El debate de la Unión o de … ¿la desunión?

La pasada semana se celebraba en Estrasburgo, en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, el debate sobre el Estado de la Unión. Correspondió al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, trazar en su discurso el marco de situación en que nos hallamos y la estrategia para afrontar los principales a los que se enfrenta la Europa unida. Intervención de altura, a la altura de las circunstancias de este veteranísimo político con el que, más allá de diferencias de planteamiento ideológico, realizó una radiografía exacta de los malos que padece nuestra convaleciente Unión. Enfrentados al espejo de nuestra identidad de tierra de asilo, el discurso vino en pleno drama de miles de hombre, mujeres y niños que huyen de su segura muerte en la guerra de Siria. La Europa de los derechos y libertades políticas, la cuna de la sagrada defensa de los refugiados, mostraba en Hungría el peor rostro de la insolidaridad, cerrando fronteras a seres humanos desprotegidos.

Juncker clamó por ellos con rotundidad:”Si fueran ustedes, con sus hijos en brazos, los que vieran cómo el mundo se deshace, no habría muro que no fueran a subir, no habría mar que no fueran a atravesar o frontera que cruzar para huir de la guerra o del Estado Islámico. Debemos acoger a los refugiados en la UE“. Un esfuerzo de generosidad que apenas representará el 0,11% de la población europea. ¡Qué Europa pretendemos ser si no somos capaces de aceptar tan nimio sacrificio? Juncker hablaba con la legitimidad y el respaldo que le da ser el primer presidente de la Comisión elegido por el Parlamento que todos hemos votado. Investido de ese nuevo aura nos recordó que “los europeos no podemos olvidar lo importante que es el derecho al asilo, uno de los valores más importantes que existen. A pesar de nuestra fragilidad, de nuestra propia percepción de debilidad, hoy es Europa la que buscan como lugar para el refugio y el exilio. Europa es, con mucho, el lugar más estable y rico del mundo. Los que critican la construcción europea, la UE, deben admitir que es un lugar de paz y prosperidad. Tenemos los medios para acoger a los que huyen de la guerra y la opresión”.

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Hablaba el presidente con la sensibilidad que la crisis humanitaria requiere, no con el cálculo del político de Estado metido en su pequeño bunker creyendo que puede aislarse del mundo envuelto en sus alambradas. Anunció la cifra de 120.000 nuevos refugiados repartidos entre los Estado de la UE, más los 40.000 que esperan desde mayo en Grecia e Italia su reubicación urgente. A la vez anunció la puesta en marcha de un fondo fiduciario de emergencia para cooperación en África de 1.800 millones de euros. Cargaba así toda la prueba y responsabilidad sobre los Estados para poner fin al drama en las fronteras y no acabar con el sueño del tratado de Schengen, volviendo a establecer controles fronterizos intracomunitarios.

Pero Juncker también habló de nuestra otra gran crisis, la interna, la del euro que ha tenido su más dura expresión en Grecia. No la dio por finiquitada, como nadie con dos dedos de frente puede darla por acabada. Y estableció correctamente los anhelos que debe tener la UE cifrados en el nivel más próximo posible al pleno empleo como objetivo último de recuperación. Para ello volvió a confiar en su plan Juncker de inversión de 310.000 millones de euros, al más claro estilo keynesiano. Pero como si estuviera ya de vuelta de todo, dijo más, habló de la necesidad de un salario mínimo interporfesional igual en todos los Estados de la UE para acabar con el dumping social que produce la desigualdad laboral en el espacio común. En esa misma línea de profundizar en las estructuras de una política económica de la UE, se refirió a la necesidad de la armonización fiscal, reclamando una Hacienda y un Tesoro común en la zona euro. De igual forma que una sola voz ante organizaciones como el FMI o el Banco Mundial.

Nadie puede decir que lo que sucede en Europa es culpa de sus instituciones de la Unión, ni de la Comisión que habló claro de las prioridades por boca de su presidente, ni del Parlamento, que salvo las minorías muy minoritarias de ultraderecha, populares, socialdemócratas, liberales y radicales de izquierdas aplaudieron buena parte del discurso de Juncker. Ahora todos sabemos que son los gobiernos de los Estados los que entorpecen y dificultan la puesta en marcha de políticas europeas, los que cada día ponen trabas a la construcción europea. Pero no seamos hipócritas, esos gobiernos no han caído del cielo, son fruto de las legítimas decisiones de alemanes, holandeses, letones, españoles, portugueses… en las urnas. Esa esquizofrenia europea que nos lleva a votar gobiernos que traicionan la lealtad europeísta que nadie niega en sus discursos formales. Queremos ser una cosa y la contraria, sin hacer un esfuerzo o sacrificio común, sin compartir responsabilidades. Seguimos siendo el niño mal criado que no quiere reconocer la realidad de las dificultades.

Como dijo Juncker nos falta más Unión y nos falta más Europa. Estamos en el momento que debemos demostrar al mundo nuestra capacidad de estar unidos, de ser honestos y de ser solidarios. Lo decía en días difíciles para Europa, como lo son para él que acaba de perder a su madre y su padre está gravemente enfermo hospitalizado. Uno de los políticos más pragmáticos que ha conocido la Europa contemporánea, una auténtico profesional de la política comunitaria, tiró de sentimiento y de pasión en su discurso, de lo que más adolece la tecnocracia de Bruselas. Para recordarnos que si queremos seguir siendo europeos, no podemos olvidar la piedra angular de nuestro sentido de ser, la libertad sin fronteras.

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Algunas verdades griegas

Conocer el desenlace final de la tragedia griega solo está al alcance de su autor. De ahí que pretender predecir a dónde nos llevará la convocatoria del referéndum del próximo domingo 5 de julio en Grecia, se me presume cuanto menos osado, algo bastante alejado de mis múltiples defectos. Pero sí creo que las declaraciones apocalípticas que estos días escuchamos por parte de unos y de otros, con visiones tan antagónicas como maniqueas, conviene sosegar el debate poniendo encima de la mesa una serie de verdades poco cuestionables sobre el pasado, presente y futuro cierto de Grecia y su transitar por la zona euro.

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Por tanto, con un carácter atípico de lo que suelen ser mis pesados posts, aquí os dejo algunos datos y hechos que por simples pueden arrojar algo de luz sobre el laberinto griego:

  • Los Gobiernos del resto de Estados de la eurozona y, por extensión, de la Unión Europea, que no comparten aprobar una quita o restructuración de la deuda griega, son tan democráticos y legítimos como el gobierno deSyriza y representan a más de 500 millones de ciudadanos, frente a los 11 millones que pueblan el territorio heleno.
  • Grecia solicitó voluntariamente su ingreso en el euro y fue firmado por su tan legítimo gobierno de entonces como el de ahora y ratificado por el Parlamento de Atenas. Similar trámite se siguió con el Tratado de Lisboa que rige actualmente la relación de los Estados miembros de la UE. En este sentido, nadie ha obligado antidemocráticamente a nada a Grecia.
  • La deuda de Grecia asciende a 550.000 millones de euros, lo que supone una deuda per cápita de 50.000 euros, es decir, cada griego debe esa cantidad a los distintos acreedores de su país. Eso en un país donde la renta per cápita media al año se sitúa actualmente en los 25.000 euros. Es decir, la deuda griega todo el mundo sabe que es impagable, lo que no quiere significa que pueda ser condonada.
  • Los acreedores actuales son por este orden, 141.100 millones al Fondo Europeo de Rescate, 27.000 millones al BCE, 25.000 millones al FMI. También hay créditos bilaterales (52.800 millones), bonos (67.500 millones), letras del tesoro (15.000 millones) y otras vías de financiación (13.000 millones). Por tanto, Grecia fundamentalmente debe al resto de los ciudadanos europeos, no ya a sus bancos, ni al FMI.
  • Una quita de deuda sobre un Estado de la zona euro recaería directamente sobre el conjunto de la moneda y su posición en los mercados internacionales, haciéndole perder de forma automática credibilidad y valor.
  • El problema de la economía griega no es su deuda, con ser gravísimo, sino su incapacidad estructural y sistémica de crecer y crear empleo. Solo por poner un ejemplo, en 2011 el porcentaje de pensionistas se elevó a 25.3 por ciento y el sistema de pensiones griego ha tenido problemas para financiarse, estimándose que cada año requiere de 450 millones de euros más al año para cubrir sus obligaciones.
  • Los principales promotores de la deuda griega fueron los bancos alemanes y su gobierno federal que concedieron cuantiosos préstamos a una economía y unas autoridades poco solventes y sin el control y fiscalización necesarios. Uno de esos auditores de las cuentas griegas fue nada menos que el actual presidente del BCE, Mario Draghi, en su anterior cargo de máximo responsable de Goldman Sachs en Europa.
  • La caída del Gobierno Papandreu mediante una intervención externa de la canciller Merkel, acabo con el programa de reformas no austericidas y concluyó con la imposición de Lukas Papadimos como primer ministro, un tecnócrata a la medida de las políticas de ajuste de la troika. Entonces en uno de estos post ya señalé que se trataba de un golpe de Estado encubierto que tendría graves consecuencias.
  • La hipotética salida de Grecia del euro tiene consecuencias más graves geopolíticas que económicas para la UE.
  • Un no o un sí en el referéndum solo afecta a la posición negociadora del Gobierno de Tsipras. El no le refuerza y obliga a Bruselas a reabrir las negociaciones y el sí le aboca a la dimisión. De hecho, nadie en Grecia votará por la salida de su país del euro.
  • El lunes 6 todos seguiremos teniendo la imperiosa necesidad de alcanzar un acuerdo que garantice una vida digna a los ciudadanos griegos y con ello, que haga creíble el euro y, sobre todo, el proyecto europeo de libertades.

