el 52%. Otro dato destacable es que el 19% de los jóvenes desempleados llevan entre 1 y 2 años en paro. Asimismo,  la tasa de emancipación en Europa de jóvenes entre 25 y 34 es del 74%. Francia y Bélgica tienen las tasas más elevadas, mientras queEslovenia, Grecia, MaltaPortugalItalia y España se sitúan muy por debajo de la media, en el caso de España del 64%. No sé si necesitamos más ratios alarmantes para darnos cuenta de que vivimos en una auténtica emergencia social que precisan medidas de inmediato para conceder el derecho de un futuro digno en nuestro espacio común a los jóvenes.

Vivimos los europeo la paradoja de haber sido capaces de crear el mayor mercado interior comercial y de consumo del mundo, con más de 500 millones de personas y una moneda única para buena parte de ellos y, por contra, capaz de condenar a sus jóvenes al desempleo. Esta es la triste realidad del fracaso de un proyecto que si no es capaz de poner en marcha herramientas de fomento del empleo, perderá su identidad en menos de una década. No podemos convertirnos en el museo de mayores privilegiados del mundo occidental. Eso nos relega a un segundo plano y, en el fondo, a renunciar a los derechos que hemos enarbolado siempre como hecho diferencial europeo. Toda nuestra arquitectura social depende de que seamos capaces de garantizar un futuro digno a nuestros hijos. Las próximas elecciones europeas son el mejor escenario para centrar el debate de la creación de empleo. Antes que más o menos competitivos, más o menos innovadores y más o menos formados, debemos evitar perder generaciones de jóvenes abocados hoy a la frustración y el desencanto. Está claro que nuestros líderes nacionales no son capaces de resolver el problema, tal vez la suma de ideas y voluntades en el espacio común, sea la única salida que tenemos aún para paliar este drama continental. Aprovechemos las elecciones europeas para abrir un gran debate sobre el empleo juvenil, pero no dejemos la labor exclusivamente en manos de la clase política, contribuyamos todos empezando por los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones privadas. La labor es de todos si queremos tener futuro.

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Presupuesto UE 2014 – 2020: la increíble Europa menguante

Los líderes de la Unión Europea siguen acostumbrándonos al ridículo espectáculo de sus interminables citas contrarreloj para arreglar problemas que llevan meses encima de la mesa. Cualquiera diría que vivimos en el siglo XIX y que de nada sirve que puedan hablar unos con otros en el día a día como para no conocer perfectamente las posiciones enfrentadas y las alternativas de consenso. Pues no, parece que nuestros dirigentes le han tomado el gusto al género de suspense y necesitan 26 horas seguidas de reuniones, sin dormir apenas, y con pausas bilaterales continuas, para alcanzar un acuerdo relevante. Esta vez les tocaba en suerte un asunto no menor: el presupuesto de los 27 – el 1 de julio seremos 28 con la incorporación de Croacia -, la expresión en cifras de las intenciones de la Unión Europea para sí y para el resto del mundo. Las dificultades para su aprobación han hecho necesario un Consejo Europeoextraordinario dado que las posiciones se enquistaron en una doble matriz diabólica: norte/sur, ajustes/crecimiento, Merkel/Hollande y para colmo, el ultimátum en forma de referéndum del Reino Unido. Todo un reto, por tanto, para la cumbre de Bruselas que se ha saldado como casi siempre, in extremis, al borde del precipicio y con la solución menos mala, pero no buena. Podría decirse en forma metafórica que Europa camina firme hacia su futuro como el síndrome del “increíble hombre menguante”.

