Apoyé mi dedo en el filo del cuchillo pensando que así,
la parte roma del cuchillo cortaría mejor.
Y me corté el dedo índice.
Y no corté lo que
necesitaba
cortar.
Y es que
me despistaba un poco,
y es que me volvía loco un loco
que deambulaba entre los bancos de la iglesia.
El monaguillo lo llamaban, pero lo cierto es que nadie sabía quién era.
Una mujer de papel de periódico
me dijo que se trataba de
un hijo bastardo del
capellán.
Un psicólogo que tiene tres perros y que vive puerta con puerta
con El monaguillo me dijo que no me preocupara,
que nunca salía de casa, y que cuando
lo hacía
sólo era para deambular
entre los bancos
de
la iglesia.
Sea como fuere, apoyé de nuevo mi dedo en el cuchillo,
esta vez con más fuerza, y concentrado
corté lo
que necesitaba cortar.