II Cumbre UE-CELAC: Bruselas, una foto y una oportunidad perdida

Cuando hace dos años los mandatarios europeos y latinoamericanos se reunieron en Santiago de Chile, se abrió una nueva era en las relaciones birregionales de los dos lados del Atlántico. Allí se puso de manifiesto un cambio histórico en la visión que unos tenemos de los otros, se ponía fin a un claro desequilibrio asimétrico y se empezó a hablar en pie de igualdad. Probablemente ello fue posible porque la Unión Europea vivía entonces inmersa en una profunda crisis de identidad en torno a su moneda, el euro, y a que América Latina mostraba pujanza económica con cifras de crecimiento sólidas y estables en casi toda la región. Seguramente los europeos volvieron a vivir el sueño de El Dorado y los latinoamericanos vieron en Europa a ese socio idóneo de raíz común cultural en quien apoyarse para eludir dependencias del vecino estadounidense del norte o de las inversiones sin rostro de China.

Sea como fuere, los discursos de Santiago rezumaban optimismo y altura de miras y objetivos. La declaración final obligaba a una ambiciosa agenda de desarrollo en común y de aprovechamiento de las oportunidades recíprocas. Pero dos años después, las cosas han cambiado o tal vez sencillamente las cosas no eran como queríamos creer en Chile. Cabe preguntarse, ¿qué ha cambiado en estos dos años para que lo que entonces fue un acontecimiento de relieve internacional o pase desapercibida como una cita de tono menor? No se trata de un cambio de los protagonistas principales. Entonces estuvieronMerkel, no acudió Sarkozy pero estuvo su primer ministro, como no viajóCameron y si estuvo Rajoy. En Bruselas han estado las 5 primeras economías europeas con su máximos mandatarios – Merkel, Hollande, Rajoy – salvoRenzi que delegó en su ministro de Exteriores ante la visita a Italia coincidente del presidente Putin. Por CELAC, el presidente Piñera hizo pleno hace dos años y, este año han repetido las principales potencias y sus presidentes, Peña NietoRousseffSantos o Humala, junto a la presidente chilena, Bachelet.

Foto oficial de la Cumbre

Solo cabe hacer mención de unas ausencias notorias por parte latinoamericana en el bloque de los países ALBA. Salvo Correa, presidente pro tempore de CELAC y Evo Morales, los demás líderes de la izquierda radical latinoamericana han hecho desbandada. Ni Castro, pese a la normalización de relaciones iniciada con EE.UU. y la UE, ni Ortega, ni Cristina Fernández, niMaduro, han hecho acto de presencia en Bruselas. Los motivos son obvios, el retroceso de su discurso y de su posición internacional en estos dos años, así como la compleja situación que vive Venezuela y que perturba enormemente todo el marco de relación birregional. ¿Para qué viajar y soportar preguntas incómodas de la prensa europea?, pensarían los dirigentes citados. Mejor quedarse en casa y alegar la intrascendencia de las conclusiones de la cumbre o la existencia del enésimo complot mundial contra sus regímenes.

Así las cosas, es obvio que lo que ha convertido en un gesto protocolario la cumbre de Bruselas, es la situación que hoy viven ambas regiones. La UE ha superado su crisis del euro pero sigue inmersa en el laberinto griego del pago de la deuda helena. Además, centra todos sus esfuerzos en dos escenarios: el Este y la amenaza rusa con Ucrania como centro de operaciones y el Mediterráneo con la presión migratoria que sufre fruto de la violencia integrista que asola buena parte del norte de África. América Latina pilla muy lejos y, por si fuera poco, el crecimiento de la economía en los principales países latinoamericanos se ha ralentizado, cuando no está casi en recesión. Demasiados cambios de paradigma como para que el interés mutuo alcance los niveles de interés que tuvo en Santiago 2013. No es que no nos interese a unos y otros la relación, pero el enamoramiento de antaño se ha tornado cariño sin más. Con el riesgo claro de que dentro de dos años cuando se celebre la siguiente cita en Latinoamérica, el Tratado UE-EE-UU. se haya firmado y la III Cumbre se convierta en un evento de tercera división.

En todo caso, además de la foto de “familia”, la declaración de Bruselas no es más que un prolijo documento repleto de buenas voluntades, palabrería grandilocuente y un plan de acción que es un compendio de inconcreciones. Venezuela solo es citada para sacralizar la no ingerencia en los asuntos internos del país, pese a que esté constatada la violación de derechos fundamentales por parte del Gobierno de Maduro. Apoyo incondicional al proceso de paz en Colombia incluido el llamamiento a la negociación para el desarme al ELN. Y respecto a Cuba, mostrar la complacencia con el proceso de normalización de relaciones con EE.UU. como por otra parte, no podía ser de otra manera. En conjunto, es evidente que los miembros de la CELAC han acudido a la cita sin unidad alguna, cada cual con sus particulares intereses y el objetivo de introducir su párrafo de gloria en la declaración, como por ejemplo Argentina que logra que los mandatarios “tomen nota de los debates que en foros internacionales se están produciendo sobre los procesos de reestructuración de la deuda soberana de los Estados”. Eufemismos y diplomacia decimonónica.

Europa ensemismada en sus problemas interiores, con Grecia como paradigma del laberinto comunitario, ocupada en los conflictos en sus fronteras del Este, con Ucrania como escenario de operaciones de las brabuconadas de Putin y sin respuesta a las oleadas de inmigración que la violencia yihadista produce en el norte de África, tiene prioridades muy lejanas a América Latina. Bastante hace con recibir a sus mandatarios con protocolo parco y frío. Y, por su parte, América Latina no pasa de una adolescencia rallana con el infantilismo de las bondades libertadoras que dio origen a sus jóvenes repúblicas. Incapaz de hacerse oir en la escena internacional con una voz unívoca, sus potencias – Brasil y México – de espaldas entre ellas y con demasiados problemas internos, se ponen de perfil ante los discursos radicales de los países ALBA, que hacen más ruido en el mundo globalizado.

Los presidentes de la Comisión, del Consejo europeo y de CELAC, Juncker, Correa y Tusk

Europa escenario de una guerra fría y de otra caliente

La vieja Europa vuelve a ser escenario de un conflicto armado y se repite la percepción de riesgo o amenaza de globalización del mismo. Ucrania sirve de mesa de operaciones de una perversa partida de ajedrez con los intereses de las grandes potencias mundiales en juego. Y una vez más, miles de seres humanos inocentes mueren víctimas de la guerra y millones se ven obligados a desplazarse de sus hogares abandonando todo lo que era suyo para refugiarse de la crueldad de sus congéneres. En medio de un nuevo fracaso de la convivencia pacífica humana, la Unión Europea trata de demostrarse a si misma y a sus miembros, que es capaz de hacer política con personalidad propia ante el discurso de guerra fría impuesto por Rusia y EE.UU. Más que nunca la UE debe hacer valer su política de seguridad para preservar su paz.