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De como el austericidio condenó a Europa a la deflación

na nueva preocupación asola Europa: la deflación. La pesadilla que viene representando la crisis económica para los ciudadanos en este largo lustro parece haberse instalado en un círculo vicioso. Pero no debería sorprendernos, ni puede decirse que no haya habido avisos precisos y claros de autoridades intelectuales de los riesgos a los que nos conducían las medidas tomadas para atajar los desequilibrios presupuestarios públicos en la zona euro. Tampoco nos han servido los ejemplos que la historia puso a disposición, por ejemplo, el de la gran depresión norteamericana de la década de los 20 del siglo pasado. El empeño tozudo de la ortodoxia del Bundesbank y la dirección política monolítica de la Canciller Merkel bajo el dogma de la austeridad a cualquier precio, nos pone a todos ahora al borde del encefalograma plano. Pero lo más grave es que no se articulen soluciones, pese al alto coste en sacrificios sociales que sus medidas unidireccionales nos han producido. Pareciera que hasta que no acusen los bolsillos de la población alemana las consecuencias de la recesión y actual estancamiento causado, el BCE seguirá mirando al tendido sin inmutarse. La rueda del crecimiento está bajo mínimos, no se mueve nada en el continente y, sin embargo, los incentivos públicos ni están, ni se les espera.

Conviene hacer un ligero recorrido de lo sucedido hasta llegar aquí. Un día nos despertamos con el estallido de la burbuja en los entornos del mundo financiero de Wall Street. Resultó que todo era falso, que habían montado una inmensa estafa piramidal en la que habían sido capaces de trincar a los más avezados banqueros. Eso precipitó una crisis internacional de entidades pilladas con pasivos tóxicos de todo tipo. En vez de poner a cada uno en su sitio y especialmente a los responsables del timo en la cárcel, la decisión de nuestros gobernantes consistió en salvaguardar los depósitos de los comunes mortales garantizando las reservas y beneficios de los susodichos banqueros implicados. Acudimos al rescate de sus trampas con lo mejor de nuestros recursos públicos, poniendo en serio riesgo la sostenibilidad del sistema de cobertura social sobre el que descansa la convivencia y, en gran medida, la capacidad de consumo de las sociedades europeas. Ello provocó de forma casi inmediata el desajuste desproporcionado de las cuentas públicas de nuestros Estados. Familias superfluamente endeudadas y presupuestos públicos deficitarios en exceso sirvieron de señuelo a las políticas de austeridad y ajuste dictadas desde Berlín bajo el amparo de la troika comunitaria y del FMI. Las economías periféricas fueron rescatadas o pseudorescatada, como en el caso de España. Casi embargadas para poder pagar los intereses de sus deuda y con nula capacidad de maniobra. Cierre de empresas, colapso del crédito a las pymes, caída del consumo, e incremento del desempleo, especialmente juvenil, nos situaron durante más de un año en recesión. Todos menos Alemania, que al igual que diseñó el euro a su imagen y semejanza y que blindó el BCE con su vacuna antiinflacionista, ahora cobraba la deuda a la que había inducido a bancos y Estados europeos en la época expansiva de principios del siglo XXI. Y aquí estamos ahora, tratando de salir del estancamiento, balbuceando décimas de crecimiento, cuando la economía alemana empieza a tener claros signos de parón, sobre todo, porque aquellos que deberíamos estar comprando sus productos no tenemos un euro para demandarlos.

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Así nos ha despertado el nuevo episodio de pesadilla, así nos ha desvelado la deflación del sueño de la recuperación. Es justo precisar que ni en Europa ni en España puede hablarse propiamente de deflación —un descenso continuado de los precios y expectativas de que seguirán cayendo—, sino de desinflación, es decir, de desaceleración coyuntural (por el momento) de los precios. Pero la desinflación también tiene contraindicaciones para una fase de crecimiento y para la estabilidad financiera de una zona monetaria. Esa es la razón por la cual el objetivo de inflación que marcan los bancos centrales tiene que ser controlado, tanto para evitar una espiral inflacionista como para impedir que la tasa se desplome y congele las expectativas de consumo. El Banco Central Europeo (BCE) tiene fijado el objetivo de inflación en el 2% y desde octubre de 2013 el indicador no excede del 1%. Una situación incómoda para todos los agentes económicos y financieros. La deflación tiene consecuencias incluso más peligrosas que la inflación. Preserva el poder adquisitivo de las rentas, pero a cambio aumenta el valor de las deudas y acrecienta el coste relativo de los intereses. Perjudica considerablemente a los agentes más endeudados (sean individuos, familias o Estados) y esa es la razón por la cual resultaría muy dañina (la propia desinflación ya lo es) para países como España, Italia o los que actualmente están en trámite de rescate. Además, frena el crecimiento; los consumidores retrasan sus decisiones de compra a la espera de precios de bienes y servicios más bajos. El resultado es una trampa para las rentas y el empleo de la que resulta difícil salir.

Resulta paradójico contemplar como los pirómanos nos alertan de los riesgos del fuego. Aquellos que incendiaron con medidas de austericidio Europa, ahora claman por los riesgos de deflación. El comisario de Economía, Rehn o la directora del FMI, Lagarde, se declaran preocupados por las bajas tasas de inflación en Europa y claman por medidas no convencionales para salir de la situación. ¿Y qué cabe hacer? Las opiniones se agrupan en torno a dos propuestas. La primera, monetarista, sugiere bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. Normalmente, la opción más adecuada dependerá de cada situación y consistirá en una combinación de ambas propuestas. Por ejemplo, durante la Gran Depresión la Reserva Federal disminuyó los tipos de interés hasta el 0,5% a principios de 1930. Sin embargo, en estas condiciones las familias preferían atesorar su dinero en casa ya que la rentabilidad que ofrecían las entidades financieras era muy reducida (trampa de liquidez). Al no disponer de recursos de clientes, los bancos no podían conceder préstamos para la actividad productiva. Por ello, fue la política de estímulo a través del gasto público acometida por el presidente Roosevelt en el marco del New Deal. la herramienta que permitió superar la crisis. En realidad nada de lo que el gobierno hacía tenía consecuencias importantes en la economía, ya que a causa de la crisis los mercados extranjeros se volvieron más proteccionistas. En consecuencia, el exceso de oferta de bienes y servicios estadounidense no podía ser colocado. La crisis se superó cuando finalizó la Guerra mundial, al permitir una gran expansión de su economía por medio de los préstamos a los países europeos en conflicto. Esto a su vez, aumentó la demanda de sus productos debido a que Europa había perdido gran parte de su matriz productiva, la cual fue reemplazada por losEstados Unidos.

La actual situación europea vuelve a dar la razón a Keynes. Con libre circulación de capitales, un tipo de cambio fijo resulta imposible de mantener (el sistema monetario europeo lo mostró suficientemente) pero no digamos una unión monetaria. El intento de sustituir la devaluación de la moneda por la deflación interna, amén de producir graves injusticias, suele resultar baldío. Y es que la bajada de precios únicamente puede tener alguna efectividad de cara a recuperar la competitividad en la medida en que el resto de los países no apliquen la misma política. Necesitamos incentivos públicos, inversión pública que vuelva a situar en las decisiones públicas el centro de actuación y, sobre todo, como elemento regenerador de la confianza. No sirve solo ya bajar los tipos al 0% o darle a la maquina de hacer billetes para prestarlos a los bancos, eso no haría ya más que engordar a los especuladores que sin esfuerzo alguno inversor hacen un buen negocio prestando en condiciones de usura. Se requiere recuperar la autoridad de las decisiones públicas para alejar del panorama a los buitres que merodean activos y a empresas en busca de gangas por todo Europa.

