Los salarios son la clave o de otra manera de hacer las cosas

En materia de política económica demasiadas veces nos hemos dejado llevar por el determinismo de la ortodoxia vigente. La manera en que tenemos de afrontar las crisis  tiene mucho que ver con la doctrina dominante en el momento o con la que los mercados decidan primar en cada caso. Pero no deberíamos olvidar que la política económica, primero es política, es decir, el arte de establecer prioridades que siempre deberían basarse en el interés general. De la misma forma que resulta obvio que las teorías económicas de cómo afrontar los problemas no son científicamente puras, ni infalibles, sino aproximaciones más o menos acertadas a una predicción de lo que puede suceder si se actúa de una u otra manera. Y digo todo esto, porque si analizamos el escenario económico mundial provocado por la globalización desde la caída de Lehman Brothers, el 13 de septiembre de 2008, pistoletazo de salida a la crisis que aun vivimos, veremos que desde políticas económicas diversas se han alcanzado resultados bien distintos. A eso dedico este post.

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A tal efecto, conviene realizar un paralelismo de lo sucedido en Estados Unidos, en Japón y en España, como fiel reflejo esta última de la política de austeridad impuesta por la Comisión Europea al dictado de Alemania. Empecemos, pues, por las tasas de crecimiento tanto del país como per cápita. En Estados Unidos en el periodo 2008-2015 el PIB pasó de tasas negativas del -0,6% en 2008 y -2,8% en 2009 a crecimientos positivos superiores al 2% desde 2010 y el pasado año del 2,4%. Por su parte, el PIB per cápita pasó de los 32.900€ en 2008 a los 41.100€ en 2014, es decir, un incremento de casi 20 puntos. Por su parte, Japón ha tenido continuos altibajos en su PIB sin lograr una estabilidad efectiva de su crecimiento, concluyendo el periodo el pasado año con un decrecimiento del 0,1% y pasando su PIB per cápita de 25.700€ a 27.247€, un incremento del 5,6%. En España, hemos pasado de decrecer en 2009 un -3,6% a crecer el pasado año un 1,4% y tener una previsión para este año que supera el 2,5%. Nuestro PIB per cápita, sin embargo, decreció de los 24.274€ a los 22.780€, un 6,1%. Es claro que los crecimientos país no han sido homogéneos según los casos y que fueron los ciudadanos norteamericanos los mejor parados en este ratio.

Pero para acercarnos de manera más certera a la realidad de los bolsillos domésticos, conviene que veamos lo que ha sucedido en igual periodo con la evolución de los salarios. En EE.UU., el salario medio anual pasó de 28.785€ a 37.693€, un incremento del poder adquisitivo del 24%. Mientras que el SMI – Salario Mínimo Interprofesional – creció de 689€ a 1.035€, un incremento del 44%. En Japón, el salario medio creció de 31.669€ a 34.794€, un 8%, mientras que el SMI pasaba de 726 € a 1.148 €, un +37%. Y, por último, en España el salario medio se incrementó de 23.252€ a 26.162€, un 12% y el SMI de 700€ a 757€, un +8%. Creo que las cifras cantas por si solas sin necesidad de especiales comentarios, más si tenemos en cuenta que la inflación en los tres países se mantuvo muy estable en valores entre el 1% y el -1%. Los estadounidenses han mejorado su situación relativa de poder adquisitivo, en menor medida los nipones y los españoles hemos retrocedido claramente.

Dado que la política aplicada en España de radical moderación salarial se fundamentó en la necesidad de crear empleo, veamos lo que en el periodo analizado ha sucedido con la tasa de paro en los tres países. En EE.UU., la tasa de desempleo pasó del 10% en 2009 a los actuales 5,5% de 2015, tan solo un 0,5% superior a la que registraba antes de iniciarse la crisis. En Japón, se alcanzó la máxima cuota con el 5% en 2009 y actualmente se sitúa en 3,4%. Mientras en España, con anterioridad a la crisis, en el tercer trimestre de 2008 la tasa era del 11,33%, se alcanzó la cuota máxima en el primer trimestre de 2013 con el 26,94% y, en el segundo trimestre del 2015 nos encontramos con una tasa del 22,5%. Si pretendíamos dar lecciones de creación de empleo a base de congelar salarios, me temo que la política económica aplicada en España, tanto por los últimos gobiernos de Rodríguez Zapatero, como por los de Mariano Rajoy, pasarán a la historia de la Economía.
Todo este mareo de cifras pretende ilustrar el debate de cómo se alienta de mejor manera la recuperación económica en el actual ciclo. De lo que adolece la economía mundial no es de ratios de crecimiento, ni siquiera, de capacidad para crear empleo, es anterior el problema y reside en el empobrecimiento de los salarios y con ello de las rentas medias de los ciudadanos de los países que tiran del consumo mundial. La administración Obama lo entendió tras casi una década de pérdida de poder adquisitivo de sus ciudadanos y emprendió una política expansiva cuyos frutos están a la vista. En Japón, con una economía estancada en el mismo periodo, el Gobierno de Shinzo Abe, su Abenonomicscon sus “tres flechas”: estímulo fiscal masivo, flexibilización monetaria masiva y reformas estructurales que impulsen la competitividad, ha logrado salir del estancamiento, cuyos efectos también la han notado las familias niponas. Por contra, en España el resultado de la política económica oficialista basada en los ajustes, la austeridad y la congelación salarial, de la Comisión Europea, elBanco Central Europeo, bajo las directrices de la Canciller Merkel, nos han granjeado una senda de empobrecimiento de la clase media, para reducir el número de parados a base de contratos en el límite del Salario Mínimo Interprofesional que abocan a sus firmantes a la mínima supervivencia, sin capacidad de consumo.

Si no somos capaces de poner el foco en la recuperación salarial, no vamos a ser capaces de recuperar nuestra sociedad. No se trata tanto de crear empleos a cualquier precio, como de recuperar los salarios medios de nuestros trabajadores. No es cierto que el factor salarial sea la clave de la competitividad, salvo que asumamos que nuestras empresas y nuestra economía se mueve en los parámetros de subdesarrollo. Conceptos como la innovación y la internacionalización de los mercados, tienen mucho más que ver en la capacidad de venta de nuestros productos que el coste de la mano de obra. Eso si queremos que la base de nuestra estructura económica lo sea la industria, el único sector con capacidad real de crear riqueza sostenible y equitativa. Aunque algunos se empeñen en tirar la toalla y cambiar el trabajo de la construcción por el del turismo y convertir la península ibérica en el bar de tapas de los europeos laborioso e industriales del norte, en sus días de ocio. Si el sector servicios ocupa todo, seremos los sirvientes de otros, pero que nadie sueñe con salarios dignos cuando se es a lo sumo el mayordomo de los señoritos.