En 1956, Richard Matheson, uno de los grandes guionistas de Hollywood, escribía su novela llevada al cine un año después por Jack Arnold, “El increíble hombre menguante”. En el film, su protagonista pasando un agradable día en un barco prestado se ve envuelto de repente en una especie de niebla radioactiva y es cubierto por ella.  Sin saberlo, ésta le provoca problemas de estatura y peso. Pasan los meses y descubre que todo su cuerpo está empequeñeciendo, por lo que es sometido a multitud de pruebas, con las que llega a la conclusión de que la niebla es la causante de su cambio de tamaño. En poco tiempo, su cuerpo se ve reducido a pocos centímetros, lo cual cambia su carácter y su vida. La trama de la película se convierte en el intento de Scott Carey – el protagonista – por trata de superar los problemas que acarrea su pequeño tamaño, antes desconocidos para él. De esta forma, el autor nos enfrenta a la inevitable pregunta que se hace el hombre frente a la adversidad: “¿Quién soy?”. La solución del protagonista es reinventarse ante su nueva realidad, sobrevivir a pesar de todo. Scott Carey comprende la necesidad de trascender sus creencias, obligado a adaptar su mapa mental y enfrentarse a los peligros desde una nueva dimensión. ¿A que nos suena el guión a lo que nos está sucediendo en el último lustro en la Unión Europea? Esa enfermedad repentina que aqueja Europa ante una crisis económica y monetaria impredecible y de desconocidas consecuencias, ha convertido a sus gobernantes en unos personajes menguantes que están empequeñeciendo a su vez a Europa. Europa disminuye de perfil en sus cuentas, en sus planteamientos políticos y en su presencia internacional.

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Dicho esto, los europeístas convencidos debemos adaptarnos a la circunstancia y seguir trabajando por el proyecto común del mayor espacio de libertad y progreso que sigue existiendo en el mundo. Por eso debo reconocer que Herman van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, ha logrado seducir a todos. A los ‘amigos del mejor gasto’, con un presupuesto por primera vez más reducido que el anterior y con un recorte de 93.000 millones de euros respecto al texto de la Comisión, y a los ‘amigos de la cohesión’, con un fondo para combatir el desempleo juvenil y compensaciones en agricultura y las regiones. En concreto, el presupuesto europeo contará con 34.000 millones menos que en el período 2007-2013 a repartir entre 28 Estados miembros. Conciliar las posiciones de Reino Unido y Alemania, en sus ambiciones de recortes y a Francia y España, en sus deseos de poner en marcha políticas de cohesión para la creación de empleo y los fondos para la agricultura. No obstante, el documento contempla un recorte adicional de 13.000 millones de euros respecto a su plan de noviembre, situando el tope de los compromisos en 960.000 millones.

Si lo miramos conceptualmente, es decir, partida a partida, política comunitaria a política comunitaria, la realidad es compleja. Mientras que han aumentado en 34.000 millones de euros la partida de competitividad y crecimiento respecto al actual marco financiero, lo que asegura que se salvará el programa de intercambio Erasmus y dará aire a la iniciativa de apoyo al transporte, la energía y las telecomunicaciones “Conecta Europa”,  en cambio, si se compara con la propuesta de la Comisión, la reducción es de 39.000 millones y el dinero destinado al plan europeo de infraestructuras se queda en 30.000 millones de euros, 20.000 millones menos de lo esperado. La política de cohesión ha sufrido un nuevo tijeretazo que ha dejado los fondos en 325.149 millones de euros, 55.000 millones menos que en el texto del Ejecutivo comunitario y 30.000 millones por debajo de lo establecido en el marco actual. Para no cebarse con ‘los amigos de la cohesión’, el recorte a la agricultura fue más moderado, de 17.000 millones. Disminuyen los cheques, no así el británico, y España, que se mantiene como receptor neto, recibirá una compensación para desarrollo rural de 500 millones de euros.