Debemos ser conscientes de que en lo que dura la crisis, el volumen de los fondos de inversión en todo el mundo ha crecido un 35% y suponen ya el 70% del PIB mundial. Para que nos hagamos una idea, el mayor fondo mundial, de curioso nombre, Black Rock, tiene una valoración de tres veces el PIB de España. Parece evidente que a estos fondos, de procedencia anónima e incontrolable en plena globalización de capitales, les ha ido muy bien en la crisis. Se han convertido en los verdaderos gobernantes del nuevo orden. Han acosado a través de sus presiones en los mercados a Estados y empresas multinacionales. Invierten, desinvierten y especulan con una facilidad que hace una década no podíamos vislumbrar. Para ellos la deflación es un estado natural al que nos han llevado para abaratar sus movimientos, pero incluso para ellos, que se pare la rueda es malo porque la inactividad a medio y largo plazo es sinónimo de pobreza. Necesitan actividad para colocar sus fondos y por eso hay que aprovechar ahora para poner límites a ese poder desproporcionado que han adquirido. Es el momento de volver a incentivar la economía productiva, la innovación en sostenibilidad y reducir al entorno que le corresponde a las herramientas de financiación. El valor que se antepone al precio, no está en el dinero, que no es sino un medio convencional para fijar las condiciones del intercambio. El valor reside en las personas y las personas nos organizamos en la cosa pública que nos representa. Recuperar el valor de lo público como eje de la recuperación es la única posibilidad que tenemos para salir de una vez de la crisis. Empecemos por combatir la deflación con decisión y firmeza. Demos un toque de atención desde Europa al mundo demostrando que nuestro marco de convivencia está por encima de los billones de billones de dólares de los fondos de inversión. A Japón le está costando más de 20 años salir de la crisis, salir de la recesión y de deflación por no emprender políticas de estímulo públicas. Ahora se han decidido a hacerlo con su programa “Abenomics” o de las tres flechas, con cuantiosas inyecciones de liquidez. Han pasado las primeras pruebas con éxito. ¿Por qué no seguirles con la misma decisión?

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Obrigado, el Tribunal Constitucional portugués pone límites a la Europa de los recortes

El Tribunal Constitucional portugués ha declarado ilegal la retirada de la paga extra de verano a los funcionarios y a los pensionistas y las rebajas en el subsidio de desempleo y de enfermedad consignadas en el presupuesto general de 2013 del país, aprobado en el Parlamento el pasado año. Las razones en las que se apoya el tribunal son que esa retirada violaba el principio de igualdad a la hora de afrontar sacrificios. Los altos magistrados lusos no cuestionan la capacidad del gobierno de llevar a cabo sus políticas de ajuste, pero si lo hacen en la proporcionalidad de las medidas respecto a las posibilidades de afrontarlas de los ciudadanos. De alguna manera, en realidad lo que han hecho, es demostrar en una sentencia que si existen alternativas a las políticas impuestas por la troika, Bruselas y por imposición disciplinaria de la canciller Merkel. Hay otra forma de repartir los sacrificios a los que la crisis económica obliga, sin romper la base equitativa de la sociedad, sin que acarreen con la peor parte los más débiles o los que no pueden ni siquiera oponerse a tal injusticia. La decisión del Constitucional portugués sitúa a la Unión Europea ante la encrucijada de seguir desarrollando su programa de austeridad y a la vez hacerlo de manera igualitaria. Claro que la Europa burócrata puede hacer oídos sordos una vez más a lo que la democracia en sus distintas expresiones le están diciendo, pero el riesgo cada vez es mayor y en más Estados de la Unión.

Como es natural el primer riesgo al que se enfrenta esa especie de moderna inquisición económica en que se ha convertido la troika – FMIBCE Comisión Europea – es el contagio que la decisión de los jueces lusos puede producir en otros Estados que optaron por medidas de ajuste similares. Es el caso claro de España, donde los muy similares recortes llevados a cabo por el gobierno Rajoyestán recurridos por los afectados en los tribunales. La presión social en la mayoría de los países del Sur de Europa, los más afectados por sus elevados déficits públicos, pesará como lo ha hecho sobre los togados portugueses. Las legislaciones constitucionales de nuestros Estados democráticos apuestan claramente por el modelo de Estado social de derecho, lo que deja pocas dudas de la interpretación que se debe dar ante los recortes planteados. Ningún ciudadano, por su situación económica, puede verse mermado de derechos en necesidades tan básicas como la salud, la educación o las pagas extras adquiridas como conquistas sociales históricas. Las protestas en la calle se siguen acrecentado a medida que la crisis se alarga y acrecienta su impacto social. Puede que la clase política incapaz de hallar soluciones alternativas se rinda al plan ortodoxo y uniforme decretado por Alemania, pero no creamos que los jueces pueden mirar hacia otro lado cuando se vulneran derechos fundamentales de nuestro ordenamiento democrático.

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Hasta aquí consideraciones de fondo sobre la crucial decisión de los 13 magistrados portugueses. Ahora nos queda esperar las reacciones del Gobierno del primer ministro Passos Coelho, que debe buscar medidas alternativas para ahorrar los 1.200 millones de euros a los que afecta la sentencia del Constitucional. Y, por otro lado, queda también por ver si la troika a la vista de la decisión judicial acepta renegociar los plazos y cantidades adeudados internacionalmente por Portugal, el país rescatado. Pero, no nos engañemos la incógnita más relevante es si el Consejo Europeo y la Comisión son capaces de hacer una lectura coherente de lo sucedido en Lisboa. Facilitaría a todos los Estados afectados por crisis de déficits y deuda, que las instituciones europeas fueran capaces de marcar un nuevo rumbo en los programas de austeridad, poniendo límites en el tipo de medidas a emplear y al peso que sobre los ciudadanos en función de su renta puedan tener. Se trata de reformular los planes de ajustes con una visión más social y menos estadística, una mirada más humana y, sobre todo, más europea. Se debería entender que la solidaridad entre los Estados que forman la Unión y el reparto de los esfuerzos de forma proporcional a las posibilidades de las ciudadanos en cada país, es la única forma de caminar homogénea y armónicamente en el proyecto de la UE.

No es la primera vez que alerto en este blog de los riesgos que tiene perpetuar este camino de pangermanismo insolidario. En los últimos meses hemos vivido tres capítulos especialmente relevantes de rebelión ciudadana y de poderes legales contra las políticas impuestas desde Berlín. El primer severo toque de atención se dio en Italia, en los comicios del pasado mes de marzo. Unos resultados que castigaron especialmente al protagonista impuesto de los planes de ajustes, el ex primer ministro Mario Monti. Con menos de 8% de los votos frente a casi el 20% del Movimiento 5 Estrellas encabezado por el cómico BeppeGrillo. Una crisis política que aún mantiene en vilo cualquier opción de gobernabilidad en el tercer país de la eurozona. Después vino el rescate de Chiprey el esperpento representado ante el mundo con una quita sobre depósitos de menos de 100.000 euros que después ante el plante del parlamento chipriota debió ser retirada. Y ahora llega la sentencia portuguesa de su más alto tribunal. Con toda la legitimidad del sistema democrático que sacralizamos en la Unión Europea, el poder judicial pone fronteras a las medidas impulsadas por Merkel. Tres serios reveses y tres crisis abiertas dos y cerrada en el falso una. Este triste balance unido como he señalado a las posibilidades de contagio en otros Estados, debería también obligar a repensar a las autoridades alemanas sus posiciones.

Negar que hemos avanzado durante los años de la crisis del euro en los mecanismos de salvaguarda de nuestra moneda y de gobernanza monetaria, es absurdo. La crisis nos ha fortalecido institucionalmente, nos ha hecho de la misma forma más fuerte ante los ataques exteriores de los mercados, pero la realidad es que el precio pagado por la sociedad y por los distintos países de la Unión está siendo desequilibrado y dispar. No hemos sido capaces de tejer una red de protección de las familias con más riesgos ante la crisis, de preservar los derechos sociales que tradicionalmente nos han diferenciado modélicamente del resto del mundo. Hemos fallado a los ciudadanos y esa percepción está labrando una tensión en la calle y un deterioro demoledor en los poderes de los Estados y en la clase política. Ha llegado el momento de cambiar de rumbo sin dilación. No podemos permitirnos nuevas crisis. Eslovenia o Hungría ya forman parte de los rumores más malintencionados contra el euro como opciones venideras de nuevos rescates. España sigue representando una realidad endeble que puede tornarse en desastre si el entorno de la eurozona hace empeorar las perspectivas económicas. Demasiados riesgos como para no tomar medidas que logren recuperar la confianza de la sociedad en el proyecto europeo. Necesitamos esperanza, ilusión, visión de futuro y es evidente que las políticas generadas desde Bruselas, hoy por hoy, solo provocan rechazo y estancamiento.

