De como el austericidio condenó a Europa a la deflación

na nueva preocupación asola Europa: la deflación. La pesadilla que viene representando la crisis económica para los ciudadanos en este largo lustro parece haberse instalado en un círculo vicioso. Pero no debería sorprendernos, ni puede decirse que no haya habido avisos precisos y claros de autoridades intelectuales de los riesgos a los que nos conducían las medidas tomadas para atajar los desequilibrios presupuestarios públicos en la zona euro. Tampoco nos han servido los ejemplos que la historia puso a disposición, por ejemplo, el de la gran depresión norteamericana de la década de los 20 del siglo pasado. El empeño tozudo de la ortodoxia del Bundesbank y la dirección política monolítica de la Canciller Merkel bajo el dogma de la austeridad a cualquier precio, nos pone a todos ahora al borde del encefalograma plano. Pero lo más grave es que no se articulen soluciones, pese al alto coste en sacrificios sociales que sus medidas unidireccionales nos han producido. Pareciera que hasta que no acusen los bolsillos de la población alemana las consecuencias de la recesión y actual estancamiento causado, el BCE seguirá mirando al tendido sin inmutarse. La rueda del crecimiento está bajo mínimos, no se mueve nada en el continente y, sin embargo, los incentivos públicos ni están, ni se les espera.

Conviene hacer un ligero recorrido de lo sucedido hasta llegar aquí. Un día nos despertamos con el estallido de la burbuja en los entornos del mundo financiero de Wall Street. Resultó que todo era falso, que habían montado una inmensa estafa piramidal en la que habían sido capaces de trincar a los más avezados banqueros. Eso precipitó una crisis internacional de entidades pilladas con pasivos tóxicos de todo tipo. En vez de poner a cada uno en su sitio y especialmente a los responsables del timo en la cárcel, la decisión de nuestros gobernantes consistió en salvaguardar los depósitos de los comunes mortales garantizando las reservas y beneficios de los susodichos banqueros implicados. Acudimos al rescate de sus trampas con lo mejor de nuestros recursos públicos, poniendo en serio riesgo la sostenibilidad del sistema de cobertura social sobre el que descansa la convivencia y, en gran medida, la capacidad de consumo de las sociedades europeas. Ello provocó de forma casi inmediata el desajuste desproporcionado de las cuentas públicas de nuestros Estados. Familias superfluamente endeudadas y presupuestos públicos deficitarios en exceso sirvieron de señuelo a las políticas de austeridad y ajuste dictadas desde Berlín bajo el amparo de la troika comunitaria y del FMI. Las economías periféricas fueron rescatadas o pseudorescatada, como en el caso de España. Casi embargadas para poder pagar los intereses de sus deuda y con nula capacidad de maniobra. Cierre de empresas, colapso del crédito a las pymes, caída del consumo, e incremento del desempleo, especialmente juvenil, nos situaron durante más de un año en recesión. Todos menos Alemania, que al igual que diseñó el euro a su imagen y semejanza y que blindó el BCE con su vacuna antiinflacionista, ahora cobraba la deuda a la que había inducido a bancos y Estados europeos en la época expansiva de principios del siglo XXI. Y aquí estamos ahora, tratando de salir del estancamiento, balbuceando décimas de crecimiento, cuando la economía alemana empieza a tener claros signos de parón, sobre todo, porque aquellos que deberíamos estar comprando sus productos no tenemos un euro para demandarlos.

