El debate de la Unión o de … ¿la desunión?

La pasada semana se celebraba en Estrasburgo, en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, el debate sobre el Estado de la Unión. Correspondió al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, trazar en su discurso el marco de situación en que nos hallamos y la estrategia para afrontar los principales a los que se enfrenta la Europa unida. Intervención de altura, a la altura de las circunstancias de este veteranísimo político con el que, más allá de diferencias de planteamiento ideológico, realizó una radiografía exacta de los malos que padece nuestra convaleciente Unión. Enfrentados al espejo de nuestra identidad de tierra de asilo, el discurso vino en pleno drama de miles de hombre, mujeres y niños que huyen de su segura muerte en la guerra de Siria. La Europa de los derechos y libertades políticas, la cuna de la sagrada defensa de los refugiados, mostraba en Hungría el peor rostro de la insolidaridad, cerrando fronteras a seres humanos desprotegidos.

Juncker clamó por ellos con rotundidad:”Si fueran ustedes, con sus hijos en brazos, los que vieran cómo el mundo se deshace, no habría muro que no fueran a subir, no habría mar que no fueran a atravesar o frontera que cruzar para huir de la guerra o del Estado Islámico. Debemos acoger a los refugiados en la UE“. Un esfuerzo de generosidad que apenas representará el 0,11% de la población europea. ¡Qué Europa pretendemos ser si no somos capaces de aceptar tan nimio sacrificio? Juncker hablaba con la legitimidad y el respaldo que le da ser el primer presidente de la Comisión elegido por el Parlamento que todos hemos votado. Investido de ese nuevo aura nos recordó que “los europeos no podemos olvidar lo importante que es el derecho al asilo, uno de los valores más importantes que existen. A pesar de nuestra fragilidad, de nuestra propia percepción de debilidad, hoy es Europa la que buscan como lugar para el refugio y el exilio. Europa es, con mucho, el lugar más estable y rico del mundo. Los que critican la construcción europea, la UE, deben admitir que es un lugar de paz y prosperidad. Tenemos los medios para acoger a los que huyen de la guerra y la opresión”.

null

Hablaba el presidente con la sensibilidad que la crisis humanitaria requiere, no con el cálculo del político de Estado metido en su pequeño bunker creyendo que puede aislarse del mundo envuelto en sus alambradas. Anunció la cifra de 120.000 nuevos refugiados repartidos entre los Estado de la UE, más los 40.000 que esperan desde mayo en Grecia e Italia su reubicación urgente. A la vez anunció la puesta en marcha de un fondo fiduciario de emergencia para cooperación en África de 1.800 millones de euros. Cargaba así toda la prueba y responsabilidad sobre los Estados para poner fin al drama en las fronteras y no acabar con el sueño del tratado de Schengen, volviendo a establecer controles fronterizos intracomunitarios.

Pero Juncker también habló de nuestra otra gran crisis, la interna, la del euro que ha tenido su más dura expresión en Grecia. No la dio por finiquitada, como nadie con dos dedos de frente puede darla por acabada. Y estableció correctamente los anhelos que debe tener la UE cifrados en el nivel más próximo posible al pleno empleo como objetivo último de recuperación. Para ello volvió a confiar en su plan Juncker de inversión de 310.000 millones de euros, al más claro estilo keynesiano. Pero como si estuviera ya de vuelta de todo, dijo más, habló de la necesidad de un salario mínimo interporfesional igual en todos los Estados de la UE para acabar con el dumping social que produce la desigualdad laboral en el espacio común. En esa misma línea de profundizar en las estructuras de una política económica de la UE, se refirió a la necesidad de la armonización fiscal, reclamando una Hacienda y un Tesoro común en la zona euro. De igual forma que una sola voz ante organizaciones como el FMI o el Banco Mundial.

Nadie puede decir que lo que sucede en Europa es culpa de sus instituciones de la Unión, ni de la Comisión que habló claro de las prioridades por boca de su presidente, ni del Parlamento, que salvo las minorías muy minoritarias de ultraderecha, populares, socialdemócratas, liberales y radicales de izquierdas aplaudieron buena parte del discurso de Juncker. Ahora todos sabemos que son los gobiernos de los Estados los que entorpecen y dificultan la puesta en marcha de políticas europeas, los que cada día ponen trabas a la construcción europea. Pero no seamos hipócritas, esos gobiernos no han caído del cielo, son fruto de las legítimas decisiones de alemanes, holandeses, letones, españoles, portugueses… en las urnas. Esa esquizofrenia europea que nos lleva a votar gobiernos que traicionan la lealtad europeísta que nadie niega en sus discursos formales. Queremos ser una cosa y la contraria, sin hacer un esfuerzo o sacrificio común, sin compartir responsabilidades. Seguimos siendo el niño mal criado que no quiere reconocer la realidad de las dificultades.