Por otro lado, el desempleo se hace un hueco en el presupuesto. Los Veintisiete han aprobado un plan de 6.000 millones de euros para combatir el paro juvenil en las regiones más afectadas por esta lacra, como España, donde ya roza el 56%. De ese monto la mitad correspondería a dinero nuevo y los otros 3.000 millones procederían del Fondo Social Europeo. En cuanto a los gastos administrativos, la partida que nutre los salarios de los funcionarios europeos, y que en noviembre se libró de la quema, sufre un recorte de 1.000 millones de euros, que ha servido para calmar los ánimos británicos. Se mantiene la propuesta de la Comisión de reducir un 5% el personal, a cambio de incrementar el número de horas laborales. Aunque los sueldos no se rebajarán, sufrirán una congelación de dos años. Así las cosas, se abren siete años de presupuesto recortado, cicatero, pero también es cierto que con una clara intención de cambio de prioridades. La agricultura con precios garantizados pierde peso; las infraestructuras de los países del Este tendrán que esperar; el empleo se cuela entre las políticas de fomento europeas; la investigación, la innovación, eficiencia energética o la educación, se salvan de la psicosis de la tijera. La administración como gran perceptor de los fondos y ayudas ven mermado su poder, para dar paso a la interlocución más directa de la Comisión con las empresas. Y esa todopoderosa maquinaria funcionarial de Bruselas, deberá aprender a vivir de forma más austera, aunque sus ratios de eficiencia población/funcionario, sea la mejor del mundo.

No hablar de vencedores y vencidos en estas cumbres y más cuando se discuten los dineros que se deben poner en los próximos siete años sería infantil aunque lo cierto es que mejor nos iría si habláramos más de Europa y menos de nuestros intereses nacionales. El teórico gran vencedor David Cameron, se lleva como él mismo dijo la decisión de recortar por primera vez en la historia lo que la tarjeta de crédito europea puede gastar. El perdedor más claro, el presidente de la Comisión Europea, Barroso,  que pierde la batalla en cuantía, aunque no en calidad de las políticas. Merkel como casi siempre se ha salido con la suya en su obsesión austera y se alía con los británicos en su cruzada. De los grandes, Francia es la peor parada y Hollande a su soledad en su operación militar en Malipara luchar contra los yihadistas islámicos, añade otra derrota en sus pretensiones de lanzar políticas de reactivación económica desde los sectores públicos. España se lleva una de cal y otra de arena, seguirá siendo receptor neto y recibe 1.000 millones para la lucha contra el empleo juvenil, pero pero pierde los 1.000 millones de euros para las Comunidades Autónomas que planteaba la propuesta de noviembre. La última palabra, sin embargo, la tiene el Parlamento Europeo que en los próximos tres meses debe ratificar las cuentas. Hoy por hoy, los principales grupos del europarlamento, popular, socialista, liberal y el de los verdes, se han manifestado enormemente críticos con unos presupuestos que consideran debilitará el crecimiento y la competitividad y “conduce a la UE a un déficit estructural”. Veremos si los representantes de todos los europeos son capaces de ejercer su responsabilidad sin plegarse a las presiones de sus partidos nacionales. En el juego de enmiendas se pondrá de manifiesto el protagonismo que el Parlamento Europeo al que le queda un año para ir a elecciones quiere tener. Estaría bien que los gobernantes tan preocupados por salvaguardar su cuota de poder tuvieran que aceptar correcciones significativas de aquellos a los que hemos elegido para hacer más grande la Unión. La democracia es la mejor medicina para combatir la enfermedad menguante de Europa.

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Cataluña o la dificultad de surfear un tsunami

Algunos se empeñaron en presentar la elecciones anticipadas en Cataluña como una especie de prereferéndum del referéndum sobre el derecho a decidir de los catalanes. Demasiado rebuscado para una sociedad que está harta de que la utilicen políticamente para intereses particulares muy alejados de los problemas cotidianos de los comunes mortales. Pero el caso es que el órdago montado entorno a la manifestación de la Diada del pasado septiembre provocó un tsunami social de imprevisibles consecuencias que ha derivado en un enloquecido mapa político a la vuelta de los comicios. Siete fuerzas políticas en un Parlament mucho más fragmentado que el saliente de las elecciones de 2010, donde resulta difícil realizar análisis certeros de lo que la sociedad catalana demanda de sus políticos y mucho más complejo aún extraer conclusiones del camino a seguir por unos y otros partidos. Está claro que eso de subirse a la ola en el momento en que ésta te permite surfearla y llegar en pie a las arenas de la playa, en política no es tan fácil como alguno quiso creer. Supongo que Mas de uno estará pensando que la improvisación no es buena consejera cuando lo que se le está planteando a un pueblo es su independencia mientras tiene serias dificultades para llegar a fin de meses y los servicios sociales básicos, léase educación o sanidad, ven en riesgo su viabilidad a base de recortes.