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De como el austericidio condenó a Europa a la deflación

na nueva preocupación asola Europa: la deflación. La pesadilla que viene representando la crisis económica para los ciudadanos en este largo lustro parece haberse instalado en un círculo vicioso. Pero no debería sorprendernos, ni puede decirse que no haya habido avisos precisos y claros de autoridades intelectuales de los riesgos a los que nos conducían las medidas tomadas para atajar los desequilibrios presupuestarios públicos en la zona euro. Tampoco nos han servido los ejemplos que la historia puso a disposición, por ejemplo, el de la gran depresión norteamericana de la década de los 20 del siglo pasado. El empeño tozudo de la ortodoxia del Bundesbank y la dirección política monolítica de la Canciller Merkel bajo el dogma de la austeridad a cualquier precio, nos pone a todos ahora al borde del encefalograma plano. Pero lo más grave es que no se articulen soluciones, pese al alto coste en sacrificios sociales que sus medidas unidireccionales nos han producido. Pareciera que hasta que no acusen los bolsillos de la población alemana las consecuencias de la recesión y actual estancamiento causado, el BCE seguirá mirando al tendido sin inmutarse. La rueda del crecimiento está bajo mínimos, no se mueve nada en el continente y, sin embargo, los incentivos públicos ni están, ni se les espera.

Conviene hacer un ligero recorrido de lo sucedido hasta llegar aquí. Un día nos despertamos con el estallido de la burbuja en los entornos del mundo financiero de Wall Street. Resultó que todo era falso, que habían montado una inmensa estafa piramidal en la que habían sido capaces de trincar a los más avezados banqueros. Eso precipitó una crisis internacional de entidades pilladas con pasivos tóxicos de todo tipo. En vez de poner a cada uno en su sitio y especialmente a los responsables del timo en la cárcel, la decisión de nuestros gobernantes consistió en salvaguardar los depósitos de los comunes mortales garantizando las reservas y beneficios de los susodichos banqueros implicados. Acudimos al rescate de sus trampas con lo mejor de nuestros recursos públicos, poniendo en serio riesgo la sostenibilidad del sistema de cobertura social sobre el que descansa la convivencia y, en gran medida, la capacidad de consumo de las sociedades europeas. Ello provocó de forma casi inmediata el desajuste desproporcionado de las cuentas públicas de nuestros Estados. Familias superfluamente endeudadas y presupuestos públicos deficitarios en exceso sirvieron de señuelo a las políticas de austeridad y ajuste dictadas desde Berlín bajo el amparo de la troika comunitaria y del FMI. Las economías periféricas fueron rescatadas o pseudorescatada, como en el caso de España. Casi embargadas para poder pagar los intereses de sus deuda y con nula capacidad de maniobra. Cierre de empresas, colapso del crédito a las pymes, caída del consumo, e incremento del desempleo, especialmente juvenil, nos situaron durante más de un año en recesión. Todos menos Alemania, que al igual que diseñó el euro a su imagen y semejanza y que blindó el BCE con su vacuna antiinflacionista, ahora cobraba la deuda a la que había inducido a bancos y Estados europeos en la época expansiva de principios del siglo XXI. Y aquí estamos ahora, tratando de salir del estancamiento, balbuceando décimas de crecimiento, cuando la economía alemana empieza a tener claros signos de parón, sobre todo, porque aquellos que deberíamos estar comprando sus productos no tenemos un euro para demandarlos.

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Así nos ha despertado el nuevo episodio de pesadilla, así nos ha desvelado la deflación del sueño de la recuperación. Es justo precisar que ni en Europa ni en España puede hablarse propiamente de deflación —un descenso continuado de los precios y expectativas de que seguirán cayendo—, sino de desinflación, es decir, de desaceleración coyuntural (por el momento) de los precios. Pero la desinflación también tiene contraindicaciones para una fase de crecimiento y para la estabilidad financiera de una zona monetaria. Esa es la razón por la cual el objetivo de inflación que marcan los bancos centrales tiene que ser controlado, tanto para evitar una espiral inflacionista como para impedir que la tasa se desplome y congele las expectativas de consumo. El Banco Central Europeo (BCE) tiene fijado el objetivo de inflación en el 2% y desde octubre de 2013 el indicador no excede del 1%. Una situación incómoda para todos los agentes económicos y financieros. La deflación tiene consecuencias incluso más peligrosas que la inflación. Preserva el poder adquisitivo de las rentas, pero a cambio aumenta el valor de las deudas y acrecienta el coste relativo de los intereses. Perjudica considerablemente a los agentes más endeudados (sean individuos, familias o Estados) y esa es la razón por la cual resultaría muy dañina (la propia desinflación ya lo es) para países como España, Italia o los que actualmente están en trámite de rescate. Además, frena el crecimiento; los consumidores retrasan sus decisiones de compra a la espera de precios de bienes y servicios más bajos. El resultado es una trampa para las rentas y el empleo de la que resulta difícil salir.

Resulta paradójico contemplar como los pirómanos nos alertan de los riesgos del fuego. Aquellos que incendiaron con medidas de austericidio Europa, ahora claman por los riesgos de deflación. El comisario de Economía, Rehn o la directora del FMI, Lagarde, se declaran preocupados por las bajas tasas de inflación en Europa y claman por medidas no convencionales para salir de la situación. ¿Y qué cabe hacer? Las opiniones se agrupan en torno a dos propuestas. La primera, monetarista, sugiere bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. Normalmente, la opción más adecuada dependerá de cada situación y consistirá en una combinación de ambas propuestas. Por ejemplo, durante la Gran Depresión la Reserva Federal disminuyó los tipos de interés hasta el 0,5% a principios de 1930. Sin embargo, en estas condiciones las familias preferían atesorar su dinero en casa ya que la rentabilidad que ofrecían las entidades financieras era muy reducida (trampa de liquidez). Al no disponer de recursos de clientes, los bancos no podían conceder préstamos para la actividad productiva. Por ello, fue la política de estímulo a través del gasto público acometida por el presidente Roosevelt en el marco del New Deal. la herramienta que permitió superar la crisis. En realidad nada de lo que el gobierno hacía tenía consecuencias importantes en la economía, ya que a causa de la crisis los mercados extranjeros se volvieron más proteccionistas. En consecuencia, el exceso de oferta de bienes y servicios estadounidense no podía ser colocado. La crisis se superó cuando finalizó la Guerra mundial, al permitir una gran expansión de su economía por medio de los préstamos a los países europeos en conflicto. Esto a su vez, aumentó la demanda de sus productos debido a que Europa había perdido gran parte de su matriz productiva, la cual fue reemplazada por losEstados Unidos.