Como dijo Juncker nos falta más Unión y nos falta más Europa. Estamos en el momento que debemos demostrar al mundo nuestra capacidad de estar unidos, de ser honestos y de ser solidarios. Lo decía en días difíciles para Europa, como lo son para él que acaba de perder a su madre y su padre está gravemente enfermo hospitalizado. Uno de los políticos más pragmáticos que ha conocido la Europa contemporánea, una auténtico profesional de la política comunitaria, tiró de sentimiento y de pasión en su discurso, de lo que más adolece la tecnocracia de Bruselas. Para recordarnos que si queremos seguir siendo europeos, no podemos olvidar la piedra angular de nuestro sentido de ser, la libertad sin fronteras.

null

Morir en las costas de Lampedusa

Que el ser humano es uno de los animales que más mata a sus congéneres y que permanece más insesible a la muerte de los que le rodean, no precisa de sesudos estudios de antropólogos o biólogos, nuestra trágica historia sobre el planeta lo avala. Tal vez sea ese uno de los secretos que ha llevado a los humanos a ser los seres supremos terrenales, pero cierto es que nuestras conciencias se ven turbadas ante a propia imagen de nuestro magnicidio. Algo de todo esto se encuentra en las claves del último drama vivido ante la isla de Lampedusa, en ese Mediterráneo bañado siglo tras siglo en sangre, con la desaparición de más de 900 inmigrantes. Desaparecer así es la peor de las muertes posibles. Es la muerte en número, sin nombre, sin rostro, sin memoria. La muerte más indigna, la no reconocida. Ese es el destino que les hemos dado a cientos de hombres, mujeres y niños por la inacción culpable de un mundo acomodado y rico que ya casi parece no alterse ante el horror vivido por otros.

Pero si nos sigue quedando un ápice de humanidad bien entendida, lo primero que deberíamos preguntarnos es por los motivos que llevan a las víctimas de estos homicidios a venderse a las mafias que les lanzan a la muerte. ¿De qué huyen estas pobres gentes, qué les lleva a abandonar hogar, a dejar amigos por extraños, sin oficio alguno ni beneficio cierto? Todas las corrientes migratorias han tenido el mismo signo, no nos engañemos, no hay novedad alguna, se huye de la muerte segura o del riesgo a morir, bien por hambre o por violencia. Hambruna y guerras han significado los dos motivos por los que millones de personas se han visto obligados a partir de sus orígenes en pos de un futuro mejor. En África se dan a la par ambos elementos con toda la pluralidad de macabras formas de expresión que queramos encontrar. Sequía, epidemias, guerras tribales, civiles, integrismo religioso y un largo etcétera vergonzante de testimonios de la barbarie, se dan cita en el continente olvidado, ese trozo de la tierra al que solo recurrimos el resto para explotar la riqueza de su subsuelo.

null

Pero no cabe duda, que lo que en estos momentos se ha convertido en el elemento catalizador de la tragedia es la presión ejercida por las fuerzas yihadistas en cruzada de guerra santa por buena parte de África. Las guerras en Siria y Libia, a manos del Estado Islámico, los conflictos continuos en Irak yAfganistán, la actuación salvaje de Boko Haram en Nigeria, los atentados de la milicia Al Shabab en Somalia e incluso ya en Kenia… componen un mapa del terror que está obligando a millones de personas a desplazarse de su territorio, no para probar fortuna mejor en otras tierras, sino para no ser brutalmente asesinados. Si alguien se cree que el único motivo de la escalada militar emprendida por los extremistas en esos territorios es su mera ocupación se equivocan. Pretenden sembrar el terror en todo África con la estratégica misión de lanzar un ejército de personas aterradas huyendo despavoridas hacia la Europa refugio. Esa presión sobre nuestro espacio de libertad y de conciencias es lo que pretenden, esperanzados como están de que no vamos a saber dar respuesta unitaria a este tremendo reto.

