Colisionó un metro lleno
de gente
con otro metro lleno
de gente.
Y yo no estaba montado en ninguno.
Y no porque no lo hubiera
intentado.
Me echaron de ambos.
Ahora camino por la calle.
Ahora camino solitario.
Imagino que
cientos de cadáveres alfombran el suelo
del metro.
Lo imagino y me río,
y luego lloro.
Esa es la razón de que no me acepten.
Ni los vivos ni los muertos
me aceptan.
Oigo una voz afeminada de fondo,
una voz como aflautada.
Me dice
que la vida no
puede esperar, que mi vida
no puede.
Y por eso escribo todos los días.