Como todo conflicto el de Ucrania tiene unos antecedentes, unos responsables causales y unos intereses enfrentados. Los antecedentes, más que centenarios, están repletos de reivindicaciones históricas que si bien nos ayudan a explicar la actual situación, son perfectamente irrelevantes a la hora de justificar cualquier acción armada. De ahí, que pese a que pueda culparse a la Unión Europea del apoyo a las fuerzas que forzaron la dimisión del Gobierno pro-ruso de Viktor Yanukovich en 2014, nada puede legitimar la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso, ni la acción descarada de Moscú dando cobertura a las milicias pro-rusas que combaten en el Este de Ucrania. Como de la misma forma resulta impropia la puesta en marcha de los mecanismos de injerencia internacional en la zona, como es el caso de la presión ejercida por la Administración norteamericana y los movimientos de tropas llevados a cabo por la OTAN.

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La UE se está mostrando en esta nueva prueba de fuerza de su capacidad política exterior como acostumbra. La nueva Alta Representante, la italiana Federica Mogherini, se afana diligentemente en ocupar la rendija de atención mediática que se le presta, con mejores formas que con las que lo hacía su antecesora Lady Ashton. Pero el escenario lo han protagonizado el bloque franco-germano, con una actividad frenética de la Canciller Merkel y su acompañante de lujo el presidente Hollande. Mientras, el premier británico, David Cameron, sin salirse un milímetro de la posición atlantista histórica del Foreign Office, se ha posicionado del lado de las tesis de acoso y derribo a Putin defendidas por EE.UU. Por su parte, los Estados Bálticos y Polonia, con el nuevo presidente del Consejo Europeo al frente, el polaco Donald Tusk, como valedor principal, han acudido cual coro de plañideras a pedir el amparo de la UE y la OTAN ante la amenaza que siempre han percibido de los anhelos expansionistas rusos. Y para colmo del esperpento, una Grecia sumida en la tragicomedia de su rescate y con el patrocinio de su nuevo Gobierno de izquierda radical, ha llegado a hacer sus pinitos planteando, aunque solo en primera instancia, el veto a las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE.

Del otro lado del frío, Putin representa su propia obra de engrandecimiento del orgullo patrio ruso. Tan grandilocuente como poco creíble, se ha enrollado en la bandera y en la defensa de los derechos de los ciudadanos que se sienten rusos en Ucrania. Resulta patética tanta preocupación por los rusos extramuros cuando a los que habitan sus territorios discrimina en libertades por no pensar como él, por criticarle, por pertenecer a una etnia que reivindica su independencia o incluso por su aberrante homofobia. No está, sin embargo, el bravucón presidente ruso para muchas bromas, con un país que difícilmente sortea el invierno con los productos de primera necesidad en galopante inflación y las arcas del Estado en cash empobrecidas por la caída en picado de los precios del petróleo.

Enfrente, EE.UU. se encuentra cómoda en esta segunda versión de la guerra fría con el gigante ruso. Su economía mejora sustancialmente por primera vez en las últimas dos décadas, energéticamente su dependencia del petróleo se ha reducido mucho y sus guerras contra el terrorismo internacional, ya no solo le ocupan a él, sino al resto del mundo. Otra cosa es la situación política. Obama que ya solo sueña con ser recordado en la historia como el presidente que no metió a su país en una guerra y el que cambió la política social en beneficio de los más necesitados, pero siente la tremenda presión de su propio partido, en horas muy bajas y de los republicanos que ante Putin no están dispuestos a una sola veleidad. Todo ello, en la antesala de los primeros escarceos en ambos partidos de las candidaturas a la Casa Blanca del próximo mandato presidencial.

Y como siempre, en medio está la gente, esa pobre gente de rostro helado por el frío del terror a no tener un mañana cierto. Esas mujeres, hombres, niños y ancianos que deambulan como zombis por un país arruinado. Ni Europa, ni Rusia pueden permitirse por más tiempo este juego de tronos orquestado en Ucrania. Más de que de armas toca hablar de reconstrucción, de cooperación para hacer de Ucrania un lugar seguro y próspero donde rusos y europeos puedan desarrollar proyectos comunes. La política es el arte de hacer posible lo que en un momento determinado se nos antoja imposible. Es la Unión la que está obligada a saber hacer política y alejar el fantasma de la guerra al Este de Europa. Una estela de terror de la que deberíamos tomar conciencia todos los europeos. Vivimos en medio de una guerra fría y nuestros hermanos ucranianos sufren una guerra caliente, pero si no somos capaces de reconducir la situación, una vez más Europa podría verse abocada al abismo de un conflicto general. El fracaso de la diplomacia hoy puede convertirse en la antesala de la tragedia de mañana.

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De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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Prioridades y emergencias de Europa en 2015

El año que concluye pasará sin duda a la historia de la construcción europea y lo hará por la celebración de las primeras elecciones europeas de las que además de concluir la composición del Parlamento europeo, han determinado la designación definitiva del nuevo presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués social cristiano, Jean-Claude Juncker. Nunca hasta ahora los votos de la ciudadanía europea habían influido de manera tan clara y precisa en la composición del motor de las decisiones comunes. Además, en enero del pasado año el nuevo marco presupuestario para los próximos siete años entró en vigor y el ambicioso programa europeo de I+D+i, el Horizon 2020, dio sus primeros pasos. Con nuevo presupuesto, con nuevo Parlamento y, finalmente, desde el 1 de noviembre, con nueva Comisión, Europa afronta un nuevo período decisivo para la convivencia en el continente. El 2014, pues, ha sido un año de renovación profunda tanto de personas como de métodos de trabajo, un año de cambio cuyos primeros frutos debemos ver en el venidero 2015.

