Los salarios son la clave o de otra manera de hacer las cosas

En materia de política económica demasiadas veces nos hemos dejado llevar por el determinismo de la ortodoxia vigente. La manera en que tenemos de afrontar las crisis  tiene mucho que ver con la doctrina dominante en el momento o con la que los mercados decidan primar en cada caso. Pero no deberíamos olvidar que la política económica, primero es política, es decir, el arte de establecer prioridades que siempre deberían basarse en el interés general. De la misma forma que resulta obvio que las teorías económicas de cómo afrontar los problemas no son científicamente puras, ni infalibles, sino aproximaciones más o menos acertadas a una predicción de lo que puede suceder si se actúa de una u otra manera. Y digo todo esto, porque si analizamos el escenario económico mundial provocado por la globalización desde la caída de Lehman Brothers, el 13 de septiembre de 2008, pistoletazo de salida a la crisis que aun vivimos, veremos que desde políticas económicas diversas se han alcanzado resultados bien distintos. A eso dedico este post.

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A tal efecto, conviene realizar un paralelismo de lo sucedido en Estados Unidos, en Japón y en España, como fiel reflejo esta última de la política de austeridad impuesta por la Comisión Europea al dictado de Alemania. Empecemos, pues, por las tasas de crecimiento tanto del país como per cápita. En Estados Unidos en el periodo 2008-2015 el PIB pasó de tasas negativas del -0,6% en 2008 y -2,8% en 2009 a crecimientos positivos superiores al 2% desde 2010 y el pasado año del 2,4%. Por su parte, el PIB per cápita pasó de los 32.900€ en 2008 a los 41.100€ en 2014, es decir, un incremento de casi 20 puntos. Por su parte, Japón ha tenido continuos altibajos en su PIB sin lograr una estabilidad efectiva de su crecimiento, concluyendo el periodo el pasado año con un decrecimiento del 0,1% y pasando su PIB per cápita de 25.700€ a 27.247€, un incremento del 5,6%. En España, hemos pasado de decrecer en 2009 un -3,6% a crecer el pasado año un 1,4% y tener una previsión para este año que supera el 2,5%. Nuestro PIB per cápita, sin embargo, decreció de los 24.274€ a los 22.780€, un 6,1%. Es claro que los crecimientos país no han sido homogéneos según los casos y que fueron los ciudadanos norteamericanos los mejor parados en este ratio.

Pero para acercarnos de manera más certera a la realidad de los bolsillos domésticos, conviene que veamos lo que ha sucedido en igual periodo con la evolución de los salarios. En EE.UU., el salario medio anual pasó de 28.785€ a 37.693€, un incremento del poder adquisitivo del 24%. Mientras que el SMI – Salario Mínimo Interprofesional – creció de 689€ a 1.035€, un incremento del 44%. En Japón, el salario medio creció de 31.669€ a 34.794€, un 8%, mientras que el SMI pasaba de 726 € a 1.148 €, un +37%. Y, por último, en España el salario medio se incrementó de 23.252€ a 26.162€, un 12% y el SMI de 700€ a 757€, un +8%. Creo que las cifras cantas por si solas sin necesidad de especiales comentarios, más si tenemos en cuenta que la inflación en los tres países se mantuvo muy estable en valores entre el 1% y el -1%. Los estadounidenses han mejorado su situación relativa de poder adquisitivo, en menor medida los nipones y los españoles hemos retrocedido claramente.

Dado que la política aplicada en España de radical moderación salarial se fundamentó en la necesidad de crear empleo, veamos lo que en el periodo analizado ha sucedido con la tasa de paro en los tres países. En EE.UU., la tasa de desempleo pasó del 10% en 2009 a los actuales 5,5% de 2015, tan solo un 0,5% superior a la que registraba antes de iniciarse la crisis. En Japón, se alcanzó la máxima cuota con el 5% en 2009 y actualmente se sitúa en 3,4%. Mientras en España, con anterioridad a la crisis, en el tercer trimestre de 2008 la tasa era del 11,33%, se alcanzó la cuota máxima en el primer trimestre de 2013 con el 26,94% y, en el segundo trimestre del 2015 nos encontramos con una tasa del 22,5%. Si pretendíamos dar lecciones de creación de empleo a base de congelar salarios, me temo que la política económica aplicada en España, tanto por los últimos gobiernos de Rodríguez Zapatero, como por los de Mariano Rajoy, pasarán a la historia de la Economía.
Todo este mareo de cifras pretende ilustrar el debate de cómo se alienta de mejor manera la recuperación económica en el actual ciclo. De lo que adolece la economía mundial no es de ratios de crecimiento, ni siquiera, de capacidad para crear empleo, es anterior el problema y reside en el empobrecimiento de los salarios y con ello de las rentas medias de los ciudadanos de los países que tiran del consumo mundial. La administración Obama lo entendió tras casi una década de pérdida de poder adquisitivo de sus ciudadanos y emprendió una política expansiva cuyos frutos están a la vista. En Japón, con una economía estancada en el mismo periodo, el Gobierno de Shinzo Abe, su Abenonomicscon sus “tres flechas”: estímulo fiscal masivo, flexibilización monetaria masiva y reformas estructurales que impulsen la competitividad, ha logrado salir del estancamiento, cuyos efectos también la han notado las familias niponas. Por contra, en España el resultado de la política económica oficialista basada en los ajustes, la austeridad y la congelación salarial, de la Comisión Europea, elBanco Central Europeo, bajo las directrices de la Canciller Merkel, nos han granjeado una senda de empobrecimiento de la clase media, para reducir el número de parados a base de contratos en el límite del Salario Mínimo Interprofesional que abocan a sus firmantes a la mínima supervivencia, sin capacidad de consumo.

Si no somos capaces de poner el foco en la recuperación salarial, no vamos a ser capaces de recuperar nuestra sociedad. No se trata tanto de crear empleos a cualquier precio, como de recuperar los salarios medios de nuestros trabajadores. No es cierto que el factor salarial sea la clave de la competitividad, salvo que asumamos que nuestras empresas y nuestra economía se mueve en los parámetros de subdesarrollo. Conceptos como la innovación y la internacionalización de los mercados, tienen mucho más que ver en la capacidad de venta de nuestros productos que el coste de la mano de obra. Eso si queremos que la base de nuestra estructura económica lo sea la industria, el único sector con capacidad real de crear riqueza sostenible y equitativa. Aunque algunos se empeñen en tirar la toalla y cambiar el trabajo de la construcción por el del turismo y convertir la península ibérica en el bar de tapas de los europeos laborioso e industriales del norte, en sus días de ocio. Si el sector servicios ocupa todo, seremos los sirvientes de otros, pero que nadie sueñe con salarios dignos cuando se es a lo sumo el mayordomo de los señoritos.

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Hacia la tercera recesión sin freno cuesta abajo y erre que erre

La ya larga crónica de la crisis económica que nos azota desde la caía de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, hace ya seis cruentos años, nos debería ir dejando suficientes lecciones y experiencias prueba error como para ser capaces de articular reformas del modelo que nos ha llevado hasta aquí. Sin embargo, conocido es que pese a que al ser humano le hayamos autobautizado como el homo sapiens, su capacidad para cometer errores y lo que es peor para perpetuarse en ellos, es casi ilimitada. Por desgracia, es el caso de las políticas europeas impuestas desde Alemania para el resto de la Unión. El Atlántico que debería unirnos más que separarnos, ha marcado una clara línea diferenciadora entre las medidas adoptadas en Estados Unidos por la Reserva Federal y los Gobiernos del presidente Obama y las correspondientes llevadas a efecto por laComisión Europea y el Banco Central Europeo al dictado de la canciller Merkel. Resultados a fecha de hoy de uno y otro lado: EE.UU. creciendo al 3,5% y con una tasa de paro por debajo del 5%, mientras que las principales economías de la zona euro están estancadas y con niveles de desempleo en torno al 15%. Y todo ello, con la grotesca situación monetaria de un euro valorado por encima del dólar. El hecho diferencial muy simple, mientras Estados Unidos tomó el camino de los estímulos, Europa optó por la austeridad, unos adoraron a Keynes y otros lo hicieron a Friedman.