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Así nos ha despertado el nuevo episodio de pesadilla, así nos ha desvelado la deflación del sueño de la recuperación. Es justo precisar que ni en Europa ni en España puede hablarse propiamente de deflación —un descenso continuado de los precios y expectativas de que seguirán cayendo—, sino de desinflación, es decir, de desaceleración coyuntural (por el momento) de los precios. Pero la desinflación también tiene contraindicaciones para una fase de crecimiento y para la estabilidad financiera de una zona monetaria. Esa es la razón por la cual el objetivo de inflación que marcan los bancos centrales tiene que ser controlado, tanto para evitar una espiral inflacionista como para impedir que la tasa se desplome y congele las expectativas de consumo. El Banco Central Europeo (BCE) tiene fijado el objetivo de inflación en el 2% y desde octubre de 2013 el indicador no excede del 1%. Una situación incómoda para todos los agentes económicos y financieros. La deflación tiene consecuencias incluso más peligrosas que la inflación. Preserva el poder adquisitivo de las rentas, pero a cambio aumenta el valor de las deudas y acrecienta el coste relativo de los intereses. Perjudica considerablemente a los agentes más endeudados (sean individuos, familias o Estados) y esa es la razón por la cual resultaría muy dañina (la propia desinflación ya lo es) para países como España, Italia o los que actualmente están en trámite de rescate. Además, frena el crecimiento; los consumidores retrasan sus decisiones de compra a la espera de precios de bienes y servicios más bajos. El resultado es una trampa para las rentas y el empleo de la que resulta difícil salir.

Resulta paradójico contemplar como los pirómanos nos alertan de los riesgos del fuego. Aquellos que incendiaron con medidas de austericidio Europa, ahora claman por los riesgos de deflación. El comisario de Economía, Rehn o la directora del FMI, Lagarde, se declaran preocupados por las bajas tasas de inflación en Europa y claman por medidas no convencionales para salir de la situación. ¿Y qué cabe hacer? Las opiniones se agrupan en torno a dos propuestas. La primera, monetarista, sugiere bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. Normalmente, la opción más adecuada dependerá de cada situación y consistirá en una combinación de ambas propuestas. Por ejemplo, durante la Gran Depresión la Reserva Federal disminuyó los tipos de interés hasta el 0,5% a principios de 1930. Sin embargo, en estas condiciones las familias preferían atesorar su dinero en casa ya que la rentabilidad que ofrecían las entidades financieras era muy reducida (trampa de liquidez). Al no disponer de recursos de clientes, los bancos no podían conceder préstamos para la actividad productiva. Por ello, fue la política de estímulo a través del gasto público acometida por el presidente Roosevelt en el marco del New Deal. la herramienta que permitió superar la crisis. En realidad nada de lo que el gobierno hacía tenía consecuencias importantes en la economía, ya que a causa de la crisis los mercados extranjeros se volvieron más proteccionistas. En consecuencia, el exceso de oferta de bienes y servicios estadounidense no podía ser colocado. La crisis se superó cuando finalizó la Guerra mundial, al permitir una gran expansión de su economía por medio de los préstamos a los países europeos en conflicto. Esto a su vez, aumentó la demanda de sus productos debido a que Europa había perdido gran parte de su matriz productiva, la cual fue reemplazada por losEstados Unidos.

La actual situación europea vuelve a dar la razón a Keynes. Con libre circulación de capitales, un tipo de cambio fijo resulta imposible de mantener (el sistema monetario europeo lo mostró suficientemente) pero no digamos una unión monetaria. El intento de sustituir la devaluación de la moneda por la deflación interna, amén de producir graves injusticias, suele resultar baldío. Y es que la bajada de precios únicamente puede tener alguna efectividad de cara a recuperar la competitividad en la medida en que el resto de los países no apliquen la misma política. Necesitamos incentivos públicos, inversión pública que vuelva a situar en las decisiones públicas el centro de actuación y, sobre todo, como elemento regenerador de la confianza. No sirve solo ya bajar los tipos al 0% o darle a la maquina de hacer billetes para prestarlos a los bancos, eso no haría ya más que engordar a los especuladores que sin esfuerzo alguno inversor hacen un buen negocio prestando en condiciones de usura. Se requiere recuperar la autoridad de las decisiones públicas para alejar del panorama a los buitres que merodean activos y a empresas en busca de gangas por todo Europa.