Los magistrados lusos han levantado un muro de vergüenza a las medidas indiscriminadas de recorte. Han dicho basta al desmantelamiento sin más de la protección social. Han sido para los portugueses los únicos capaces de entender sus reivindicaciones y de velar por sus intereses generales. Algo está funcionando muy mal cuando el poder judicial tiene que salir a la calle y ponerse al frente de la manifestación para que el Legislativo y el Ejecutivo entienda que se ha quedado aislado, lejos de aquellos que le votaron y le dieron la responsabilidad para tomar decisiones para salir de la crisis. Nuestros líderes necesitan hacer un ejercicio de escucha activa de sus ciudadanos, de los medios de comunicación, de la voz de la calle. No pueden seguir comportándose como los ilustrados absolutistas encerrados en su lema “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. De no ser capaces de oír las demandas sociales, anticiparse a la insatisfacción ciudadana y ser eficientes en su gestión, serán un simple estorbo o, pero aún, un enemigo que ha secuestrado el poder democrático. Aquellos gobernantes bienintencionados o no que se olvidaron de ser sensibles a los sufrimientos de sus semejantes, siempre han acabado trágicamente o en el mejor de los casos, huyendo por la puerta de atrás de las instituciones. Quien no tome buena nota del contenido de la sentencia lusa puede verse abocado a una triste suerte en menos plazo de lo que algunos esperan.

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La vergüenza chipriota o el corralito made in Europe

Después de la tragedia griega, vino el idus de Irlanda, el triste fado portugués y ahora no por menor ha sido más sonada la actuación de las instituciones europeas ante la vergüenza chipriota. El cuarto rescate de un Estado de la Unión o para ser más exactos la enésima intervención en un país para “sanear” las cuentas de sus bancos, se está convirtiendo en el más estrepitoso ridículo internacional desde que se inició la crisis del euro hace ya más de tres años. Europa cerró un acuerdo para rescatar a Chipre, pero a costa de imponer una tasa a los ahorradores que empujaba a las autoridades a decretar un corralito parcial. El acuerdo alcanzado en la madrugada del sábado incluía un impuesto que se parece como una gota de agua a una quita en los depósitos chipriotas. Todas las cuentas de la pequeña isla del Mediterráneo —tanto de residentes como de no residentes— quedarían sujetas a una tasa, que se pagaría solo una vez, del 9,99% para los que superen los 100.000 euros, y del 6,75% para los que no lleguen a esa cantidad. Ya tenemos, pues, nuestro particular corralito montado contra los más pequeños, que visto lo visto en la UE es sinónimo de débil. Los ciudadanos chipriotas tomados como conejillos de indias por los ministros de Finanzas europeos, el FMI y el BCE, esa macabra trouppe llamada “troika”que se pasea por Europa cual cobrador del frac, con un catálogo de recetas de ajustes y recortes, un argumentario de medias verdades y la insolidaridad como seña de identidad.

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Chipre representa una realidad tan exigua en el seno de la UE, que supongo que los líderes políticos pensaron que nunca algo tan diminuto levantaría tanta polvareda. Apenas 9.000 km cuadrado de una isla, con poco más de un millón de habitantes y menos de 20.000 millones de euros de PIB. La economía de Chipre está claramente afectada por la división de la isla en dos territorios. Tiene una economía altamente vulnerable, más estabilizada tras la entrada a la Unión Europea, con una fuerte dependencia del sector servicios, y también problemas de aislamiento con respecto a Europa. En los últimos veinticinco años, Chipre ha dejado de depender de la agricultura (donde sólo la producción de cítricos tiene relativa importancia comercial). Empezó a tener una estructura más acorde con el contexto de la Unión Europea, con una presencia importante del sector industrial, que sustenta la mayor parte de las exportaciones y emplea al 25% de la población. Para el año 2010, las principales exportaciones chipriotas eran los cítricos, patatas, medicamentos, cemento y prendas de vestir. Al mismo tiempo, los principales socios comerciales del país son GreciaAlemaniaReino Unido eItalia, con quienes intercambiaba más del 40% de sus productos. Cerca del 70% depende del sector servicios, y en concreto, del turismo. La ubicación geográfica cerca del Oriente Próximo, provoca grandes oscilaciones de año en año a la hora de convertirse en destino turístico. Con tan poco bagaje macroeconómico, Chipre entró en el euro el 1 de enero de 2008.

Cabe preguntarse por las razones de fondo para esta intervención. ¿Quién está más expuesto a la quita de los bancos chipriotas? Sirva un dato, la exposición de los bancos alemanes en bonos chipriotas asciende a los 6.000 millones de euros. Otro factor determinante son los fondos rusos de dudosa procedencia y dinero cuando menos alegal que se nos ha colado por las rendijas de nuestro burocrático sistema. Cerca del 46% de los depósitos de Chipre eran extranjeros. Si eso no es un paraíso fiscal es que Chipre no es una isla. Pero no es el único territorio en la UE que ha hecho de sus bancos refugio del blanqueo de capitales, los casos de LuxemburgoAndorraMalta o Gibraltar están bajo sospecha de constituir pseudo-Estados caribeños en pleno corazón europeo.

Hacer un corralito  a los blanqueadores de capital no solo es loable, sino imprescindible si queremos de verdad sanear nuestro sistema financiero. Nada que objetar, ni siquiera la nocturnidad de la medida. Pero hacerlo en el rostro de los inocentes ciudadanos chipriotas resulta insultante. Por pocos que sean tienen los mismos derechos que un vecino de Baviera o de la Ile de France. Saltarse a la torera las garantías de depósitos hasta 100.000 euros establecidos por la UE, no solo es ilegal sino que constituye un precedente que genera alarma en millones de personas en otros países acosados en estos años por precios abusivos en los mercados de deuda soberana. ¿Qué pueden pensar españoles o italianos después de cumplir con los requisitos impuestos por Bruselas para reducir su déficit y ver desmantelados buena parte de los derechos de su Estado del bienestar? ¿De qué habrán servido los cientos de miles de millones de euros públicos entregados incondicionalmente a la banca europea, si de la noche a la mañana nuestros ahorros pueden volatilizarse a manos de unos dirigentes que no son capaces de defender el interés general y los ahorros de la clase media europea?

Habría titulado este post como un episodio más de la crónica del IV Reich que gobierna Europa. Pero respeto tanto la sabiduría de mi maestro profesional y su consejo de no aludir un término que puede considerarse ofensivo y desproporcionado, que he preferido omitirlo. No provocar tensiones innecesarias en la opinión pública, sin embargo, no quiere decir que perdamos el espíritu crítico con lo que está sucediendo en la UE. Alemania tiene perfecto derecho a defender un modelo de política económica de austeridad ultraortodoxa., en defensa de sus intereses nacionales, si en el Consejo con sus votos y los de otros Estados que piensan como ellos, les concede la mayoría suficiente. Son las normas del juego instituidas por el Tratado de Lisboa. Se podrá estar o no de acuerdo, pero si se disiente solo queda la salida del club. Otra cosa bien distinta es marcar las cartas de la partida para hacernos trampa a todos. Algo a lo que las autoridades germanas haciendo uso de su poder económico y político se han acostumbrado con la inestimable complicidad del Banco Central Europeo. Lo hicieron con los test de estrés, una parodia hecha a medida de sus bancos. Lo hicieron cuando sus maltrechos bancos precisaron ayudas públicas y lo contabilizaron como deuda privada, cuando ahora pretenden que España lo asuma como déficit público. Lo repitieron en la intervención de rescate en Grecia, siendo sus bancos de nuevo los más expuestos a la quita, al aumentar los montos de ayudas que pagaremos entre todos. Y nos vuelven a engañar en Chipre, sin dar siquiera la cara al negar que ha sido su ministro de Finanzas, Wolfang Schäuble quien impuso en el Eurogrupo  al FMI y al BCE los intereses sobre depósitos de menos de 100.000 euros. La Comisión Europea en nota de prensa oficial ha dejado muy claro quiénes han sido los responsables de tal despropósito.

Tan indigno y vergonzante está resultando el episodio chipriota que todos los protagonistas desmienten su participación en el desaguisado. Lo negó la cancillerMerkel que culpó al gobierno chipriota, éste a su vez culpó a la troika y ésta al BCE, quien finalmente recurrió al malo oficial de la película, el FMI. Éste ni ha podido defenderse, dado que su directora está demasiado ocupada en su país al ser investigada por las autoridades galas. Algo ya tradicional en un organismo dirigido en sus tres últimos mandatos por imputados por delitos penales varios –RatoStrauss Kahn y Lagarde -. La vergüenza chipriota no ha dado a su fin, sigue el corralito, el parlamento chipriota ha votado en contra de las condiciones del rescate y la troika les ha amenazado con la quiebra, lo que podría significar su salida del euro. El mundo nos mira sin entendernos mientras vamos dando lecciones de civismo y urbanidad en el exterior y dentro dejamos a los pies de la miseria al pueblo chipriota. Europa muere a manos de políticos pigmeos sin perspectiva de cambio y entre los europeos la germano fobia y los populismos siguen ganando adeptos.