La actual situación europea vuelve a dar la razón a Keynes. Con libre circulación de capitales, un tipo de cambio fijo resulta imposible de mantener (el sistema monetario europeo lo mostró suficientemente) pero no digamos una unión monetaria. El intento de sustituir la devaluación de la moneda por la deflación interna, amén de producir graves injusticias, suele resultar baldío. Y es que la bajada de precios únicamente puede tener alguna efectividad de cara a recuperar la competitividad en la medida en que el resto de los países no apliquen la misma política. Necesitamos incentivos públicos, inversión pública que vuelva a situar en las decisiones públicas el centro de actuación y, sobre todo, como elemento regenerador de la confianza. No sirve solo ya bajar los tipos al 0% o darle a la maquina de hacer billetes para prestarlos a los bancos, eso no haría ya más que engordar a los especuladores que sin esfuerzo alguno inversor hacen un buen negocio prestando en condiciones de usura. Se requiere recuperar la autoridad de las decisiones públicas para alejar del panorama a los buitres que merodean activos y a empresas en busca de gangas por todo Europa.

Debemos ser conscientes de que en lo que dura la crisis, el volumen de los fondos de inversión en todo el mundo ha crecido un 35% y suponen ya el 70% del PIB mundial. Para que nos hagamos una idea, el mayor fondo mundial, de curioso nombre, Black Rock, tiene una valoración de tres veces el PIB de España. Parece evidente que a estos fondos, de procedencia anónima e incontrolable en plena globalización de capitales, les ha ido muy bien en la crisis. Se han convertido en los verdaderos gobernantes del nuevo orden. Han acosado a través de sus presiones en los mercados a Estados y empresas multinacionales. Invierten, desinvierten y especulan con una facilidad que hace una década no podíamos vislumbrar. Para ellos la deflación es un estado natural al que nos han llevado para abaratar sus movimientos, pero incluso para ellos, que se pare la rueda es malo porque la inactividad a medio y largo plazo es sinónimo de pobreza. Necesitan actividad para colocar sus fondos y por eso hay que aprovechar ahora para poner límites a ese poder desproporcionado que han adquirido. Es el momento de volver a incentivar la economía productiva, la innovación en sostenibilidad y reducir al entorno que le corresponde a las herramientas de financiación. El valor que se antepone al precio, no está en el dinero, que no es sino un medio convencional para fijar las condiciones del intercambio. El valor reside en las personas y las personas nos organizamos en la cosa pública que nos representa. Recuperar el valor de lo público como eje de la recuperación es la única posibilidad que tenemos para salir de una vez de la crisis. Empecemos por combatir la deflación con decisión y firmeza. Demos un toque de atención desde Europa al mundo demostrando que nuestro marco de convivencia está por encima de los billones de billones de dólares de los fondos de inversión. A Japón le está costando más de 20 años salir de la crisis, salir de la recesión y de deflación por no emprender políticas de estímulo públicas. Ahora se han decidido a hacerlo con su programa “Abenomics” o de las tres flechas, con cuantiosas inyecciones de liquidez. Han pasado las primeras pruebas con éxito. ¿Por qué no seguirles con la misma decisión?

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De cómo crear empleo o de una política industrial europea innovadora

Corre Europa el riesgo cierto de generar crecimiento económico sin crear empleo, o lo que es lo mismo, puede que la riqueza produzcamos en la UE sirva para abrir la brecha de las desigualdades sociales. Si no somos capaces de atacar los problemas estructurales que afectan a la producción de puestos de trabajo, nos encontraremos en el tiempo con una creciente fuga de cerebros y un empobrecimiento de las clases medias de nuestros países. De ahí que convenga centrar el análisis en los caladeros de creación de empleo que hemos de fomentar y cuidar adecuadamente. No es poca al respecto la bibliografía que la Comisión Europea viene utilizando para entender el comportamiento de los distintos mercados laborales mirados de arriba a abajo y de norte a sur y de sector en sector. De todo ello podemos extraer conclusiones claras, pero de nada servirán si los gobiernos nacionales, regionales o locales, empresas grandes, medianas y pequeñas y, sobre todo, cada uno de los ciudadanos europeos, no tomamos conciencia de los pasos que cada uno de nosotros debemos dar para cambiar el modelo de producción que tenemos en la actualidad y que nos lleva a producir más de 26 millones de parados en la UE.

Habrá que empezar por decir que lo primero que deberíamos es ponernos de acuerdo en la cifra cierta de desempleados y en la forma en que los contabilizamos. Y puede parecer un tema menor, pero gran parte de la capacidad de competitividad y de la sostenibilidad de nuestro sistema de protección social, dependen de que acabemos con el fraude laboral, que deviene en fraude fiscal y merma nuestras arcas públicas. Creo sinceramente que no es serio computar como parados a aquellos que contestan una encuesta contando en la sociedad de la información en la que vivimos con métodos tecnológicamente fiables para detectar la realidad de aquellas personas que realmente se encuentran en situación de buscar un empleo. Solo quien desea trabajar puede considerarse que vive la tragedia de estar parado y solo en esa circunstancia debemos invertir en resolver su problema de forma inmediata. Pero hecha esta previa que considero imprescindible, de lo que se trata es de definir sectores generadores de empleo y dinámicas que los fomentan.

Si acudimos a la clasificación clásica de los sectores productivos, es evidente que podemos llegar a un consenso claro, el primario tiene muy agotadas sus capacidades de incorporar masa laboral a sus producciones. Agricultura, ganadería y pesca en la Unión Europea son sectores a preservar por su alto valor identitario y de población rural, así como por la transferencia que de conocimiento podamos hacer a países emergentes grandes productores agrícolas pero con tecnología menos avanzada. Sin embargo, no podemos esperar del campo la auténtica revolución en forma de puestos de trabajo que requerimos los europeos. El terciario como su nombre indica está para dotar de servicios y difícilmente podrá hacerlo con una volumen de parados como el que actualmente registramos. Los servicios son directamente proporcionales al resto de los sectores y crecen o decrecen con estos. De ahí que el enfoque principal deba llevarse a cabo en el secundario, en la industria, que realmente ha sido y seguirá siendo el motor de transformación de la sociedad en al que vivimos. Realmente el problema de nuestras sociedades avanzadas que viven sin duda una tercera revolución industrial, la de Internet, es que esta nueva fase de producción globalizada a escala mundial, no ha incorporado la mano de obra que las dos anteriores. Es mucho menos intensiva en empleo, o lo que es lo mismo, la innovación aparenta expulsar trabajadores de sus procesos.

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Pero si miramos con más detenimiento los datos, la luz que nos aportan habla de que aquellos países que más invierten en innovación son los que más crecen y los que menos desempleo tienen. Una nueva estrategia europea para acelerar el desarrollo de nuevos productos y servicios y preparar el terreno para más crecimiento y empleo es, pues, imprescindible y no podemos decir que la UE no esté haciendo los deberes, más allá de que la difusión de los programas innovadores esté siendo débil. La “Unión por la innovación”, es una iniciativa emblemática de Europa 2020 y tiene por objeto estimular y acelerar la innovación en Europa, eliminando al mismo tiempo los obstáculos que impiden que las buenas ideas lleguen al mercado. Este planteamiento incluye la creación de “asociaciones para la innovación” entre los sectores público y privado que agilicen la llegada de la innovación al mercado. Con ello se pretende aumentar los fondos destinados a la I+D, mejorar la coordinación de las inversiones y mantener una normativa actualizada y acorde con las necesidades actuales de la economía. Entre los ámbitos prioritarios en los que la Comisión quiere forjar más alianzas público-privadas se encuentran el cambio climático, la eficiencia energética, los estilos de vida saludables, las ciudades inteligentes y la movilidad, el consumo eficiente de agua, las materias primas y la agricultura sostenible. El primer partenariado, que se puso en marcha en 2011, se dedicó a impulsar el desarrollo de nuevos productos y servicios que favorezcan el envejecimiento activo y saludable.