La presidenta de la Reserva Federal Janet Yellen acaba de anunciar urbi et orbi el fin de la era de los estímulos y lo ha hecho pacíficamente señalando que ya no hacen falta. Su homólogo europeo, aun no tan todopoderoso, Mario Draghi, no se cansa de repetir a los jefes de Estado y de Gobierno que con meras medidas monetarias no saldremos de la doble W cíclica en que han convertido nuestra economía. Llevamos cuatro años, saldados los dos primeros de la crisis dedicados al absurdo esfuerzo de salvar, que no sanear, un sistema financiero especulativo y corrupto, viendo como el crecimiento aflora tímidamente, para volver a caer a los seis meses. De los brotes verdes del 2% al 0% con claros síntomas de estanflación. Y nuestros líderes se miran atónitos, escuchan a sus euritos asesores de cabecera durmientes y se quedan paralizados sin articular una sola decisión. Un continente viejo y avejentado, cuyos jóvenes buscan nuevos retos en nuevos destinos alejados de nosotros, que lo único que sabe hacer es decirle grandilocuentemente al mundo que hará todo lo que haga falta para sacarnos de la crisis.

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El diagnóstico de nuestra enfermedad no es tan complicado. A Europa le está matando la globalización, la presión de los productores emergentes en un mercado abierto y, sobre todo, su incapacidad de ser más eficiente y competitivo, no en la reducción de los costes de producción, sino en los procesos de investigación e innovación, es decir, en el conocimiento. No soy partidario de los rankings, de cualquier tipo, pero aunque solo sea como vara de medir, año tras año estamos observando cómo el liderazgo en la gestión del conocimiento humano se está desplazando del Atlántico, donde llevaba instalado casi 300 años, al Pacífico. El liderazgo del mundo ha emprendido un camino, tal vez sin retorno, contrario a la rotación solar, de Oeste a Este y hoy las universidades vanguardia están en Estados Unidos y en China. De hecho la propia China ya es la primera economía mundial y soporta el 60% de la deuda pública norteamericana. Y, por si fueran pocos nuestros males, la UE adolece de fuentes de energía de recurso propio para alimentar su industria y su consumo, un problema que también acometemos a paso de tortuga con una energías alternativas de alto coste y ridículas inversiones en investigación en este campo. ¿Para cuándo una política energética común? Pero al fin y al cabo, siempre podemos decir que en Europa se vive mucho mejor, que tenemos los mejores vinos, los mejores restaurantes y, cómo no, los mejores museos, o más bien que nos estamos convirtiendo en un enorme museo que atesora el espíritu de Occidente. Los ancianos guardianes de una civilización en proceso de extinción.

Pero que no cunda el pánico, aleluya hermanos, la semana que viene tenemos nueva Comisión Europea, ese grupo de hombres y mujeres con la fácil empresa de cambiar Europa y ponerla al frente del mundo. Claro que aunque tuvieran la voluntad de hacerlo, valor debemos suponerles, e incluso fueran capaces de hacerlo, aptitudes ya tengo más duda que tengan, tendrían que dejarles esos jefecillos de Estados venidos patéticamente a menos, que se envuelven en sus banderas dieciochescas para tratar de demostrar que aun pintan algo en un universo que se nueve a millones de giga bits por minuto y donde un fondo de inversión puede comprarles o dejar caer el 30% de su deuda en una decisión única. O sea que tenemos el pequeño inconveniente de nuestra propia insignificancia. La de tratar de permanecer en estructuras obsoletas y caducas, la de impedir el cambio y la regeneración de nuestro tejido, el económico, pero sobre todo el social.

Tal vez todo lo dicho suene a pesimismo y eso que viene de un optimista y de un europeista congénito. Pero los síntomas de la enfermedad se agravan y los responsables de la curación están más preocupados de su aspecto que de la intervención quirúrgica. Urge liderazgo en Europa, urge federalismo integrador en Europa, urge regeneración democrática en Europa, urge poner el conocimiento al frente de Europa, urge pensamiento sobre Europa, pero ante todo, urge Europa. Sin Europa unida nuestro mundo tal y como lo conocemos desaparecerá. El enemigo existe y está a las puertas nuestras fronteras de ricos acomodados. Se llama hambre, se llama ébola y también se llama un fanático cortando cabezas para exponerlas en Internet en nombre de Alá. Podemos seguir dormidos en nuestra autocomplacencia pero el reloj de la historia de nuestra caducidad no para y el de los males que nos acechan se acelera. Es tiempo de reacción.

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¿De qué nos sirve una Unión Bancaria si no armonizamos la fiscalidad europea?

Tras casi 17 horas consecutivas de negociación, Eurocámara y Consejo Europeo acordaron la creación de un Mecanismo Único de Resolución (MUR), el segundo pilar de la unión bancaria y el proceso más ambicioso de integración europea tras la introducción del euro. Ha costado años desde el inicio de la crisis con la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008 que los europeos alcancemos un acuerdo para rescatar nuestras entidades financieras y con ello nuestra moneda el euro. Así de lento caminamos porque los intereses de algunos países,Alemania a la cabeza y los beneficios de los principales banqueros nos han impuesto los sacrificios para la teórica recuperación que dicen vivimos. Pero todos estos años de ardua negociación nos están poniendo a las puertas de una auténtica política monetaria común y de convertir al BCE en el supervisor al estilo de la Reserva Federal de EE.UU. que precisamos. No pondré pegas a un paso ansiado y necesario, pero si me gustaría advertir de que finalmente estamos construyendo una Unión Bancaria, como ya sucedió con el euro, a la medida de Alemania y, en segundo lugar, que mientras no se avance en políticas que posibiliten la armonización fiscal en la zona euro, seguiremos cojos, sino paralíticos, en la defensa de un espacio económico común.

El MUR permitirá liquidar bancos problemáticos de la zona euro desde una autoridad central y financiar las operaciones con un fondo de 55.000 millones de euros aportados gradualmente por las propias entidades. El acuerdo final respeta muchas de las líneas rojas trazadas por Alemania, como el veto a una red de seguridad pública que financie al fondo si se queda sin dinero, pero a cambio, cede en un punto clave: la mutualización de riesgos, aunque progresiva, se concentrará en los primeros años.

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Conviene reseñar los detalles principales de este trascendental paso:

1) La banca aportará los 55.000 millones de euros en 8 años, frente a los 10 propuestos inicialmente por el Consejo Europeo. Según los cálculos del Ministerio de Economía, a España le corresponderá un 15% de esa cantidad, unos 8.200 millones de euros.

2) La mutualización de riesgos de ese fondo se concentrará en los primeros años: 40% en el primer año y 20% más en el segundo. A partir del tercer año, se sumará un 6,7% anual durante 6 años. El fondo estará 100% mutualizado en ocho años.

3) Tanto el BCE como el Consejo de Resolución del MUR (su cúpula directiva) podrán decidir que un banco está a punto de quebrar e iniciar el proceso que podría acabar en liquidación de la entidad.

4) La Comisión Europea diseñará los planes de liquidación de los bancos problemáticos y el Consejo solo participará a petición de la propia Comisión. Sin embargo, en caso de discrepancia entre la Comisión y el Consejo de Resolución, la última palabra la tendrá el Consejo. Además, la mayoría de decisiones importantes se adoptarán por el Consejo de Resolución al completo (que incluye las autoridades de resolución nacionales), por lo que los Gobiernos conservan mucha influencia en todo el proceso.

5) La decisión de liquidar una entidad podrá realizarse en un fin de semana.

6) Durante la fase de transición, el MUR, concretamente su Fondo Único de Resolución, podrá pedir prestado en el mercado, aunque sin respaldo público paneuropeo. Para la fase permanente, los Gobiernos estudiarán un mecanismo de apoyo común.

7) Afectará a unos 300 bancos de la zona euro (aproximadamente el 80% del volumen total de capital bancario): los que operan en varios países y los que el BCE supervisará directamente.