Debemos ser conscientes de que en lo que dura la crisis, el volumen de los fondos de inversión en todo el mundo ha crecido un 35% y suponen ya el 70% del PIB mundial. Para que nos hagamos una idea, el mayor fondo mundial, de curioso nombre, Black Rock, tiene una valoración de tres veces el PIB de España. Parece evidente que a estos fondos, de procedencia anónima e incontrolable en plena globalización de capitales, les ha ido muy bien en la crisis. Se han convertido en los verdaderos gobernantes del nuevo orden. Han acosado a través de sus presiones en los mercados a Estados y empresas multinacionales. Invierten, desinvierten y especulan con una facilidad que hace una década no podíamos vislumbrar. Para ellos la deflación es un estado natural al que nos han llevado para abaratar sus movimientos, pero incluso para ellos, que se pare la rueda es malo porque la inactividad a medio y largo plazo es sinónimo de pobreza. Necesitan actividad para colocar sus fondos y por eso hay que aprovechar ahora para poner límites a ese poder desproporcionado que han adquirido. Es el momento de volver a incentivar la economía productiva, la innovación en sostenibilidad y reducir al entorno que le corresponde a las herramientas de financiación. El valor que se antepone al precio, no está en el dinero, que no es sino un medio convencional para fijar las condiciones del intercambio. El valor reside en las personas y las personas nos organizamos en la cosa pública que nos representa. Recuperar el valor de lo público como eje de la recuperación es la única posibilidad que tenemos para salir de una vez de la crisis. Empecemos por combatir la deflación con decisión y firmeza. Demos un toque de atención desde Europa al mundo demostrando que nuestro marco de convivencia está por encima de los billones de billones de dólares de los fondos de inversión. A Japón le está costando más de 20 años salir de la crisis, salir de la recesión y de deflación por no emprender políticas de estímulo públicas. Ahora se han decidido a hacerlo con su programa “Abenomics” o de las tres flechas, con cuantiosas inyecciones de liquidez. Han pasado las primeras pruebas con éxito. ¿Por qué no seguirles con la misma decisión?

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Una Europa de saldos en venta

El emir de QatarHamad bin Jaliga al Thani, compró la semana pasada un total de seis islas griegas ubicadas en el mar Jónico por el precio de 8,5 millones de euros. Europa está en venta, sin anuncios expresos, de la peor de las formas maneras, a precio de saldo y al mejor postor. La crisis económica, la insolidaridad entre socios y la falta de liderazgo e ideas políticas, nos ha abocado a contemplar sobre nuestro paisaje la llegada de toda clase de especies carroñeras.  Y lo más grave es que los oportunistas compradores provienen de allende nuestras fronteras y, en muchos casos, se jactan de incumplir nuestras normas y ni siquiera de mostrar el mínimo respeto a los derechos humanos.

En España, la creación de la Sareb (Sociedad de Gestión de Activos Inmobiliarios), el mal llamado “banco malo” supone una tardía rendición incondicional ante todo tipo de fondos de inversión de dineros de todo tipo de pelaje y condición, de cuya procedencia legal mejor no preguntar. 300.000 millones de € en activos inmobiliarios muchos de los cuales nunca deberían haber visto la luz, pero acompañados de tantos otros de indudable valor, que de la noche a la mañana han visto reducida su tasación un 70% de su precio contable. Suelos muchas veces en lugares envidiables perfectamente válidos para ejecutar proyectos de transformación del tejido productivo del país.  Sectores innovadores, centros educativos, clusters empresariales o instalaciones sanitaria o de asistencia social podrían haberse visto beneficiadas de este excedente de activos, si se hubiera trabajado desde las administraciones públicas de manera coordinada en la búsqueda de financiación ad hoc. Nadie ha hecho su labor y ahora nos encontramos con la única salida posible: la venta a saldo y al mejor postor, con la aberración del proyecto Eurovegas de Alcorcón como mascarón de proa de la subasta puesta en marcha.

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En Atenas, MadridRoma o Dublín, equipos de especialistas en distressed assets(activos rebajados de precio por la crisis) pululan por las sedes de empresas al borde de la quiebra rastreando en las cenizas de la crisis en busca de valor. El deterioro es tan tremendo que incluso empresas potentes no pueden financiarse. Los bancos desinvierten, dejan de refinanciar, es el momento de las “financiaciones especiales y flexibles” que han puesto su radar en Europa y España es el país de la periferia europea que más volumen de negocio les ofrece. Son momentos excelentes para compradores globales de distressed assets. La capitalización bursátil de empresas no financieras y bancos se sitúa un 25% por debajo de las cumbres eufóricas de la burbuja, tras dos años de miedo escénico en la zona euro.