Todo adelanto electoral, se quiera o no, es una crónica de un fracaso porque el mandato de los electores es conformar mayorías que hagan posible la gobernabilidad el tiempo para el que han sido elegidos. Este es el primero de los errores cometidos por el president Mas cuando convocó los comicios a mitad de legislatura, sin aparentes motivos capaces de ser comprendidos por la ciudadanía. La necesidad de un pacto fiscal que garantice la financiación de Cataluña en el Estado español no era argumento suficiente, toda vez queConvergencia i Unió había logrado la aprobación de sus presupuestos en Cataluña con los votos del Partido Popular y, además, en los 30 años de democracia esa reivindicación ha sido una y otra vez aparcada por CiU a cambio de mejoras en la cuantía de la financiación desde Madrid. Se trataba, pues, de encontrar objetivos de más amplio calado capaces de movilizar a Cataluña hacia una mayoría absoluta de Artur Mas. La gran manifestación de la Diada convenció al president de la necesidad de un salto cualitativo en la oferta electoral nacionalista. La independencia ya no era solo un credo futurista de los convergentes sino que se convertía en el adn existencial. Liderar un proceso social que se creía mayoritario se convirtió en el centro de todas las miradas y en el escenario de todas las batallas. El plebiscito nacionalistas/constitucionalistas estaba servido y no era la primera vez que ocurría en el Estado español, pues, elPNV ya vivió similar circunstancia con el lehendakari Ibarretxe y su frustrado plan de asociación con España.

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Mas acudía a las urnas alentado por unas encuestas tan erróneas que su responsable ha dimitido al amanecer del día después de las elecciones, seguro de mejorar el resultado de 2010 que aunque no alcanzara la mayoría absoluta le permitiría gobernar otros cuatro años de manera holgada y formular la propuestas independentistas sin las prisas ni las presiones de Esquerra Republicana. La táctica se imponía a la estrategia y las necesidades eran más que las virtudes. Por medio una campaña durísima contra su persona con todo tipo de insultos y descréditos incluidas tremendas acusaciones en la cloaquera prensa madrileña de cuentas en Suiza y Liechtenstein de él, su familia y de la del ex president JordiPujol. A nadie debiera sorprenderle este tipo de juego sucio cuando lo que está hipotéticamente en juego es la escisión de una parte de un Estado. Que España defendería su posición inamovible de una, grande y libre para los que se sientan exclusivamente españoles es algo que tendría que haber tenido más que calculado CiU cuando tomo el decidido camino independentista. De otra forma, tal vez el problema es que ni estaba trazada adecuadamente la hoja de ruta, ni las consecuencias de su fracaso en algún punto y cuando alguien pisa el acelerador en una cuestión tan sensible no basta con tener plan B,, ni siquiera plan C.

Es difícil saber qué motivos han llevado a los catalanes a castigar a CiU y especialmente a Artur Mas tan severamente, pero yo me atrevo a apuntar cuatro cuestiones:

1.- La credibilidad de la oferta independentista de Mas y CiU era menor por ser la marca blanda nacionalista que la de ERC de siempre defensora de esta vía rápida. Por tanto, puestos a ser independientes muchos debieron pensar que apoyando a Esquerra lo serían más rápido.

2. Los tremendos recortes del govern de Mas en materias de amplio calado social pasan la misma factura que a todos los gobiernos que los han llevado a cabo y han pasado por las urnas. En otras palabras, la apuesta por la independencia no sirve de bálsamo milagroso para perder la memoria de los derechos atacados.

3.- El portazo dado con contundentes declaraciones de los miembros de la Comisión Europea, con su presidente Barroso al frente, a los afanes de Mas de ser Estado de la UE, han dejado en evidencia la falta de un trabajo previo clave ante las instituciones europeas al modo que lo han venido haciendo en los últimos años los mandatarios escoceses dirigidos por Alex Salmond. El temor a quedarse fuera, en tierra de nadie, también ha supuesto un duro revés para los intereses del president.

