Entonces no imaginaba ratas en los árboles.
Tampoco imaginaba un perro gigante cruzando la calle.
No imaginaba un restaurante chino, ni abierto ni cerrado.
Simplemente jugaba a juegos de mesa en el pasillo de la casa
de mi tía Rosario.
Jugaba solo, en un pasillo estrecho pero bien iluminado.
Jugaba a la ruleta, recopilaba fichas y ratones
de plástico.
Mientras tanto,
mi tío Pepe sentado en su cama,
cerca de sus camisas recién planchadas.
Sonreía cuando me inventaba una canción para él.