El euro empieza a depreciarse de forma acelerada tras perder el 20% de su valor frente al dólar en tres meses. Inversores internacionales esperan hambrientos la venta de activos bancarios –principalmente créditos a empresas– que Morgan Stanley calcula que pueden ascender a tres billones de dólares. Los inversores no sólo son fondos de Wall Street y la City. Llegan multinacionales y fondos soberanos desde China y otros países asiáticos en busca de empresas energéticas o de infraestructuras y logística, que, desde Lisboa a Atenas, están siendo subastadas a precios bastante inferiores a lo que se consideraba su valor. Tres empresas de energía europeas han sido vendidas en los últimos meses a inversores chinos, la última de ellas, una participación del 21% en la eléctrica portuguesa EDP, adquirida el mes pasado por la china Tres Gargantas (Three Gorges). La empresa de bienes de equipo china Shandong acaba de comprar al fabricante italiano de yates de lujo Ferretti.

A estos fondos hay que unir las nuevas ofertas de empresas privatizables a precio de ganga por gobiernos con necesidad urgente de vender, desde una eléctrica portuguesa, una playa en Rodas o un parador en un palacio castellano. Se buscan joyas en sectores como logística y transporte, alimentos y turismo. La crisis está creando una amplia gama de oportunidades con precios de activos muy deprimidos y los fondos de private equity han aumentado su presencia. A medida que crece la desconfianza de la gente y el entorno se vuelve negativo aumentan las oportunidades de comprar empresas buenas a mejores precios. Las gangas están al orden del día y perpetuar la crisis se ha convertido en un objetivo a largo plazo de esa especie nueva de tiburones financieros. Existen en la actualidad fondos llamados de “situación especial”, creados desde el inicio de la crisis que cuentan con más de 1.500 millones de euros para invertir en activos en apuros en España, Italia e, incluso, Grecia. En España el objetivo está puesto en empresas de tamaño bastante grande en todos los sectores, desde materiales de construcción a alimentos o comercio al por menor. No se trata de inversiones a largo plazo, sino claramente oportunistas, buscan la especulación ante la enorme carencia de financiación que asola Europa.

Los fondos buitre que se perciben como salvadores en empresas asfixiadas y atemorizadas, no son sino operaciones forzadas, tanto en las privatizaciones como en las ventas de activos bancarios. Es evidente que si se hubiesen condicionado los rescates a los bancos a la concesión de créditos a la economía productiva, no sería necesario vender activos en apuros a precios de saldo. Así las cosas, a los ciudadanos nos sigue quedando como la opción última el recurso del pataleo. Estamos asistiendo a un fenómeno que no por reciente deja de tener valor. La presión social y su propia crisis, ha situado a los medios de comunicación en una suerte de reanimación de su papel como elemento fiscalizador del poder político.  Si la prensa se reconcilia con el ciudadano tenemos todos una oportunidad para frenar esta especie de mercado persa de chollo al que puede verse convertida la Europa empobrecida. En la denuncia de los expolios radicará la defensa de lo público.

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Un nuevo sistema financiero internacional es posible y urgente

Que la profunda crisis económica que vivimos en el mundo tiene sus orígenes, al menos noticiosos, en la ya histórica quiebra de Lehman brothers el 15 de septiembre de 2008, nadie lo duda. Que detrás del hundimiento de la firma deWall Street, en sus podridos cimientos, residían los males enfermizos de una sociedad cuyos valores habían degenerado, también es un hecho reconocido. Y que, todo aquello fue posible por el efecto trepidante de la globalización y, con ella, la aparición de Estados emergentes en el escenario geoestratégico internacional, tampoco es refutable. Si estamos de acuerdo en el diagnóstico y que las consecuencias de la caída del sistema financiero y monetario internacional están provocando la parálisis de la economía productiva, resulta inverosímil observar cómo los mandatarios mundiales son incapaces de poner en marcha medidas con la urgencia que la situación precisa, para instaurar un sistema nuevo acorde con las nuevas necesidades que los ciudadanos requerimos.

