
Siempre me cebo con el mismo rosal.
Siempre con la misma silla
de plástico.
Nadie me gana dando patadas
al
balón.
Antes no.
Antes le tenía miedo al balón,
y al rosal, y a la silla de
plástico.
A veces
me siento identificado
con el Pinocho de Carlo Collodi.
A veces me siento inmerso
en ese cuento moral
con final feliz.
Pero en mi cuento un pato nada
cerca de una valla hundida
en el río.
Pero en mi cuento intento secar una silla mojada
con un pañuelo de papel mojado,
y cuando por fin
lo consigo, me siento y contemplo
el mundo.
Ha
llegado
sin avisar y no
se piensa marchar.
Espera en tu pasillo, cerca del baño,
cogido
de la mano de
un medallista olímpico.
No te atreves a salir de tu cuarto ni para mear.
En tu espalda,
una mosca que no puedes matar con tu matamoscas.
En tu cama, un desconocido duerme
profundamente.
Se oye un susurro a través de la puerta:
La todopoderosa Noruega.
Hay que intentar
evitar
a Noruega.
He
invocado tu imagen
y me ha venido el recuerdo.
Ya sabes
que digo muchas veces
que no a muchas
cosas.
Y de nuevo digo que no.
Que no son imaginaciones mías.
Que las arañas aprovechan el silencio de la noche.
Que un polvo de hierro flota en el aire.
Que las arañas lo saben y por
eso tejen sus telas,
despacio.
Voy a pasear en soledad por
mi antiguo barrio, quiero
hablar con los
edificios.
Quiero
recorrer los lugares
que me pertenecen por nostalgia.
Las luces cálidas de los salones sin cortinas
se han convertido en bombillas
ecológicas blancas.
La cebolla de guisar no se guisa.
No se guisa
la zanahoria ni tampoco la patata.
En estas casas no se
cocina.
Necesito no estar.
En Pamplona,
un viejo feo de Tudela
roba un tomate feo de Tudela
en un Covirán.
Necesito no estar.
En mi casa, un economista Premio Nobel de La Paz
me quema el culo con una vela.
Necesito no estar.
En la playa, una niña gorda tostada por el sol,
una niña que parece una bola de barro,
hace la croqueta en la arena y
luego llora exigiendo un
helado.
Necesito no estar.
En mis sueños conduzco todo el rato,
y me choco todo el rato contra
la misma pared.
Hoy suenan las campanas de todas las iglesias.
Hoy suenan todas las campanas.
Y tú me preguntas si
soy feliz.
Qué pronto se me ha olvidado
que por dar patadas a una
pared me rompí
un pie.
Y mientras tanto aquí sigo, de fiestón,
con los abuelos, con hijos
y todo el copón.
Las luces
de los ojos de los demás
no me dejan pensar con claridad.
Una seta venenosa crece en la copa de un
platanero cercano.
Y me pica el culo sentada en mi silla.
Y me pica la vida contigo
a mi lado.
Creo que una cámara de vigilancia nos vigila.
Creo que nos vigilan, a mí y a toda
tu
familia.
Ay por dios, la policía.
Vámonos de aquí mi amor.
Luego en casita seguiré dando patadas
y contándote mi vida.
Cariño, qué quieres que te diga.
Siempre has sido una
persona extraña
para mí.