Dada la importancia que la investigación y el desarrollo tienen para la innovación, la medida pretende también reducir las diferencias que separan a Europa de Estados Unidos y Japón aumentando la inversión en I+D hasta un 3% del PIB. De acuerdo con un reciente estudio, la consecución de ese objetivo podría crear 3,7 millones de puestos de trabajo e incrementar el PIB anual en hasta 795 000 millones de euros. Para ello, se necesitará un millón de investigadores más. La “Unión por la innovación” también tratará de mejorar el acceso a la financiación y a los trabajadores cualificados, reducir la burocracia y lograr que disminuya el coste de patentar nuevas ideas. Las medidas propuestas incluyen, asimismo, indicadores para medir la cuota de empresas de rápido crecimiento en la economía y un sistema de puntuación de las universidades. También forma parte de este paquete una serie de propuestas para aumentar las inversiones transfronterizas de capital riesgo.

En suma, si Europa no es capaz de innovar más no será capaz de liderar los mercados industriales mundiales y con ello la exportación de bienes de alto valor añadido. Y si no vendemos al mundo nuestro conocimiento en forma de procesos industriales nuestras empresas no podrán competir con los países emergentes cuyo principal valor actual es un menor coste de mano de obra. No hace falta que os diga lo que sucederá si la industria europea pierde esta carrera y menos aún lo que será de sus trabajadores si eso ocurre. Paro y más paro. Por eso resulta clave el cambio de mentalidad de todos y ser conscientes que debemos invertir con mayúsculas en investigación e innovación. O logramos ser excelentes o la vieja Europa se convertirá en un escenario de enormes brechas sociales. Que el paisaje sea uno u otro depende aún de todos nosotros.

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América Latina siembra dudas sobre sus opciones de crecimiento

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo dependiente de Naciones Unidas ha hecho público su “Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe”, un en lo que supone un adelanto serio análisis que CEPAL realiza anualmente de la realidad y perspectivas de los países latinoamericanos. Sin venir a suponer un jarro de agua fría a la esperanzadora realidad que hoy supone en el contexto mundial la región, si que siembra dudas, también más que razonables, sobre el desaforado optimismo que respecto al crecimiento y desarrollo de la misma podríamos tener. Esa reedición del mito de “El Dorado” que algunos creyeron posible se está viniendo abajo a medida que tenemos los datos del pasado año y la previsión del presente 2014. Para empezar el informe destaca que en 2013 el PIB de América Latina y el Caribe creció un 2,6%, cifra inferior al 3,1% registrado en 2012. Este resultado ilustra la continua desaceleración económica regional que se manifiesta desde 2011.

No obstante, hubo diferencias importantes en los ritmos de crecimiento de los países, lo cual no hace sino demostrar la enorme heterogeneidad de una región que crece a ritmos muy diferentes. El bajo crecimiento regional en 2013 responde en parte al escaso dinamismo de las dos mayores economías de América Latina y el Caribe: Brasil (2,4%) y México (1,3%). Crecieron más del 5% elParaguayPanamá, Bolivia y Perú, mientras que ArgentinaChile, Colombia,GuyanaNicaragua y Uruguay crecieron entre el 4% y el 5%. Por subregiones, América del Sur registró un crecimiento del 3,3%, una tasa algo menor que el 3,7% registrado por el Istmo Centroamericano más Haití y la República Dominicana, mientras que persistió el bajo crecimiento (1,3%) del Caribe de habla inglesa y holandesa. El crecimiento regional estuvo impulsado principalmente por la continuación del dinamismo de la demanda interna y sobre todo del consumo, que aportó 2,8 puntos porcentuales del crecimiento del PIB, mientras que la inversión lo hizo en 0,9 puntos porcentuales y se redujo levemente el saldo negativo de las exportaciones netas (-0,8 puntos porcentuales). En 2013 la región logró una nueva, si bien muy pequeña, reducción de la tasa de desempleo, que pasó de un 6,4% en 2012 a un 6,3%, pero no fue la generación de empleo la que causó este descenso, sino la desaceleración de la oferta laboral, expresada en una reducción de la tasa global de participación. En la práctica se combinó una menor generación de empleo, como parte de un proceso de menor dinamismo de los sectores como el comercio, la construcción y los servicios comunales, sociales y personales, que más dependen del consumo y que son intensivos en el uso de mano de obra; y una menor búsqueda de trabajo de parte de los miembros de muchos hogares, en vista de oportunidades de empleo restringidas y ante la persistencia de condiciones favorables para aquellos que ya tenían trabajo después de varios años de expansión del empleo. La falta de dinamismo observada en la generación de empleo en 2013 se reflejó en un aumento del desempleo de los más jóvenes de la región, lo cual puede atribuirse a que un enfriamiento de la generación de empleo suele afectar primero a los nuevos entrantes al mercado de trabajo, donde generalmente hay una mayor proporción de jóvenes.

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A la gravedad del dato del empleo juvenil se une que durante 2013 hubo un claro deterioro del sector exterior, reflejado en un aumento del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, que pasó de un 1,8% en 2012 a un 2,5% del PIB en 2013, principalmente como resultado de un aumento superior de las importaciones que de las exportaciones de bienes. Sin embargo, frente al menor dinamismo del crecimiento y al deterioro del sector exterior, las metas de la política fiscal en la región se flexibilizaron, lo cual fue posible en la mayoría de los países gracias a las condiciones muy favorables de acceso a los mercados financieros, con tasas de interés históricamente bajas. En el conjunto de América Latina el déficit alcanzó 2,4 puntos del PIB y el saldo primario, corregido por el pago de intereses, ascendió a -0,6 puntos porcentuales del PIB, el dato menos favorable desde 2009. El Caribe logró en cambio una reducción del déficit, con un resultado global de -3,0 puntos porcentuales del PIB. Por su parte, respecto a la inflación de la zona, en el segundo semestre de 2013 el promedio de las tasas de inflación de los países de América Latina y del Caribe mostró un ligero incremento con relación a los meses previos, con lo que la tasa media de inflación de los países de la región se mantuvo al alza a lo largo del año. Venezuela y la Argentina fueron las dos economías de la región que mostraron las tasas de inflación más altas, seguidas de Jamaica, Bolivia y el Uruguay, pero predominaron tasas inferiores al 5% en la mayoría de los países de la región. Ante un panorama de menor inflación, de cierta desaceleración del crecimiento económico y de inestabilidad financiera, numerosos países orientaron su política monetaria a sostener la demanda interna y a enfrentar la volatilidad financiera internacional mediante la reducción de sus tasas de interés de referencia —con la excepción del Brasil en el caso de los bancos centrales con enfoque de metas de inflación— o favoreciendo un crecimiento estable de los agregados monetarios.