Además de una batalla por la supremacía germánica de la Europa unida, en este acto de la tragicomedia que supone la construcción europea, se han enfrentado dos poderes institucionales, el Consejo, es decir, los jefes de Gobierno de los Estados y el Parlamento. De momento es evidente que son las naciones las que siguen marcando el paso de las reformas, pero es evidente que los representantes directos de la soberanía popular europea en esta última legislatura, al amparo de las atribuciones reforzadas que les concede el Tratado de Lisboa, se han empoderado y han plantado cara al Consejo así como a la Comisión Europea. Y esto no es más que un avance de lo que viene. El 25 de mayo los europeos votamos una Eurocámara que elegirá, salvo que los jefes de Gobierno decidan saltarse a la torera la decisión democrática de los ciudadanos de los 28 Estados miembros, cosa que no preveo, al próximo presidente de la Comisión Europea y posteriormente a todos y cada uno de su comisarios. Nacerá, por tanto, ese Parlamento y esa Comisión tendrán mayor legitimidad para contrarrestar el peso omnímodo del Consejo en estos años de la crisis. Merkel lo sabe y por eso está tratando de pisar el acelerador ante lo que puede ser una verdadera rebelión contra sus decisiones.

Pero la reflexión de fondo que quería dejaros tiene más que ver con la necesidad y urgencia de avanzar en la armonización fiscal en Europa que en el progreso que se ha producido en Bruselas entorno a la Unión Bancaria. El euro ha sido el mejor aliado de Alemania para realizar un perverso juego entre sus exportaciones a los demás miembros de la UE y cederles crédito para que pudieran comprar sus productos. Ese vaso comunicante en la balanza de pagos, entre la de cuenta corriente y la de cuenta de capital, les ha permitido no solo afianzar su liderazgo comercial, sino ser la única economía que no se ha visto brutalmente sacudida por el desempleo y que, para colmo, ha reducido su endeudamiento hasta niveles mínimos cuando venían de las mayores tasas de su historia fruto de la reunificación y el alto coste de inversiones que supuso en la Alemania del Este. El euro, pues, ahora lo comprobamos sin lugar a dudas es un excelente invento alemán para los alemanes. Lo cual no quiere decir que no lo sea o pueda ser para el resto de los europeos. Y sin duda ese es el punto crítico, la evolución de las políticas económicas europeas una vez de vaya consolidando la Unión Bancaria ahora esbozada. La única fórmula que les queda a los gobiernos para tratar de paliar sus déficits de competitividad, una vez que la devaluación monetaria no es posible, es la herramienta fiscal. Con ella vienen jugando unos y otros para hacerse dumping en un espacio que debería armonizar los tributos fundamentales. Ahora resulta más trascendental que nunca buscar un reequilibrio entre ricos y pobres de la Unión más allá de situaciones macroeconómicas de cada uno de los Estados. Se requiere una política fiscal que salte fronteras y busque el fomento del empleo y que redistribuya la riqueza. Todo lo demás seguirá siendo un modelo hegemónico de unos sobre otros, de los países del Norte sobre los del Sur, de los ricos sobre los pobres, en el fondo una Europa basada cada día más en las desigualdades.

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Europa dice adiós a la recesión pero no sabe dar la bienvenida a la recuperación

El Consejo Europeo de otoño ha visualizado una especie de stand by en la política comunitaria. Por una lado ha servido para oficializar la salida de la recesión de la zona euro, a la vez que los jefes de gobierno de los 28 daban claras muestras de ser hoy por hoy incapaces de poner en marcha un plan de recuperación que introduzca a la UE de nuevo en la senda del crecimiento económico sostenido. Tal vez por ello han dedicado su doble jornada en Bruselas a cuchichear sobre los chismorreos que el espionaje desleal de EE.UU. para con su aliados puede contener. Merkel, la única líder europea que ha superado la revalida de las urnas de la crisis en las recientes elecciones alemanas, se ha encargado de interpretar el papel de la indignada oficial. Dado que no tenemos nada que ofrecer a nuestros ciudadanos, aunque todos somos conscientes de la existencia de la “inteligencia cloaquera” de los Estados, nos hacemos los ofendidos para pasar página hasta que se nos ocurra algo que hacer con los millones de parados que Europa acumula. En todo caso, ha quedado evidenciado que el calendario 2014 marca parón en la construcción europea. Primero porque todo está pendiente del nuevo examen a las entidades bancarias para saber si el sistema financiero europeo está definitivamente sano y, en segundo lugar, porque las elecciones europeas del próximo mayo se acercan con un mar de incógnitas a su alrededor.

En la antesala del Consejo Europeo nos encontramos con las voces y los sus ecos de diversos entusiastas de la supuesta recuperación económica. EmilioBotín, presidente del Banco Santander hablaba desde Nueva York del “momento fantástico que vive España, porque todo el mundo tiene interés de invertir en España y llega dinero de todas partes”. Es evidente que el banquero ve la realidad desde su particular prisma de rico muy rico, de forma muy similar a cuando en 2009 ante los primeros síntomas de la crisis, la definió como “un catarro pasajero como el pasan los niños”. Lo que para Botín es inversión, para muchos otros no es más que especulación y buitreo sobre activos a precio de saldos. Es una cuestión de apreciación de la realidad o lo que es lo mismo de como le va el baile a cada uno. A unos pocos esta crisis les ha servido para enriquecerse más aun de lo que lo estaban antes de producirse y a muchos para empobrecerse, ensanchándose la brecha de desigualdad. Conviene recordar que el propio Botín hace escasos cinco años se vio afectado por la bancarrota de Lehman Brothers, hasta septiembre de 2008 el cuarto mayor banco de inversión de Estados Unidos, y el fraude de más de 50.000 millones de dólares de BernardMadoff han sido “dos de los máximos exponentes” de la crisis financiera, según laCNMV. La quiebra de Lehman Brothers tuvo un “importante” alcance en España, al afectar a más de 11.000 clientes por un importe total de 1.148 millones de euros. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha revelado los datos ofrecidos por 20 entidades de crédito sobre el impacto de la quiebra del gigante financiero estadounidense. El 75% del importe total fue comercializado por cinco entidades y se refería a 314 emisiones. Los inversores afectados presentaron 733 reclamaciones entre septiembre y diciembre de 2008. Además, el hundimiento del banco de inversión afectó a 459 instituciones de inversión colectiva (IIC) que tenían inversiones por 300 millones de euros en deuda y acciones de la entidad, un 0,13% del patrimonio gestionado. El hundimiento del banco se sumó a la estafa de Madoff en los resultados del Santander. El agujero de más de 400 millones de euros provocado en Banif, la filial bancaria para grandes patrimonios del Santander, hizo que la entidad saliese al rescate ofreciendo a sus clientes acciones preferentes. No hace falta añadir la suerte que han corrido muchos de los inversores de estas tipo de vehículos financieros.