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¿Y si nos plantamos?

Que la situación económica que vivimos está llegando a límites que afectan a la normal convivencia pacífica entre los ciudadanos parece obvio. Con más de cinco millones de personas en paro y más de un millón de familias con todos sus miembros sin trabajo, lo milagroso es que en España no ardan las calles. Esta crisis dura ya cuatros años, tres especialmente crudos, pero no es solo la duración lo que la hace insoportable, lo es sobre todo, la curva de caída, el tremendo vértigo del precipicio por el que nos estamos hundiendo. Estábamos acostumbrados a vivir de una determinada manera – por encima o no de nuestras posibilidades – y ahora casi sin solución de continuidad hemos perdido el suelo de ingresos. Ni siquiera se puede vivir de las rentas o de los ahorros, porque los activos de todo tipo de devalúan al no poder venderse y los depósitos pierden rentabilidad ante la situación de las entidades financieras y de los mercados bursátiles. Así las cosas, se está imponiendo la ética del “sálvese quien pueda”. En vez de recurrir a la herramienta de la solidaridad inteligente, la que prima la suma y la colaboración como mejor medio para crecer, estamos aplicando el egoísmo como fuente de desigualdades, sin tener en cuenta que la sociedad como la rueda se mueve por inercias colectivas. En nada ayudan a propiciar escenarios cooperativos las actitudes del gobierno que en vez de llamar a un esfuerzo común, con una meta y objetivo además de deseable alcanzable, lo único que reparte a golpe de sustos, son recortes y ajustes que empobrecen cada día nuestras esperanzas. Pero aún más inútiles resulta el espectáculo mediático que generan los que pretenden responder a sus políticas. El show indignado quedó reducido a vídeos en youtube y tuits en las redes sociales. Y el último fenómeno inventado, el asalto “express” a supermercados con aforado comunista como líder, tiene visos de acabar en un mal remedo de la serie Curro Jiménez – a cuyo actor Sancho Gracia, buen gallego de corazón, recuerdo en su fallecimiento -.

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Necesitamos respuestas, en la medida de lo posible si no milagrosas sí eficaces. Y es evidente que a grandes males, grandes remedios, pensar que de la grave situación que atravesamos se sale con medias verdades y medidas de medio pelo de lenta aplicación, es como pretender curar una neumonía a base de aspirinas. Por eso, ahora que la economía alemana da signos claros de parón y que quienes han impuesto el monólogo de los ajustes ven las orejas al lobo del estancamiento con inflación y peligran sus exportaciones, tal vez sea el momento de reflexionar sobre cuál seria el precio y las consecuencias de plantarnos anteMerkel y quienes nos imponen un camino ciego para salir de la crisis. En este mero ejercicio mental de plantear hipótesis por descabelladas que puedan parecer, podríamos plantearnos las siguientes cuestiones:

Suspender pagos: La presión a la que está siendo sometida la deuda española y la italiana ha llegado a tales niveles que ahogan la tesorería de las cuentas públicas. En los último dos meses ambos Estados han soportado primas de riesgo que nunca han bajado de los 400 puntos y en algunas ocasiones han rebasado los 650 puntos básicos, así como tipos de interés en el bono a diez años entre el 6,5% y el 7,5%. Sus capacidades para ser financiados en los mercados primarios se están agotando ante la mirada impasible de los responsables el Banco Central Europeo, con su presidente Mario Draghi y el gobernador del Bundesbank, Jens Weidman, a la cabeza. En esta circunstancia y teniendo en cuenta los cuantiosísimos vencimientos de deuda a los que tiene que hacer frente España en el último cuatrimestre, parece matemáticamente imposible no acudir a algún tipo de rescate e intervención europea para salvar los pagos ineludibles a los que un Estado con 10 millones de pensionistas y 5,6 millones de parados debe hacer frente. Ante tal sunami social al Gobierno le quedan solo dos caminos posibles salvo imponderable accidental: solicitar un rescate escalonado en función de las necesidades que vayan viniendo de tesorería y las durísimas condiciones de ajuste que acarrearán en su letra pequeña o plantarse y ante la imposibilidad de hacer frente a sus compromisos ponerse al frente de la manifestación de los indignados y suspender pagos poniendo al euro fecha de defunción.

Vivir para pagar intereses de la deuda.- De optar el Gobierno por el camino de la dócil sumisión al programa marcado por Bruselas, resulta fácil calcular que en un escenario de recesión como el que se atisba para el año 2013 y probablemente también para parte del 2014, a lo sumo se alcanzará a poder devolver los intereses de la deuda, sin ser capaces de pagar parte alguna del principal. Con un Estado cada vez más debilitado y sin capacidad alguna para invertir en políticas de fomento del empleo, en infraestructuras, en educación y en investigación, la realidad es que elegir este camino nos aboca al empobrecimiento paulatino y a enormes esfuerzos para pagar intereses a nuestros prestamistas. Ello en un país donde los jóvenes emigrarán en masa y quedarán como mucho 15 millones de población activa sobre un total de más de 46 millones de habitantes, hace inviable la recuperación en al menos una década.

Quita total ejemplos históricos.- Aunque pueda parecer que las quitas son un fenómeno relativamente nuevo, nada más lejos de la realidad. La primera quita de la que se tiene constancia fue realizada por Enrique III de Inglaterra en el año 1340, según los economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que en su obra “Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera” recogen un total de más de 260 casos de impago registrados para los que se dispone de información estadística e histórica. En1982 México declaró que sus reservas de divisas estaban agotadas. Tras esto, los prestamistas se negaron a renovar la financiación a este país y a otros en situación similar. Ese mismo año y en 1983 se produjo el impago de México y Brasil respectivamente. En 1998 Rusia declaró una moratoria unilateral en el pago de su deuda externa. El FMI no intervino. Probablemente, la quita argentina fue una de las más mediáticas, seguida en directo por televisión e internet durante el año 2001. Ahora es Grecia la protagonista del último episodio de una crónica anunciada, de la historia que se repite cuando se somete a un Estado a préstamos cuyos intereses y condiciones resultan para sus ciudadanos imposibles de cumplir. La contrapartida a la quita no es gratuita, todos los países que han pasado por estas crisis de insolvencia han devenido en la venta de sus principales activos públicos y privados a manos de capitales extranjeros.

Deuda alemana y tipos de interés de la deuda.- Alemania se ha ahorrado 60.000 millones de euros con la financiación de su deuda desde mediados de 2010, mientras que por el contrario, España ha visto duplicados los intereses de su deuda a diez años en el mercado secundario, pasando del 3,7% en 2010 al más del 7%. Mientras, los intereses germanos han llegado a reducirse a la mitad, marcando niveles inéditos en el 1,16%, el pasado mes de julio. Los 998.000 millones de deuda pública alemana a principios de 2010, le costaban 31.000 millones de euros en intereses. Pero los 1,3 billones de deuda externa pública de finales de 2011 solo le cuestan 25.000 millones de intereses anuales. Por el contrario, España, cuya deuda exterior gubernamental y del Banco de España ha pasado de 374.000 millones a 455.000 millones, tenía que recolectar casi 15.000 millones de euros para pagar intereses, y ahora necesita cerca de 26.000 millones para hacer frente a esos pagos de la deuda. Los intereses que tiene que pagar España por su deuda pública externa son los mismos que paga Alemania por una deuda tres veces mayor. Si el euro desapareciera, la paridad del marco se fijaría en función de ratios alemanes sobre el conjunto sin el beneficio que le presta actualmente la posición relativa en la eurozona, lo que con caso total seguridad elevaría los intereses de su deuda en al menos dos puntos, lo que desequilibraría sustancialmente sus presupuestos.

La rebelión sudista.- La suma de Italia y España, unidos a los ya rescatados Grecia y Portugal, suman más de 116 millones de habitantes, el PIB de Italia y España supera en 200.000 millones de euros al año y respresenta el 25% del de la eurozona. Tienen ambos capacidad de plantarse y poner al mundo en quiebra, de ahí la preocupación mostrada en los últimos meses por la Administración Obama y por los mandatarios chinos y rusos. Queda, por tanto, que Monti Rajoyevalúen los beneficios de uno u otro camino, elegir entre la sumisión o el plante y, muy probablemente, deberán escoger entre rebelarse ante las presiones externas y sofocar las revueltas internas que seguro acabarán produciéndose en sus Estados. El tiempo es inexorable y tras la tregua agosteña, el otoño amenaza con tempestades.

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El euro y Europa son ahora más fuertes… o ¿no?