El Sistema Financiero Internacional es el conjunto de instituciones públicas y privadas (Estado y particulares) que proporcionan los medios de financiación a la economía internacional para el desarrollo de sus actividades. Estas instituciones realizan una función de intermediación entre las unidades de ahorro y las de gasto, movilizando los recursos de las primeras hacia las segundas con el fin de lograr una más eficiente utilización de los recursos. Esa necesaria colaboración entre las Instituciones Públicas: Bancos Centrales, Organizaciones Supranacionales, Ministerios de Economía, etc. y las Instituciones Privadas: Bancos y Cajas, Grandes Superficies, Compañías de Seguros, Grandes Constructoras… requiere de una normativa de fiscalización de actividades cuyo único fin debe ser el de garantizar el correcto funcionamiento del sistema. Algo que es obvio que en el pasado reciente y en el presente no existe.

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Heredamos de Bretton Woods – la conferencia que instituyó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial – un Sistema Monetario que se encuentra en transición fundamentalmente por el cambio en el equilibrio de poder que está teniendo lugar en la economía mundial a favor de las potencias emergentes. Asimismo, las actuales reglas de funcionamiento del SMI se han mostrado poco efectivas para resolver los desequilibrios macroeconómicos globales de forma coordinada (algunos de ellos se han reducido por el propio efecto de la crisis pero no por la cooperación entre Estados) y plantean dudas sobre los elementos de liquidez y confianza debido a que el dólar está cada vez más cuestionado como moneda de reserva global. Sin embargo, por increíble que parezca, no se vislumbran alternativas claras al actual patrón flexible basado en el dólar como porque el actual statu quo sirve bien a los intereses de corto plazo tanto de EE.UU.como de China. Ambos juegan hipócritamente a tirarse los trastos a la cabeza mientras los demás pagamos los platos rotos de su teórico desencuentro monetario.

En la eurozona, mientras no se resuelvan los problemas de la crisis de la deuda soberana, será difícil que pueda adoptarse una posición común y firme en asuntos monetarios internacionales que permita a la Unión ganar poder e influencia. En Europa estamos ante un momento decisivo, pues, si la crisis del euro sirve para fortalecer los mecanismos de gobernanza internos de la moneda única y avanzar en reformas que permitan a las economías europeas aumentar su potencial de crecimiento, se allanaría el camino tanto para que el euro tenga un mayor peso internacional como para que la zona euro pueda moldear los cambios que en el futuro se habrán de producir en el SMI. Nuestros gobernantes deben ser conscientes de que en sus manos está cambiar el sistema y convertir de nuevo a Europa en eje de las ideas de progreso mundial.

El mundo se acelerado al globalizarse y son muchos más los decisores en los mercados, esa ecuación relativizada de la economía está tensionando las grandes estructuras de la banca internacional, incapaz de dar servicio desde sus atalayas de poder a un paisaje complejo y cambiante. La esencia de  la actividad financiera no es otra que la movilización del ahorro y ponerlo a disposición de quienes necesitan financiación externa para crear riqueza, es decir, la actividad financiera, es fundamental en cualquier economía. Nadie puede pretender renunciar a ella para volver a los tiempos de trueque en una especie de regresión a la imaginaria arcadia paleolítica. Ante el pánico que generan las entidades financieras, no se trata de salir corriendo a sacar el dinero de los bancos, sino de poner en marcha un nuevo sistema, mucho más ético y eficaz para el mundo actual. En lugar de ser un sistema cada vez más centralizado y concentrado, como quieren los dueños de la banca privada para controlar mejor a los mercados y a la sociedad, deberíamos optar por un sistema descentralizado, creando redes y un sistema de finanzas multinivel y multifuncional, porque es fundamental que la gente que ahorra sea dueña también del destino de su ahorro, que intervenga a la hora de decidir su uso. En el fondo, se trata de devolver el poder al ahorrador y al demandante de financiación, convirtiendo al intermediario en lo que es, una herramienta al servicio de aquellos.