4.- La dura campaña de desprestigio ha podido calar por que en los entornos de CiU la corrupción ha estado presente en sucesivos y diversos casos de financiación ilegal y enriquecimiento personal ilícito en buena parte de su historia. Llovía sobre mojado y hacia falta poco que demostrar para que la siembra de rumores se convirtiera en una media verdad.

Sea como fuere, lo importante ahora es tratar de vislumbrar el incierto futuro que depara la política catalana. Hay que empezar por decir que con este resultado realmente no ha ganado nadie. Mal hace Madrid pensando que se ha frenado el afán independentista cuando según como quiera hacer uno los números pero en el menor de los casos el apoyo a la independencia de las fuerzas del nuevo Parlament superaría el 70%. Pírrica victoria creer que con esos ratios se ha frenado la voluntad popular que una y otra vez le está diciendo a España que quiere marcharse. La trampa permanente, unas veces recurriendo al Tribunal Constitucional para replantear un Estatut votado por los catalanes o al Congreso de los Diputados para dar portazo a cualquier propuesta de pacto fiscal, está totalmente agotada y de seguir en ese empeño lo único que está logrando el gobierno central es acelerar la suma de voluntades independentistas. Pero también hacen mal los más radicales nacionalistas catalanes en alardear de estos resultados. Deberían recordar que gobernaron durante ocho años en Cataluña en un govern tripartito presidido por el PSC – Partido de los Socialistas de Cataluña – y acompañados por ICV – Iniciativa per Catalunya y los Verdes – y la escasez de logros hacia la independencia fue manifiesta, así como su balance de gestión económica poco edificante.

Con un PSC en caída libre, con guerras internas y asolado por la corrupción, el único socio que le queda Artur Mas es ERC que seguro tratará de controlar el camino independentistas de CiU desde fuera del gobierno y que asumirá el liderazgo de la oposición catalana contra las políticas de ajuste que Mas pretende seguir llevando a cabo. Más que un amigo, pues, pueden convertirse de la noche al día en el peor enemigo. Claro que la otra opción todavía suena peor, ya que consistiría en acudir con el rabo entre las piernas a Moncloa para rogar al presidente Rajoy apoyo en el Parlament como ya sucediera en la legislatura anterior. El descrédito sería supino y Mas habría firmado su sentencia de muerte política. Por tanto, a Convergencia i Unió solo le queda la opción de aceptar el apoyo en la investidura de ERC y tratar de gobernar a duras penas, haciendo equilibrios que se antojan imposibles entre fuerzas antagónicas que pretenderán a cada paso debilitar al president Mas para provocar su definitiva caída. De fracasar el intento, mucho me temo que podríamos estar en la antesala de unas nuevas elecciones anticipadas en breve plazo con un candidato convergente nuevo como último recurso para tratar de salir del laberinto en que ellos mismos se han metido y han metido a Cataluña.

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Cómo crecer en una Europa donde hay 1,6 millones de puestos de trabajo vacantes y 4 millones de empresas cierran siendo viables

Bajo el muy ambicioso título de “Soluciones para el crecimiento” se ha celebrado en Bruselas el encuentro anual “European Business Summit” que reúne, además de lo más granado de las autoridades políticas de las instituciones europeas – con Van Rompuy y Barroso a la cabeza – y a 1.000 líderes empresariales de la UE y en el que he tenido la oportunidad de participar. El hecho de que se haya puesto el acento en el crecimiento nos habla del clima de rebelión a bordo que se vive contra las políticas monotemáticas de ajuste y austeridad que impone la canciller alemana Angela Merkel al conjunto de los Estados de la Unión. La feroz crisis mutante que afecta a Europa ha tocado fondo estructural al entrar en recesión economías como la española o la del Reino Unido y seguir poniendo únicamente el foco en los desequilibrios presupuestarios públicos, la deuda pública o la de las entidades financieras está dejando desarbolada el sustrato base de la economía productiva, la que generan las pequeñas y medianas empresas que constituyen el 80% de la actividad de la eurozona. Estranguladas por la falta de liquidez, por la caída de los pedidos basados en inversiones o servicios públicos y deprimidos por el descenso creciente del consumo privado, las empresas claman ya por un cambio de políticas, por un golpe de timón que ha encontrado momento y personaje simbólico, tras la celebración de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas del 6 de mayo.