Si 2013 se ha cerrado en América Latina con datos como los señalados y que podemos adjetivar de muy modestos, la previsión para 2014 se ampara en un cierto mayor optimismo en la marcha de la economía mundial para augurar cierta mejoría. La reciente evolución de las economías de Estados UnidosJapón y laUnión Europea, junto con datos de la economía de China levemente mejores que las previsiones, han dado origen a un moderado optimismo sobre las expectativas para 2014. Así, se prevé que la economía mundial crezca un ritmo del 2,9% y que el crecimiento se recuperará tanto en países desarrollados como en desarrollo. En ese contexto se prevé cierta aceleración del crecimiento del PIB de América Latina y el Caribe, que alcanzaría una tasa de alrededor del 3,3%, asociada a un entorno exterior más favorable, que contribuiría a un aumento de las exportaciones. Este mayor crecimiento regional dependerá, en parte, de que continúe la recuperación en México y mejoren las cifras del Brasil, puesto que ambos países crecieron a una tasa menor que el promedio regional en 2013. Al crecimiento de la región en 2014 seguirá contribuyendo la expansión del consumo privado, aunque con aportes menores que los observados en años pasados. Esto se debe a que el ingreso disponible crecerá menos que el PIB, dado que no se producirán mejoras significativas de los términos de intercambio ni fuertes aumentos de las remesas. Asimismo, continuará la desaceleración del crédito ya observada en la región en 2013 y la expansión de la masa salarial será menor, dado que el crecimiento de la región probablemente no retomará la intensidad laboral que lo caracterizó recientemente y, por tanto, los incrementos salariales reales continuarán moderándose.

En 2014 se prevé que la reducción de la liquidez internacional se traduzca en un endurecimiento de las condiciones de financiación, lo que obligará probablemente a limitar el ritmo de crecimiento del gasto público, con lo que se iniciará, dependiendo del dinamismo de las economías, un período un poco más difícil de ajuste de la posición fiscal. Esta situación, junto con un entorno de demandas ciudadanas crecientes y bases tributarias a la baja, inducirá a las autoridades a considerar reformas tributarias para aumentar la recaudación, especialmente en un marco de cambios de gobiernos de varios países. Durante los primeros meses de 2014 también se espera que se mantenga en general la tendencia a relajar la política monetaria en la región, con el fin de estimular el crecimiento económico en un contexto de tasas de inflación bajas en la mayoría de los países. En otras palabras, ante la desaceleración del crecimiento del crédito ya observada en 2013, se espera que en 2014 la mayoría de los países continúe adoptando medidas para expandir el volumen de crédito y reducir su coste, en algunos casos mediante disminuciones de tasas de interés.

Parece evidente que el escenario de la economía mundial en 2014 plantea oportunidades y amenazas para América Latina y el Caribe. Por desgracia la principal amenaza sigue teniendo que ver con la “enfermedad holandesa”, es decir, el precio de las materias primas de las que dispone la región pero a las que no es capaz de añadir suficiente valor. Si la economía mundial no crece, no demanda las exportaciones latinoamericanas al alto precio de los últimos años y ello puede ser mortal para algunos países de la región. La falta de capacidad de las empresas latinoamericanas, especialmente las pymes, de innovar y de entrar en el círculo virtuoso de la I+D+i, sigue lastrando el desarrollo social de unos países donde el principal riesgo seguirá siendo el de las desigualdades sociales entre pobres y ricos. La carencia casi total de políticas fiscales de redistribución de la riqueza sigue impidiendo en gran medida la consolidación de clases medias y, por tanto, el neocriollismo convierte en las élites dirigentes a las familias que controlan todos los sectores económicos de un país. La típica frase que escuchas cada vez que visitas un país latinoamericano: “este país la manejan X familias”puede seguir más presente que nunca y una vez más se habrán derrochado años de bonanza para abrir más la brecha social. América Latina se juega en el 2014 mucho de la credibilidad ganada en el contexto internacional en la última década, ya no tanto por los problemas de deuda de otrora, pero si en su capacidad por desarrollar sociedades libres y estables, con clases medias asentadas donde la educación o la sanidad no se conviertan en barreras de entrada y de salida para el progreso personal. Es su reto y también el nuestro si queremos contar con el Atlántico como espacio de vanguardia mundial.

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Europa planta cara a China

Al gigante chino últimamente se le está complicando el panorama de su comercio internacional. Estados UnidosJapón y ahora, la Unión Europea, han denunciado por prácticas de dumping productos de exportación chinos ante la OMC(Organización Mundial de Comercio). No cabe duda que son meras escaramuzas que no merecen el apelativo de “guerra comercial”, pero empiezan a trazar un camino del cambio de relación de la UE con la potencia asiática. Solo Alemaniaclama, por el momento en el desierto, para frenar la escalada de violencia denunciante que puede hacer peligrar las cuantiosas exportaciones de las empresas alemanas a China. Una vez más un ejercicio egocéntrico de la CancillerMerkel incapaz de consensuar una posición común con sus socios comunitarios.

El causante del nuevo brote de enfrentamiento entre la Comisión Europea y las autoridades chinas han sido las paneles solares. Fabricar componentes de todo tipo a muy bajo coste en China e introducirlos en los mercados europeos produce, además de pingues beneficios a los exportadores chinos, efectos demoledores sobre la industria europea. Su capacidad de investigación e innovadora se resiente día a día en virtud de esta competencia basada en el dumping social. Las empresas europeas venden cada vez menos en su mercado único y con ello sus márgenes de inversión son exiguos. Así las cosas, son cada vez más las voces empresariales en La UE y en EE.UU. que demandan un cambio de reglas del juego en el comercio mundial. Una especie de suerte de chinofobia recorre los mercados y pronto podría afectar a las decisiones de los consumidores, si no fuera porque los precios de los productos chinos, calidad aparte, son imbatibles.

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La respuesta China como suele ocurrir en este tipo de contenciosos comerciales no se ha hecho esperar. Tu me atacas por los paneles solares y yo te la devuelvo con el vino. La acusación argüida por China de que el vino francés cuenta en el sector con ayudas públicas del Gobierno galo, resulta tan ridículo como paradójico. No vendrán ahora los chinos a pretender que creamos que los maravillosos caldos de Burdeos son fruto de subvenciones después de varios siglos de cuidado trabajo de calidad de sus bodegas reconocidas internacionalmente. El contraataque chino afecta de forma especial a las exportaciones de FranciaEspaña e Italia, principales productores vinícolas europeos. En el actual contexto de crisis de demanda interna en las economías europeas, el peso de las exportaciones ha cobrado especial relevancia, de ahí que cualquier traba para las ventas en el exterior se convierta en un poderoso handicap para el desarrollo de cualquier sector. Lo único que hasta aquí pretende la Unión Europea, como viene sucediendo en los casos de conflicto con Estados Unidos y Japón, es obligar a cumplir a China las reglas del juego internacionales. Algo que Europa demanda de China en 80 productos, que bien por ciberespionaje, por copia descarada o por indicios de fabricación sin homologación, incumplen las normas de fabricación europeas que obligan a los países de la Unión.

