
Tengo
que hacer más
de lo que sé hacer bien.
Por eso no sé qué tengo que hacer.
No sé qué sé hacer bien.
¿Lo sabes tú?
Le has dado una patada
a la basura para comprobar
si contiene algo de valor.
Pero no es basura.
Pero es una persona como tú.
Pero es un viejo a lo lejos
cerca de la carretera
que se zafa poco a poco
de una mierda de perro
pegada en la suela
de su zapato derecho.
Y tu eres un niñato con coche nuevo.
Un enano mental con piernas de oro.
Y tienes que respetar a esa persona
que ha vivido como ha querido
sin pensar demasiado en
las consecuencias
de sus actos.
A veces
me siento identificado
con el Pinocho de Carlo Collodi.
A veces me siento inmerso
en ese cuento moral
con final feliz.
Pero en mi cuento un pato nada
cerca de una valla hundida
en el río.
Pero en mi cuento intento secar una silla mojada
con un pañuelo de papel mojado,
y cuando por fin
lo consigo, me siento y contemplo
el mundo.
Ha
llegado
sin avisar y no
se piensa marchar.
Espera en tu pasillo, cerca del baño,
cogido
de la mano de
un medallista olímpico.
No te atreves a salir de tu cuarto ni para mear.
En tu espalda,
una mosca que no puedes matar con tu matamoscas.
En tu cama, un desconocido duerme
profundamente.
Se oye un susurro a través de la puerta:
La todopoderosa Noruega.
Hay que intentar
evitar
a Noruega.
He
invocado tu imagen
y me ha venido el recuerdo.
Ya sabes
que digo muchas veces
que no a muchas
cosas.
Y de nuevo digo que no.
Que no son imaginaciones mías.
Que las arañas aprovechan el silencio de la noche.
Que un polvo de hierro flota en el aire.
Que las arañas lo saben y por
eso tejen sus telas,
despacio.
Voy a pasear en soledad por
mi antiguo barrio, quiero
hablar con los
edificios.
Quiero
recorrer los lugares
que me pertenecen por nostalgia.
Las luces cálidas de los salones sin cortinas
se han convertido en bombillas
ecológicas blancas.
La cebolla de guisar no se guisa.
No se guisa
la zanahoria ni tampoco la patata.
En estas casas no se
cocina.