Con una frase tan rotunda como vacua, terminó su rueda de prensa tras la cumbre europea de verano el presidente Mariano Rajoy: “el euro y Europa son ahora más fuertes”. Después de dos días de intenso trabajo, los jefes de Gobierno de la Unión salían desubicados – en palabras del presidente del Consejo Van Rompuy– sin tener muy claro si era de día o de noche. Y todo ello debido al plante por sorpresa de España e Italia al plan de crecimiento de no tratarse y aprobarse antes los nuevos mecanismos de financiación a la banca, en especial la española. Una jugada que en la reunión de la pasada semana en Roma entreMerkelHollandeMonti y Rajoy ninguno descubrió y que puso patas arriba el plenario del Consejo Europeo y del Eurogrupo. Parece que el presidente español a base de aplicar su galleguidad a la política europea, está logrando sumir a todos sus colegas en el marasmo del ni si, ni no, sino todo lo contrario cuando se refiere a la parte contratante de la primera parte que será considerada como la parte contratante de la primera parte. Al más puro estilo marxista – evidentemente no ideológica, sino la ironía de los hermanos – la UE lleva enzarzada dos meses con el rescate – norescate español, sin ser capaz de formular una propuesta concreta.

Es cierto que gracias al vértigo con que se han acostumbrado a acudir los dirigentes europeos a sus cumbres, todos se asoman al precipicio en la madrugada del jueves a viernes a cogidos de la mano se disponen a bailar el ritual de la yenka, un pasito para adelante y dos pasitos para atrás. Después, a la mañana siguiente todos se esfuerzan en realizar su particulares visiones de los acuerdos, dejando muy claro que ninguno de ellos han cedido nada y que salimos reforzados como europeos. Y para concluir la representación, el lunes los mercados se encargan de poner a cada uno en su sitio, que últimamente no es otro que en el de la falta de credibilidad institucional europea. Pero no es menos cierto que a base de miedo, diría pánico, la Unión sigue caminando o al menos no se rompe. Además en esta cumbre ha quedado de manifiesto que Europa ya no avanza al paso monocorde que marcaban Merkel y Sarkozy, algo ha empezado a cambiar en estas 48 horas y en la previa llevada a cabo en la Ciudad Eterna. Los nuevos equilibrios políticos empiezan a mostrar señales, Francia ha trabajado de “tapado” de las posiciones defendidas por España e Italia y a Alemania le quedan como fieles escuderos, su cinturón de hierro, formado por  HolandaEslovaquia,LuxemburgoFinlandiaAustriaEslovenia y Estonia. El Mediterráneo se ha alzado ante la política calvinista de austeridad y ajustes. Al menos ahora el debate está abierto.

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Alemania aceptó a regañadientes en la reunión de Roma la puesta en marcha de un plan de crecimiento para la UE basado en su Estrategia 2020 de Economía Inteligente. La recesión que se extiende por el continente – Francia se ha frenado ya en el último trimestre – ha obligado a Merkel a asumir que se destinen 120.000 millones de euros a proyectos de innovación, investigación e infraestructuras. Su contraataque en la Cumbre de Bruselas no se hizo esperar. Sabedora de que a fecha de hoy por la situación que aún atraviesa la economía alemana tiene una posición de predominio, quiso aprovechar la ventaja para proponer avances en la unión política, fiscal y bancaria. Más Europa, aunque eso sí, a la alemana. Algo que causa problemas al novel presidente francés, François Hollande, dado lo sensible que es la opinión pública francesa a ceder soberanía – recordemos el no francés en el referéndum de la Constitución Europea -. Así las cosas, Merkel ha logrado que antes de detallar de dónde saldrán los fondos y cómo se gestionarán, la Comisión proponga medidas para avanzar en la homogeneidad fiscal, es decir, presupuestaria nacional.

Una vez más, aquellas economías y con ellas sus ciudadanos que sufren la caída de demanda en forma de desempleo y pérdida de poder adquisitivo de las familias, tendrán que esperar al menos otros seis meses para que se pongan en marcha medidas de reactivación. Seguimos moviéndonos muy lento, mucho más que el entorno que nos rodea, como un paquidermo enfermo al que lo único que le queda es la memoria con su recuerdo de lo peligroso que puede llegar a ser una Europa desunida. La prioridad, por desgracia, seguirán siendo los ajustes presupuestarios, la refinanciación de la banca y, después, con suerte, hablaremos de crecimiento. No nos engañemos porque no caerá del cielo el maná ansiado de un plan marshall europeo sin que antes los posibles receptores estén en las condiciones que el donante pretende, es decir, suficientemente diezmadas sus arcas públicas y privadas como para prestar la ayuda en forma de compraventa.

Al menos esa sigue siendo la intención de una Merkel que llegó a afirmar desafiante en las vísperas de la cumbre que ella no vería en vida el nacimiento de los eurobonos. Por tanto, resulta difícil seguir creyendo al presidente Rajoy cuando se empeña en decirnos que el plan de saneamiento de la banca española no incluye “ninguna condicionalidad macroeconómica”. Algo que el presidente delBanco Central Europeo Mario Draghi contradecía casi en comparecencia contigua en hora y lugar al señalar que ”todas estas cosas, para ser creíbles, deberían ir acompañadas de una condicionalidad estricta. Esto es esencial, en caso contrario no serán creíbles”. O en palabras aún más claras las pronunciadas por Van Rompuy, “nada es gratis”. Lo cuenten como lo cuentes, pues, la realidad es tozuda y Rajoy, de todas formas sale aparentemente vencedor de este round europeo y que vive al día, se enfrenta ahora a la necesidad de seguir tomando medidas que desde la Comisión, el BCE y el FMI le piden ya a gritos.

La subida del IVA de productos y servicios básicos – que podría pasar del 4% o el 8% hasta el 18% -; el copago del medicamento sacando mas 450 fármacos del catálogo de cobertura de la Seguridad Social; las subidas de la luz y del gas que ya conocemos, son solo el inicio de un nuevo rosario de recortes de los que difícilmente podrán librarse los sueldos de los funcionarios y los contratos de interinos de la Administración y la edad de jubilación o el pago a los pensionistas. En este particular via crucis que venimos sufriendo los ciudadanos y en la senda regresiva de caída en nuestras rentas y en nuestros derechos, nos quedan aún muchos pasos atrás. Si ya nos movemos en términos relativos en situaciones como las vividas a principios de los 90, todo hace pensar que llegaremos a parecernos a la España de inicios de los 80, pero nada nos asegura que no tengamos que vivir como en los años 50 y nos tengamos que conformar con el biscúter porque no podamos comprar un 600.

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¿Rescate, intervención, préstamo?… no, secuestro

Podemos estar discutiendo nominalmente hasta la saciedad cómo se llama lo que nos ha sucedido este fin de semana, pero la realidad pura y dura es que rescate, intervención o préstamo, España requiere un máximo de 100.000 millones de euros de ayuda europea, con supervisión compartida con el FMI para sanear la deuda privada residenciada en las entidades financieras españolas. Estrena España método en todos los sentidos, pues, solicita “lo que sea” en medio de un cambio de mecanismos instrumentados al efecto por la Unión Europea. Hasta ahora los rescates europeos se realizaban a través del fondo llamado de Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF) de rescate temporal, cuya vigencia se extiende hasta mediados de 2013. El nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), el fondo de rescate permanente fijado a través de un Tratado por los países miembros del euro, debería entrar en vigor del MEDE  el 1 de julio, aunque es probable que se retrase al 9 de julio ya que de momento solo ha sido ratificado por cuatro Estados. El dinero de estos fondos proviene de aportaciones de los países y del endeudamiento de los mismos gracias a los avales. Si sumamos las cantidades de rescate que la UE ha realizado a Estados del euro en estos últimos tres años –Grecia, 240.000, Irlanda 85.000, Portugal 80.000 y ahora España 100.ooo – suman la escalofriante suma de 505.000 millones de euros, traducido medio billón de euros. Un efecto dominó de dedicatoria de fondos públicos para satisfacer intereses de mercados entregados a la especulación.

Es evidente que los mecanismos de la Unión no han sido capaces de establecer cortafuegos en la eurozona, los problemas de unos se han ido transmitiendo a otros aunque fueran de naturaleza y cuantía diversa. Compartimos moneda de la misma manera que compartimos riesgos, alguien debería aprender de una maldita vez una lección que está costando demasiados sacrificios a los ciudadanos europeos. Vamos de seis meses en seis meses demostrando al mundo nuestra firme determinación de derrochar dinero para tapar vergüenzas transfronterizas, de la misma forma que acto seguido los mercados castigan al siguiente Estado en la lista cada vez más engrosada de los “malditos”. Y, por supuesto, que hay razones para los ataques especulativos, pues, pusimos en marcha una unión monetaria pensada para tiempos de bonanza como si la crisis no existiera y con demasiadas divergencias presupuestarias y fiscales entre los miembros del euro. Ahora, bajo el estricto mando de la canciller Angela Merkel, los ajustes y recortes sociales avocan a los Estados intervenidos a ciclos de recesión y, por tanto, de empobrecimiento relativo de sus clases medias. Nos pongamos como nos pongamos, el contagio de este círculo vicioso es ya una realidad que afecta al corazón mismo de la moneda única y de todo el entramado comunitario. En la teoría de prestar con condiciones leoninas, Alemania se puede quedar sola en una Europa asolada por el desempleo, el consumo hundido y los derechos sociales desmantelados.