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Pero a la par que nuestro principal banquero y el propio Banco de España confirmaban que dejábamos atrás la recesión macroeconómica, Cáritas se encargaba de aportar la otra cara de la realidad. Su informe del Observatorio de la Realidad Social pegado al terreno nos dejaba las siguientes conclusiones: 1.- Nuestro modelo económico se caracteriza por el comportamiento “contracíclico” de la desigualdad en la renta, que aumenta en etapas de recesión, pero que no reduce las diferencias cuando se registra expansión económica. 2. En los últimos años se ha producido un descenso de la renta media, lo que supone un proceso de empobrecimiento de nuestra sociedad, que afecta especialmente a las personas y familias más vulnerables. 3. Lapobreza severa (con menos de 307 € al mes) alcanza ya a 3 millones de personas, el doble de los que estaban en esta situación antes de la crisis. 4.Asistimos al aumento de la cronicidad, constatado en el incremento de los parados de larga duración, especialmente el grupo de mayores de 50 años, y en el hecho de que una de cada tres personas atendidas en Cáritas lleva más de tres años demandando ayuda. Esta situación afecta también a las relaciones sociales y al horizonte vital de las personas. 5. Se incrementa la desigualdad en España, con el valor más elevado de toda Europa: el 20% de la población más rica concentra 7,5 más riqueza que el 20% más pobre. 6. Está tendencia corre el riesgo de verse incrementada por el elevado nivel de desempleo; la pérdida de capacidad adquisitiva de la población (descenso de la renta media desde 2007 en torno a un 4% y aumento de los precios en torno al 10%); y el debilitamiento de las políticas sociales y el recorte progresivo de derechos. 7. Existen necesidades básicas (alimentación, gastos relativos a la vivienda, ropa y calzado…) que no están cubiertas desde nuestro modelo de bienestar. 8.Aquellas personas cuya situación les impide cubrir por sus propios medios estas necesidades, se ven obligadas a acudir a la familia o a entidades sociales de carácter privado en busca de ayuda. 9. Asistimos al riesgo dedesbordamiento de la función protectora de la red familiar, que sigue siendo la primera estrategia de supervivencia para hacer frente al impacto de la crisis. 10. La desprotección social de las personas y familias más vulnerables está agravada al restringirse las condiciones de acceso a derechos como la sanidad, la educación, los servicios sociales y la dependencia. 11. Diversos cambios en las políticas sociales tienen consecuencias negativas directas sobre las personas más vulnerables, como el cambio en el sistema de prestaciones sanitarias y grado de cobertura, la modificación de los requerimientos administrativos para el acceso a las prestaciones, o la difícil adaptación de los servicios sociales a las nuevas realidades que ofrece la coyuntura de crisis. 12. Aunque los primeros efectos de la crisis económica se amortiguaron por las prestaciones por desempleo y el apoyo de las familias, el agotamiento de las ayudas económicas, la prolongación de las situaciones de desempleo, las políticas de ajuste y sus recortes, unido a las dificultades en las familias, han creado un caldo de cultivo para la irrupción de una segunda oleada de empobrecimiento y exclusión social con efectos más intensos. 13.Desde que se inició la crisis, Cáritas ha triplicado tanto el número de personas atendidas, hasta alcanzar la cifra de 1.300.914 personas en el año 2012, como el volumen de recursos destinados a ayudas económicas directas a las familias, que fueron de 44 millones de euros el año pasado.14. Respecto al perfil de las personas acompañadas en Cáritas, lasmujeres siguen siendo el rostro más visible de las situaciones de pobreza y exclusión. Se registra, además, un elevado número de desempleados, que han pasado de ser “recientes” –al inicio de la crisis– a ser de larga duración en este momento de consolidación de la estructura, así como los casos de parejas jóvenes (de entre 20 y 40 años de edad) con hijos, la mujeres solas con familiares a su cargo, las personas donde la intensidad laboral del hogar es muy baja y los ciudadanos extracomunitarios.

Ante una realidad tan tremenda y descarnada la UE se ha dado un respiro en su incansable trabajo en pro de la estabilidad de los que más tienen. Agotada en su ingente tarea de asegurar el sistema que nos ha metido en esta injusta crisis, una vez que ha garantizado los beneficios de la banca, ha decidido tomarse un descanso antes de ponerse a pensar en el problema diario de millones de familias que no tiene dinero para llegar a final de mes. Son los mismos gobernantes que se enfrentan asustados al vaticinio de las elecciones europeas, cuyos sondeos predicen un incremento desorbitado de las opciones antieuropistas, encabezados por partidos de ultraderecha, xenófobos, antisistemas y fuertemente localistas. La ruptura del bipartidismo europeo que rige el continente desde el final de la II Guerra Mundial podría producirse en menos de 8 meses y lo puede hacer en los comicios de más trascendencia desde el Tratado de Roma. La eurocámara que elegiremos en mayo será la responsable directa a su vez de nombrar al presidente de la Comisión Europea y a todo el colegio de comisarios. Curiosa paradoja de la democracia que puede conceder a las minorías de bloqueo el privilegio de decidir el futuro de la Unión. Sin un plan específico y urgente de reactivación de la actividad económica y de fomento del empleo desde presupuestos públicos, resultará muy difícil convencer a los europeos de que lo que hemos logrado entorno a la UE es algo más que lo que fue la Europa de los mercaderes y hoy lo es de los banqueros. Y en ese escenario nadie puede negarle a los ciudadanos su sagrado derecho de elegir la seguridad del voto en aquellos que dicen defender sus intereses particulares con más firmeza y cercanía. El proyecto europeo no puede seguir sosteniéndose en el vértigo de los riesgos de ruptura del pasado y en la utopía ilusoria de los padres de Europa. Debe recuperar su capacidad pragmática de conceder bienestar a las personas por integrarse en un proyecto colectivo. Ha de ser capaz de demostrar que sumando ganamos todos y tiene que empezar por ayudar a los que más lo están necesitando dentro y en los límites de sus fronteras. Tragedias como las de Lampedusa e informes como el de Cáritas son torpedos en la línea de flotación de la Unión Europea.

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Aniversario de la caída de Lehman Brothers: un lustro de crisis, el paisaje después de la tormenta

Podemos decir que en la moderna Historia económica mundial, la fecha oficial del inicio de la recesión que algunos denominan ya la II Gran Depresión, es la del 15 de septiembre de 2008, día de la caída de Lehman Brothers. La quiebra del cuarto banco de inversión más importante, por aquel entonces, de EE.UU.ocasionó una serie de consecuencias que aún hoy lastran las economías de occidente y condicionan la eclosión de las emergentes. El efecto cascada que produjo ha secado prácticamente durante cinco años los mercados internacionales y ha obligado a los principales bancos centrales (BCE, Banco de Inglaterra, Reserva Federal…) a bajar tipos de interés hasta niveles históricos. La falta de liquidez del sistema que ha afectado, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas incapaces de acceder al crédito y forzadas en muchos casos al cierre y desaparición. La consiguiente consecuencia obvia ha sido la del empleo. Primero en Estados Unidos y después en Europa, especialmente en países del sur con una estructura económica poca diversificada y centrada en la vivienda, decenas de millones de trabajadores han perdido su empleo. Y para construir la tormenta perfecta, mientras los Estados, empezando de nuevo por el origen de la crisis EE.UU. y después el conjunto de la UE se han visto forzados a inyectar ingentes cantidades de dólares y euros para salvar entidades y, en el fondo, un modelo financiero inviable. El incremento de déficit público por esa causa y la consiguiente deuda contraída por los Estados, ha obligado posteriormente a unas políticas severas de ajustes presupuestarios que de nuevo han incidido negativamente en los consumos internos y, finalmente, en la destrucción de empleo. Resumen del resumen: el huracán Lehman nos ha puesto ante el espejo de una sociedad ficticia, que vivía de la mentira de una ingeniería financiera y la producción y el consumo por encima de las necesidades reales y de la sostenibilidad ambiental del planeta.

Veamos, pues, si hemos aprendido algo tras el paso del tsunami. Para ello conviene analizar la situación de los tres grandes actores de la economía mundial: EE.UU., la UE y su Eurozona y las principales economía emergentes con China a la cabeza. En Estados Unidos estos cinco años han servido para poner de manifiesto que la hasta ahora siempre dinámica economía estadounidense, capaz de meternos en una crisis galopante de la noche a la mañana y de sacarnos de ella con el mismo vigor, se encuentra estancada y sin recursos reales de recuperación. Los intentos de la Administración Obama, que no fue causante de la quiebra pero que ha gobernado los intentos de salida de la crisis, se han limitado a tímidas políticas keynesianas que si bien han servido para frenar la caída del empleo, no han supuesto el impulso suficiente para generar niveles de crecimiento significativos. A cambio el endeudamiento público de Washington bordea alarmantemente el abismo de la quiebra encorsetado como está por los límites fiscales impuestos por un política impositiva injusta y cicatera. Mientras su sistema financiero convencional tampoco es que goce de buena salud. Renqueante tras las intervenciones de la Reserva Federal para salvar algunas de sus piezas, trata aún de recobrar su capacidad crediticia pero la realidad es que no tiene la pujanza de décadas anteriores.

