Preguntas y fútbol

AHORA es muy fácil decir que lo que sucedió en Sevilla se veía venir, que menudo espectáculo bochornoso y todas esas excusas que los calientapartidos profesionales están esgrimiendo sin ponerse colorados. ¿O es que nos damos cuenta ahora de que detrás del deporte rey resulta que sólo hay un público que tira botellas a los entrenadores y organiza encerronas a la afición visitante? Todo ese ambiente de enfrentamiento permanente que roza lo criminal se mantiene al margen de las retransmisiones. Es como si hubiera un pacto de que las cámaras miren para otro lado cada vez que hay movidas en los fondos de los estadios. Un sentimiento putrefacto se está cociendo en la afición al fútbol, que rezuma lo peor de los grupos nazis y lo traslada a los estadios de fútbol. Para algunos son locuras transitorias de la juventud, pero hay algo más. Los signos neofascistas llevan décadas ocupando las gradas de algunos estadios de fútbol que se podría pensar que nadie ha querido hincarle el diente al asunto. Durante años se ha cerrado los ojos a esta realidad. Poco a poco, el fútbol se ha convertido en una causa más importante que el individuo. El espectador, que debería ser la pieza más importante, no es nada al lado de la importancia mediática que se le da a los derbis. El botellazo que le dieron a un entrenador en Sevilla ya lo vimos por televisión y en directo hace veinte años, cuando le abrieron la cabeza a Juanito, jugador de la selección española que acababa de clasificarse para el Mundial. Lo peor de ese acto es que no servirá de nada mientras se mantenga esa teoría dañina de que el fútbol es lo más importante. ¿De qué sirve un deporte en el que la afición sea encerrada en una jaula para protegerla de sus propios brotes psicóticos? ¿Qué pinta una persona normal en un estadio donde su vida corre peligro? ¿O es que sólo quieren fútbol por televisión?

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