En la apertura del foro empresarial, el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, anunció la celebración de una cena informal con los jefes de gobierno de los 27 para discutir con ellos iniciativas para el crecimiento con anterioridad a la celebración de la Cumbre de junio en Bruselas. Según el político belga, el crecimiento es en estos momentos la máxima prioridad de Europa y cifra el escenario 2014 a 2020 como decisivo para ver los resultados de esa nueva política expansiva que precisamos. Un dato revelador lanzado por el máximo responsable comunitario es que incluso si establecemos el tope de aportación de los Estados miembros a la Unión en el 1% del PIB, generaremos un billón de euros que deberían ser claves para contribuir a esas políticas que generen crecimiento. Si hemos sido capaces de poner en marcha un programa Erasmus con mucho menos inversión, que ha promovido una movilidad de los estudios de 2,3 millones de europeos en los 22 años de su existencia, deberíamos de ser capaces también de lanzar un modelo similar en el ámbito laboral. Un Erasmus para el trabajo sería el gran objetivo, sobre todo, si tenemos en cuenta el dato aportado por la Comisión Europea de que en estos momentos 1,6 millones de puestos de trabajo en Europa se encuentran vacantes por falta de herramientas de gestión de colocación coordinadas entre los Estados miembros o por incapacidad para ajustar la oferta a la demanda. Factores como la educación en idiomas y la homologación de titulaciones son las principales trabas para resolver por un lado el drama del paro para muchos jóvenes y por otro de muchas empresas que desaprovechan oportunidades de negocio por no contar con el recurso humano necesario.

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Estos son los verdaderos desajustes de la economía europea, más allá de determinados desmanes presupuestarios que deben pasar al control riguroso de las cuentas. El rigor y la lógica austeridad no son virtudes de las que hacer gala en periodo de vacas flacas y olvidar en la opulencia, son sencillamente comportamientos éticos y obligaciones marcadas por el sentido común que debe regir la gobernanza tanto pública como privada. Parece evidente que mucho más grave que un Estado se desvíe en su déficit público un 1% de su PIB es el hecho de que más de 4 millones de empresas cierren en Europa siendo claramente viables en su actividad y funcionamiento, porque no son capaces de transferir su negocio, es decir, de establecer alianzas de colaboración para captar nuevos mercados o vender su conocimiento a empresas que tienen canales de distribución más amplios. Para quien quiera escucharlo, en Europa tenemos un problema de falta de eficacia, no tanto en los esquemas productivos o de competitividad, sino en las herramientas o habilidades puestas en común. La unidad económica ha dado importantes frutos comerciales, pero no nos ha inculcado una nueva cultura colaborativa entre empresas de distintos Estados y con distintos mercados, ni nos ha transferido la necesaria movilidad profesional de nuestra mano de obra. No es cierto que nuestro principal problema sea de costes laborales, ni tampoco de investigación o innovación. Europa sigue siendo el espacio del mundo donde más se invierte en I+D+i y ello supone que somos los más capaces para vender productos de alta gama. Ese es nuestro espacio de competitividad, el problema es que seguimos haciendo cada uno la guerra por nuestra cuenta.