Nos gobierna una suerte de capitalismo financiero o de accionistas anónimos, el poder de los “intereses financieros” sobre la economía “real” ha aumentado enormemente, subordinando todas las actividades económicas a obtener beneficios en los mercados financieros y creando instrumentos financieros para obtener beneficios sólo a través de los mercados financieros, fracasando a la vez en dar servicio a la producción y agricultura sostenibles, y al ahorro estable de los clientes “normales”. Se requieren nuevos mecanismos de control internacional de las transacciones; de fiscalización de los receptores de crédito – para que estudiantes o homeless como ha ocurrido no se conviertan en tapaderas de negocios de ingeniería ficticia financiera -; grabar las actividades especulativas de los movimientos a corto; control público de las agencias de calificación; lucha contra el fraude especialmente en paraísos fiscales o limitar los llamados productos derivados y exigencia de responsabilidades penales a los directivos que hayan incurrido en malas praxis en su gestión. La tarea requiere de un diálogo y consenso general pero los europeos podemos convertirnos en la vanguardia de un proceso que no podemos aceptar que no sea posible y cuyo carácter de emergencia nadie puede rebatir, salvo aquellos muy pocos que se enriquecen a costa del empobrecimiento de los demás.

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¿Cuál es el siguiente paso a la indignación? Reforma o ruptura

En 2008, fue la gota que colmó el vaso, la mecha que prendió la llama y el detonante de la crisis financiera de la que hoy seguimos sufriendo las consecuencias. Bueno, no todos. Ahora nos anuncian a bombo y platillo que la quebrada Lehman Brothers ha salido de su ruina. La bancarrota de 639.000 millones de dólares de la entidad, que dio inicio al desastroso ciclo financiero internacional que ha provocado una recesión en cadena, oficialmente ha concluido y el banco está listo para empezar a devolver los 65.000 millones dólares a sus acreedores y para volver a operar, esperemos que bajo normas de actuación más éticas y decorosas. Pero la realidad 2 años y medio después no es otra que un mundo en franca recesión, sin modelo económico global de futuro y, en el caso de Europa, sumidos en un proceso de rescate de varios países, inmersos en recortes presupuestarios y con alto riesgo de desmontaje del Estado del bienestar del que venimos disfrutando en los últimos 50 años.

Y todo empezó en Wall Street, todos nuestros actuales males surgieron como de la nada de una pesadilla de ingeniería financiera basada en el timo de la estampita. Tan vulgar como real, tan burda la trampa como descomunales sus consecuencias. Se desencadenó la tormenta, nos llevó a todos por delante y para cuando quisimos darnos cuenta, el mundo ya no era como nos lo habían hecho creer y además éramos culpables de no se sabe qué. Tardamos bastante en indignarnos porque el susto nos atenazó un tiempo, la indignación trató de manifestarse y se quedó en un ridículo gesto fotográfico de concentraciones hacia la nada. Sin propuesta alguna y sin capacidad de quemar los nuevos palacios de invierno – las bolsas -, la protesta se fue diluyendo dejando constancia de su impotencia y del triunfo del sistema que aunque caduco sigue reinando. De la confusión pasamos al pánico, de ahí a la indignación y ahora vivimos un insípido periodo de anonadamiento. Con la boca abierta al sol y dando vueltas sobre nosotros mismos, tratamos de encontrar un nuevo rumbo en un mundo que cada día es menos colectivo y más individualista, que ha apostado por el sálvese quien pueda y abandona a toda velocidad las fórmulas de soluciones solidarias a los problemas.