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Las instituciones europeas tienen por delante una agenda de prioridades a medio y largo plazo, pero también le urgen una serie de emergencia que no pueden esperar a la planificación porque llevan demasiado tiempo llamando a la puerta para su resolución. A modo de recordatorio para todos conviene echar un vistazo a temas y calendario:

  • Emergencias:
  1. Conflicto con Rusia: es evidente que de los contenciosos de la escena internacional que mayor preocupación pueden causar a la UE, el surgido a raíz de la desestabilización de Ucrania, es el más relevante y grave. Los errores cometidos por la Unión y, muy especialmente de algunos Estados miembros como Alemania, al subestimar la capacidad de reacción de Rusia ante los cambios políticos producidos en Ucrania, tuvieron como consecuencia la anexión rusa por la fuerza de Crimea mediante un acto de fuerza que a todas luces resulta censurable. Este cúmulo de despropósitos que ha tratado a una población como meras piezas de un trágico ajedrez, nos han situado en un escenario incierto, repleto de trampas que deberíamos empezar a desmontar a toda velocidad en el primer trimestre del año. Así las cosas, un Putin atacado en su orgullo patrio, se ve ahora acorralado por una situación económica nefasta en su país a raíz de las sanciones económicas y comerciales impuestas por la UE y por el descenso trepidante de los precios del petróleo, al que no es ajena unaEE.UU. que empieza a saberse energéticamente autosuficiente. El principal problema de la UE a fecha de hoy consiste en convencer a Obama de la necesidad de dar una salida digna en el conflicto a Putin y con ello al oso herido ruso, pues, seguir humillando a Rusia podría comportar serios riesgos fronterizos a Estados miembros europeos. El nombramiento de Donald Tusk como presidente del Consejo Europeo a instancias de las canciller Merkel, no ayuda mucho, dado el claro afán antiruso del político nacionalista polaco.
  2. Reactivación de la economía en la zona euro: dentro de nuestro propio espacio de decisión, tras más de cinco años de crisis, el temor a una tercera recesión obliga a tomar medidas de inmediato que fomenten el crecimiento y, sobre todo, la creación de empleo juvenil. En este sentido, la estrella de las medidas que pueden ponerse en marcha entre todos, es el llamado plan Juncker, Se trata de un plan de Inversiones para Europa: plasmación legislativa del Plan anunciado el mes pasado, que desbloquea inversiones públicas y privadas en la economía real por un importe mínimo de 315 000 millones en los tres próximos años.
  3. Soluciones a la inmigración: la presión de miles de personas que día a día se acercan a las fronteras de la UE en busca de una esperanza de vida mejor requiere de una respuesta coordinada e inmediata para paliar su perverso efecto dual: el drama de los inmigrantes y la creciente ola de xenofobia promovida por grupo políticos populistas en muchos Estados de la Unión. Por ello la Comisión se ha comprometido a poner en marcha unaAgenda Europea de Migración: para crear un nuevo planteamiento en materia de migración legal a fin de hacer de la UE un destino atractivo para las personas con talento y competencias y de mejorar la gestión de la migración  mediante una mayor cooperación con los países terceros, la solidaridad entre los Estados miembros y la lucha contra el tráfico de seres humanos.
  • Prioridades: no de menor trascendencia, pero si con un calendario más holgado.
  1. Mercado único digital:un ambicioso paquete de medidas sobre el mercado único digital: para crear las condiciones para una economía y una sociedad digitales dinámicas, complementando el entorno normativo en materia de telecomunicaciones, modernizando las normas sobre los derechos de autor, simplificando las normas sobre las compras en línea y digitales para los consumidores, mejorando la seguridad informática e integrando la digitalización en las políticas.
  2. Unión Europa de la Energía: para garantizar la seguridad del abastecimiento de energía, integrar en mayor medida los mercados nacionales de la energía, disminuir la demanda europea de energía y descarbonizar la combinación de fuentes de energía.
  3. Un enfoque más equitativo en materia fiscal: un plan de acción para combatir la evasión y el fraude fiscales, que incluye medidas para evolucionar hacia un sistema por el cual el país en el que se generen los beneficios sea también el país de tributación, así como el intercambio automático de información sobre resoluciones fiscales y la estabilización de las bases del impuesto de sociedades.
  4. Reducción de la burocracia y eliminación de las cargas normativas: la propia Comisión reconoce que los ciudadanos desean que la UE interfiera menos en su vida cotidiana, sobre todo en aquellos sectores donde los Estados miembros están en mejores condiciones para actuar y ofrecer soluciones. El programa de trabajo para 2015 refleja el compromiso reforzado por parte de la Comisión de mejorar la normativa, partiendo del programa de adecuación y eficacia de la reglamentación, que tiene por objeto reducir la burocracia y eliminar las cargas normativas, contribuyendo así a crear un entorno favorable a la inversión.

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Europa no está para muchas dudas, ni para pérdidas de tiempo en un mundo que se globaliza en tiempo real. El calendario de cada Estado miembro juega paralelamente todos los años y este será un ejercicio complejo el 2015. Elecciones generales en España (con seguridad autonómicas y municipales, pues las generales podrían ser técnicamente en 2016), Portugal, Reino Unido, Grecia y Suecia y regionales en dos pesos muy pesados en la Eurozona como Alemania eItalia. Este es el calendario electoral de un 2015 de muy alto voltaje que según los analistas tiene potencia de fuego suficiente para dinamitar los mercados financieros. El temor a unos resultados desfavorables a los partidos tradicionales se extiende entre los analistas, que por si acaso ya están recomendando infraponderar a los países cuyo riesgo es más alto. En cualquier caso, la agenda europea 2015 requiere audacia y pruebas inequívocas a la ciudadanía de la utilidad del proyecto europeo para sus vidas cotidianas. La Unión surgió del vértigo a las guerras, pero debe construir un nuevo relato pragmático al servicio del progreso de las personas, que le saque del marasmo de la superestructura política y la burocracia tecnócrata imperante en Bruselas.

Vivimos en una Europa incolora, insípida e indolora

De crío me enseñaron eso de las propiedades del aire, incoloro, inodoro e insípido y la verdad que siempre me pareció una descripción harto despectiva de nuestra atmósfera, sobre todo si tenemos en cuenta que es el elemento clave para respirar. Con el tiempo y las vivencias me fui dando cuenta que por científica que fuera aquella lección, nada tenía que ver con la realidad, pues, a lo largo de mi vida lo que le ha dado sentido es aprender a descifrar en el aire olores, colores y sabores. Unas veces agradables y otras claramente hostiles pero lo que diferencia un ambiente de otro es lo respirable que sea y ese índice diferencia unas sociedades de otras en el mundo. Y ahí es donde quiero centrar mi reflexión, en la calidad del aire que respiramos los europeos, en una sociedad que se ha vuelto incolora, insípida e indolora ante lo que la rodea. Si no es así de que otra forma puede explicarse que sigamos inertes ante el drama vivido en Gaza o ante la atrocidad que supone el homicidio de cientos de personas al derribar un avión a su paso por el espacio aéreo de Ucrania. Esta es la Europa insensible que se regodea exclusivamente en sus problemas interiores y que incluso dentro de sus propias fronteras prefiere mirar para otro lado cuando la desigualdad y la injusticia se hace cada día más patente como precio de la crisis económica.