En la actualidad, el flujo comercial entre China y la Unión Europea, en ambos sentidos, alcanza la portentosa cifra de los 430.000 millones de euros anuales. Una balanza comercial que se ha visto afectada favorablemente del lado chino a raíz de la infravaloración de su moneda en los mercados cambiarios. Según todas las estimaciones, el yuan se encuentra al menos un 20% por debajo de su valor real lo que evidentemente favorece las exportaciones chinas y ha obligado al cierre de numerosas empresas incapaces de competir a precios chinos en la UE y en EE.UU. Ello nos mete de lleno en el intenso debate que vivimos en Europa sobre la capacidad de competitividad de nuestras empresas y el teórico alto coste social de nuestro sistema de bienestar. Nadie pone en duda la necesidad de mejorar los procesos de eficiencia en la producción, así como la necesidad de incorporar mayores niveles de innovación e incrementar las tasas de investigación en la UE, pero deberíamos partir de la base de que por mucho que mejoremos seremos incapaces de competir con aquellos que juegan el partido sin cumplir nuestras reglas. En Europa se respetan los derechos de los trabajadores con un grado de cumplimiento que se ampara en siglos de batalla sindical y de conquistas laborales, algo que en una China inmersa en un capitalismo salvaje de planificación comunista no cuenta a la hora de producir. En Europa se avanza en el cumplimiento de los compromisos internacionales de reducción de impacto medioambiental de nuestras emisiones de CO2, China es el principal enemigo de esos acuerdos y los incumple sistemáticamente. En Europa la propiedad intelectual tiene un alto precio y China alardea de su capacidad de réplica, sea o no legal. En Europa, en fin, hemos sacralizado el concepto de derechos humanos y de democracia, en China eso no toca y el mundo mira a otra parte cada vez que alguien trata de poner el tema encima de la mesa, por temor al gigante asiático y sus hipotéticos comportamientos bélicos.

Tras unos paneles solares o unas botellas de vino está en juego una tendencia de posicionamiento en el mundo global de dos potencias llamadas a entenderse. Es imposible concebir un planeta en paz si no somos capaces de garantizar el desarrollo pacífico de naciones como la China, cuyos más de 1.300 millones de habitantes tienen todo el derecho a disfrutar de los mismos productos, servicios y, sobre todo, derechos, de los que gozamos 500 millones de europeos. La mesa de diálogo debe partir de esa base igualitaria y de que unos y otros nos necesitamos para garantizar el futuro. China precisa materias primas de las que carece para sustentar su crecimiento, pero también precisa de los mercados en los que vender sus productos, como es el caso de la Unión Europea. Si Europa y Estados Unidos no son capaces de generar crecimiento en sus economías, China será la primera afectada por el parón como ya viene sucediendo en el último lustro en el que el PIB chino se ha ralentizado pasando del 10,4 al 9,3. Pero, por otro lado, el resto del mundo no deberíamos olvidar las tremendas magnitudes de la economía china y, por tanto, el impacto tremendo que cualquier debilidad suya puede suponernos. La República Popular China es, desde 2008, la segunda potencia económica mundial según su PIB a valor nominal, sólo superada por EE.UU. y es el mayor exportador mundial y el segundo importador más grande de bienes. China es el país de mayor crecimiento económico mundial, con una tasa media anual de aumento del PIB, en los últimos treinta años, de más del 10%. Su ingreso per cápita se situaba en 6.567$ en 2009. Según un informe del organismo internacional Conference Board, si la economía China sigue creciendo en comparación al crecimiento de EE.UU, podría tener una economía más poderosa que la de EE.UU. en 2016.

Lo primero que debe hacer la UE es definir una posición común respecto a las importaciones chinas. En este sentido, no es de recibo la posición de Alemania preocupada por sus exportaciones a China e incapaz de unirse a los planteamientos que desde la Comisión Europea se vienen realizando para obligar a las autoridades chinas a sentarse a una mesa de negociación con unos mínimos requisitos cumplidos. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en un tema tan básico como la defensa de nuestro mercado único, de poco sirven las grandes palabras de defensa de la construcción europea con que suelen despachar los líderes europeos sus cumbres en Bruselas. El futuro de nuestro modelo social está en juego, esta no es una guerra comercial sin más, que dilucidan unos empresarios. Si no somos capaces de frenar y ordenar el comercio entre China y la UE, si no atemperamos sus necesidades de progreso con el establecimiento de unos costes mínimos de cumplimiento de derechos fundamentales en sus centros de producción o el dumping social que estamos sufriendo a base de importaciones de productos chinos, acabarán con nuestras empresas, el paro se seguirá incrementando en nuestros países y serán imposibles de sostener servicios públicos tan básicos como la sanidad o la educación. Nos jugamos demasiado en el diálogo con China y no hay peor enfermo que el que no quiere escuchar… unos y otros.

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Obama quiere ser el presidente USA más europeo

El reciente anuncio del inicio de negociaciones entre la Unión Europea y los EE.UU.para alcanzar un acuerdo comercial birregional constituye probablemente la noticia económica más importante desde el inicio de la crisis desencadenada con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Y no me cabe ninguna duda que esta voluntad de las dos principales potencias comerciales mundiales tiene todo que ver con la vulnerabilidad que sus economías vienen mostrando en este lustro de dificultades. Una oportunidad para el encuentro que probablemente no se habría producido de no contar la Casa Blanca con un inquilino decididamente europeísta y en su segundo mandato con la responsabilidad de pasar a la historia. De la misma forma que no sería imaginable un acercamiento franco por parte de la UE de no ser por la ola de recesión que recorre sus Estados miembros. Los dos colosos asediados por sus problemas interiores y conscientes de la insoportable presión de competitividad que ejercen en un mercado globalizado las grandes potencias emergentes, han decidido montar su particular “OTAN económica”.

El presidente Obama utilizó el enorme poder simbólico del discurso ante senadores y congresistas del Estado de la Unión para anunciar la puesta en marcha de negociaciones para una Asociación Trasaltlántica UE – EE.UU. con el no poco ambicioso propósito de proporcionar un impulso a las dos principales economías del mundo. Y fue más allá al reconocer con total humildad que “el comercio libre y justo a través del Atlántico puede suponer la creación de millones de empleos bien remunerados para los estadounidenses”. Atrás han quedado, pues, los tiempos en que las todopoderosas escuelas de negocios norteamericanas lanzaban duras diatribas contra el “bunker europeo” y dudaban de la viabilidad de la UE o de su moneda el euro. Las palabras de Obama formaban parte de un discurso que bien podrían haber pronunciado cualquiera de nuestros dirigentes europeos en defensa de nuestro modelo de Estado del bienestar. Alto contenido social en materia de educación y sanidad y fuertes dosis de protección social componen un lenguaje político que acerca más aun el planteamiento de marco de convivencia entre las dos orillas.