Y a fe que hasta ahora están acertando en sus presunciones. Para el conjunto de los europeos este es un problema de los que lo tienen. Si los inmigrantes llegan por Italia, de los italianos, si lo hacen por Ceuta y Melilla, de los españoles. Cuanto más nos alejamos del problema de frontera física menor comprensión a destinar recursos para encontrar soluciones. Pese a que finalmente, el destino de los inmigrantes no sean los países del Sur, sino los más prósperos hoy por hoy del centro y norte de Europa. Italia sin ir más lejos está sola en la financiación de la Operación Tritón, la única activa realmente en la actualidad de Frontex. De ahí que a nadie le puedan sorprender las valientes palabras de la alcaldesa de Lampedusa, cuando ante la última tragedia vivida ante sus costas dijo a los mandatarios que se disponían a visitar la zona enlutados y cari acontecidos, que si no venían con soluciones y recursos, mejor le mandaran un correo electrónico mostrándole sus condolencias.

La reacción al último episodio del drama por parte de la UE ha sido tan rápida como esperpéntica. Se reúnen los ministros de exteriores y plantean bombardear los buques de las mafias que explotan la mísera situación de los inmigrantes. Fantástico, los hundimos y ya no existe el problema, solución avestruz, que se mueran sin coger el barco, así no les vemos morir, así no somos conscientes de nuestra complicidad con los asesinos. Ante el problema volvemos a aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Nada de aplicar una política de seguridad y defensa unida y seria que se enfrente a los responsables del terrorismo islamista y menos de dar garantías de estabilidad a los gobiernos democráticos de la zona, poniendo en marcha un plan de desarrollo dotado de fuertes inversiones para impulsar un fuerte crecimiento económico en las zonas en riesgo.

La hipocresía europea no tiene límites, tenemos explicación diplomática para todo, para lo uno y para lo contrario, con tal de seguir viviendo instalados en el egoísmo del que no está dispuesto a hacer un mínimo sacrificio con el que sufre. Dante ha vuelto a escribir su Divina Comedia y no hace descender a los infiernos cada vez que cientos de seres humanos perecen en nuestras costas o en nuestras infames verjas que condenan a muerte a inmigrantes. Si de verdad nos queda algo de dignidad, solo podemos sentir lo que expresó el Papa Francisco en su primer viaje como pontífice. Eligió Lampedusa ante una de las sistemáticas tragedias allí vividas y ante la fila de cadáveres sin rostro, envueltos en bolsas de plástico, solo puedo decir una palabra: vergüenza. Europa solo puede sentir vergüenza de si misma si sigue permitiendo la muerte dictada por la intolerancia de unos y la desidia de otros.

null

Vivimos en una Europa incolora, insípida e indolora

De crío me enseñaron eso de las propiedades del aire, incoloro, inodoro e insípido y la verdad que siempre me pareció una descripción harto despectiva de nuestra atmósfera, sobre todo si tenemos en cuenta que es el elemento clave para respirar. Con el tiempo y las vivencias me fui dando cuenta que por científica que fuera aquella lección, nada tenía que ver con la realidad, pues, a lo largo de mi vida lo que le ha dado sentido es aprender a descifrar en el aire olores, colores y sabores. Unas veces agradables y otras claramente hostiles pero lo que diferencia un ambiente de otro es lo respirable que sea y ese índice diferencia unas sociedades de otras en el mundo. Y ahí es donde quiero centrar mi reflexión, en la calidad del aire que respiramos los europeos, en una sociedad que se ha vuelto incolora, insípida e indolora ante lo que la rodea. Si no es así de que otra forma puede explicarse que sigamos inertes ante el drama vivido en Gaza o ante la atrocidad que supone el homicidio de cientos de personas al derribar un avión a su paso por el espacio aéreo de Ucrania. Esta es la Europa insensible que se regodea exclusivamente en sus problemas interiores y que incluso dentro de sus propias fronteras prefiere mirar para otro lado cuando la desigualdad y la injusticia se hace cada día más patente como precio de la crisis económica.

De la Europa incolora: Nos debatimos en la UE en un dilema entre los defensores de la pureza de raza de cada cual en su patio interior, expresado en el incremento de las opciones ultras como las del Frente Nacional francés o la  histriónica versión finesa de los Auténticos Finlandeses y los grandes partidos mayoritarios del centro a la derecha y la izquierda, populares y socialistas, que dibujan una Europa sin colores, uniforme, que niega las realidades plurales de los pueblos. A todos les une además la absurda tarea de cerrar nuestras fronteras del club de los ricos a la emigración del hambre que acosa la muralla de inconsciencia que cada día más asola los corazones de los ciudadanos ante el drama de supervivencia de otros congéneres. La inmigración se niega y el mestizaje imprescindible para la estabilidad de la civilización europea, se torna en xenofobia o en hipocresía diplomática calculada por razón de Estado. Hablando en román paladino, negamos nuestra realidad diversa interior de pueblos que no encajan en el diseño gratuito de los Estados Nación y cerramos la puerta a la llegada de seres humanos que buscan refugio entre nosotros. Todo lo que oficialmente incomoda es rápidamente teñido de ese espíritu incoloro de la Europa irreal.