De la Europa incolora: Nos debatimos en la UE en un dilema entre los defensores de la pureza de raza de cada cual en su patio interior, expresado en el incremento de las opciones ultras como las del Frente Nacional francés o la  histriónica versión finesa de los Auténticos Finlandeses y los grandes partidos mayoritarios del centro a la derecha y la izquierda, populares y socialistas, que dibujan una Europa sin colores, uniforme, que niega las realidades plurales de los pueblos. A todos les une además la absurda tarea de cerrar nuestras fronteras del club de los ricos a la emigración del hambre que acosa la muralla de inconsciencia que cada día más asola los corazones de los ciudadanos ante el drama de supervivencia de otros congéneres. La inmigración se niega y el mestizaje imprescindible para la estabilidad de la civilización europea, se torna en xenofobia o en hipocresía diplomática calculada por razón de Estado. Hablando en román paladino, negamos nuestra realidad diversa interior de pueblos que no encajan en el diseño gratuito de los Estados Nación y cerramos la puerta a la llegada de seres humanos que buscan refugio entre nosotros. Todo lo que oficialmente incomoda es rápidamente teñido de ese espíritu incoloro de la Europa irreal.

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De la Europa insípida: A los europeos nos han puesto a dieta, es un ayuno sin la sal de la inversión pública y sin las especias de la protección social del Estado del Bienestar. Un menú insípido que ha generado millones de personas en paro, que prácticamente nos ha llevado a la estanflación. Un trágala que pretende hacernos creer que otra política no es posible y que ha hecho sistema de la alternancia bipartidista en cada Estado miembro y en el conjunto de la Unión, a cambio de no poner en riesgo los intereses de nuestra todopoderosa quebrada banca. Una derecha instalada en su dogma liberalista ha consagrado su acción política al capitalismo comunista. Y una izquierda que enmudecida ante el desastre es incapaz de poner una sola idea innovadora en su carta de pretensiones. Ambas opciones están encantadas de haberse conocido y temerosas de que en sus límites “ultras” el sistema pueda verse en riesgo. Vivimos los resultados de esa severa dieta que está desintegrando nuestra clase media, la que daba sentido a la estabilidad social, la que garantizaba el progreso. Parte de nuestra sociedad está sufriendo síntomas claros de desnutrición, donde los más débiles vuelven a su condición decimonónica de lumpen y la solidaridad pública y los derechos ciudadanos vuelven a su condición ilustrada de beneficencia y misericordia.

De la Europa indolora: Mitad incapacidad y mitad desidia, los europeos observamos indoloros el horror que nos rodea extrafronteras. Estalló la violencia incontrolada en Ucrania, en gran medida por nuestro propio pecado de insuficiencia energética. Rusia sacó partido descarado de esa intromisión y ahora decenas de holandeses fallecen al ser derribado el avión donde viajaban por un misil. Una atrocidad a la que por más respuesta la Europa oficial ha mandado a la nada la enésima nota de prensa de condena. Pero donde más patente ha quedado la actitud indolora europea ha sido ante la nueva oleada de ataques israelíes lanzados sobre el territorio palestino de Gaza. Cientos de civiles, ancianos, mujeres y niños son masacrados cada día a bombazos indiscriminados y la UE lo contempla impasible, mirando impávido las columnas de humo y los regueros de sangre inocente. Más notas de prensa, más declaraciones altisonantes de diplomacia barata. Ni una acción eficiente que devuelva la paz y el derecho a la vida a seres humanos inocentes. Por no hacer ya ni mandamos enviados especiales a la zona. Otro episodio que nos describe ante el resto de la humanidad como europeos egoístas, sin voluntad alguna de poner algo de orden civilizado en este caos mundial, como lo fueron IrakAfganistán,Siria… un sinfín de desastres.

Aire irrespirable para muchos millones de ciudadanos europeos que no creen en la construcción, ni en el proyecto más exitoso de nuestra historia. Estamos entre todos, unos por acción y otros por omisión de no participar en el cambio de rumbo, agotando las opciones de seguir constituyendo el espacio de libertad humana más sólido en el tiempo y en el espacio. Pero más aún, estamos frustrando al resto de los ciudadanos universales en su sueño de tener una oportunidad de vivir en una sociedad mejor, en tener un referente de justicia e igualdad en el que mirarse. El referente europeo pierde aliento cada día. Y sus raíces se socavan a cada caso de corrupción nuevo que conocemos, un rosario de escándalos de abuso y ladronicio consentido por el sistema. Una atmósfera que en superficie se muestra incolora, insípida e indolora, pero que en las cloacas subterráneas de las razones de Estado y del suprapoder europeo, apesta a intereses particulares, lobbies de presión y compraventa de voluntades. Por eso, como no hay prisa alguna en tomar decisiones útiles, como el mundo no tiene prisa por saber qué podemos hacer por mejorar su suerte, los jefes gobierno se van de vacaciones sin nombrar los cargos principales de la Unión y dejan al Parlamento recién elegido a la espera de sus encajes de bolillos que llegarán a finales de agosto. Buenas vacaciones mandatarios europeos, ustedes que pueden descansar sin que sus conciencias se sientan heridas ante tanto dolor ajeno.

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Vivimos nuevos tiempos de “Realpolitik”

Si la política consiste en el arte de lo posible, parece evidente que en el arranque de este año 2014, ha derivado el axioma hacia el posibilismo más descarnado, hacia su peor forma de pragmatismo. La “Realpolitik”, esa política de la realidad basada en intereses prácticos y concretos, sin atender a la teoría o la ética como elementos “formadores de políticas” se impone sin ambages. Esa diplomacia que aboga por el avance en los intereses de un país de acuerdo a las circunstancias de su entorno y que no repara en los medios empleados para alcanzar el fin deseado, impera en las negociaciones para solventar los conflictos. En cada situación de crisis que surge se percibe la urgencia de anteponer las soluciones basadas en el utilitarismo que las que buscan el diálogo que propende hacia la justicia. Los equilibrios de fuerzas en el nuevo orden mundial impuesto por la globalización parecen abocarnos a esa suerte de política realista, que en otras épocas nos precipitó a grandes desastres y contiendas. Ejemplos como los que vivimos estos días en Ucrania o en Siria, demuestran como las potencias juegan al ajedrez diplomático de control de posiciones, olvidando el fondo de los problemas y buscando asegurar posiciones tácticas que no les compliquen en exceso la vida cotidiana. Así se están comportando EE.UU. y la Unión Europea, ante las posiciones claramente agresivas de la Rusia de Putin.