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Por su parte, Europa primero trato de salvar sus bancos del contagio de lassubprime norteamericanas y cuando comprobó que tenía la toxicidad de inversiones en activos inútiles dentro de su propio territorio, tiró de la chequera pública para defender a los impositores europeos, en un intento que más bien significó evitar la bancarrota de banqueros de dudosa conducta los más y algunos de ellos delincuentes descarados. Después vino el propósito de enmienda de tanto despilfarro de la peor manera posible, de la mano de la germánica doctrina oficial de la austeridad. Los obligados ajustes presupuestarios han conducido a rescates archimillonarios de Estados europeos – GreciaIrlandaPortugalChiprey el de España financieramente encubierto – con condiciones leoninas de cumplimiento y devolución. Los Gobiernos obligados a recortar sus cuentas desde Bruselas con la mano de hierro por detrás de la canciller Merkel, solo encontraron una salida del laberinto: reducir el gasto público, cercenando el Estado del bienestar y las prestaciones sociales a sus ciudadanos. Mientras las familias veían perder su poder adquisitivo y muchos de ellos sus empleos, perdían a la par derechos en asuntos  trascendentales para su vida cotidiana como la educación, la sanidad o el cuidado de sus mayores. Una sociedad deprimida por pérdida de capacidad de consumo y unas pymes sin crédito nos precipitó al abismo de la recesión. Sin crecimiento y sin capacidad de crear empleo la UE en el último año ha tratado de reconducir la situación pariendo una Unión Bancaria que no acaba de ponerse en marcha y hablando más que haciendo de políticas de creación de empleo. De momento lo que tenemos es el anuncio de la salida de la crisis para el 2014 pero sin que ello suponga nuevos puestos de trabajo ni recuperación de los derechos perdidos. ¿De qué recuperación nos están hablando entonces, de la macro y de las grandes empresas? La calle tendrá que seguir esperando.

Para las potencias emergentes esta crisis ha significado el frenazo a sus aspiraciones. Si China, Brasil o Turquía venían creciendo antes de la crisis a niveles de dos dígitos, ahora tienen que contentarse con una reducción cercana al 50% de dichos valores. Sus exportaciones se están frenando, los precios de las materias primas que tienen que importar suben y sus ciudadanos cada día están más endeudados en una carrera tan humana como irresponsable por el consumo desmedido. Si pretendíamos tener una economía mundial globalizada y liberalizada en sus normas de comercio que hicieran posible que los países menos desarrollados se aprovecharan de las nuevas condiciones abiertas de los mercados, me temo que el sueño se puede convertir en pesadilla. Las dudas sobre el futuro de las economías emergentes se ciñen sobre una población ansiosa de salir de la pobreza que paga ahora las malas praxis y el despilfarro de los ricos del mundo que les imponen ahora un parón en sus ilusiones. En el limbo de la nada desde hace casi una década, Japón lucha por volver al escenario internacional y, por primera vez, habla de crecimiento. Pero su pulso aún es demasiado leve para ser relevante en los mercados.

Un lustro después de la quiebra de Lehman, muchas son las cosas que han cambiado en el panorama financiero mundial. Sin ir más lejos, la situación del propio banco de inversión, que el pasado marzo anunció su salida de la bancarrota y en abril ya comenzó a pagar a sus acreedores. La entidad tiene que afrontar demandas por un valor de más de 65.000 millones de dólares. Pero la realidad es que los gobernantes del mundo en su G20, reunidos el pasado fin de semana en San Petesburgo, son incapaces de darle un cambio de rumbo a un mundo en crisis que como siempre sigue empeñado en guerras y conflictos en el Oriente Medio con el oro negro como telón de fondo. El petroleo sigue condicionando buena parte de las decisiones económicas como única fuente de energía, mientras las alternativas nos siguen costando mucho más de lo que producen o la nuclear nos produce cada década un desastre natural de dimensiones incalculables. La humanidad no aprende de sus errores y sus gobernantes menos, pues, no iban a ser una especie aparte. No aprendemos de los errores y lo más que hacemos es poner parches y cataplasmas a las situaciones. Nos mentimos a nosotros mismos para seguir adelante con el mismo sistema que nos llevó a la ruina.

En el fondo, seguimos hundidos en la miseria de una crisis de inteligencia filosófica, de visión del mundo y de la vida. Sin reflexión sobre lo que somos y sobre nuestra existencia, resultará imposible articular respuestas a los problemas de convivencia justa en un planeta de recursos agotables que se enfrenta a su propia degradación por mal uso medioambiental. Necesitamos urgentemente voces e ideas rupturistas, que nos provoquen nuevos enfoques, nuevos caminos por recorrer. No podemos seguir dando vueltas sobre los mismos planteamientos caducos de una sociedad global donde los jóvenes no tienen esperanza de vivir una vida mejor. El egoísmo de unos pocos cada vez más viejos no puede imponerse al resto de la población deseosa de encontrar salidas. Hoy reinan a sus anchas los fondos buitres de dudosa procedencia, los capitales de riesgo de árabes que discriminan a la mujer, de chinos que desprecian los derechos humanos y de rusos que trafican con todo lo que se mueve. Mientras el Estado de derecho y la democracia languidece sin recursos materiales para hacerles frente y, sobre todo, sin revoluciones pacíficas de las ideas que llevarse a la boca. Hoy el hombre cada vez es más el lobo para el hombre y cada vez menos bueno por naturaleza. Hoy Hobbes está derrotando a Rousseau sin que nadie haga nada por cambiar el signo de los tiempos. ¡Viva Lehman Brothers!

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Obama quiere ser el presidente USA más europeo

El reciente anuncio del inicio de negociaciones entre la Unión Europea y los EE.UU.para alcanzar un acuerdo comercial birregional constituye probablemente la noticia económica más importante desde el inicio de la crisis desencadenada con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Y no me cabe ninguna duda que esta voluntad de las dos principales potencias comerciales mundiales tiene todo que ver con la vulnerabilidad que sus economías vienen mostrando en este lustro de dificultades. Una oportunidad para el encuentro que probablemente no se habría producido de no contar la Casa Blanca con un inquilino decididamente europeísta y en su segundo mandato con la responsabilidad de pasar a la historia. De la misma forma que no sería imaginable un acercamiento franco por parte de la UE de no ser por la ola de recesión que recorre sus Estados miembros. Los dos colosos asediados por sus problemas interiores y conscientes de la insoportable presión de competitividad que ejercen en un mercado globalizado las grandes potencias emergentes, han decidido montar su particular “OTAN económica”.

El presidente Obama utilizó el enorme poder simbólico del discurso ante senadores y congresistas del Estado de la Unión para anunciar la puesta en marcha de negociaciones para una Asociación Trasaltlántica UE – EE.UU. con el no poco ambicioso propósito de proporcionar un impulso a las dos principales economías del mundo. Y fue más allá al reconocer con total humildad que “el comercio libre y justo a través del Atlántico puede suponer la creación de millones de empleos bien remunerados para los estadounidenses”. Atrás han quedado, pues, los tiempos en que las todopoderosas escuelas de negocios norteamericanas lanzaban duras diatribas contra el “bunker europeo” y dudaban de la viabilidad de la UE o de su moneda el euro. Las palabras de Obama formaban parte de un discurso que bien podrían haber pronunciado cualquiera de nuestros dirigentes europeos en defensa de nuestro modelo de Estado del bienestar. Alto contenido social en materia de educación y sanidad y fuertes dosis de protección social componen un lenguaje político que acerca más aun el planteamiento de marco de convivencia entre las dos orillas.

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La importancia del acuerdo de alcanzarse, se visualiza a través de las cifras. Juntos la UE y los EE.UU. representan cerca de la mitad del PIB mundial (47%) y alrededor de un tercio de los intercambios comerciales mundiales. La economía de la UE supone 12,6 billones de euros, mientras que la de EE.UU. 11,5 frente a los 5 billones de China o los 2,3 de Japón. Cada día se comercian entre las dos regiones productos y servicios por valor de 2.000 millones de euros en un espacio hoy en día repleto de limitaciones normativas y barreras arancelarias. ¿Alguien se atreve a aventurar una cifra futura con un acuerdo sólido de libre comercio entre ambos? No cabe duda que el comercio ha sido la herramienta histórica que más ha hecho en la humanidad por la libre circulación de las ideas y que más ha contribuido al conocimiento mutuo entre las personas. Facilitar al máximo las transacciones entre Europa y Estados Unidos va a suponer,  sin duda, un nuevo tipo de relación y de colaboración entre las dos sociedades más desarrolladas del mundo.