null

De la Europa insípida: A los europeos nos han puesto a dieta, es un ayuno sin la sal de la inversión pública y sin las especias de la protección social del Estado del Bienestar. Un menú insípido que ha generado millones de personas en paro, que prácticamente nos ha llevado a la estanflación. Un trágala que pretende hacernos creer que otra política no es posible y que ha hecho sistema de la alternancia bipartidista en cada Estado miembro y en el conjunto de la Unión, a cambio de no poner en riesgo los intereses de nuestra todopoderosa quebrada banca. Una derecha instalada en su dogma liberalista ha consagrado su acción política al capitalismo comunista. Y una izquierda que enmudecida ante el desastre es incapaz de poner una sola idea innovadora en su carta de pretensiones. Ambas opciones están encantadas de haberse conocido y temerosas de que en sus límites “ultras” el sistema pueda verse en riesgo. Vivimos los resultados de esa severa dieta que está desintegrando nuestra clase media, la que daba sentido a la estabilidad social, la que garantizaba el progreso. Parte de nuestra sociedad está sufriendo síntomas claros de desnutrición, donde los más débiles vuelven a su condición decimonónica de lumpen y la solidaridad pública y los derechos ciudadanos vuelven a su condición ilustrada de beneficencia y misericordia.

De la Europa indolora: Mitad incapacidad y mitad desidia, los europeos observamos indoloros el horror que nos rodea extrafronteras. Estalló la violencia incontrolada en Ucrania, en gran medida por nuestro propio pecado de insuficiencia energética. Rusia sacó partido descarado de esa intromisión y ahora decenas de holandeses fallecen al ser derribado el avión donde viajaban por un misil. Una atrocidad a la que por más respuesta la Europa oficial ha mandado a la nada la enésima nota de prensa de condena. Pero donde más patente ha quedado la actitud indolora europea ha sido ante la nueva oleada de ataques israelíes lanzados sobre el territorio palestino de Gaza. Cientos de civiles, ancianos, mujeres y niños son masacrados cada día a bombazos indiscriminados y la UE lo contempla impasible, mirando impávido las columnas de humo y los regueros de sangre inocente. Más notas de prensa, más declaraciones altisonantes de diplomacia barata. Ni una acción eficiente que devuelva la paz y el derecho a la vida a seres humanos inocentes. Por no hacer ya ni mandamos enviados especiales a la zona. Otro episodio que nos describe ante el resto de la humanidad como europeos egoístas, sin voluntad alguna de poner algo de orden civilizado en este caos mundial, como lo fueron IrakAfganistán,Siria… un sinfín de desastres.

Aire irrespirable para muchos millones de ciudadanos europeos que no creen en la construcción, ni en el proyecto más exitoso de nuestra historia. Estamos entre todos, unos por acción y otros por omisión de no participar en el cambio de rumbo, agotando las opciones de seguir constituyendo el espacio de libertad humana más sólido en el tiempo y en el espacio. Pero más aún, estamos frustrando al resto de los ciudadanos universales en su sueño de tener una oportunidad de vivir en una sociedad mejor, en tener un referente de justicia e igualdad en el que mirarse. El referente europeo pierde aliento cada día. Y sus raíces se socavan a cada caso de corrupción nuevo que conocemos, un rosario de escándalos de abuso y ladronicio consentido por el sistema. Una atmósfera que en superficie se muestra incolora, insípida e indolora, pero que en las cloacas subterráneas de las razones de Estado y del suprapoder europeo, apesta a intereses particulares, lobbies de presión y compraventa de voluntades. Por eso, como no hay prisa alguna en tomar decisiones útiles, como el mundo no tiene prisa por saber qué podemos hacer por mejorar su suerte, los jefes gobierno se van de vacaciones sin nombrar los cargos principales de la Unión y dejan al Parlamento recién elegido a la espera de sus encajes de bolillos que llegarán a finales de agosto. Buenas vacaciones mandatarios europeos, ustedes que pueden descansar sin que sus conciencias se sientan heridas ante tanto dolor ajeno.

null

Vivimos nuevos tiempos de “Realpolitik”