Curiosamente los orígenes de la “Realpolitik” buscaban lo contrario de lo que finalmente sucedió. El canciller alemán Otto von Bismarck acuñó el término al cumplir la petición del príncipe Klemens von Metternich de encontrar un método para equilibrar el poder entre los imperios europeos. El equilibrio de poderes debía significaba la paz, y los practicantes de la realpolitik intentaban evitar la carrera armamentística. Sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, la realpolitik fue abandonada por no ser capaz de aportar soluciones efectivas a los problemas de fondo de las sociedades europeas y en su lugar se practicó la doctrina “Weltpolitik” y la carrera armamentística recobró su brío y abocó, juntamente con otras circunstancias, a la Primera Guerra Mundial que hoy celebra su centenario. Uno de los precursores más famosos fue Nicolás Maquiavelo, conocido por su obra “El Príncipe”. Maquiavelo sostenía que la única preocupación de un príncipe (o gobernante) debería ser la de buscar y retener el poder para así conseguir el beneficio de su Estado, proclamando que las consideraciones éticas o religiosas eran inútiles para este fin. Sostenía además Maquiavelo que el bienestar del Estado dependía de que el gobernante aprendiera a utilizar el mal para lograr el bien, asumiendo que el “príncipe” debía realizar los engaños e intrigas que fuesen necesarias para no caer en los engaños e intrigas de sus rivales. Sus ideas fueron más tarde expandidas y practicadas por el Cardenal Richelieu en su “raison d’etat durante la Guerra de los Treinta Años.

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En alemán, el término realpolitik es más frecuentemente utilizado para distinguir las políticas modestas (realistas) de las políticas exageradas. Un ejemplo histórico es el hecho que el Reino de  Prusia no hubiera anexado territorio austrohúngaro después de ganar la Guerra de las Siete Semanas en 1866, siendo éste un resultado del seguimiento de la realpolitik por el canciller Bismarck con el fin último de lograr la reunificación alemana bajo mandato prusiano. Aquí, Prusia no buscaba la clásica expansión territorial sino debilitar fatalmente a Austria, la única potencia que podía perjudicar sus planes. No resulta nada complicado realizar similitudes de lo vivido en las dos últimas décadas en el continente europeo, tras la reunificación alemana primero con la desaparición de la Unión Soviética y las guerras vividas en losBalcanes que supusieron también la desmembración del Estado Yugoslavo. Europa ha vuelto a convertirse en un escenario del tactismo, donde se ejercitan juegos de posiciones para salvaguardar intereses particulares. Ucrania es hoy el territorio de las escaramuzas, sin tener en cuenta los anhelos de los pueblos y de sus ciudadanos, las potencias se reúnen en Ginebra para reajustar sus posiciones, armar y desarmar a la población a la espera del siguiente movimiento del contrario. Los prorrusos ceden por unos meses, mientras los proeuropeos se retiran de sus posiciones simbólicas en la plaza de Maidan. La “Realpolitik” en su perverso juego de tronos.

El origen del problema de esta nociva forma de hacer política de Estados se encuentra en la falta de exigencia democrática que persiste en la comunidad internacional. La imposibilidad de la aplicación de una justicia universal que sea capaz de sentar a los gobernantes responsables de crímenes contra la humanidad acaba por imponer la política del todo vale y la ley del más fuerte. Perder los principios vuelve a sumir a Europa en intereses particulares y en la defensa de posiciones aislacionistas. Rusia y, sobre todo, su despótico presidente, VladimirPutin, es perfectamente consciente de las crisis de valores en la que se haya sumida la Unión Europea y la batalla táctica emprendida por libre por la canciller alemana, Ángela Merkel. No hay casualidades en su posicionamiento violento ante la crisis de Ucrania, como la hubo a la hora de parar los pies en la comunidad internacional a EE.UU. ante una posible intervención militar en Siria a la vista de los terribles crímenes de Estado llevados a cabo por su mandatario Bashar al-Asad. Rusia huele debilidad estratégica en las posiciones que defiende una UE sumisa a los intereses germánicos y un presidente Obama ensimismado en sus problemas interiores. Los sueños de Putin de reconstrucción imperial de la Rusia de los soviets inspiran una diplomacia con mano de hierro, perfectamente interpretada por su ministro de Exteriores, Sergei Lavrov. Y todo acompañado por un emporio comunicativo al más puro estilo norteamericano, entorno al Russia Today, el medio oficialista que difunde las virtudes rusas en el mundo y ataca certeramente las contradicciones occidentales.

Pero la nueva “Realpolitik” no entiende ya de territorios o escenarios concretos, es sobre todo, una forma de actuar, un desprecio explícito por la ética en política. Y sirva como otro ejemplo de la mala praxis que impera en las decisiones de nuestros gobernantes la actitud con que displicentemente han observado la continuidad del régimen argelino del presidente Buteflika. Tras los fracasos sonados de las llamadas “primaveras árabes”, auspiciadas por los gobiernos occidentales a bombo y platillo mediático y conclusos en revoluciones islamistas de corte radical,  la UE ha observado con acomodo de realismo político el nuevo triunfo de un jerarca en silla de ruedas, tan envejecido en sus formas como en sus ideas, pero que controla con firmeza el ejército y sus mandos militares y que ante todo, garantiza los suministros de gas a “coste razonable” a Europa a través de España.  Qué pronto nos hemos olvidado de los anhelos democráticos del pueblo argelino cuando a raíz de la crisis ucraniana lo que está en juego son las importaciones de energía a nuestro continente drogodependiente en esta materia básica. Está claro que nuestras conciencias acomodadas delante de un televisor soportan mal el dolor ajeno retransmitido en directo, pero es mucho más sensible a a una buena calefacción cuando el frío invierno europeo se instala. Es lo que tiene ser rico y no querer dejar de serlo, que todo lo demás pasa a un plano secundario.