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En todo caso, si nos ceñimos a las consecuencias que puede traer en España esta novedosa fórmula de préstamo cabe realizarse una serie de preguntas a las que por intención o desconocimiento el gobierno Rajoy no ha aportado respuestas:

1.- ¿Por qué se ha realizado la petición antes de concluir las evaluaciones que realizan las consultoras contratadas por el BCE y por el gobierno español y qué les hace cifrar en 100.000 millones de euros lo que según el FMI como máximo afectaría a entidades financieras españolas por valor de 46.000 millones de euros? Si las prisas tienen que ver con las elecciones griegas del próximo domingo 17, ha habido tiempo para realizar estos trabajos, luego alguien ha pecado de dejadez ante un tema crítico.

2.- ¿A qué se van a destinar las ayudas a la banca? El problema de insolvencia lo ha provocado el cambio de legislación llevado a cabo por el ministro De Guindos al obligar a provisionar hasta el 80% aquellos activos inmobiliarios de bancos y cajas que no se destinen de inmediato a promoción. Esta mera modificación contable ha supuesto la quiebra de entidades como Bankia de la noche a la mañana, pues, lo que un día podía valer 100 puede valer 20 sin contar con las suficientes provisiones de capital para hacer frente a estas pérdidas en balance. Si como podemos temernos, ahora esos 100.000 millones de euros se destinan a provisiones inmovilizadas, el crédito seguirá congelado y habremos dedicado un ingente cantidad de dinero exactamente a lo contrario que precisa nuestras economía.

3.- ¿Qué vamos a hacer con el 10% de incremento de déficit público que suponen las ayudas? Por más que el gobierno trate de explicar que el préstamo no cotiza como desequilibrio presupuestario y, por tanto, requiere mayores emisiones de deuda, es obvio que el mecanismo de su cesión a través del FROB y con el aval del Estado, no deja lugar a dudas sobre la naturaleza de dinero que recibiremos. Y siendo eso así, falta por conocer el margen de negociación que le queda a España para incumplir el pacto fiscal que hemos rubricado en la Unión Europea y que nos obliga este año a alcanzar el 5,3% de déficit público y en 2013 el 3%.

4.- ¿Qué medidas adicionales de ajuste se van a instrumentar para reducir los nuevos desequilibrios presupuestarios provocados por el préstamo a la banca? Sea por la vía de incremento de impuestos, con el IVA como abanderado principal pero no único o sea mediante reducción de salarios públicos, aumento de la edad de jubilación y menores niveles de prestación de servicios sociales, parece que nadie nos salva de pagar los intereses de la deuda y de la propia ayuda, mediante nuevos sacrificios de los ciudadanos.

5.- ¿Qué garantía tenemos que esta medida de enorme impacto y brutal cuantía va a “calmar” las ansias especulativas de los mercados? Alguien tendrá que explicarnos qué ganamos con destinar fondos a la banca para depositarlos inertes sobre suelos baldíos y no emplearlos para regenerar el tejido de la economía productiva.

Son demasiadas preguntas gruesas, de fondo, como para admitir que de la noche a la mañana hemos resuelto nuestros problemas y la mirada perversa de los especuladores va a apartarse de nosotros en busca de nuevas víctimas más propicias. Si la solución de la crisis de la eurozona fuera tan simple ya la habríamos resuelto hace años. Somos vulnerables porque no hemos sido capaces de demostrar a los mercados nuestra capacidad para poner en marcha herramientas de gobernanza económicas y, sobre todo, políticas a la altura de las necesidades de nuestra moneda, de nuestra unión y de un mundo globalizado, acelerado y con gigantes emergentes pidiendo su oportunidad en la toma de decisiones universal. Pero me sigue quedando la pregunta del millón, que no de los 100.000 millones, les saldría mucho más barata contestarme que solicitar la ayuda: ¿qué pasaría si permitimos de forma natural que alguna de las entidades financieras aquejadas del mal inmobiliario llegara a quebrar? Dado que cuando se inició la crisis internacional con la caída de Leheman Brothers por ley se elevó la cuantía del Fondo de Garantía de Depósitos a 100.000 euros por depositario y que además se garantizan las cantidades en cuentas corrientes, ¿por qué tenemos socializar los riesgos de quiénes invirtieron en activos de dudoso valor? Supongo que mi pregunta es tan inocente que no tiene respuesta en un mundo bancario repleto de malas praxis que llevan a un director de sucursal a vender acciones preferentes de su banco a analfabetos que firmaban los documentos de compraventa con su huella dactilar. Si a esas actitudes no solo no les aplicamos la exigencia de responsabilidades judiciales y les tapamos las vergüenzas con miles de millones de euros, solo me queda volver a preguntar, ¿por qué lo llamamos amor cuando queremos decir sexo?

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De cómo vivir rescatado

Ahora que la palabra apocalipsis se ha puesto de moda ante un hipotético rescate de la economía española, habría que recordar que esta dramática situación no es nueva en la historia de España. Es más somos uno de los Estados con mejores marcas en el particular ranking de la bancarrota universal. Nada menos que seis veces se declaró en quiebra durante los siglos XVI y XVII, bajo el reinado de los Austrias, y en ocho ocasiones más en los convulsos años marcados por las continuas guerras civiles en el siglo XIX. Vamos que deberíamos estar más acostumbrados a la penuria y los desahucios que a la bonanza y los éxitos, eso al menos en el caso de los ciudadanos de a pie. El significado del rescate en el caso de un Estado es muy similar al concepto que manejamos cuando hablamos de particulares o familias.  Un país se declara en quiebra cuando sus debilitadas cuentas públicas no le permiten hacer frente a sus compromisos de pago, tanto con particulares como con organismos internacionales o terceros países. Esto ocurre cuando los niveles de déficit fiscal y deuda externa y pública son insostenibles.

Es evidente que cuando se llega a una situación así, se han producido suficientes errores propios como para propiciar la especulación en torno a la ruina y posterior “salvación”, así como la presión externa de aquellos que aguardan la caída para quedarse con los restos a muy módicos precios. Y los mecanismos son siempre los mismos desde que el tiempo es tiempo. Los salvadores dosifican las ayudas a cambio de que se produzcan las medidas que consideran garantizarán su devolución. Los “rescates” no son otra cosa que convertir deuda privada, que por lo general han generado y disfrutado los sectores más ricos, en deuda pública que pagarán a la lo largo de décadas principalmente las clases de rentas más bajas. Además, la nueva deuda además de estar condicionada, debe ser preferente, es decir, se paga antes que cualquier otro compromiso. En la década de los 70 y los 80 los rescatadores se cebaron en América Latina y otras economía entonces denominadas en “vías de desarrollo”. Fueron los grandes momentos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y supusieron la antesala de las políticas neoliberales que en los 90 se extendieron al ritmo de la globalización. GreciaIrlanda y Portugal fueron los primeros euroestados en sufrir las consecuencias de las alegrías del mercado libre y ahora el volumen de España complica encontrar a los buitres la manera de hincar el diente al cadáver. Mera cuestión de tiempo y de ponerse de acuerdo los carroñeros para repartirse el festín.

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Llegados aquí cabría señalar que realmente llevamos dos años supervisados y seudorescatados. Los efectos en política económica de nuestros desequilibrios los llevamos pagando desde que en mayo de 2010 al ex presidente RodríguezZapatero le bajaron del guindo y le impusieron un giro copernicano que acarreó a los ciudadanos la congelación de las pensiones y la reducción de sueldo a los funcionarios como primeras dosis de la amarga medicina que llevamos tomando desde entonces. Los llamados ajustes, que curiosamente son unidireccionales, es decir siempre se aplican sobre las clases medias y bajas, tienen ya en España más de 24 meses de antigüedad y lejos de ser suficientes no han hecho más que empezar. Por tanto, deberíamos tener claro el tortuoso camino a seguir que nos espera caso de ser rescatados. Se parece mucho al actual pero acentuando en intensidad y tiempo las medidas ya aplicadas.