Las negociaciones se centrarán en el acceso a los mercados, la reglamentación y las barreras arancelarias y normativas, pero tendrán una enorme importancia los acuerdos que se establezcan en materia de propiedad intelectual y de seguridad alimentaria o de protección mediambiental. Ni que decir tiene que en temas de tan enorme calado como los apuntados, hoy en día existen notables diferencias de planteamientos políticos y legislativos en los dos espacios. Pero probablemente en recorrer el camino más progresista en ellos está la base del éxito del acuerdo. No se trata de rebajar garantías para el ciudadano con el fin de comerciar más. Debemos aspirar a hacerlo mejor, a ser más europeos en aquello que Europa hace mejor y más estadounidenses en lo que ellos nos mejoran. Lograr la confianza del consumidor a largo plazo en esta relación será el elemento más gratificante para todos.

Una negociación de tan enorme calado no estará exenta de proporcionales dificultades y más aún si pensamos en las consecuencias que para las grandes potencias emergentes puede tener. Este aspecto externo del acuerdo debe ser tenido en cuenta desde el principio con un planteamiento abierto y globalizado del comercio mundial. Sería tan absurdo como ilegítimo que el mayor bloque comercial del mundo actuase a la defensiva como una especia de blindaje ante los supuestos ataques de los tigres asiáticos o latinoamericanos. El acuerdo debe servir para poner las bases de un mercado mundial de comercio más libre, pero sobre todo, más equitativo. Europa y Estados Unidos deben fijar reglas claras de comercio que fomenten el desarrollo de los más necesitados, de la misma forma que deben controlar que ese progreso se fundamente en la competitividad de empresas que produzcan respetando la propiedad intelectual y con normas laborales dignas. Blindarnos del plagio, el trabajo infrahumano o el que atenta contra la sostenibilidad medioambiental del planeta, no solo es un derecho de europeos y estadounidenses, sino una obligación con el resto de la humanidad. Encerrarnos en un club de ricos para tratar de recobrar posiciones neocolonialistas sería repetir delitos de conquista de otros siglos.

Es cierto que la UE y los EE.UU. llegamos urgidos y necesitados a la mesa de negociación. Tal vez por eso el acuerdo desde bases muy realistas sea más posible que nunca. La verdad es que abrirnos al Atlántico una vez más puede ser la mejor fórmula para Europa de abandonar sus fantasmas interiores, los disensos más profundos en el diseño de construcción de la UE. Sin ir más lejos el acuerdo Transatlántico deja en una posición realmente incómoda al Reino Unido tras el anuncio de su premier David Cameron de realizar un referéndum sobre la permanencia o salida de la Unión de los británicos en 2017. Tal vez para entonces ese debate sea estéril y se zanje definitivamente la esquizofrenia británica entre una región y otra. De cualquier forma, los espacios de democracia y respeto de los derechos humanos más grandes del mundo se van a sentar a hablar para colaborar más y mejor. Una noticia que no puede ser sino bienvenida, pero que debe seguirse con luz y taquígrafo dada su trascendencia para no traicionar a la postre las bondades intrínsecas que el acuerdo debe tener.

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Lo que perdimos en 2012

Concluye el cuarto año oficial de la crisis económica que salió a la luz de los medios de comunicación con la caída de Lehman Brothers el 14 de septiembre de 2008. Entonces nos resultaba difícil entender que estaba pasando, todo parecía quedar en un juego de gigantes de Wall Street envuelto por la avaricia incontenible de los brokers financieros. Pocos se atrevieron a pensar que detrás de aquellos titulares a cinco columnas en los periódicos salmón se escondía un crack auténtico del sistema capitalista en su moderna versión neoliberal. La globalización y la presión de los Estados emergentes – ChinaBrasilIndia,Turquía… en conjunto cerca del 40% de la población mundial – en su proceso de crecimiento estaban detrás de una crisis que empezó siendo financiera y ahora es claramente sistémica. Son ya cuatro años de caída de todas las tasas macroeconómicas en el mundo desarrollado o por ser más claro, del mundo rico. Un mundo que se para a toda velocidad, que ha encontrado la inercia perfecta para autodestruirse a los ojos atónitos del resto de la civilización pobre. Tanto asustamos los ricos en nuestra autoproclamada recesión que los pobres tratan desesperadamente de evitar nuestro parón para no ser presa de de nuestra inactividad. Pero la única realidad palpable que han dejado estos cuatro años, largos y precipitados, es la desigualdad creciente entre pobres y ricos en todo el planeta, incluso y de manera especial en los países más ricos. La miseria se está globalizando y cada vez resulta más difícil hablar de ricos y pobres en función de la latitud de la Tierra en la que estemos.

El 2012 será recordado por todos como el gran año de los ajustes, el de los recortes generalizados de los Estados del Bienestar que Europa consagró como mejor sistema para no caer en tentaciones fascistas o comunistas, para darle sentido a la libertad y a la democracia en un espacio de social y de derecho. Nunca antes se había puesto tanto en duda la arquitectura de ese diseño político como en estos últimos doce meses. Bajo el dictado uniformador de la Alemaniade Ángela Merkel, las instituciones europeas han impuesto medidas de enorme sacrificio para las clases medias de los países más afectados por la crisis. El sustrato básico que soporta el crecimiento armónico de las sociedades europeas se ha visto brutalmente afectado. Y todo ello con el único afán de saciar a unos mercados empeñados en poner en riesgo la supervivencia del euro y que pusieron todas sus armas de destrucción masiva en el escenario de la deuda soberana de los Estados con mayores desajustes de sus cuentas públicas. En vez de acudir unánimemente a la defensa de un sistema, en vez de articular políticas verdaderamente europeas salvaguarda de la Europa social, ha imperado el reino de sálvese quien pueda y que palo que aguante su vela. Se aprobaban medidas de unión fiscal y bancaria en Bruselas por los líderes de los 27, pero la detrás de ellas subyacían severos programas de recortes que complican sobremanera la convivencia en los Estados de la UE en dificultades.

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La Europa de los pueblos, de sus ciudadanos, de los derechos en definitiva se construyó sobre dos pilares de protección: la educación y la sanidad. Haciéndolos universales y gratuitos, todos reconocimos el derecho a la igualdad de oportunidades y el amparo ante situaciones de necesidad independientemente de la renta per cápita. La presión demográfica de una Europa envejecida nos llevó a añadir paulatinamente el pilar de la asistencia social. Esa conquista legal que supuso en el caso de España la promulgación de la ley de Dependencia no era sino el reconocimiento de una realidad. Sin embargo, la crisis se ha encargado de desmantelar lo que aún ni siquiera había llegado a construirse. Pero nos guste o no, la presencia de una población mayor afectada por enfermedades de senilidad y el reconocimiento de los derechos de los discapacitados y el cuidado de enfermos crónicos no desaparece por la crisis, sino que se acentúa la necesidad de atenderlos. Si la educación, la sanidad y la asistencia social están viendo en serio peligro de sustentarse los pilares de recursos económicos y humanos que los han venido sustentando, no es menos arriesgado el cercenar las esperanzas de futuro al recortar los presupuestos destinados para la investigación. La ciencia y el conocimiento son la mejor inversión para garantizar esa Europa social que es la verdadera protagonista del Nobel de la Paz que acaba de recibir la Unión Europea. Europa se diferencia de Estados Unidos en el modelo social de protección y, sobre todo, en el enfoque de su inversión en investigación. Mientras que la Administración norteamericana se ha caracterizado por priorizar sus inversiones en la industria militar, Europa lo ha hecho en áreas de innovación y mejora de la calidad de vida de las personas. De ahí que el frenazo a este tipo de proyectos suponga una auténtico drama para toda la humanidad.