Pudiera parecer que criticar la pragmática política va contra el interés general de las naciones y los ciudadanos para las que se aplica, pero lo que quiero advertir son las consecuencias de obrar de forma tan cortoplacista y dejando a un lado las verdaderas razones que generan los problemas y los conflictos. Esa suerte de trilerismo político solo conduce a poner parches que en verdad generan mayor insatisfacción rn los entornos afectados. Olvidar a los agentes implicados en los conflictos y obviarles a la hora de negociar soluciones ha sido durante siglos el proceder de los gobernantes en nuestra vieja Europa y la consecuencia última de tal conducta no ha sido otra que una terrible sucesión de guerras fraticidas y campos de batallas sembrados de cadáveres. Resulta absurdo que a mayor teórico grado de madurez del proyecto europeo se esté imponiendo la “Realpolitik” de sus Estados miembros. Se supone que avanzar en los grados de consenso político comunitario debería propiciar políticas hacia el exterior basadas en los principios de Estado social y de derecho que hemos impuesto como dogma en el interior. Y, sin embargo, lo que nos imponemos como norma en la Unión resulta intrascendente cuando se trata de establecer las relaciones con terceros. Frenar las desatadas ansias expansionistas de un dictador como Putin, parar el genocidio al qué está sometiendo a su pueblo Al-Asad o mandar a la jubilación política a un oligarca como Buteflika, son deberes que la UE debería imponerse de la misma magnitud que la Unión Bancaria. De otro modo, ni seremos creíbles en el mundo, ni serviremos como interlocutores fiables y, mucho más importante, los ciudadanos europeos dejaremos de creer en nosotros mismos.

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Ucrania escenario de guerra fría: ¿a qué espera la Unión Europea para ser mayor?

Ucrania se desangra ente divisiones políticas, enfrentamientos sociales y bancarrota económica. Rusia aprovecha la circunstancia tratando de recomponer sus fronteras sobre su sueño imperial zarista o de los soviets. Mientras EE.UU.ensimismado en su recuperación económica y la revolución interior de su sistema energético y productivo, recurre a la dialéctica a su VI Flota para afianzar un nuevo episodio posmoderno de guerra fría. Y mientras la Unión Europea, que tiró la piedra y escondió la mano en la plaza de Maidán en Kiev, como si fuera mayor de edad en el contexto mundial, ahora se arruga recordando que es un simple adolescente jugando a ser adulto. El tablero de ajedrez se agita porque las piezas se exasperan, sufren y mueren a tiros en plena hambruna. Jugar con el dolor ajeno puede tener un riesgo incontrolable, la situación puede írsele de las manos a los directores de este drama si la población sometida el extremo de tensión decide buscarse por su cuenta la solución al conflicto. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos, sean ucranianos, crimeos, rusos o tártaros, tiene muy poco que perder en una guerra sin cuartel por las calles de pueblos y ciudades. Cada día hablan más las armas y menos las voces con sentido común. Cada vez se oyen más disparos y el chirriar a muerte de las cadenas de los carros de combate. El tiempo para la paz se va perdiendo y la diplomacia europea incapaz de hablar como la Unión que dice ser.

La verdad es que me debatía el último mes en cuándo era el momento más adecuado para escribir este post, si cuando se iniciaron las protestas proeuropeas en la plaza de la Independencia, cuando se depuso al presidenteYanukovich, cuando se liberó a Timoshenko… pero tenía la sensación de que los sucesos vividos en la capital de la madre Rus, no eran más que la antesala de una crisis de dimensiones considerablemente mayores. Se daban todas las condiciones para la tormenta perfecta: Ucrania para los rusos es el corazón de la patria, el origen nacional; por su suelo pasa el 80% del gas que los europeos importamos de la Federación Rusa; Crimea es una república autónoma con diferentes identidades históricamente enfrentadas y su puerto de Sebastopol es la base estratégica de la flota rusa en el mar Negro, actualmente bajo arriendo del gobierno ucraniano. Y como telón de fondo de este auténtico polvorín, la economía ucraniana se encuentra sumida en una profunda crisis envuelta en un sistema de corrupción extendido. En este clima propicio al conflicto social, la Unión Europea con su propuesta de acuerdo de libre comercio representa para muchos ciudadanos la esperanza en un horizonte lleno de perspectivas que podría contribuir a la ansiada modernización industrial del país. Sin embargo, no podemos olvidar que caso de concretarse la asociación con la UE, Ucrania tendría que someterse a una urgente actualización de su tejido productivo para ajustarse a las 350 regulaciones europeas que, a tenor de algunos expertos, serían difíciles de asumir por el país en estos momentos. Además, la integración podría inundar el mercado interno ucraniano de productos europeos, especialmente alemanes, la principal impulsora de los acuerdos con Kiev. Estos argumentos los utilizaMoscú como pantalla propagandística. Dicen que asociarse con la Unión Europea significa ser excluido de los beneficios que actualmente Ucrania recibe de Rusia, relacionados no solo con el gas, sino con los privilegios arancelarios que perdería. Hoy Ucrania está al 50% de caer en bancarrota. Si Rusia, por ejemplo, impone la tarifa arancelaria acordada por la Organización Mundial de Comercio, Ucrania podría perder un 1,7% de su PIB y para nosotros supondría un daño muy serio porque muchas empresas ucranianas mantienen relación con Rusia.

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Por ello, siendo realistas la aplicación de un acuerdo con la UE requeriría al menos de un periodo de transición de al menos 4 años y un paquete de ayudas económicas que Yanukovich cifró en 160.000 millones de euros. En septiembre los cálculos rozaban entre 3.000 y 5.000 millones de euros, pero la crisis empeora por días por lo que se hace difícil de calcular la cuantía de ayudas que la UE debería poner encima de la mesa para incorporar Ucrania a su zona de influencia. Un plan que en las actuales circunstancias económicas que vive la Unión Europea parece imposible de alcanzar un consenso. A favor de la acción se sitúan a la cabeza la canciller alemana, Ángela Merkel y cuenta con el claro apoyo de el premier británico, David Cameron y de forma más tibia, del presidente francés, François Hollande. Para el resto, inmerso en los aún leves indicios de recuperación económica, la crisis de Ucrania representa un palo en la rueda del movimiento incercial necesario para lograr la salida de la crisis. España o Italia, más allá de llamamientos a la necesidad de diálogo y apoyo a las fuerzas proeuropeas, difícilmente apoyarían una intervención económica basada en un plan de ayudas cuantiosas. Y sin dinero, la realidad es que los llamamientos de la UE al acercamiento de Ucrania, no son más que trampas para una población acuciada por un futuro mejor. En el fondo, lo único que hemos logrado con nuestra diplomacia democrática es provocar un escenario de práctica ruptura del país. Y lo que es peor, despertar al oso ruso y sus ambiciones territoriales bajo el demagógico pretexto de defender a las minorías rusas que pueblan Ucrania.

