Paciencia infinita

Esta semana aparecía la noticia de que habíamos batido todos los récords de visión de televisión: 224 minutos. Preocupa que tengamos casi cuatro horas de media por persona. Hay estudios que indican que la tendencia va creciendo porque la gente mayor vive todo el día de cara al televisor. Jornadas de doce horas, prácticamente las mismas que uno está despierto. La televisión se ha convertido en el gran entretenimiento de la tercera edad. Esto no es malo en sí, lo malo es que esto impida cualquier oportunidad para realizar otra actividad: un poco de paseo, la imprescindible conversación, así sea con la vecina del quinto, con el gato o con las plantas. La soledad y la tele son dos viejas aliadas que confluyen en multitud de hogares convirtiéndose en compañeros inseparables de sus habitantes. Hay espectadores incapaces de apagar el televisor porque les angustia el silencio de su hogar. La tele entonces es el único universo a su alcance. Un universo donde ahora mismo lo que se lleva es la búsqueda del talento. Lo mismo se convierte en escuela de danza, que en residencia de cantantes venidos de cualquier parte del mundo. Con unos han montado Hijos de Babel y con otros Fama, una academia con toda esa liturgia de nominaciones que parece haberse instalado de manera definitiva en nuestra televisión. El talento, dicen querer buscar en Tú sí que vales, del que Javier Sardá se despidió el pasado viernes justo en su precipitada reaparición ante el inminente estreno de Tienes talento en Cuatro. A la vista de estas puñaladas traperas me confirman que lo que tienen nuestros abuelos para pasarse horas ante esta fauna es una paciencia infinita. También es verdad que las siestas delante de la televisión son de órdago. Esas cuatro horas de televisión no las aguanta ni Dios.

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