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La democracia para lo único que nos ha servido en este extraño periodo de la humanidad es para oficializar los cambios de gobierno. Uno tras otro han ido cayendo de distintos colores, de derechas o de izquierdas porque hacía mucho tiempo que salvo a sus siglas habían apostatado de sus ideologías y de plantear propuestas de cambio a la sociedad. Basados en la alternancia y no en la alternativa, hemos visto ser deglutidos por la crisis a George Bush, Gordon Brown, Silvio Berlusconi, Yorgos Papandreu, José Luis Rodríguez Zapatero y, de seguir así las cosas, pronto engrosarán la lista Nicolás Sarkozy y Angela Merkel. Dado que el único derecho que le queda al empobrecido ciudadano es introducir la papeleta en la urna, castiga al gobernante y busca en su oponente una oportunidad a ciegas para salir de la crisis, todo ello convenientemente revestido de una notable desidia y falta de credibilidad de la clase política.

La política se ha instaurado en el centro ideológico, lo que en palabras de un notable ministro franquista no es más que un punto en el infinito – lo decía uno que sentía un claro desprecio por las opiniones de los demás -. Pero la realidad es que por centrarse han perdido su perfil y sus aristas diferenciadoras, se han profesionalizado las bases de los partidos y funcionarizado sus programas o propuestas. Todo un compendio de males que han contribuido al gobierno de los mercados y a la incapacidad para controlarlos desde normas sociales basadas en el bien general. Lo liberal se ha ido imponiendo como sin querer, porque además ser liberal se ha convertido en una suerte de poder decir un día una cosa y al día siguiente lo contrario con solución de continuidad. De tal forma que quien contraviene su norma es un peligroso antisistema que sabe dios a dónde pretende llevarnos. La voz única se ha ido imponiendo como la única política posible ocupando un enorme espacio social de una sociedad anestesiada antes y ahora aturdida por la crudeza de la crisis.

Todos los gobiernos al darse cuenta de su absoluta incapacidad para solventar la situación con un mínimo éxito han tratado de encontrar un culpable a que responsabilizar de los males. El déficit, las agencias de rating, los derrochadores países del Sur en Europa y en España las Comunidades Autónomas esos monstruos de dos cabezas que duplican gastos y derrochan lo que no tenemos para honra y gloria de unos pequeños virreyes políticos. Explicación simplona a problemas de fondo de un modelo de sociedad, pero que se compran fácilmeTeante por una sociedad que necesita un malo de la película para lanzar contra él todos sus enfados cotidianos fruto de la caída real de sus ingresos. Y en esta política huidiza que no afronta seriamente los problemas y que frivoliza con titulares fáciles, está alimentando los neopopulismos en los extremos de los arcos parlamentarios. Surgió el Tea Party y en Europa la extrema derecha, como reverdecen posiciones comunistas nostálgicas del colectivismo. Aún no han sido capaces de alcanzar gobiernos, porque ni lo pretenden, es una extrema desvergonzada, que solo quiere condicionar, ser la llave de las políticas sin pretender cambiar el mundo como lo intentaron pese a que nos causaran no pocos dramas, el nazismo, el fascismo o el comunismo.

Sería lógico suponer que esta crisis que ya dura mucho – cuatro años a la velocidad que se mueve nuestro mundo globalizado se asemeja a una década de las de antes – debe provocar pronto un nuevo estado de ánimo entre nosotros. La indignación suele dar paso a la rebeldía y esa sensación motriz tiene dos caminos para expresarse: la reforma o la ruptura. Europa no puede seguir tratando de avanzar a base de planes de actuación o eleva la categoría de sus políticas o el cortoplacismo nos hundirá. O plantea reformas en profundidad del modelo de sociedad que tenemos hoy o llegará la ruptura, porque ya llamar revolución a los cambios radicales suena a película romántica. De una forma o de otra, más o menos cruentamente, más o menos ordenadamente, tiene que surgir una o varios voces de liderazgo que nos lleven al otro lado del río, donde nada será como hasta ahora. El momento peonza por agotamiento está llegando a su fin, toca definir un rumbo y un destino, incluso aunque no sepamos siquiera en qué consiste a ciencia cierta lo que proponemos. Dicho lisa y llanamente, necesitamos ya una nueva utopía.

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