En Washington, el presidente Obama asiste una vez más a las consecuencias de la debilidad política de Europa. Las intolerables declaraciones de Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta para Europa despreciando a la UE en el conflicto de Ucrania, son sin embargo muy explícitas del cansancio y hartazgo que produce al otro lado del Atlántico nuestra capacidad para provocar conflictos y nuestra inoperancia a la hora de resolverlos. La administración Obama está inmersa, como lo hiciera su antecesor Roosevelt antes de que estallara la II Guerra Mundial, en un programa de recuperación económica profundo, que ha revisado sus políticas energéticas de forma radical, perdiendo dependencia paulatina del petróleo y sus exportaciones provenientes del Golfo Pérsico. La explotación mediante fracking de hidrocarburos no convencionales, como el gas de lutita o de esquisto ha supuesto una bajada de precios de los combustibles sostenida y con ello un aumento de la competitividad de EE.UU. que ha mejorado un 20%. A diferencia de la UE, la mayoría de las fuentes de energía que precisa EE.UU. están en su territorio. Con ello cambia radicalmente el papel de gendarme que durante décadas ha venido jugando la potencia norteamericana en el mundo. La diplomacia activa impera, como sucediera en la crisis de Siria y se elude a toda costa el conflicto que genera cuantiosos costes militares en una economía que lucha por reducir su desorbitado déficit público. A nada de esto es ajeno el Kremlin y mucho menos su líder, Vladimir Putin. Ya midió las fuerzas de su antagonista cuando Obama llamó a derrocar al presidente sirio, Bashar al-Asad y se apuntó una victoria clara al impedirlo. Ahora la crisis toca a sus territorios más sensibles, cuando además el terrorismo amenaza a sus regiones en poder convertirse en una seria amenaza a su orden establecido. La intervención en Ucrania es un alimento imprescindible para reforzar sus discurso de orgullo ruso y empoderamiento nacionalista. Un fácil manera de tapar las vergüenzas de una economía aun subdesarrollada, incapaz de generar progreso para su población.

De reojo observa el conflicto, el cuarto gigante mundial, China. Los nuevos mandatarios chinos bastante tienen con tratar de sostener el crecimiento económico, sin que se dispare su deuda, controlando las anhelos desmedidos de su población, los movimientos terroristas que empiezan a actuar en su suelo y las denuncias continuas de corrupción de su sistema político que la prensa internacional desvela un día si y otro también. Necesitan un mundo en paz y silencioso para poder seguir su programa de reformas y de capitalismo colectivizado. Cualquier perturbación frena su ritmo, que aunque lento, debe ser continuo. De ahí que pese a que formalmente apoyan la posición rusa, sus llamamientos al entendimiento son claros y en esta ocasión no serían aliados naturales de Rusia en caso de intervención militar. A todos los agentes implicados, pues, les incomoda el conflicto, salvo a Rusia que ve posibilidades de sacar tajada de una partición de Ucrania y a la UE que sin arriesgar nada también ve beneficios en ese caso. Son China y EE.UU. los menos favorables a aceptar que el continente vuelva a convertirse en territorio de conflicto y repartos interesados de tierras y personas.

La Unión Europea hace bien en defender en el entorno de sus fronteras el establecimiento de democracias sólidas y fundamentadas en economías competitivas. Está en el adn de su fundación abogar por ello, pero también lo está y por ello recibió el premio Nobel de la paz, garantizar a las personas su seguridad y una forma digna de vida más allá de sus bunker de miembros Estado. Si quiere jugar ese papel en el mundo, tiene que actuar con decisión y con intenciones claras. Lo demás es utilizar a las ciudadanos como conejillos de indias de sus experimentos políticos. Los peores fantasmas de nuestra historia vuelven a pasearse por las pantallas de los televisores. Soldados armados hasta los dientes, convoyes de carros de combate, flotas movilizadas… y de fondo declaraciones de líderes políticos amparadas en razones espúreas. Toca ser inteligentes que es sinónimo en este caso, de no entrar al trapo de las provocaciones de un líder dictatorial necesitado de gestas épicas como es Putin. Toca dialogar con el aliado lógico en esta batalla diplomática que es EE.UU. y toca poner a China a nuestro favor, haciéndole ver que una Ucrania en libertad y progreso, es su mejor compañero de viaje. Toca en suma, trabajar unidos como potencia europea, sin anteponer intereses particulares cortoplacistas y defendiendo ante todo la suerte de los 46 millones de ucranianos que hoy ven es riesgo sus vidas. Estamos ante otra hora histórica para el futuro creíble de la Unión Europea.

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La Europa que queremos o para qué queremos a Europa

Tal vez el principal problema del que ha adolecido el proyecto de construcción europea no es otro que la distancia en expectativas, objetivos e incluso ilusiones que los europeos tenemos puestas en él. Por decirlo en clave mercadotécnica, la oferta no está ajustada a la demanda. Los políticos que han dirigido los destinos de la nuestra Unión lo han hecho por convicción propia, acertada o no, sin contar con la opinión de los comunes mortales que les votamos. Esa ceguera elitista que en tiempos remotos iniciales del Tratado de Roma podía tener un pase, se muestra hoy, en un mundo en Red en el que todo el ciudadano informado se siente dueño de sus actos, en un defecto inhabilitante. Y lo digo como debate que debemos afrontar todos, no como tarea exclusivamente de la clase política, pues, si ellos han pecado de falta de cercanía a nosotros, nosotros podemos pecar en esta nueva era de falta de compromiso con la política. Es por ello, que en este año de elecciones europeas resulta más necesario que nunca preguntarnos en recíproco, por la Europa que queremos o lo que es lo mismo, para qué queremos Europa, es decir, una Unión Europea.