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La importancia del acuerdo de alcanzarse, se visualiza a través de las cifras. Juntos la UE y los EE.UU. representan cerca de la mitad del PIB mundial (47%) y alrededor de un tercio de los intercambios comerciales mundiales. La economía de la UE supone 12,6 billones de euros, mientras que la de EE.UU. 11,5 frente a los 5 billones de China o los 2,3 de Japón. Cada día se comercian entre las dos regiones productos y servicios por valor de 2.000 millones de euros en un espacio hoy en día repleto de limitaciones normativas y barreras arancelarias. ¿Alguien se atreve a aventurar una cifra futura con un acuerdo sólido de libre comercio entre ambos? No cabe duda que el comercio ha sido la herramienta histórica que más ha hecho en la humanidad por la libre circulación de las ideas y que más ha contribuido al conocimiento mutuo entre las personas. Facilitar al máximo las transacciones entre Europa y Estados Unidos va a suponer,  sin duda, un nuevo tipo de relación y de colaboración entre las dos sociedades más desarrolladas del mundo.

Las negociaciones se centrarán en el acceso a los mercados, la reglamentación y las barreras arancelarias y normativas, pero tendrán una enorme importancia los acuerdos que se establezcan en materia de propiedad intelectual y de seguridad alimentaria o de protección mediambiental. Ni que decir tiene que en temas de tan enorme calado como los apuntados, hoy en día existen notables diferencias de planteamientos políticos y legislativos en los dos espacios. Pero probablemente en recorrer el camino más progresista en ellos está la base del éxito del acuerdo. No se trata de rebajar garantías para el ciudadano con el fin de comerciar más. Debemos aspirar a hacerlo mejor, a ser más europeos en aquello que Europa hace mejor y más estadounidenses en lo que ellos nos mejoran. Lograr la confianza del consumidor a largo plazo en esta relación será el elemento más gratificante para todos.

Una negociación de tan enorme calado no estará exenta de proporcionales dificultades y más aún si pensamos en las consecuencias que para las grandes potencias emergentes puede tener. Este aspecto externo del acuerdo debe ser tenido en cuenta desde el principio con un planteamiento abierto y globalizado del comercio mundial. Sería tan absurdo como ilegítimo que el mayor bloque comercial del mundo actuase a la defensiva como una especia de blindaje ante los supuestos ataques de los tigres asiáticos o latinoamericanos. El acuerdo debe servir para poner las bases de un mercado mundial de comercio más libre, pero sobre todo, más equitativo. Europa y Estados Unidos deben fijar reglas claras de comercio que fomenten el desarrollo de los más necesitados, de la misma forma que deben controlar que ese progreso se fundamente en la competitividad de empresas que produzcan respetando la propiedad intelectual y con normas laborales dignas. Blindarnos del plagio, el trabajo infrahumano o el que atenta contra la sostenibilidad medioambiental del planeta, no solo es un derecho de europeos y estadounidenses, sino una obligación con el resto de la humanidad. Encerrarnos en un club de ricos para tratar de recobrar posiciones neocolonialistas sería repetir delitos de conquista de otros siglos.

Es cierto que la UE y los EE.UU. llegamos urgidos y necesitados a la mesa de negociación. Tal vez por eso el acuerdo desde bases muy realistas sea más posible que nunca. La verdad es que abrirnos al Atlántico una vez más puede ser la mejor fórmula para Europa de abandonar sus fantasmas interiores, los disensos más profundos en el diseño de construcción de la UE. Sin ir más lejos el acuerdo Transatlántico deja en una posición realmente incómoda al Reino Unido tras el anuncio de su premier David Cameron de realizar un referéndum sobre la permanencia o salida de la Unión de los británicos en 2017. Tal vez para entonces ese debate sea estéril y se zanje definitivamente la esquizofrenia británica entre una región y otra. De cualquier forma, los espacios de democracia y respeto de los derechos humanos más grandes del mundo se van a sentar a hablar para colaborar más y mejor. Una noticia que no puede ser sino bienvenida, pero que debe seguirse con luz y taquígrafo dada su trascendencia para no traicionar a la postre las bondades intrínsecas que el acuerdo debe tener.

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Para los que no creen la viabilidad de los pequeños Estados el ejemplo de Chile

Entre el 26 y el 29 de noviembre la Fundación EULAC (Unión Europea América Latina Caribe) ha promovido la celebración de una cumbre de editores de medios de las dos regiones para discutir sobre los problemas de comunicación y de percepción mutua que existen entre las dos opiniones públicas de uno y otro lado del Atlántico. Bajo el título “Invertir en conocernos”, directores de prensa, radio y televisión de los 27 miembros de la UE y de los países que integran CELAC(Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) se reunirán en el viejo y solemne edificio del viejo Senado de Santiago de Chile, que escuchó como último presidente rindiendo cuentas de su gestión a Salvador Allende. La reunión de la Fundación es preparatoria de la Cumbre Unión Europea – CELAC de jefes de Estado y de Gobierno que tendrá lugar también en Santiago el próximo mes de enero y, por tanto, sus conclusiones serán entregadas al Gobierno de Chile para que las incorpore a la agenda de temas a tratar por los altos mandatarios. Parece un hecho relevante que por vez primera los políticos reciban las recomendaciones de los periodistas para que los ciudadanos nos entendamos mejor y seamos capaces de entender las diversas sensibilidades de unos y otros. Como organizador del Congreso, he tenido la oportunidad esta semana de entablar contacto con medios de comunicación, empresarios y el gobierno chileno, una ocasión para tomar el pulso a este pequeño país austral de prestigio internacional bien ganado que crece económicamente de forma sólida. Todo un ejemplo desde lo pequeño pero fuertemente identitario de viabilidad racional.

Para los chilenos las teóricas dificultades de su compleja y estrecha extensión y su poca población respecto a sus vecinos, se ha convertido en el auténtico reto de superación nacional. En poco más de una franja litoral y andina de 4200 kilómetros cuadrados, sus 16 millones de habitantes alcanzan índices de calidad de vida, crecimiento económico, desarrollo humano, globalización y PIB per cápita, que se encuentran entre los más altos de América Latina. Sin ir más lejos, el viernes anunció su crecimiento interanual agosto/agosto que se situó en 6,3% de crecimiento, eso si como me aclaró el presidente de la Cámara de Comercio, en septiembre bajará porque los chilenos tuvieron un puente festivo – alguna vez descansan -. Y es que en América Latina a Chile la llaman el Japón o la Alemanialatina, pero la salvedad es que la potencia nipona tiene 127.000 millones de habitantes y la germánica 82 millones. Desde las tremendas crisis que vivió en los 70 y los 80, fruto de la crisis del petróleo y de los precios de los minerales y, sobre todo, del incremento de los tipos de interés internacionales que provocó una insostenible hiperinflación, Chile se ha convertido en una economía estable que ha crecido en los últimos treinta años por encima del 4%. Es el país latinoamericano con un porcentaje mayor de clase media, es más, en 2010 Chile fue clasificado como un país de renta media-alta por el Banco Mundial. En 2011, el PIB en su valor nominal fue de 248.602 millones de dólares y el PIB per cápita  de 17.076 dólares.