Si la política consiste en el arte de lo posible, parece evidente que en el arranque de este año 2014, ha derivado el axioma hacia el posibilismo más descarnado, hacia su peor forma de pragmatismo. La “Realpolitik”, esa política de la realidad basada en intereses prácticos y concretos, sin atender a la teoría o la ética como elementos “formadores de políticas” se impone sin ambages. Esa diplomacia que aboga por el avance en los intereses de un país de acuerdo a las circunstancias de su entorno y que no repara en los medios empleados para alcanzar el fin deseado, impera en las negociaciones para solventar los conflictos. En cada situación de crisis que surge se percibe la urgencia de anteponer las soluciones basadas en el utilitarismo que las que buscan el diálogo que propende hacia la justicia. Los equilibrios de fuerzas en el nuevo orden mundial impuesto por la globalización parecen abocarnos a esa suerte de política realista, que en otras épocas nos precipitó a grandes desastres y contiendas. Ejemplos como los que vivimos estos días en Ucrania o en Siria, demuestran como las potencias juegan al ajedrez diplomático de control de posiciones, olvidando el fondo de los problemas y buscando asegurar posiciones tácticas que no les compliquen en exceso la vida cotidiana. Así se están comportando EE.UU. y la Unión Europea, ante las posiciones claramente agresivas de la Rusia de Putin.

Curiosamente los orígenes de la “Realpolitik” buscaban lo contrario de lo que finalmente sucedió. El canciller alemán Otto von Bismarck acuñó el término al cumplir la petición del príncipe Klemens von Metternich de encontrar un método para equilibrar el poder entre los imperios europeos. El equilibrio de poderes debía significaba la paz, y los practicantes de la realpolitik intentaban evitar la carrera armamentística. Sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, la realpolitik fue abandonada por no ser capaz de aportar soluciones efectivas a los problemas de fondo de las sociedades europeas y en su lugar se practicó la doctrina “Weltpolitik” y la carrera armamentística recobró su brío y abocó, juntamente con otras circunstancias, a la Primera Guerra Mundial que hoy celebra su centenario. Uno de los precursores más famosos fue Nicolás Maquiavelo, conocido por su obra “El Príncipe”. Maquiavelo sostenía que la única preocupación de un príncipe (o gobernante) debería ser la de buscar y retener el poder para así conseguir el beneficio de su Estado, proclamando que las consideraciones éticas o religiosas eran inútiles para este fin. Sostenía además Maquiavelo que el bienestar del Estado dependía de que el gobernante aprendiera a utilizar el mal para lograr el bien, asumiendo que el “príncipe” debía realizar los engaños e intrigas que fuesen necesarias para no caer en los engaños e intrigas de sus rivales. Sus ideas fueron más tarde expandidas y practicadas por el Cardenal Richelieu en su “raison d’etat durante la Guerra de los Treinta Años.

null

En alemán, el término realpolitik es más frecuentemente utilizado para distinguir las políticas modestas (realistas) de las políticas exageradas. Un ejemplo histórico es el hecho que el Reino de  Prusia no hubiera anexado territorio austrohúngaro después de ganar la Guerra de las Siete Semanas en 1866, siendo éste un resultado del seguimiento de la realpolitik por el canciller Bismarck con el fin último de lograr la reunificación alemana bajo mandato prusiano. Aquí, Prusia no buscaba la clásica expansión territorial sino debilitar fatalmente a Austria, la única potencia que podía perjudicar sus planes. No resulta nada complicado realizar similitudes de lo vivido en las dos últimas décadas en el continente europeo, tras la reunificación alemana primero con la desaparición de la Unión Soviética y las guerras vividas en losBalcanes que supusieron también la desmembración del Estado Yugoslavo. Europa ha vuelto a convertirse en un escenario del tactismo, donde se ejercitan juegos de posiciones para salvaguardar intereses particulares. Ucrania es hoy el territorio de las escaramuzas, sin tener en cuenta los anhelos de los pueblos y de sus ciudadanos, las potencias se reúnen en Ginebra para reajustar sus posiciones, armar y desarmar a la población a la espera del siguiente movimiento del contrario. Los prorrusos ceden por unos meses, mientras los proeuropeos se retiran de sus posiciones simbólicas en la plaza de Maidan. La “Realpolitik” en su perverso juego de tronos.