Yo empezaría por algo básico y tan simple por reconocer nuestro espacio, esto es, por los territorios y extensión en el continente que entendemos como común. Y lo digo en el sentido de completar el diseño comunitario sin dejar fuera del mismo a quien consideramos parte integrante. Nos queda la tarea de los Balcanes, con el referente inicial de la incorporación de Serbia, actualmente en periodo negociador y el resto de Estados como es el caso de MacedoniaBosnia y Herzegovina,MontenegroKosovo y más lejano, pero parte de este territorio escenario de grandes conflictos europeos, Albania. En los límite continentales de dicha región se abre uno de los debates más complejos que debe afrontar Europa, la integración o no de Turquía. La potencia turca nos plantea cuestiones no solo territoriales, sino mucho más profundo de identidad y modelo de sociedad. Pese a ser constitucionalmente un Estado laico, la realidad social creciente es la presencia en la vida política cada vez más influyente de la religión musulmana. Pero si ese es el impedimento para que consideremos europeos a los turcos, ¿es que estamos considerando Europa un territorio solo habilitado para cristianos? Europa puede tener raíces históricas de una u otra índole religiosa, pero hoy por hoy, constituye un espacio aconfesional, que parte del respeto más absoluto de la libertad religiosa y, por tanto, no puede establecer exclusiones de poblaciones por sus creencias. Al Este se plantea un nuevo dilema no menos peliagudo con los Estados limítrofes de la Federación Rusa. Ucrania es el ejemplo más claro, en plena crisis entre europeístas y prorusos. Pero no es menos problemática la relación con Bielorrusia, a la que la UE ha impuesto sanciones por el comportamiento antidemocrático de su gobierno de clara influencia rusa. Por su parte Georgia, que tiene serios litigios fronterizos con Rusia, ha acelerado en los últimos meses su acercamiento a la Unión. Definir, pues, las fronteras de la UE con Rusia, se ha convertido en uno de las grandes cuestiones a futuro teniendo en cuenta nuestra dependencia energética y que estas zonas pueden ser suministradores en competencia de las importaciones de gas que hoy depende de Moscú.

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Si fuéramos capaces de definir nuestro espacio común, deberíamos plantearnos por el modelo de convivencia que queremos para él. Nadie duda de que la democracia parlamentaria es la fórmula política por la que regirnos, pero los niveles de participación en la política, los sistemas de control de la actividad pública, las fórmulas de elección y representatividad, el distinto peso en las decisiones de los Estados, las Regiones o las instituciones comunitarias, para nada son homogéneos entre nosotros. Por decirlo muy claro, la calidad de la democracia no es igual en todos los miembros de la Unión y eso produce un déficit total para que el proyecto sea realmente de todos. En este sentido, la UE no puede mirar para otro lado cuando en sus Estados miembros se conculcan derechos fundamentales o se trampean las normas básicas de procedimiento de la separación de poderes en alguno de ellos. Si se ha sido capaz de crear un mercado único, una moneda única, un banco único, debemos tener una democracia única, es decir, unas normas de convivencia de derechos de ciudadanos y de actuación política únicas y de obligado cumplimiento para todos los gobiernos tengan el nivel que tengan. No estamos tanto ante el problema de la elegibilidad de los cargos de las instituciones europeas y de creer que hasta que no tengamos un presidente de todos los europeos no nos creeremos Europa, que sería reducir la cuestión mucho, se trata de que todos los europeos sepamos que las reglas del juego son idénticas de verdad para todos nosotros.

De la misma forma en que no se puede tener una fe ciega en nada que venga de la mano del hombre por su falibilidad, no tenemos porqué ser creyentes dogmáticos de la construcción europea. De ahí que convenga preguntarnos para qué queremos una Europa unida. El principal valor que podemos atribuir a nuestra unidad, es su aportación a la paz en el continente. Europa sufrió y contagió al mundo la locura de dos guerras que se llevaron por delante cientos de millones de vidas y poner freno a esa barbarie ha sido el mayor logro de la UE como se le reconoció justamente con la concesión el pasado año del Premio Nobel de la Paz. Estar unidos es una garantía de paz. Económicamente los datos de la trayectoria de estos ya casi 57 años desde la firma del Tratado de Roma avalan que los procesos de mercado interior, de libertad de movimientos y más cercanos de la puesta en marcha de una moneda común y un Banco Central con capacidades de supervisión, han dado réditos muy positivos a los Estados miembros. Unidos somos más fuertes. Ni que decir tiene que para los ciudadanos europeos contar con un espacio común por el que transitar libremente y poder trabajar en él sin trabas supone un cúmulo de oportunidades histórico. Juntos somos más libres y tenemos más oportunidades. Pero no podemos tener la mentalidad de constituir una isla en el mundo, si creemos en las bondades de nuestro modelo de convivencia podríamos también decir que juntos somos un modelo a seguir para el resto del planeta.

Probablemente donde más nos cuesta a fecha de hoy alcanzar un consenso generalizado es sobre la sociedad que queremos construir entre todos. Llama la atención que el esquema de protección social que siempre fue sello de identidad de los Estados del Bienestar puestos en marcha en Europa para reconstruir un desangrado continente, es en la actualidad puesto en cuestión no tanto ideológicamente sino mediante medidas de austeridad que prácticamente están contribuyendo a su desmantelamiento. Es una reforma silenciosa hacia ninguna parte. No hay al otro lado un modelo definido, sino simplemente el desmontaje de un entramado de red social para las clases medias. Concebir Europa sin sus derechos sociales universales para los ciudadanos de los Estados miembros es sinónimo de romper la Unión, pues, sin esa solidaridad y cohesión territorial la UE queda supeditada a la Europa de los mercaderes y poco más. Es, pues, el momento de definir los servicios sociales que dan sentido a los derechos fundamentales, sea sanidad, educación, vivienda, pensiones… y llegar un nuevo contrato social entre todos los europeos. Si todos sabemos lo que Europa nos garantiza tendremos mucho más claro la necesidad de defender esa idea de Europa unida.

Es seguro que este año electoral se harán oír más fuertes las voces de los euroescépticos, de aquellos que culpan de todos los males a Bruselas sin reparar en argumentos apocalípticos. El racismo, la xenofobia, la marginalidad antisistema por ser antisistema, el localismo más tribal, es probable que gane una pequeña batalla en mayo. Pero la gran batalla que tenemos por delante los europeos que queremos un futuro mejor en Europa y a través de ella en el mundo, consiste en provocar el debate del consenso, el de los mínimos homogéneos de espacios, derechos, libertades y de oportunidades. Porque lo más importante que nos aporta la UE es la posibilidad de la puesta en común de conocimiento, de compartir la riqueza de la diversidad sin miedo al de al lado. Debemos aprender a ser competitivos en un entorno de alianzas, acometer proyectos conjuntos entre finlandeses, griegos y franceses, o entre letones, portugueses y alemanes. En suma, ser más eficientes sobre la base de la colaboración. Si pensamos bajo todos los elementos que señalo en este post y somos capaces de buscar puntos de encuentro, ya no nos quedará ninguna duda a futuro de la Europa que queremos.

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