Es imprescindible un acuerdo entre la estabilidad fiscal y la inversión para el crecimiento. No sé si será a Hollande si llega a ser presidente de la República al que le tocará bailar con la más fea – y que nadie piense que me refiero a Merkel porque no me permito expresiones de carácter tan machista -. Me refiero al difícil balanceo en el eje franco-alemán, entre las pulsiones de las autoridades alemanas, tanto políticas como económicas, que pueden poner el énfasis en la austeridad porque su país aún sigue creciendo y una amplia mayoría de europeos que ver cercenados sus derechos sociales mientras sus posibilidades de vivir con un trabajo digno son cada vez más remotas. Y una buena forma de salirse de la melé de posiciones tan encontradas sería poner el énfasis en los otros ajustes que mencionaba con anterioridad. Ajustar nuestros mercados, hacerlos más eficaces, especialmente el del recurso humano, el principal de nuestros recursos. Olvidar por un solo minuto, siquiera por un día, a la prima de riesgo y las cotizaciones bursátiles, dejar de lado por un lapso inconsciente el vil metal, las decisiones puramente monetarias y pensar en los problemas de fondo de nuestras empresas y nuestros trabajadores. Pensar en porqué no vendemos más y porqué no empleamos más trabajadores. Pensar en definitiva en porqué no sumamos más siendo 500 millones de ciudadanos con una alta formación y unas instituciones mucho más consolidadas que la mayoría de nuestros entornos mundiales. Ese diálogo europeo se produce solo en los despachos de Bruselas, se estudia solo en las mesas de los funcionarios comunitarios, denostados injustamente, porque a su manera demasiado cicatera y sumisa a los poderes políticos estatales, vienen escribiendo y diciendo soto voce a quien quiera leerlos y escucharlos, que tenemos que invertir más en colaborar, ser más europeos y sumar más. Y lo dicen además, desde la puesta en valor de la riqueza diferencial, desde el poderío identitario local puesto en común y siguen siendo las estructuras cada vez más virtuales de los Estados heredados de la II Guerra Mundial las que impiden una construcción más cohesionada de Europa.

Si no somos capaces de realizar este auténtico esfuerzo de construcción europea vencerán poco a poco las posiciones neopopulistas que crecen por doquier en Europa. El domingo pasado Marine Le Pen y su Frente Nacional se asomaban al 20% de votos en las elecciones francesas y un día después la ultraderecha holandesa obligaba a dimitir al gobierno de su país y conovocar elecciones. No quieren tomar la sociedad, no son revolucionarios, solo son antosistemas dentro del sistema, que quieren tener la llave del poder, las minorías de bloqueo y basan su discurso ya no euroescéptico sino eurfóbico en el descontento de la sociedad, sobre todo clases bajas populares y jóvenes, con una Europa que no aporta las ventajas que de ella esperaban y que solo les habla de crisis y de recortes. Para eso mejor transitar solos por la vida, sería el mensaje simplón que los ultras cada vez más desideologizados proclaman. Si juntos en Europa solo recibimos intervenciones que socavan nuestros derechos, preferimos envolvernos en nuestras viejas banderas guerreras y hacer la guerra por nuestra cuenta. El resultado, volver la vista atrás más de 60 años y encontrarnos en los campos de batalla que en cementerios de armas recorre nuestra historia y nuestras poblaciones. A esos discursos xenófobos y aislacionistas solo se les puede combatir con más democracia y con más eficacia en las políticas comunes, una receta fundadora de la Unión que los líderes europeos han olvidado en la mesilla de noche.

Tenemos que poner en marcha una “Marea de cambio” en Europa, basada en la generación de crecimiento, reconstruyendo herramientas e inventado nuevos modelos de colaboración público privada y entre empresas. Hemos de ser conscientes que caminamos con una pesada losa producida por nuestra estructura demográfica. Los europeos somos muy viejos en comparación con el resto del mundo y somos los que menos oportunidades concedemos realmente a nuestros jóvenes, porque los puestos de liderazgo y responsabilidad están okupados por auténticos okupas del poder. Nos quedan pocas décadas para no asistir al derrumbe de nuestro mundo, probablemente el plazo de supervivencia y regeneración europea espira ese emblemático 2020 que marca toda la Estrategia de la UE. Por eso no podemos dejar todo en manos de nuestros gobernantes asistiendo inertes a sus decisiones amparados en el silencio de los corderos. La revolución que debe suponer esa marea de cambio es antes individual que colectiva, es un cambio de mentalidad que empieza en los hogares y sigue en las empresas, de ser conscientes de lo que nos jugamos. Más Europa es más futuro, pero para eso cada uno de nosotros tiene que querer entenderlo y ponerse a la tarea, salir del aislamiento acomodado, coger las maletas virtuales de nuestras capacidades y buscarnos un socio europeo para conquistar la esperanza.

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