Ahora que el año concluye, el presidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy, nos alegra el turrón manifestando solemnemente que “que 2012 es el año que ha marcado el punto de inflexión para la superación de la crisis del euro y que los esfuerzos realizados en estos meses darán sus frutos. Los gurús de las macroeconomía nos empiezan a hablar de una ligera recuperación a finales del próximo año y los gobiernos se apresuran a atisbar los primeros brotes verdes de sus respectivas economías. Están empezando a concluir su programa de ajustes, a anunciar el final del quinquenio negro y a alumbrar la llegada del señor crecimiento para el 2014. Un años más de sacrificios y estaremos al otro lado del río pasada la tempestad. Curiosa manera de cegar nuestra consciencia, como si no supiéramos que lo importante no es ya que se recuperen las tasas de crecimiento, sino el estado en que habrá quedado la sociedad y su entramado de derechos para entonces. Pretenderán hacernos creer que han acertado con sus medidas plagadas de recortes de derechos porque han sacralizado los cuadros macroeconómicos y tratarán hacernos olvidar los verdaderos índices de progreso de una sociedad, los que afectan a cada persona, a cada familia, en su auténtica circunstancia y no los que estadísticamente equiparan a millones de seres anónimos. Es seguro que en el plazo incierto de uno o dos años, las cifras oficiales lanzadas por las autoridades serán más positivas que las actuales, pero lo que es aún más evidente es que para entonces los niveles de desigualdad se habrán disparado y que los mecanismos que corregían las injusticias sociales se habrán desmantelado.

Es por ello que es ahora que empiezan a hacernos creer que todo va a ir mejor, cuando debemos cuestionarles a qué coste se va a producir esa recuperación y si nos vale la pena aceptarla. Un año más de reformas puede suponer un cambio de modelo definitivo – probablemente el objetivo alcanzado, si no buscado por los poderes del mercado – y la implantación de una suerte de Estado neoliberal europeo al estilo de Estados Unidos. Europa sigue suponiendo la última barrera real para la instauración de un nuevo orden internacional económico en el que primen los intereses economicistas, las rentabilidades a corto y el individualismo más egoísta. Molesta el euro porque detrás de nuestra moneda está el Estado del Bienestar, ese ejemplo de vida en común que bien defendido y promovido anhelan muchos pueblos de la humanidad. Algo que va directamente contra los intereses dictatoriales de los grandes entramados económicos que provocaron el inicio de esta absurda crisis. No sé si estamos aún a tiempo de frenar el deterioro de nuestro sistema social, ni si seremos capaces de recuperar muchos de los derechos asolados en estos cuatro años, pero lo único que se me ocurre hacer es compartir la necesidad de consciencia en estos momentos de tsunami que está viviendo la calle.

Corremos un serio riesgo de enfrentamiento social, el que se produce cuando la miseria se instala y cada cual ya solo mira por garantizar el pan propio y el de los suyos. Las redes de solidaridad se han puesto en entredicho y además no tienen recursos para ayudar a la legión de necesitados que se agolpa en las esquinas. Millones de niños por debajo del umbral de la pobreza, decenas de millones de jóvenes sin empleo y de mayores sin pensiones para subsistir,  componen un paisaje de miserables que el gran Victor Hugo ya dibujó en el universo urbano europeo. En 2012 hemos perdido muchas cosas, sobre todo, la ilusión y la esperanza, nos hemos instalado en la resignación de la crisis, en la aceptación del desastre y con el paso del tiempo, la protesta cada día se ha hecho menos colectiva y más individual. Cada vez protestamos menos contra los que nos imponen la injusticia y más por lo que el de al lado tiene. La bronca se está haciendo más tribal y la sociedad cada vez más insensible al dolor del vecino. Por eso se hace imprescindible recuperar la conciencia social, la memoria histórica de lo que fuimos capaces de construir juntos y lo que estamos perdiendo por incapacidad de organizarnos mejor contra quienes enfundados en intereses particulares nos venden pseudoverdades dogmáticas. Se impone la obligación colectiva de trabajar por un nuevo contrato social, que si precisa de reajustes en nuestra forma de vida y de consumo de recursos, sea alcanzado mediante el diálogo y la negociación entre desiguales, no desde la imposición de los fuertes a los débiles. Y en este empeño necesitamos lo primero reiniciarnos, resetear todos nuestros prejuicios y, después, precisamos recuperar el valor de las ideas y del pensamiento, el único verdadero motor capaz de cambiar el mundo.

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Un nuevo sistema financiero internacional es posible y urgente

Que la profunda crisis económica que vivimos en el mundo tiene sus orígenes, al menos noticiosos, en la ya histórica quiebra de Lehman brothers el 15 de septiembre de 2008, nadie lo duda. Que detrás del hundimiento de la firma deWall Street, en sus podridos cimientos, residían los males enfermizos de una sociedad cuyos valores habían degenerado, también es un hecho reconocido. Y que, todo aquello fue posible por el efecto trepidante de la globalización y, con ella, la aparición de Estados emergentes en el escenario geoestratégico internacional, tampoco es refutable. Si estamos de acuerdo en el diagnóstico y que las consecuencias de la caída del sistema financiero y monetario internacional están provocando la parálisis de la economía productiva, resulta inverosímil observar cómo los mandatarios mundiales son incapaces de poner en marcha medidas con la urgencia que la situación precisa, para instaurar un sistema nuevo acorde con las nuevas necesidades que los ciudadanos requerimos.

El Sistema Financiero Internacional es el conjunto de instituciones públicas y privadas (Estado y particulares) que proporcionan los medios de financiación a la economía internacional para el desarrollo de sus actividades. Estas instituciones realizan una función de intermediación entre las unidades de ahorro y las de gasto, movilizando los recursos de las primeras hacia las segundas con el fin de lograr una más eficiente utilización de los recursos. Esa necesaria colaboración entre las Instituciones Públicas: Bancos Centrales, Organizaciones Supranacionales, Ministerios de Economía, etc. y las Instituciones Privadas: Bancos y Cajas, Grandes Superficies, Compañías de Seguros, Grandes Constructoras… requiere de una normativa de fiscalización de actividades cuyo único fin debe ser el de garantizar el correcto funcionamiento del sistema. Algo que es obvio que en el pasado reciente y en el presente no existe.

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Heredamos de Bretton Woods – la conferencia que instituyó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial – un Sistema Monetario que se encuentra en transición fundamentalmente por el cambio en el equilibrio de poder que está teniendo lugar en la economía mundial a favor de las potencias emergentes. Asimismo, las actuales reglas de funcionamiento del SMI se han mostrado poco efectivas para resolver los desequilibrios macroeconómicos globales de forma coordinada (algunos de ellos se han reducido por el propio efecto de la crisis pero no por la cooperación entre Estados) y plantean dudas sobre los elementos de liquidez y confianza debido a que el dólar está cada vez más cuestionado como moneda de reserva global. Sin embargo, por increíble que parezca, no se vislumbran alternativas claras al actual patrón flexible basado en el dólar como porque el actual statu quo sirve bien a los intereses de corto plazo tanto de EE.UU.como de China. Ambos juegan hipócritamente a tirarse los trastos a la cabeza mientras los demás pagamos los platos rotos de su teórico desencuentro monetario.

En la eurozona, mientras no se resuelvan los problemas de la crisis de la deuda soberana, será difícil que pueda adoptarse una posición común y firme en asuntos monetarios internacionales que permita a la Unión ganar poder e influencia. En Europa estamos ante un momento decisivo, pues, si la crisis del euro sirve para fortalecer los mecanismos de gobernanza internos de la moneda única y avanzar en reformas que permitan a las economías europeas aumentar su potencial de crecimiento, se allanaría el camino tanto para que el euro tenga un mayor peso internacional como para que la zona euro pueda moldear los cambios que en el futuro se habrán de producir en el SMI. Nuestros gobernantes deben ser conscientes de que en sus manos está cambiar el sistema y convertir de nuevo a Europa en eje de las ideas de progreso mundial.

El mundo se acelerado al globalizarse y son muchos más los decisores en los mercados, esa ecuación relativizada de la economía está tensionando las grandes estructuras de la banca internacional, incapaz de dar servicio desde sus atalayas de poder a un paisaje complejo y cambiante. La esencia de  la actividad financiera no es otra que la movilización del ahorro y ponerlo a disposición de quienes necesitan financiación externa para crear riqueza, es decir, la actividad financiera, es fundamental en cualquier economía. Nadie puede pretender renunciar a ella para volver a los tiempos de trueque en una especie de regresión a la imaginaria arcadia paleolítica. Ante el pánico que generan las entidades financieras, no se trata de salir corriendo a sacar el dinero de los bancos, sino de poner en marcha un nuevo sistema, mucho más ético y eficaz para el mundo actual. En lugar de ser un sistema cada vez más centralizado y concentrado, como quieren los dueños de la banca privada para controlar mejor a los mercados y a la sociedad, deberíamos optar por un sistema descentralizado, creando redes y un sistema de finanzas multinivel y multifuncional, porque es fundamental que la gente que ahorra sea dueña también del destino de su ahorro, que intervenga a la hora de decidir su uso. En el fondo, se trata de devolver el poder al ahorrador y al demandante de financiación, convirtiendo al intermediario en lo que es, una herramienta al servicio de aquellos.