El origen del problema de esta nociva forma de hacer política de Estados se encuentra en la falta de exigencia democrática que persiste en la comunidad internacional. La imposibilidad de la aplicación de una justicia universal que sea capaz de sentar a los gobernantes responsables de crímenes contra la humanidad acaba por imponer la política del todo vale y la ley del más fuerte. Perder los principios vuelve a sumir a Europa en intereses particulares y en la defensa de posiciones aislacionistas. Rusia y, sobre todo, su despótico presidente, VladimirPutin, es perfectamente consciente de las crisis de valores en la que se haya sumida la Unión Europea y la batalla táctica emprendida por libre por la canciller alemana, Ángela Merkel. No hay casualidades en su posicionamiento violento ante la crisis de Ucrania, como la hubo a la hora de parar los pies en la comunidad internacional a EE.UU. ante una posible intervención militar en Siria a la vista de los terribles crímenes de Estado llevados a cabo por su mandatario Bashar al-Asad. Rusia huele debilidad estratégica en las posiciones que defiende una UE sumisa a los intereses germánicos y un presidente Obama ensimismado en sus problemas interiores. Los sueños de Putin de reconstrucción imperial de la Rusia de los soviets inspiran una diplomacia con mano de hierro, perfectamente interpretada por su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov. Y todo acompañado por un emporio comunicativo al más puro estilo norteamericano, entorno al Russia Today, el medio oficialista que difunde las virtudes rusas en el mundo y ataca certeramente las contradicciones occidentales.

Pero la nueva “Realpolitik” no entiende ya de territorios o escenarios concretos, es sobre todo, una forma de actuar, un desprecio explícito por la ética en política. Y sirva como otro ejemplo de la mala praxis que impera en las decisiones de nuestros gobernantes la actitud con que displicentemente han observado la continuidad del régimen argelino del presidente Buteflika. Tras los fracasos sonados de las llamadas “primaveras árabes”, auspiciadas por los gobiernos occidentales a bombo y platillo mediático y conclusos en revoluciones islamistas de corte radical,  la UE ha observado con acomodo de realismo político el nuevo triunfo de un jerarca en silla de ruedas, tan envejecido en sus formas como en sus ideas, pero que controla con firmeza el ejército y sus mandos militares y que ante todo, garantiza los suministros de gas a “coste razonable” a Europa a través de España.  Qué pronto nos hemos olvidado de los anhelos democráticos del pueblo argelino cuando a raíz de la crisis ucraniana lo que está en juego son las importaciones de energía a nuestro continente drogodependiente en esta materia básica. Está claro que nuestras conciencias acomodadas delante de un televisor soportan mal el dolor ajeno retransmitido en directo, pero es mucho más sensible a a una buena calefacción cuando el frío invierno europeo se instala. Es lo que tiene ser rico y no querer dejar de serlo, que todo lo demás pasa a un plano secundario.

Pudiera parecer que criticar la pragmática política va contra el interés general de las naciones y los ciudadanos para las que se aplica, pero lo que quiero advertir son las consecuencias de obrar de forma tan cortoplacista y dejando a un lado las verdaderas razones que generan los problemas y los conflictos. Esa suerte de trilerismo político solo conduce a poner parches que en verdad generan mayor insatisfacción rn los entornos afectados. Olvidar a los agentes implicados en los conflictos y obviarles a la hora de negociar soluciones ha sido durante siglos el proceder de los gobernantes en nuestra vieja Europa y la consecuencia última de tal conducta no ha sido otra que una terrible sucesión de guerras fraticidas y campos de batallas sembrados de cadáveres. Resulta absurdo que a mayor teórico grado de madurez del proyecto europeo se esté imponiendo la “Realpolitik” de sus Estados miembros. Se supone que avanzar en los grados de consenso político comunitario debería propiciar políticas hacia el exterior basadas en los principios de Estado social y de derecho que hemos impuesto como dogma en el interior. Y, sin embargo, lo que nos imponemos como norma en la Unión resulta intrascendente cuando se trata de establecer las relaciones con terceros. Frenar las desatadas ansias expansionistas de un dictador como Putin, parar el genocidio al qué está sometiendo a su pueblo Al-Asad o mandar a la jubilación política a un oligarca como Buteflika, son deberes que la UE debería imponerse de la misma magnitud que la Unión Bancaria. De otro modo, ni seremos creíbles en el mundo, ni serviremos como interlocutores fiables y, mucho más importante, los ciudadanos europeos dejaremos de creer en nosotros mismos.

null

 

Ucrania escenario de guerra fría: ¿a qué espera la Unión Europea para ser mayor?