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La tasa de desempleo en Chile es del 6,4% de la población activa, baste recordar que en España es del 25% y la media europea del 11%. La escasa desigualdad de género, cuyo índice en Chile fue de 0,374 en 2011, también incide como variable en el dinamismo de la economía chilena. Chile se ha convertido en plataforma de inversiones extranjeras para otros países de América Latina y muchas empresas han comenzado a instalar sus sedes corporativas en Santiago. También tiene una importante presencia en inversiones en el sector servicios en Latinoamérica. Según datos de 2009, tanto la capitalización bursátil del país, también llamada valor de mercado, que llegó a más de 209.475 millones de dólares, como la inversión extranjera directa, que alcanzó una cifra de más de 12.701 millones de dólares, se encontraban entre las más altas de América Latina.  Tras años aislado, el país se ha convertido en un mercado abierto al mundo. Chile ha suscrito diversos tipos de tratados comerciales —acuerdos de asociación estratégica, tratados de libre comercio, acuerdos de complementación económica y acuerdos de alcance parcial con 58 países, que representan el 60% de la población mundial. Sus principales socios comerciales son la Unión Europea, Estados UnidosCorea del SurChina y el Acuerdo P4 (Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica -. Asimismo, está integrado a diversos foros económicos, como la APEC, y es miembro asociado tanto de laComunidad Andina como del Mercosur. En 2010, Chile se convirtió en el primer miembro pleno de la OCDE en Sudamérica y el segundo en América Latinadebido al reconocimiento en los avances económicos de las últimas décadas, al desarrollo social y a la fuerte reestructuración institucional. Esa increíble actividad de relaciones internacionales de la mano de una diplomacia preparada e inteligente es una de las claves del éxito del país.

La inversión pública lejos de mantenerse en escasos niveles ha venido creciendo de mano de gobiernos neoliberales como socialistas, situando el déficit público en la actualidad en un 9,2% del PIB. Cabe preguntarse desde Europa porque nosotros tenemos que mantener tasas de déficit por debajo del 3% con más del 11% de paro y la actividad estancada y los chilenos pueden gastar más, endeudarse más, para crecer al 6% y crear empleo sostenido. Otra de las claves que explican la buena marcha de Chile es su composición demográfica. Aunque el Estado no hace clasificaciones étnicas de su población y, más bien, la considera un grupo étnicamente homogéneo, existen fuentes que consideran que el grueso de la población chilena pertenece a dos grandes grupos étnicos, criollos y mestizos, que juntos constituyen el 95,4% de la población. Solo un 4% se declara indígena de la etnia mapuche. También ha sido un país que ha recibido escasa población inmigrante, con tasa de migración de 0,35 migrantes por cada mil habitantes y una de las más bajas de Latinoamérica en 2012. Sin embargo, se ha convertido en una tema de fuerte debate la entrada de peruanos en el territorio chileno en busca de empleo dado el fuerte crecimiento del país austral. 250.00 peruanos, con un alto porcentaje de mujeres se instalaron en Chile el pasado año, una cifra inusual para un país que ni emigra, ni recibe inmigrantes. El problema fundamental es que la clase media chilena, formada en buenas universidades públicas y privadas no admite empleo de baja capacitación que están siendo demandados y cuyos destinatarios últimos están siendo los emigrantes. El crecimiento de la población se ha reducido en los últimos años, empieza Chile a sufrir una de las enfermedades endémicas de los países más desarrollados, la baja natalidad. Por contra y fruto de la calidad de vida imperante en el país, la esperanza de vida de los chilenos fue la más alta de Sudamérica en 2011. En 2009, esta era de 78,4 años: 75,7 para los hombres y 81,2 para las mujeres.

Con todos los claroscuros que se le puede poner a la circunstancia económica y social de Chile, la realidad es que respecto a su entorno latinoamericano, en las tres últimas décadas se ha convertido en un referente de estabilidad y progreso. Baste un dato para entender la capacidad de los chilenos para salir adelante en la adversidad. El 25 de marzo de 2012 sufrió un terremoto de más de siete grados en la escala Richter, que no fue sino una réplica del terrible sismo que sufrieron solo dos años antes en marzo de 2010. La preparación del país para estas tragedias en su construcción y el dispositivo de emergencias nacional evito muchos víctimas humanas, pero los daños materiales en ambos casos fueron cuantiosos y, sin embargo, tras caer en 2012 el crecimiento al -1% ese mismo país devastado creció en 2011 un 6% y va camino de hacerlo en esos parámetros en 2012. La reconstrucción se convirtió en un objetivo nacional y solo año y medio después de dos tragedias de esa naturaleza el país funciona a pleno rendimiento.

Lejanos los días del intento de revolución democrática socialista de SalvadorAllende, en la memoria histórica de las víctimas la brutal dictadura del generalPinochet, Chile trabaja no sin críticas y contestación a las políticas de este o el anterior gobierno, pero entorno a un referente de país común, fuertemente liberalizado, pero con el papel de lo público muy presente y abierto a las relaciones internacionales. Sobre estas bases sustenta Chile su crecimiento desde el convencimiento que ser pequeño lejos de ser un problema puede convertirse en una virtud. Ese elogio de lo pequeño que hoy se pone en duda en Europa y más en España, que sacraliza la globalización con una mirada pacata como si ser global fuera sinónimo de ser grande, tiene en Chile un ejemplo a seguir.

Paseando por el barrio de La Bellavista en Santiago, a los pies del Cerro San Cristóbal desde el que se divisa la urbe a los pies de los todopoderosos Andes, me topé con La Chascona, la casa santiagueña de Pablo Neruda. Y recordé sus versos de poeta universal, pero de profunda alma chilena de su Cántico general, “El pueblo victorioso”:

“Está mi corazón en esta lucha.
Mi pueblo vencerá. Todos los pueblos
vencerán, uno a uno.
Estos dolores
se exprimirán como pañuelos hasta
estrujar tantas lagrimas vertidas
en socavones del desierto, en tumbas,
en escalones del martirio humano.
Pero está cerca el tiempo victorioso
que sirva el odio para que no tiemblen
las manos del castigo,
que la hora
llegue a su horario en el instante puro,
y el pueblo llene las calles vacías
con sus frescas y firmes dimensiones.

Aquí está mi ternura para entonces.
La conocéis. No tengo otra bandera.

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