Nos gobierna una suerte de capitalismo financiero o de accionistas anónimos, el poder de los “intereses financieros” sobre la economía “real” ha aumentado enormemente, subordinando todas las actividades económicas a obtener beneficios en los mercados financieros y creando instrumentos financieros para obtener beneficios sólo a través de los mercados financieros, fracasando a la vez en dar servicio a la producción y agricultura sostenibles, y al ahorro estable de los clientes “normales”. Se requieren nuevos mecanismos de control internacional de las transacciones; de fiscalización de los receptores de crédito – para que estudiantes o homeless como ha ocurrido no se conviertan en tapaderas de negocios de ingeniería ficticia financiera -; grabar las actividades especulativas de los movimientos a corto; control público de las agencias de calificación; lucha contra el fraude especialmente en paraísos fiscales o limitar los llamados productos derivados y exigencia de responsabilidades penales a los directivos que hayan incurrido en malas praxis en su gestión. La tarea requiere de un diálogo y consenso general pero los europeos podemos convertirnos en la vanguardia de un proceso que no podemos aceptar que no sea posible y cuyo carácter de emergencia nadie puede rebatir, salvo aquellos muy pocos que se enriquecen a costa del empobrecimiento de los demás.

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¿Cuál es el siguiente paso a la indignación? Reforma o ruptura

En 2008, fue la gota que colmó el vaso, la mecha que prendió la llama y el detonante de la crisis financiera de la que hoy seguimos sufriendo las consecuencias. Bueno, no todos. Ahora nos anuncian a bombo y platillo que la quebrada Lehman Brothers ha salido de su ruina. La bancarrota de 639.000 millones de dólares de la entidad, que dio inicio al desastroso ciclo financiero internacional que ha provocado una recesión en cadena, oficialmente ha concluido y el banco está listo para empezar a devolver los 65.000 millones dólares a sus acreedores y para volver a operar, esperemos que bajo normas de actuación más éticas y decorosas. Pero la realidad 2 años y medio después no es otra que un mundo en franca recesión, sin modelo económico global de futuro y, en el caso de Europa, sumidos en un proceso de rescate de varios países, inmersos en recortes presupuestarios y con alto riesgo de desmontaje del Estado del bienestar del que venimos disfrutando en los últimos 50 años.

Y todo empezó en Wall Street, todos nuestros actuales males surgieron como de la nada de una pesadilla de ingeniería financiera basada en el timo de la estampita. Tan vulgar como real, tan burda la trampa como descomunales sus consecuencias. Se desencadenó la tormenta, nos llevó a todos por delante y para cuando quisimos darnos cuenta, el mundo ya no era como nos lo habían hecho creer y además éramos culpables de no se sabe qué. Tardamos bastante en indignarnos porque el susto nos atenazó un tiempo, la indignación trató de manifestarse y se quedó en un ridículo gesto fotográfico de concentraciones hacia la nada. Sin propuesta alguna y sin capacidad de quemar los nuevos palacios de invierno – las bolsas -, la protesta se fue diluyendo dejando constancia de su impotencia y del triunfo del sistema que aunque caduco sigue reinando. De la confusión pasamos al pánico, de ahí a la indignación y ahora vivimos un insípido periodo de anonadamiento. Con la boca abierta al sol y dando vueltas sobre nosotros mismos, tratamos de encontrar un nuevo rumbo en un mundo que cada día es menos colectivo y más individualista, que ha apostado por el sálvese quien pueda y abandona a toda velocidad las fórmulas de soluciones solidarias a los problemas.

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La democracia para lo único que nos ha servido en este extraño periodo de la humanidad es para oficializar los cambios de gobierno. Uno tras otro han ido cayendo de distintos colores, de derechas o de izquierdas porque hacía mucho tiempo que salvo a sus siglas habían apostatado de sus ideologías y de plantear propuestas de cambio a la sociedad. Basados en la alternancia y no en la alternativa, hemos visto ser deglutidos por la crisis a George Bush, Gordon Brown, Silvio Berlusconi, Yorgos Papandreu, José Luis Rodríguez Zapatero y, de seguir así las cosas, pronto engrosarán la lista Nicolás Sarkozy y Angela Merkel. Dado que el único derecho que le queda al empobrecido ciudadano es introducir la papeleta en la urna, castiga al gobernante y busca en su oponente una oportunidad a ciegas para salir de la crisis, todo ello convenientemente revestido de una notable desidia y falta de credibilidad de la clase política.

La política se ha instaurado en el centro ideológico, lo que en palabras de un notable ministro franquista no es más que un punto en el infinito – lo decía uno que sentía un claro desprecio por las opiniones de los demás -. Pero la realidad es que por centrarse han perdido su perfil y sus aristas diferenciadoras, se han profesionalizado las bases de los partidos y funcionarizado sus programas o propuestas. Todo un compendio de males que han contribuido al gobierno de los mercados y a la incapacidad para controlarlos desde normas sociales basadas en el bien general. Lo liberal se ha ido imponiendo como sin querer, porque además ser liberal se ha convertido en una suerte de poder decir un día una cosa y al día siguiente lo contrario con solución de continuidad. De tal forma que quien contraviene su norma es un peligroso antisistema que sabe dios a dónde pretende llevarnos. La voz única se ha ido imponiendo como la única política posible ocupando un enorme espacio social de una sociedad anestesiada antes y ahora aturdida por la crudeza de la crisis.

Todos los gobiernos al darse cuenta de su absoluta incapacidad para solventar la situación con un mínimo éxito han tratado de encontrar un culpable a que responsabilizar de los males. El déficit, las agencias de rating, los derrochadores países del Sur en Europa y en España las Comunidades Autónomas esos monstruos de dos cabezas que duplican gastos y derrochan lo que no tenemos para honra y gloria de unos pequeños virreyes políticos. Explicación simplona a problemas de fondo de un modelo de sociedad, pero que se compran fácilmeTeante por una sociedad que necesita un malo de la película para lanzar contra él todos sus enfados cotidianos fruto de la caída real de sus ingresos. Y en esta política huidiza que no afronta seriamente los problemas y que frivoliza con titulares fáciles, está alimentando los neopopulismos en los extremos de los arcos parlamentarios. Surgió el Tea Party y en Europa la extrema derecha, como reverdecen posiciones comunistas nostálgicas del colectivismo. Aún no han sido capaces de alcanzar gobiernos, porque ni lo pretenden, es una extrema desvergonzada, que solo quiere condicionar, ser la llave de las políticas sin pretender cambiar el mundo como lo intentaron pese a que nos causaran no pocos dramas, el nazismo, el fascismo o el comunismo.

Sería lógico suponer que esta crisis que ya dura mucho – cuatro años a la velocidad que se mueve nuestro mundo globalizado se asemeja a una década de las de antes – debe provocar pronto un nuevo estado de ánimo entre nosotros. La indignación suele dar paso a la rebeldía y esa sensación motriz tiene dos caminos para expresarse: la reforma o la ruptura. Europa no puede seguir tratando de avanzar a base de planes de actuación o eleva la categoría de sus políticas o el cortoplacismo nos hundirá. O plantea reformas en profundidad del modelo de sociedad que tenemos hoy o llegará la ruptura, porque ya llamar revolución a los cambios radicales suena a película romántica. De una forma o de otra, más o menos cruentamente, más o menos ordenadamente, tiene que surgir una o varios voces de liderazgo que nos lleven al otro lado del río, donde nada será como hasta ahora. El momento peonza por agotamiento está llegando a su fin, toca definir un rumbo y un destino, incluso aunque no sepamos siquiera en qué consiste a ciencia cierta lo que proponemos. Dicho lisa y llanamente, necesitamos ya una nueva utopía.

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