Lo más natural en él,
las imágenes que no le dejaban dormir
y que poco a poco le iban volviendo
loco,
eran un montón de billetes del Monopoly
arrastrados por el
viento.
Cuando se levantaba de la cama
escuchaba todo el rato
el ruido de un montón de monedas de plástico
golpeando el techo.
Guardaba una lagartija de oro falso
en la despensa.
Y en su tazón de leche hundía
baratijas
en vez de cereales.
No le importaba el dinero de verdad,
el que huele a un montón
de manos.
Sólo le importaba un collar de perlas negras
hecho con migas de pan.
Sólo le importaba
el dinero dentro de su cabeza,
el dinero que no tenía,
el dinero de los
demás.