Ucrania se desangra ente divisiones políticas, enfrentamientos sociales y bancarrota económica. Rusia aprovecha la circunstancia tratando de recomponer sus fronteras sobre su sueño imperial zarista o de los soviets. Mientras EE.UU.ensimismado en su recuperación económica y la revolución interior de su sistema energético y productivo, recurre a la dialéctica a su VI Flota para afianzar un nuevo episodio posmoderno de guerra fría. Y mientras la Unión Europea, que tiró la piedra y escondió la mano en la plaza de Maidán en Kiev, como si fuera mayor de edad en el contexto mundial, ahora se arruga recordando que es un simple adolescente jugando a ser adulto. El tablero de ajedrez se agita porque las piezas se exasperan, sufren y mueren a tiros en plena hambruna. Jugar con el dolor ajeno puede tener un riesgo incontrolable, la situación puede írsele de las manos a los directores de este drama si la población sometida el extremo de tensión decide buscarse por su cuenta la solución al conflicto. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos, sean ucranianos, crimeos, rusos o tártaros, tiene muy poco que perder en una guerra sin cuartel por las calles de pueblos y ciudades. Cada día hablan más las armas y menos las voces con sentido común. Cada vez se oyen más disparos y el chirriar a muerte de las cadenas de los carros de combate. El tiempo para la paz se va perdiendo y la diplomacia europea incapaz de hablar como la Unión que dice ser.

La verdad es que me debatía el último mes en cuándo era el momento más adecuado para escribir este post, si cuando se iniciaron las protestas proeuropeas en la plaza de la Independencia, cuando se depuso al presidenteYanukovich, cuando se liberó a Timoshenko… pero tenía la sensación de que los sucesos vividos en la capital de la madre Rus, no eran más que la antesala de una crisis de dimensiones considerablemente mayores. Se daban todas las condiciones para la tormenta perfecta: Ucrania para los rusos es el corazón de la patria, el origen nacional; por su suelo pasa el 80% del gas que los europeos importamos de la Federación Rusa; Crimea es una república autónoma con diferentes identidades históricamente enfrentadas y su puerto de Sebastopol es la base estratégica de la flota rusa en el mar Negro, actualmente bajo arriendo del gobierno ucraniano. Y como telón de fondo de este auténtico polvorín, la economía ucraniana se encuentra sumida en una profunda crisis envuelta en un sistema de corrupción extendido. En este clima propicio al conflicto social, la Unión Europea con su propuesta de acuerdo de libre comercio representa para muchos ciudadanos la esperanza en un horizonte lleno de perspectivas que podría contribuir a la ansiada modernización industrial del país. Sin embargo, no podemos olvidar que caso de concretarse la asociación con la UE, Ucrania tendría que someterse a una urgente actualización de su tejido productivo para ajustarse a las 350 regulaciones europeas que, a tenor de algunos expertos, serían difíciles de asumir por el país en estos momentos. Además, la integración podría inundar el mercado interno ucraniano de productos europeos, especialmente alemanes, la principal impulsora de los acuerdos con Kiev. Estos argumentos los utilizaMoscú como pantalla propagandística. Dicen que asociarse con la Unión Europea significa ser excluido de los beneficios que actualmente Ucrania recibe de Rusia, relacionados no solo con el gas, sino con los privilegios arancelarios que perdería. Hoy Ucrania está al 50% de caer en bancarrota. Si Rusia, por ejemplo, impone la tarifa arancelaria acordada por la Organización Mundial de Comercio, Ucrania podría perder un 1,7% de su PIB y para nosotros supondría un daño muy serio porque muchas empresas ucranianas mantienen relación con Rusia.

null

Por ello, siendo realistas la aplicación de un acuerdo con la UE requeriría al menos de un periodo de transición de al menos 4 años y un paquete de ayudas económicas que Yanukovich cifró en 160.000 millones de euros. En septiembre los cálculos rozaban entre 3.000 y 5.000 millones de euros, pero la crisis empeora por días por lo que se hace difícil de calcular la cuantía de ayudas que la UE debería poner encima de la mesa para incorporar Ucrania a su zona de influencia. Un plan que en las actuales circunstancias económicas que vive la Unión Europea parece imposible de alcanzar un consenso. A favor de la acción se sitúan a la cabeza la canciller alemana, Ángela Merkel y cuenta con el claro apoyo de el premier británico, David Cameron y de forma más tibia, del presidente francés, François Hollande. Para el resto, inmerso en los aún leves indicios de recuperación económica, la crisis de Ucrania representa un palo en la rueda del movimiento incercial necesario para lograr la salida de la crisis. España o Italia, más allá de llamamientos a la necesidad de diálogo y apoyo a las fuerzas proeuropeas, difícilmente apoyarían una intervención económica basada en un plan de ayudas cuantiosas. Y sin dinero, la realidad es que los llamamientos de la UE al acercamiento de Ucrania, no son más que trampas para una población acuciada por un futuro mejor. En el fondo, lo único que hemos logrado con nuestra diplomacia democrática es provocar un escenario de práctica ruptura del país. Y lo que es peor, despertar al oso ruso y sus ambiciones territoriales bajo el demagógico pretexto de defender a las minorías rusas que pueblan Ucrania.