En todo caso podemos señalar con bastante exactitud los diferentes efectos que un rescate podría producir:

  • Sobre el Estado: el principal efecto se deriva del encarecimiento para colocar deuda pública o hacerlo a altísimo precio. En la actual crisis, en todos los casos de rescate, se ha detectado cómo antes la rentabilidad de los bonos soberanos de los países se ha disparado y ha marcado niveles récord respecto al bono alemán, que es el activo de referencia, por considerarse el más solvente. Este hecho provoca que las medidas de ajuste del déficit emprendidas por los gobiernos rescatados se alarguen en el tiempo y en las cuantías, en una auténtica espiral perversa.
  • Sobre las empresas: el rescate produciría un efecto top-down, empezando por las que cotizan en bolsa, dado que el hecho de anunciar un estado de insolvencia y su posterior rescate tiene un efecto muy negativo sobre los mercados de valores. Las caídas en las cotizaciones de las principales empresas multinacionales españolas sería automática dada la globalización del capital. Ello las pondría al borde de posibles opas hostiles de compradores ávidos de sus activos internacionales, lo que les obligaría a profundas restructuraciones para tratar de sostener sus resultados. Con lo que sus proveedores de manera indirecta verán mermadas las facturaciones y una vez más las pequeñas y medianas empresas volverán a pagar el pato de los ajustes.
  • Sobre el ciudadano: los peores efectos ya lo está sintiendo por lo que por su naturaleza no le pillarán de sorpresa pero sí por la dureza de los mismos. Así verán incrementada la carga tributaria derivada de la necesidad del Estado de ingresar más recursos con los que atender el servicio de la deuda. A la vez que sus rentas del trabajo y de capital disminuirán debido a la reducción de los salarios tanto públicos como privados, del cierre de empresas por la caída de demanda y de la cancelación de contratos públicos ante la necesidad de las Administraciones de seguir recortando gasto.

A estos efectos hay que añadir el estigma que un  rescate que se convertirá en noticia de alcance internacional producirá sobre la marca del Estado español. En primer lugar, por la falta de credibilidad que todo lo español tendrá y, en definitiva, porque llevará aparejada una pérdida de atractivo para inversiones internacionales, tanto como una huida de las actualmente residentes. Deslocalizaciones y búsqueda de lugares más acordes para encontrar las rentabilidades seguras se coordinarán a alta velocidad.

Pero, sin duda, los efectos más perniciosos del rescate son los que atacan y socavan los sentimientos. Un país rescatado es un colectivo sin ánimo, sin rumbo, que pierde los referentes del presente y solo espera mesiánicamente la aparición de alguien que le lleve a la tierra prometida. Y si ésta no llega, uno no tiene más remedio que buscársela, el destino de una juventud formada a la que definitivamente condenaríamos a la emigración. Varias generaciones perdidas para el conocimiento en común, regalada al mundo a bajo coste. El empobrecimiento en ratios de renta per cápita y de servicios sociales – eduación, sanidad y dependencia – es seguro, los cálculos más optimistas lo cifran en un 30% y los más pesimistas en un 50%, pero el derrumbe generacional de una sociedad que pierde el talento y el empuje de sus jóvenes es incalculable. Ese sería el peor precio pagado por el rescate.

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Un nuevo sistema financiero internacional es posible y urgente

Que la profunda crisis económica que vivimos en el mundo tiene sus orígenes, al menos noticiosos, en la ya histórica quiebra de Lehman brothers el 15 de septiembre de 2008, nadie lo duda. Que detrás del hundimiento de la firma deWall Street, en sus podridos cimientos, residían los males enfermizos de una sociedad cuyos valores habían degenerado, también es un hecho reconocido. Y que, todo aquello fue posible por el efecto trepidante de la globalización y, con ella, la aparición de Estados emergentes en el escenario geoestratégico internacional, tampoco es refutable. Si estamos de acuerdo en el diagnóstico y que las consecuencias de la caída del sistema financiero y monetario internacional están provocando la parálisis de la economía productiva, resulta inverosímil observar cómo los mandatarios mundiales son incapaces de poner en marcha medidas con la urgencia que la situación precisa, para instaurar un sistema nuevo acorde con las nuevas necesidades que los ciudadanos requerimos.

El Sistema Financiero Internacional es el conjunto de instituciones públicas y privadas (Estado y particulares) que proporcionan los medios de financiación a la economía internacional para el desarrollo de sus actividades. Estas instituciones realizan una función de intermediación entre las unidades de ahorro y las de gasto, movilizando los recursos de las primeras hacia las segundas con el fin de lograr una más eficiente utilización de los recursos. Esa necesaria colaboración entre las Instituciones Públicas: Bancos Centrales, Organizaciones Supranacionales, Ministerios de Economía, etc. y las Instituciones Privadas: Bancos y Cajas, Grandes Superficies, Compañías de Seguros, Grandes Constructoras… requiere de una normativa de fiscalización de actividades cuyo único fin debe ser el de garantizar el correcto funcionamiento del sistema. Algo que es obvio que en el pasado reciente y en el presente no existe.

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Heredamos de Bretton Woods – la conferencia que instituyó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial – un Sistema Monetario que se encuentra en transición fundamentalmente por el cambio en el equilibrio de poder que está teniendo lugar en la economía mundial a favor de las potencias emergentes. Asimismo, las actuales reglas de funcionamiento del SMI se han mostrado poco efectivas para resolver los desequilibrios macroeconómicos globales de forma coordinada (algunos de ellos se han reducido por el propio efecto de la crisis pero no por la cooperación entre Estados) y plantean dudas sobre los elementos de liquidez y confianza debido a que el dólar está cada vez más cuestionado como moneda de reserva global. Sin embargo, por increíble que parezca, no se vislumbran alternativas claras al actual patrón flexible basado en el dólar como porque el actual statu quo sirve bien a los intereses de corto plazo tanto de EE.UU.como de China. Ambos juegan hipócritamente a tirarse los trastos a la cabeza mientras los demás pagamos los platos rotos de su teórico desencuentro monetario.

En la eurozona, mientras no se resuelvan los problemas de la crisis de la deuda soberana, será difícil que pueda adoptarse una posición común y firme en asuntos monetarios internacionales que permita a la Unión ganar poder e influencia. En Europa estamos ante un momento decisivo, pues, si la crisis del euro sirve para fortalecer los mecanismos de gobernanza internos de la moneda única y avanzar en reformas que permitan a las economías europeas aumentar su potencial de crecimiento, se allanaría el camino tanto para que el euro tenga un mayor peso internacional como para que la zona euro pueda moldear los cambios que en el futuro se habrán de producir en el SMI. Nuestros gobernantes deben ser conscientes de que en sus manos está cambiar el sistema y convertir de nuevo a Europa en eje de las ideas de progreso mundial.

El mundo se acelerado al globalizarse y son muchos más los decisores en los mercados, esa ecuación relativizada de la economía está tensionando las grandes estructuras de la banca internacional, incapaz de dar servicio desde sus atalayas de poder a un paisaje complejo y cambiante. La esencia de  la actividad financiera no es otra que la movilización del ahorro y ponerlo a disposición de quienes necesitan financiación externa para crear riqueza, es decir, la actividad financiera, es fundamental en cualquier economía. Nadie puede pretender renunciar a ella para volver a los tiempos de trueque en una especie de regresión a la imaginaria arcadia paleolítica. Ante el pánico que generan las entidades financieras, no se trata de salir corriendo a sacar el dinero de los bancos, sino de poner en marcha un nuevo sistema, mucho más ético y eficaz para el mundo actual. En lugar de ser un sistema cada vez más centralizado y concentrado, como quieren los dueños de la banca privada para controlar mejor a los mercados y a la sociedad, deberíamos optar por un sistema descentralizado, creando redes y un sistema de finanzas multinivel y multifuncional, porque es fundamental que la gente que ahorra sea dueña también del destino de su ahorro, que intervenga a la hora de decidir su uso. En el fondo, se trata de devolver el poder al ahorrador y al demandante de financiación, convirtiendo al intermediario en lo que es, una herramienta al servicio de aquellos.

Nos gobierna una suerte de capitalismo financiero o de accionistas anónimos, el poder de los “intereses financieros” sobre la economía “real” ha aumentado enormemente, subordinando todas las actividades económicas a obtener beneficios en los mercados financieros y creando instrumentos financieros para obtener beneficios sólo a través de los mercados financieros, fracasando a la vez en dar servicio a la producción y agricultura sostenibles, y al ahorro estable de los clientes “normales”. Se requieren nuevos mecanismos de control internacional de las transacciones; de fiscalización de los receptores de crédito – para que estudiantes o homeless como ha ocurrido no se conviertan en tapaderas de negocios de ingeniería ficticia financiera -; grabar las actividades especulativas de los movimientos a corto; control público de las agencias de calificación; lucha contra el fraude especialmente en paraísos fiscales o limitar los llamados productos derivados y exigencia de responsabilidades penales a los directivos que hayan incurrido en malas praxis en su gestión. La tarea requiere de un diálogo y consenso general pero los europeos podemos convertirnos en la vanguardia de un proceso que no podemos aceptar que no sea posible y cuyo carácter de emergencia nadie puede rebatir, salvo aquellos muy pocos que se enriquecen a costa del empobrecimiento de los demás.

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