Corrupción made in Spain

El sumidero ya no puede digerir tanto detritus. Los restos de la bacanal desmedida del despilfarro, el dinero fácil, la vida frívola y el espolio de los bienes públicos, flota ante nuestros atónitos ojos desorbitados. Nada ni nadie parece soportar el juicio despiadado de una prensa que monocultiva el escándalo como receta única para ganar notoriedad en su agonía mediática. El desfile de los corruptos tiene dosis por igual de sobresalto en forma de portadas de periódico y de hartazgo por tanto ladronicio perpetrado a nuestras espaldas. La cosa pública languidece aquejada del coctel fatídico de los recortes económicos y del descrédito tremendo de sus servidores. Una descomposición imparable, sin luz al final de túnel, que pone en serio riesgo la convivencia ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Qué especie de mal contagioso ha invadido las entrañas de un supuesto Estado de derecho? ¿Quiénes son los responsables últimos de que el sistema en sus piezas claves haya fallado tan estrepitosamente? Salvo pensar que hemos vivido todo este tiempo en manos de una legión de ladrones descarados, pudiera parecer que el relato de la década prodigiosa del ladrillo que vamos conociendo, no deja otro espacio al análisis. Pero yo no me rindo y me pregunto por los motivos que han hecho posible que en vez de primar los valores, la codicia y la ambición desmedida se nos hayan colado por las rendijas hasta controlar los puestos de mando.

Los fallos del sistema tienen mucho que ver con el papel que se le ha concedido a la política como generador de residuos. Que el crecimiento se basara en el suelo y la construcción, convirtió a las administraciones en una suerte de concesionario de licencias públicas, que en un círculo perverso constituían también el bálsamo de los ingresos para los gobernantes. El roll de la fiscalidad y la progresividad del modelo impositivo como forma de redistribución de la riqueza se fue perdiendo sin excepción fuera del color que fuera el político de turno. Así las cosas, desapareciendo también los controles efectivos sobre la cosa. Aquel que se oponía al festín de la especulación hipotecaria o era un tonto o un ruin y si seguía en su empeño o se le mandaba a galeras o se cambiaban las normas para acallar al aguafiestas. Tampoco ha ayudado una justicia atortugada incapaz de juzgar a tiempo y controlada en la investigación policial y en la fase de instrucción procesal por los gobiernos. Y, por último, la responsabilidad de unos medios de comunicación dóciles a los poderes políticos y económicos a base de publicidad encubierta. Enfrascados en guerras fratricidas personalistas han perdido la credibilidad ante sus audiencias.

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Podríamos pensar que la actitud del sector privado ha sido mejor, pero el mero dato de los niveles de economía sumergida que padecemos nos cae del guindo. Capitales evadidos en paraísos fiscales, prácticas de cartel para hacerse con el mercado y sonoras estafas a los clientes han salpicado también la crónica de la España corrupta. El resultado en fin, todas las instituciones y grandes empresas tocadas. La Casa Real sin yerno por delitos que ocupan más de medio código civil y penal; los dos principales partidos políticos con multimillonarias cifras de financiación ilegal; la mayoría de gobiernos autonómicos dedicados a expoliar cajas de ahorro y prevaricar en obras tan faraónicas como inútiles; un rosario interminable de casos municipales, solo por poner el caso de mi tierra Galicia, de los cuatro alcaldes de las capitales de provincia, uno sobrevive sin estar imputado; la judicatura con su jefe al frente viajando con su escolta “by the face” a Marbella; los principales banqueros y empresarios incluido su presidente acusados de graves delitos… Nunca le encontré tanto sentido a los puntos suspensivos.

Por eso antes de que solo nos quede la digna pero inservible huida hacia el exilio interior, debemos proponer ideas para salir de esta. Yo empiezo por decir que la base es la actitud ejemplarizante, la honradez como norma de conducta. Y no sirve, ni es suficiente no haber hecho nada malo cuando vivías o vives rodeado de malas praxis. El silencio de los corderos o de los cobardes, se convierte en complicidad culpable. Esto empieza por uno mismo, por buscar lo bello de la vida por el goce sencillo y placentero de disfrutar de las pequeñas cosas, de huir de la eterna insatisfacción o del juicio de la medida mirándonos en lo que los demás tienen. Es una nueva forma de ser y de vivir. Aprender a no generalizar y premiar al honrado y castigar al corrupto. El voto debe ser consecuente y expulsar al corrupto de los cargos públicos. Reformar en profundidad la carrera judicial para hacer de la fiscalía un órgano al servicio de los ciudadanos y no del gobierno. La actuación de oficio en defensa de lo que es de todos y la capacidad investigadora ante los indicios de delito. Recuperar el papel de los medios de comunicación en su faceta de control de los poderes ante la opinión pública estando dispuestos a salir de la cultura del gratis total que consume corta y pegas sin contrastar y aceptar el pago por contenidos de calidad que garantizan el derecho a la información. En suma, incentivar el bien, dignificar la actividad pública con remuneraciones razonables en comparación con el mercado y la responsabilidad.

Ahora solo preguntémonos sinceramente si estamos todos dispuestos a reformular las reglas del juego para oxigenar el ambiente irrespirable que nos rodea. Si es así, es posible que con esfuerzo y no pocas bajas en los dos bandos, hayamos ganado la batalla por la regeneración ética y cívica de nuestra sociedad. De no quererlo, solo nos queda comprarnos una máscara antigás y presenciar cada mañana el inquisitorial ejercicio del santo oficio ejecutando en portada al corrupto cotidiano.

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