En Washington, el presidente Obama asiste una vez más a las consecuencias de la debilidad política de Europa. Las intolerables declaraciones de Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta para Europa despreciando a la UE en el conflicto de Ucrania, son sin embargo muy explícitas del cansancio y hartazgo que produce al otro lado del Atlántico nuestra capacidad para provocar conflictos y nuestra inoperancia a la hora de resolverlos. La administración Obama está inmersa, como lo hiciera su antecesor Roosevelt antes de que estallara la II Guerra Mundial, en un programa de recuperación económica profundo, que ha revisado sus políticas energéticas de forma radical, perdiendo dependencia paulatina del petróleo y sus exportaciones provenientes del Golfo Pérsico. La explotación mediante fracking de hidrocarburos no convencionales, como el gas de lutita o de esquisto ha supuesto una bajada de precios de los combustibles sostenida y con ello un aumento de la competitividad de EE.UU. que ha mejorado un 20%. A diferencia de la UE, la mayoría de las fuentes de energía que precisa EE.UU. están en su territorio. Con ello cambia radicalmente el papel de gendarme que durante décadas ha venido jugando la potencia norteamericana en el mundo. La diplomacia activa impera, como sucediera en la crisis de Siria y se elude a toda costa el conflicto que genera cuantiosos costes militares en una economía que lucha por reducir su desorbitado déficit público. A nada de esto es ajeno el Kremlin y mucho menos su líder, Vladimir Putin. Ya midió las fuerzas de su antagonista cuando Obama llamó a derrocar al presidente sirio, Bashar al-Asad y se apuntó una victoria clara al impedirlo. Ahora la crisis toca a sus territorios más sensibles, cuando además el terrorismo amenaza a sus regiones en poder convertirse en una seria amenaza a su orden establecido. La intervención en Ucrania es un alimento imprescindible para reforzar sus discurso de orgullo ruso y empoderamiento nacionalista. Un fácil manera de tapar las vergüenzas de una economía aun subdesarrollada, incapaz de generar progreso para su población.

De reojo observa el conflicto, el cuarto gigante mundial, China. Los nuevos mandatarios chinos bastante tienen con tratar de sostener el crecimiento económico, sin que se dispare su deuda, controlando las anhelos desmedidos de su población, los movimientos terroristas que empiezan a actuar en su suelo y las denuncias continuas de corrupción de su sistema político que la prensa internacional desvela un día si y otro también. Necesitan un mundo en paz y silencioso para poder seguir su programa de reformas y de capitalismo colectivizado. Cualquier perturbación frena su ritmo, que aunque lento, debe ser continuo. De ahí que pese a que formalmente apoyan la posición rusa, sus llamamientos al entendimiento son claros y en esta ocasión no serían aliados naturales de Rusia en caso de intervención militar. A todos los agentes implicados, pues, les incomoda el conflicto, salvo a Rusia que ve posibilidades de sacar tajada de una partición de Ucrania y a la UE que sin arriesgar nada también ve beneficios en ese caso. Son China y EE.UU. los menos favorables a aceptar que el continente vuelva a convertirse en territorio de conflicto y repartos interesados de tierras y personas.

La Unión Europea hace bien en defender en el entorno de sus fronteras el establecimiento de democracias sólidas y fundamentadas en economías competitivas. Está en el adn de su fundación abogar por ello, pero también lo está y por ello recibió el premio Nobel de la paz, garantizar a las personas su seguridad y una forma digna de vida más allá de sus bunker de miembros Estado. Si quiere jugar ese papel en el mundo, tiene que actuar con decisión y con intenciones claras. Lo demás es utilizar a las ciudadanos como conejillos de indias de sus experimentos políticos. Los peores fantasmas de nuestra historia vuelven a pasearse por las pantallas de los televisores. Soldados armados hasta los dientes, convoyes de carros de combate, flotas movilizadas… y de fondo declaraciones de líderes políticos amparadas en razones espúreas. Toca ser inteligentes que es sinónimo en este caso, de no entrar al trapo de las provocaciones de un líder dictatorial necesitado de gestas épicas como es Putin. Toca dialogar con el aliado lógico en esta batalla diplomática que es EE.UU. y toca poner a China a nuestro favor, haciéndole ver que una Ucrania en libertad y progreso, es su mejor compañero de viaje. Toca en suma, trabajar unidos como potencia europea, sin anteponer intereses particulares cortoplacistas y defendiendo ante todo la suerte de los 46 millones de ucranianos que hoy ven es riesgo sus vidas. Estamos ante otra hora histórica para el futuro creíble de la Unión Europea.

null